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28 marzo 2008

Mas de los abusos de los militares

Otro abuso mas por parte del ejército en Sinaloa donde mataron a cuatro personas e hirieron a dos mas. Esto se reporta en el periódico local El Debate, donde si gustan, pueden poner comentarios. En la foto salen los familiares de los jóvenes asesinados llorando en la CEDH.

ZONA SERRANA
Familiares de asesinados en Badiraguato exigen justicia ante la CEDH
Ponen denuncia contra militares que masacraron a cuatro personas cuando se dirigían a una fiesta
Actualizado 27/03/2008 11:44:00

debate.com.mx | Gustavo Lizárraga, Rafael González y Ulises Milán

Elementos del Ejército mataron en el poblado Santiago de los Caballeros, Badiraguato, a cuatro personas e hirieron a dos más cuando se dirigían a una fiesta de XV años en una lujosa camioneta.

Dos sobrevivientes fueron detenidos y puestos a disposición de un agente del Ministerio Público federal en la delegación de la Procuraduría General de la República (PGR); la dependencia no dio a conocer bajo qué cargos.

Familiares de las víctimas interpusieron una queja ante la Comisión Estatal de los Derechos Humanos (CEDH), pues aseguraron que estaban desarmados y que les dispararon sin motivo.

Los asesinados. Una de las víctimas se llamaba Édgar Geovany Araujo Alarcón, de 28 años, de Badiraguato, dueño de una paletería. Dos más son Manuel Medina Araujo, de 29 años, jornalero, y Zenón Medina López, de 30, propietario de la camioneta en que viajaban. Recién habían llegado de los Estados Unidos; ambos eran de la comunidad La Juanilla, Badiraguato, pero vivían en la ciudad de Culiacán. El cuarto se llamaba Leonardo Medina Medina, de 45 años, del poblado El Potrero de los Medina, Badiraguato, "El Layón", mismo que padecía de los nervios. (leer mas...)


Mas fotografias sobre este caso, en este enlace.
Además un video:

http://www.youtube.com/watch?v=HULXptMdaB0


En la misma nota del periódico salen los comentarios de los diputados locales que debaten el caso en el congreso del estado. En este caso el diputado del PRD Juan Figueroa llamó a que "el Ejército Mexicano no se manche más con la sangre del pueblo" y se pronunció por sacarlo de las labores de seguridad pública.
Mientras que los diputados del PAN y del PRI en voz de Adolfo Beltrán y Diva Hadamira Gastélum respectivamente, se manifestaron en desacuerdo con la propuesta del perredista.
El PRI y el PAN una vez mas en concubinato en contra del pueblo. La militarización del país solo le ha traído desgracias al pueblo. No ha habido un verdadero combate al narco. La militarización del país solo le conviene al gobierno USURPADOR para mantenerse ilegítimamente en el poder.
La supuesta "guerra al narco" no es mas que una gran farsa como muchas otras del PELELE.


Por esto y mucho mas es un honor estar con Obrador y luchar por la nación.
(Enlace a nota en Dorados de Villa)

17 septiembre 2007

La poca difusión impedida por los militares

El siguiente texto trajo como consecuencia que el día anterior al que me fue entregado o mejor dicho repartido en la salida del metro existiera militarización en este lugar. Según, estos dicen, que es para cuidar la seguridad y paz pública, en lo personal yo creo que no es así, pero sí para meter miedo y que este tipo de información se deje de difundir. El texto es el siguiente:


Los ciclones deben de educar al pueblo



Otra vez los medios, sobre todo las imágenes irrebatibles de la televisión, nos vuelven a recordar que las tragedias que causan los huracanes se localizan, siempre, en zonas habitadas por los más pobres de entre todos los mexicanos. Y tiene que ser así porque tales asentamientos están ubicados en los lugares más riesgosos y menos apropiados para la habitación humana, porque es allí donde falta un drenaje suficiente y los medios técnicos para desfogar el exceso de lluvia, pero, sobre todo y ante todo, por lo precario y endeble de los materiales con que están construidas sus humildísimas viviendas. Los huracanes vienen a evidenciar, a su brutal manera, la misma verdad que todos conocemos a través de medios menos dramáticos como las estadísticas oficiales sobre pobreza, desempleo o rezago educativo; o fenómenos como la emigración hacia los Estados Unidos, la delincuencia organizada o no organizada y el llamado comercio informal que, quiérase o no, son todos efectos de la misma causa: la tremenda desigualdad que existe en el país, la injusta e irracional distribución de la renta nacional que, de un lado, hace cada día más ricos a un puñado de “hombres de negocios”, mientras del otro genera una gigantesca masa de pobres que carecen hasta de lo más indispensable para vivir. La manera en que se reparten territorialmente los daños de un ciclón como Dean, no es más que una expresión plástica, física, captable directamente a través del sentido de la vista, de la forma, menos visible pero no menos real, en que está distribuida la riqueza en nuestro país.

Las cifras oficiales reconocen que el “déficit de vivienda” alcanza los tres millones, es decir, que, grosso modo, son tres millones de familias las que no tienen un techo donde guarecerse. Si, como también es costumbre oficial, calculamos a 5 miembros por familia, resulta que son quince millones de mexicanos quienes carecen de ese derecho humano fundamental. A esto hay que sumarle que, salvo error de mi parte, la cifra aludida no incluye a quienes viven en verdaderos cuchitriles, zaquizamíes, hechos de vara y lodo con techos de cartón o de plásticos, sin piso, sin agua, sin drenaje, sin el espacio suficiente para una familia de 5 miembros o más.

Si, como debiera ser, esta gente se contabilizara entre los sin techo, la cantidad rebasaría con mucho los tres millones señalados. Ahora bien, cuando un ciclón golpea, es precisamente este tipo de vivienda, como lo evidencian los medios, el primero que se ve dañado severamente, e incluso destruido en su totalidad, dejando a sus dueños en una miseria y en un desamparo tales, que no les queda más remedio que ponerse a llorar ante las cámaras de televisión que, de ese modo, gana imagen y público traficando con el dolor humano. Y tras las televisoras llega una nube de funcionarios de todo pelaje (y ahora también de fundaciones piadosas que quieren crearle una imagen amable a las empresas y negocios de sus fundadores) que acuden en auxilio de los damnificados. Pero aquí hay encerrados dos gatos que es necesario sacar a la luz pública. Primero la “ayuda” fluye solamente allí donde los medios ponen sus reflectores, es decir, allí donde los funcionarios y los “ejércitos filantrópicos” privados pueden tomarse la foto repartiendo limosnas a los necesitados. Pero está bien investigado que, por cada colonia o comunidad que recibe atención, hay cuando menos cuatro o cinco que se quedan en el abandono más completo y que tienen que salir del apuro por sus propios medios o emigrar en busca de oportunidades para poder sobrevivir.

Segundo, la “ayuda” no siempre es la que la gente necesita sino la que le resulta más barata a los donadores. Y así, vemos a los buenos samaritanos repartir cobijas en zonas de calor sofocante, como Veracruz, Campeche o Quintana Roo, agua embotellada en zonas donde el problema normal es el exceso de lluvia y no la sequía, etc., mientras la “despensa” es una mísera bolsita de plástico cuyo contenido no alcanza ni siquiera para un día completo, menos para familias que no podrán auto alimentarse por semanas o menos enteros.

Pero falta lo mejor. Hay que ver a los organismos federales y estatales encargados de la vivienda llevar a los damnificados, en el mejor de los casos, los mismos materiales endebles y perecederos que acaban de demostrar su vulnerabilidad ante el ciclón. Allí donde el viento arrancó y destrozó los techos de cartón; allí donde destrozó los endebles fajines de madera que sostenían el techo, les entregan más tiras de madera de íntima calidad; allí donde el meteoro se llevó las paredes de vara y de lodo, se les ayuda (y no siempre) con más varas y lodo para reconstruir lo perdido. Y ahí donde es evidente que la dimensión de la devastación fue mayor por lo inadecuado del terreno, se anima a la gente a que vuelva a levantar su frágil choza en el mismo sitio de riesgo. Así que la “ayuda oficial” en materia de vivienda está destinada a durar no más tiempo que el que se tarde en llegar un nuevo ciclón a derribarlo todo; es un juego de nunca acabaren el que la peor parte la llevan aquellos a quienes, supuestamente, se intenta proteger de los peligros de la naturaleza.

Se impone, por tanto, que el pueblo pobre saque sus propias conclusiones de cada desgracia que sufre; que aproveche las duras lecciones que cada año les dejan los ciclones organizándose con sus vecinos para demandar un verdadero combate a la falta de vivienda. Tiene que aprender a rechazar enérgicamente las maderas podridas y las láminas de cartón, y exigir materiales sólidos y resistentes para rehacer sus casas; y sobre todo; tienen que aprender a no renunciar, por ningún motivo, a la demanda de reubicación de sus comunidades en terrenos más seguros. ¡No más láminas de cartón ni casa de varas en zonas de peligro! Esa debe ser la consigna para que la tragedia popular se convierta en una materia de vivienda.

Fuente La Antorcha

02 enero 2007

Montaña de Guerrero pobreza y militarización

Ayutla de los Libres, Gro. Sólo saben del gobierno mexicano por los soldados que frecuentemente los visitan y preguntan por “la gente que porta armas y usa pañuelo rojo”. Pueblos me’phaa y nu’saavi de La Montaña guerrerense no cuentan con centros de salud ni médicos. En la mayoría de ellos no hay escuelas ni maestros. Tampoco luz eléctrica ni líneas telefónicas. Durante los últimos tres años no se hizo una sola obra social. A comunidades de la zona más pobre del país sólo llegaron los “guachos”.

Pero a partir de octubre la intimidación contra estos pueblos indios se agudizó: los militares instalan campamentos sobre milpas y “cazan” chivas y vacas de campesinos de la zona. Destruyen plantaciones de chile y amedrentan a mujeres y niños, a quienes les exigen que den informes de la “gente que anda de noche y carga armas”.

Valente, de seis años, crece y corre entre las laderas escarpadas de La Montaña baja. “¡Wua’ssa!” (buenos días), grita festivo. Para él, la palabra “gobierno” siempre estuvo asociada con el miedo, porque la única presencia gubernamental en su comunidad es la de los soldados. Pero ahora ya se le ve increpar y reclamar, junto con tíos y vecinos, a los militares que causan destrozos en las milpas.

“Ya no vamos a permitir campamentos en esta tierra. Vamos a agarrarlos a garrotazos o a pedradas. No tenemos armas pero piedras hay muchas y no las necesitamos comprar. Hombres y mujeres vamos a sacarlos. Ya es un acuerdo de la comunidad”, advierte Natalio Eugenio Catarino, de Barranca de Guadalupe, aldea enclavada en los bosques de la parte baja de La Montaña, “la última trinchera”, como diría Fernando Benítez de los me’phaa.

Se llega a las comunidades indias sólo por una brecha rojiza -bordeada por encinos y ocotes en las partes altas, y por ciruelos, mangos y naranjos en las bajas- que parte de esta cabecera municipal. El zanate, profundamente negro e impávido, se posa, vigilante, en las curvas del camino. Desde las inmediaciones de la comunidad se observan laderas guindas donde la jamaica está a punto de cosecha. Los cañaverales crecen al pie de los arroyos y en las casas alistan el trapiche para la zafra que va a comenzar.

Con excepción de la caña de azúcar y la jamaica, que cada familia cosecha en pequeñas cantidades para vender en el mercado de la cabecera, la producción agropecuaria es de autoconsumo. Alrededor de tres personas por comunidad entienden el español y sirven de traductores con los fuereños. Son también los encargados de reclamar, sin éxito, a los soldados el pago por los destrozos en las parcelas.

"Rambos, como los de las películas”

Vicente Díaz Luciano, de apenas 26 años, es comisario de Barranca de Guadalupe. Por medio de un intérprete dice que desde mediados de octubre, tropas que van de los 35 a los 200 soldados han rodeado varias casas hasta por cuatro horas. Con ello causan pavor entre niños, mujeres y parientes de las familias acosadas. Además ostentan una lista de personas que supuestamente buscan por estar vinculadas con “grupos de delincuentes”.

“El día 24 de octubre volvieron los solados a rodear la casa de Paulino Felipe Rafael (quien ha sido comisario del pueblo) y estuvieron desde las 11 de la mañana hasta las 3 de la tarde. Entraron a la casa, en la que sólo estaba su esposa y estuvieron dentro por una hora. Al parecer, la mujer fue violada.”

Díaz Luciano explica que le dijeron a la mujer que ellos (los soldados) eran “rambos, como los de las películas,” y que iban a matar a todos los de la Organización del Pueblo Indígena Me’phaa (Kabaxo Xuaji Guini Me’phaa, OPIM por sus siglas en español), organismo defensor de los derechos humanos de la zona tlapaneca que denunció las violaciones sexuales cometidas contra indígenas en 2002, la esterilización forzada en varias comunidades y la “masacre” de El Charco, comunidad nu’saavi de esta región.

También, a decir del comisario, a la esposa de Paulino Felipe le mostraron una lista con los nombres de las personas que van a matar, “pero la mujer no entendió porque no sabe bien hablar español ni sabe leer”.

Días previos, los soldados habían repartido dulces a los niños, a quienes les preguntaron por los que “traen armas y usan pañuelo rojo”. Además dieron “medicina” a un “abuelo del pueblo”, autoridad tradicional que “subía al cerro a hacer costumbre para que lloviera y no hubiera enfermedades”. El viejo murió entre fuertes dolores de estómago a los dos días de haber ingerido lo que le dieron los soldados. Para los me’phaa está claro que fue asesinado por los “guachos” y han advertido a sus hijos de no tomar nada que les ofrezcan los militares.

“Como comisario, ya no quiero ver a los soldados por aquí. Se meten a las casas sin permiso y agarran lo que encuentran: comida, jabón y se espanta la gente. Matan a la chiva y se la llevan para comérsela. En lugar de que el gobierno mande obra, manda a los guachos a robar y a destruir. Estamos pobres y nos vienen a acabar más”, dice Vicente Díaz Luciano entre sorbos del refrescante y dulce chilate, bebida hecha con base en el cacao que los propios indígenas cultivan.

Don Leopoldo, de 46 años, uno de los dueños de las parcelas afectadas, dice: “yo no sembré cerca de los cuarteles; ellos son los que vinieron a hacer destrozos. Y se nota que chingaron a propósito. Cuando fuimos una comisión grande a preguntarles por qué hacían destrozos, dijeron que no fue adrede y que no sabían que estaban sobre una plantación de chile. Pero se hacen pendejos porque hasta las mangueras para riego destrozaron. Las tasajearon para que ya no sirvan. Y cortaron los guayabos y se comieron los elotes de la milpa. Yo qué les hice. No pagaron nada”.

En efecto, en el área en la que estuvo el chilar aún quedan rastros del campamento y se observan los trozos de las mangueras de riego. Los árboles frutales de la huerta también fueron derribados.



“Guerra de contrainsurgencia”

Para Abel Barrera Hernández, presidente del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, las incursiones militares en los pueblos indios son parte de una “guerra de contrainsurgencia” que desarrolla el ejército mexicano en contra de las comunidades con el objetivo de “desgastar, generar temor y causar daños”.

El defensor de derechos humanos agrega que a lo largo del sexenio de Vicente Fox se le dio al Ejército “la protección para implantar una guerra de baja intensidad”.

Barrera Hernández dice que el pretexto que ha usado el gobierno para justificar la presencia militar en la zona es el combate a las drogas. “Pero la siembra de drogas no es alta en la zona militarizada. Hay otras regiones donde sí es un problema y ahí no hay militarización. Sólo es una manera de criminalizar al movimiento social organizado de la Montaña y Costa Chica. Desde la lógica de la guerra contrainsurgente que lleva a cabo el Ejército, de lo que se trata es de desmembrar la organización de los pueblos indios, la cual siempre es vista como conspirativa”.

Aunque la militarización de la zona se agudizó en los últimos días, la presencia de soldados en las comunidades es frecuente desde el 7 de junio de 1998, cuando tropas del Ejército acribillaron a 11 indígenas que se encontraban en asamblea en la escuela de la comunidad El Charco. La versión de las autoridades fue que se trató de un enfrentamiento entre militares y guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI).

Sobre el incremento de la presencia militar en las comunidades y el hostigamiento contra los líderes de las organizaciones indígenas, Abel Barrera dice que las recientes acciones militares en la zona no están aisladas de la coyuntura nacional. Está relacionada con la emergencia de la ciudadanía en todo el país. Y el Ejército se pone alerta y va al punto sensible de Guerrero, que sigue siendo Ayutla, para decir que está dispuesto actuar contra lo que considera subversivo”.

El 1 de noviembre una patrulla del Ejército llegó hasta la casa de Leopoldo Eugenio Rufina, padre de la defensora de derechos humanos y secretaria de la OPIM, Obtilia Eugenio Manuel. La indígena me’phaa ha sido amenazada de muerte por denunciar las violaciones sexuales cometidas por soldados contra Valentina Rosendo Cantú –de Barranca Bejuco– e Inés Fernández –de Barranca Tecoani– en 2002. La familia Eugenio Manuel, junto con Cuauhtémoc Ramírez, son los principales impulsores de la OPIM en la región.

Victorino Eugenio cuenta que los militares llegaron hasta su casa buscando, supuestamente, al comisario. “Dijeron que buscaban delincuentes y que querían saber si podía ayudar al comisario a cuidar el pueblo. Estuvieron como una hora filmándonos, tomándonos fotos y anotando en una libreta. También traían una lista. Uno traía algo así como un radio larguito que no supimos para qué era”.

A decir de Cuauhtémoc Ramírez y Obtilia Eugenio, se trataría de un geoposicionador satelital para ubicar exactamente la casa de la familia y poder espiar mediante el satélite y en tiempo real lo que acontece en la casa.

Muerte por “espanto”

Mateo Víctor Santiago, de 40 años y comisario suplente de Barranca de Guadalupe, cuenta, despacio y conteniendo el llanto, que su hija murió “de espanto”. Con el rostro duro agrega que dos semanas antes los “guachos” llegaron a su casa y sólo encontraron a su hija.

“Le preguntaron por mí y por el nombre del maestro de la escuela. Le dio miedo que la quisieran golpear. Tenía leucemia pero murió del espanto. Cuando vivía, hacíamos tres horas caminando para llegar al médico, porque aquí no hay nada y ni camino bueno. Nunca tuvimos apoyo del gobierno. Y ahora resulta que lo que mandan son soldados y no hospital ni medicinas.”

Y mientras los soldados recorren algunas comunidades, los grupos paramilitares integrados por indígenas de la región afines al Partido Revolucionario Institucional y, a decir de habitantes de Barranca de Guadalupe, entrenados por el Ejército recorren otras.

Santiago Espinosa, de la comunidad El Progreso, relata la incursión de grupos de civiles armados. Enjuto, el campesino de 24 años habla sentado junto al tlecuil de su vivienda.

“El Ejército trata de meter división aquí. Paramilitares se metieron a destruir libros a la escuela y golpear a quien encontraron. Hicieron disparos y dijeron que quieren que se vaya el maestro que tenemos en esta comunidad.”

En varias comunidades, como Barranca de Guadalupe, no hay Procampo ni Oportunidades, pues –explica Obtilia Eugenio– “para entrar al Oportunidades piden que los beneficiarios se operen para que ya no tengan hijos; además de que por los 200 pesos mensuales que reciben vayan a barrer la escuela y tienen que asistir a las pláticas a los que los citan. Y tampoco hay Procampo porque nos condicionaron a que aceptáramos el Procede”.

La secretaria de la OPIM dice que, durante el sexenio de Vicente Fox, al menos, siete mujeres me’phaa fueron violadas por soldados.

Además de las incursiones militares, los pobladores del Camalote denuncian que no se les ha hecho justicia desde que denunciaron la esterilización forzada de 14 personas en 1998, cuando bajo amenazas y promesas de dinero, seguridad social, servicios médicos y una clínica para el pueblo los varones de esa comunidad fueron sometidos a operaciones por “brigadistas” de la Secretaría de Salud.

“En 2003 se puso la denuncia pero ese asunto nunca se resolvió. Lo único que se logró fue un centro de salud de adobe con techo de lámina, donde a veces va un pasante de médico y nunca hay medicinas”, dice Orlando Manzanares.

Siete soldados se pasean por las calles de esta cabecera municipal. Los militares dicen no saber cuál es la función que realizan en el pueblo ni por qué se encuentran ahí. Tranquilamente dicen que “toda esa información la dan en el cuartel del Batallón 48”.

El grupo bullicioso de familias nu’saavi, que bajó a vender sus mercancías, guarda repentinamente silencio y a hurtadillas mira a los “guachos” hasta que doblan la esquina. Los militares les habían dado las “buenas tardes” pero los indígenas prefirieron no contestar.

Nota original de Contralínea