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07 septiembre 2008

Cultura política en tiempos de escasez

Carlos Monsiváis

Notas de la semana

Test para calificar el grado de politización

1. Diga usted los nombres de todos los integrantes del gabinete presidencial.

2. Diga usted los nombres de todos los integrantes del gabinete presidencial de Adolfo Ruiz Cortines.

3. Diga usted el nombre del presidente de la República en el sexenio de Adolfo López Mateos.

4. Mencione un acontecimiento célebre de 1968 que no había pasado antes y por qué.

* * *

Las definiciones de cultura política abundan en tiempos de explosión académica de politólogos y expertos en administración pública. En la práctica —en esa práctica infinita de artículos y simposios—, la cultura política es el conjunto de ideas, creencias y supersticiones que profesan la sociedad (en particular) y las personas que la componen (en general) en torno a las relaciones entre el Estado y los individuos, y a propósito del ejercicio y la toma del poder. Se han necesitado movilizaciones, presiones, crisis económicas, graves enfrentamientos, votaciones copiosas para desdibujar el modelo impuesto en la era del PRI.

Hoy, la cultura política (de nuevo: la profesada voluntaria o involuntariamente por la colectividad) es por entero distinta a la de hace una década, y sin embargo todavía se conservan muchos de los rasgos y las actitudes dominantes por más de 70 años. Aprender los usos de la diversidad y el respeto democrático continúa siendo tarea ardua y, a ratos, imposible. A esto se oponen las inercias, las tradiciones, los intereses creados, los grupos de poder y el miedo a lo desconocido. Y es todavía muy impreciso el afianzamiento de la nueva cultura política.

Test para discernir el grado de sofisticación política

1. Hay un incendio en la vetusta residencia en donde se encuentra la versión original de la Constitución de la República con las firmas de todos los constituyentes y un poema desconocido de Ramón López Velarde en homenaje a Emiliano Zapata. Usted nada más tiene tiempo de salvar uno de los dos escritos. ¿Cuál elige?

2. Se empató la votación para decidir si todas las deudas de los banqueros (incluidas las de sus familiares hasta el cuarto grado) pasan a ser deuda pública. Los que no admiten esta decisión protestan por la terrible injusticia; los que están a favor aseguran que de no pasarse a deuda pública habrá una catástrofe sin paralelo, se dará el caso de banqueros pordioseros y nadie volverá a entender nunca la realidad. Su voto es el decisivo. ¿A quién se lo entrega?

3. Va usted a celebrar su fiesta de cumpleaños. Por azares del destino, le tocó ser el biógrafo de Felipe Calderón, Vicente Fox, Juan Camilo Mouriño, Jesús Ortega, Ruth Zavaleta y Emilio Gamboa Patrón. Sólo puede invitar a uno de ellos, ¿quién será? (No se vale mencionar al más desprestigiado.)

* * *

Desde el siglo XIX, la versión más favorecida de la política le señala como la actividad sin escrúpulos cuya técnica es engañar a la gente y cuyo fin es la acumulación de poder y riqueza. Las paradojas se cumplen sin dificultades: a la política se le desprecia, a los políticos se les adula; la política no se considera oficio de hombres honrado, y es incontable el número de quienes desean volverse políticos porque están hartos de la honradez.

El descrédito de la política, agravado desde el advenimiento del narcopoder y desde el recelo crédulo ante la mercadotecnia de los políticos, puede volverse en caso de grandes operaciones fraudulentas en las elecciones un elemento desmovilizador o fatalista.

Una pregunta terminal: la política nunca dejará de ser lo que es; entonces, ¿cómo imaginársela distinta?

31 agosto 2008

Frases tan ciertas como un aforismo

Carlos Monsiváis

El spot es, desde siempre, el instrumento del diálogo de los gobernantes con el pueblo. Por ejemplo, el emperador Agustín de Iturbide, antes de verse ungido con la corona que resultó chafa, lanzó una campaña por ese antecedente de la radio que eran los compadres (15 de septiembre de 1821). Un spot de entonces: “Sólo los adictos al pulque light votan por la República, los verdaderos catadores del neutle votan por un general buen mozo y triunfal al que se le conoce en palacios y rancherías como el próximo emperador”.

—Hay que distinguir entre fines y objetivos. Los fines se logran por completo en el momento en que se llega al poder; los objetivos son la parte ínfima de los fines que uno exalta en público y que no estaría mal que alguna vez se lograran.

—La seguridad pública es un bien tan escaso que no hay que desperdiciarlo ejerciéndolo.

—Ganar la batalla no significa cambiar positivamente la situación. Esto último es una meta ridícula. Ganar la batalla sólo quiere decir que independientemente del resultado, el gobierno siempre gana la batalla.

—Yo desde niño conocí la pobreza, porque para llegar a mi colegio debíamos pasar por tres o cuatro escuelas públicas.

—Como yo leo para distraerme, me distraigo si leo (por eso, mi secretario me hace resúmenes de los resúmenes de los libros de moda).

—Lo que dificulta la integración con Estados Unidos es el pésimo inglés que hablan muchos norteamericanos.

—Un verdadero narcisista no se fija en sus rasgos, azar de la genética, sino en la calidad del espejo, gracia del gusto personal y familiar.

—El tipo ese mal vestido me quiso abordar a la salida de la secretaría y lo atajé con brusquedad: “Búsqueme mañana en el club”. Y quien no sabe a qué club voy no tiene derecho a hablar conmigo.

—Un día me llamó mi padre a su fábrica y luego de explicarme algún ínfimo trabajo de oficina me dijo: “Merécete la herencia”. Le contesté: “Merécete al heredero”. Desde ese día fuimos socios.

—No sé si aún procede llamarle a México “nación”. ¿No sería mejor decirle empresa? Así, por ley, al obsoleto civismo lo sustituiría la productividad.

—Falso que los de la clase gobernante seamos racistas. Los racistas son los indios y los nacos y la plebe y el infelizaje, que prefieren fracasar con tal de no tratarnos.

—Los pobres nunca serán modernos. Se comunican por anécdotas, no por estadísticas.
—El único inconveniente de la familia es que ya no se le puede privatizar.

—Para que una idea funcione, debe ir a remolque de las cifras.

—No hay duda respecto a qué fue primero. Fue el huevo; la gallina es sólo el dispositivo técnico dentro del huevo que produce más huevos.

—Sencillez no es tratar a los demás de igual a igual. Sencillez es darle a los demás la oportunidad de que te traten... eso sí, con reverencia.

—Un secretario de Estado con menos de mil asesores es como una pelea de campeonato sin público.

—Mi definición de fracasado: aquel que confía en sus propios méritos para hacerla.

—En mi familia hay un lema: “Resígnate al éxito. Va con el apellido”.

11 mayo 2008

Donde dice ‘César’ debe decir ‘mercadotecnia’

Carlos Monsiváis
11 de mayo de 2008

En su ensayo clásico, La política y el idioma inglés (1946), George Orwell afirma: “Un escritor escrupuloso, en cada frase que escribe, se hará por lo menos cuatro preguntas: ‘¿Qué estoy tratando de decir? ¿Con qué palabras lo expresaré? ¿Qué imágenes le darán más claridad? ¿Es esta imagen lo suficientemente novedosa como para desatar un efecto?’”. Si cambiamos escritor por político y disminuimos el énfasis en el manejo de lo verbal, el cuestionario no funcionaría de cualquier manera, un político del siglo XXI más bien quiere resolver o que le resuelvan otras interrogantes: “¿Qué no estoy tratando de decir? ¿Por qué me acusan de no decir nada como si yo intentara decir algo? ¿Por qué pretenden que me explique cuando lo que verdaderamente quiero es dispensar consignas mercadotécnicas? ¿Por qué me voy a preocupar del efecto de mis palabras cuando a mis oyentes lo que les debería interesar es el efecto de mis acciones, que, además, no pueden evitar?”.

Exagero, las preguntas del cinismo también pasaron de moda. Ahora, la mayoría de los políticos, los empresarios y —Dios no lo quiera— los clérigos confianzudos, vaya que no se afligen por cómo hablan, seguros de que si se les capta la onda, ni modo güey.

* * *

¿En qué consiste hoy el discurso político, y anótense las poquísimas excepciones? En la voluntad de lograr que lo crea y lo memorice un grupo privilegiado: el que lo emite, estrictamente. Cada alto funcionario habla para persuadirse a sí mismo de que qué bien lo está haciendo, de sus aportaciones históricas, de su innegable don de taumaturgo (hacedor de milagros, señor Fox, ya sé que no está leyendo este artículo, pero sé también que el diccionario no es lo suyo). Así por ejemplo, ¿a qué aludió el 1 de mayo de este año de gracia el secretario de Trabajo, Javier Lozano, cuando, además de quedarse estupefacto con su revelación: “El primero de mayo no es una celebración oficial”, afirmó: “Las condiciones laborales son ahora mucho mejores que antes”? Nunca se sabrá si lo dijo en serio, ni tampoco se conocerá qué entiende Lozano por “hablar en serio”; lo que sí es innegable que al leer o al escuchar sus declaraciones quedó persuadido: “Tan es cierto el avance que lo refrenda el propio secretario de Trabajo”. El discurso inventa las realidades, la credibilidad del que lee el discurso o, desdichadamente, lo improvisa, convierte la invención en la puritita realidad.

* * *

En la misma fecha, en el Zócalo, el director del secretariado técnico de la FSTSE, Jesús Moreno Morales, eligió la oquedad resonante: “Jamás, ni por injusticia ni por omisión, el sector obrero renunciará a sus legítimas conquistas”. ¿Cómo se le hace para que un gremio, por injusticia, renuncie a sus legítimas conquistas?

* * *

En un proverbio exclama el Marqués de Santillana (citado por Alfonso Reyes, V. Alfonso Reyes lee El Quijote, la excelente compilación de Adolfo Castañón y Alicia Reyes):

—Las cosas de admiración

no las (digas ni) las cuentes,

que no saben todas gentes

como son.

Lo argumentado por Santillana sería blasfemia en el actual discurso mercadológico con tintes políticos. Las cosas de admiración deben pregonarse porque precisamente nunca lo son en sentido estricto. Se habló por siglos de la demagogia, nefasta sin duda, y de su griterío transformista (“porque el señor presidente no es perfecto, ningún ser humano lo es, pero no tiene errores, defectos y malas intenciones, además de ser extraordinario todo el tiempo”), poro lo actual viene de una metamorfosis técnica: se convierte al político o al proyecto del político en un producto de primer orden en el mercado, se vociferan sus virtudes, se acuñan frases candentes (“Vamos México, la solución a tus problemas/ Changarrízate y prospera”), y luego se subordina todo al fluir de las imágenes, el discurso visual hace a un lado las palabras y resplandece la imagen del gobernante, por lo menos en la intención mercadológica.

* * *

¿Por qué el videoclip es hoy la esencia del mercadeo político en la percepción dominante: “Si no estás en la televisión no estás en lado alguno”? Tal vez por el analfabetismo funcional tan extendido o porque lo que no se envuelve en una andanada visual parece rollo, o porque el bla-bla-bla de las imágenes, tan rolleras como las palabras, aún no se localiza con precisión. Pero la demagogia visual, si este es el término, vaya que se extiende y prolifera al abrigo de otro de los nuevos dogmas: insistir en las imágenes es implantar las instituciones; repite, repite, que algo queda.

* * *

Una lista brevísima del nuevo discurso político: ataca a tus enemigos con ferocidad. Ese es un gasto más útil que el de hacerte autohomenajes:

— lo que digas de ti ahógalo con imágenes. Si no creen en lo que dices sorpréndelos con el chapoteadero subliminal.

— no te incomodes si te tratan, o te tratan, como si fueras un producto en el supermercado. Recuerda: lo que no se haya en el supermercado ya no entra con facilidad a las casas. ¿Qué pierdes con volverte un producto? En el futuro, el que no esté en el display de las ventas masivas, tendrá 0.1% de la votación. Acepta que si tus cualidades no se ubican con facilidad, las imágenes que las enmarcan se plantan con rapidez en la memoria. Si luego todos se decepcionan del producto que lleva tu nombre, no te perturbes. Por lo menos, ganaste tiempo y algo más: durante un rato te entusiasmaste contigo mismo.

05 mayo 2008

De la promesa como el don de gobierno

Carlos Monsiváis

¿Quién confía en los discursos, las promesas, los diagnósticos de los gobiernos? En las respuestas intervienen la incredu-lidad, el rechazo sarcástico, la crítica detallada, y, en el menos desvalido de los casos, la incertidumbre, la que, digamos, circunda el caudal de promesas del gobierno de Felipe Calderón, por ejemplo en torno de la reforma energética. Casi de inmediato, al declararse el régimen “no es una privatización”, el sistema de ecos descifra: “Se trata de la privatización”, y esto al margen de las intenciones estrictas. Tanto tiempo de hablar y no ser creído da como resultado la anulación de las palabras. “El discurso del emperador”.

¿Qué se hace cuando, por ejemplo, en el artículo cuarto de la iniciativa de reforma a la Ley Reglamentaria del artículo 27 constitucional se “deslizan” cambios de “aguas profundas”: “Las personas que pretendan realizar las actividades o prestar los servicios a que se refieren los párrafos anteriores (transporte, almacenamiento y distribución de gas, así como servicios de refinación de petróleo), podrán construir, operar y ser propietarios de ductos, instalaciones y equipos en los términos de las disposiciones reglamentarias, técnicas y de regulación que se expidan”. Tienen razón los que dicen que si se aprueban las reformas, los empresarios beneficiados con contratos “se ganarán la lotería”.

* * *

El presidente Calderón no se detiene en materia de promesas. Si entra el dinero de las compras, el Estado, que no lo ha hecho hasta ahora por las tonterías de la tesis de la soberanía, “podrá garantizar plenamente el acceso a la educación de calidad y a la plena cobertura de salud de todos los mexicanos […] más escuelas, más medicinas, clínicas, hospitales, caminos, carreteras, puentes, agua potable, drenaje, electricidad, vivienda […], tendríamos recursos necesarios para crear preparatorias y universidades, a fin de que ningún joven mexicano se quede sin estudiar una carrera técnica o profesional por falta de oportunidades.

Sí es posible que el petróleo siga siendo una palanca de prosperidad que nos permita superar definitivamente la pobreza y garantizar la educación y la salud de todos los mexicanos” (ver el excelente resumen de esta etapa discursiva en “Reforma de Pemex: ¿debate somero en aguas profundas”, Carta Política Mexicana, 25 de abril de 2008).

* * *

Jauja. La Tierra de Oz. El Shangri-La donde los hidrocarburos nunca envejecen, la Fantasyland donde los cocodrilos persiguen a las metáforas, la nación que tanto había esperado la nación, la prosperidad a la vuelta de la esquina. “¿Quién, se argumenta en Carta de Política Mexicana, que no sea un enemigo declarado de la prosperidad nacional, podría objetar un paquete de reformas que socializan las ganancias de Pemex a través de los bonos de a 100 pesitos?” Y concluye la Carta: “A pesar del despliegue mass mediático del gobierno —o gracias a él— y de la insistencia que de pertinaz se ha vuelto sospechoso, de que Pemex no se privatiza, Felipe Calderón y sus creativos no han conseguido que la opinión pública deje de leer —casi en forma automática— privatización donde dice flexibilidad o apertura”.

* * *

Fábula de la Mula Arisca. ¿De cuántas promesas está hecha la sordera colectiva? Le fío al azar de la memoria algunas promesas inolvidables: el presidente Salinas de Gortari elogia los milagros de su programa de Solidaridad y lanza el desafío: “Nadie podrá decir, de ahora en delante, que hay un solo mexicano olvidado en México”; el presidente José López Portillo sentencia: “Preparémonos para administrar la abundancia”; el presidente Luis Echeverría inaugura su “apertura democrática” en lo más exhaustivo de su “guerra sucia”; el presidente Miguel de la Madrid anuncia el debut de la renovación moral; el presidente Ernesto Zedillo, a lo largo de su sexenio, le pide sacrificios al pueblo garantizándole que gracias a ello sus hijos vivirán mejor.

Vicente Fox extiende la síntesis y la vuelve profecía: “El siglo XX fue un siglo perdido para México. Ahora con nosotros comienza la democracia y la prosperidad”. Así será aunque nunca así fue. La promesa de los políticos no es sólo una táctica dilatoria o una gana de ganar tiempo haciéndoselo perder a los oyentes y televidentes (nadie lee nunca los discursos); las promesas son el gobierno auténtico, que se verifica y crece en las palabras, el verdadero suelo del crecimiento, allí en las palabras se plantan 250 millones de arbolitos, se recupera el empleo a cheque agigantado, se reforesta y descontamina al planeta, se hace justicia en los casos (mínimos) en que todavía no se ha hecho. Las promesas, el dique contra la polarización, el nacimiento del Génesis.

“Poder que no se comparte, emociona”

Exhumación de algunos aforismos a modo de promesas:

—En el futuro, todo presidente de la República tendrá derecho a 15 minutos de fama.

—Un buen gobernante es aquel que no da en qué pensar y de allí la gratitud de sus conciudadanos que prefieren ocupar su tiempo en cosas placenteras.

—A los gobernantes les toca ser la línea más corta entre un problema y su eternización.

—Se llama “carisma” al conjunto de cualidades desplegadas durante una campaña electoral, y “desencanto” a las consecuencias del carisma ya en funciones de gobierno.

—Su mirada traspasaba las conciencias, pero no le remitía la información obtenida al cerebro.

—¿Cómo se distingue con rapidez a un candidato sin recursos mercadotécnicos ni altos presupuestos de campaña? En que conoce a cada uno de sus votantes posibles por su nombre. Vaya que no es difícil memorizar los datos de seis personas. Ahora que si es un candidato populista sus votantes carecen de toda identidad.

09 marzo 2008

La nueva clase política

Carlos Monsiváis
9 de marzo de 2008

La reunión se ha demorado y en el restaurante ya no quedan más de 10 personas, todas concentradas en el aspecto de preocupación que revela el conflicto que es para ellos preocuparse, aunque sea de vez en cuando. No por su afán de divertirse, sus responsabilidades con el país son inmensas, pero una cosa es pasarla bien en compañía tres o cuatro días a la semana, y otra pasarla mal un rato y de cuando en cuando.

En última instancia, gimme a break. Son, se lo dicen a sí mismo cada que pueden y más si hay asesores y secretarias pendientes de sus palabras, los campeones de la nueva clase política, los que gobiernan y gobernarán este país de nacos… es un chiste, no se fijen, y ellos saben muy bien lo que va con el ascenso y con la imagen. Lo primero y lo esencial es el aspecto de gente de éxito, aún ahora más fácil de obtener en hombres que en mujeres porque no basta vestir bien, hace falta el aire de confianza, el mirar siempre en dirección al porvenir, no a lo que les rodea directamente. Ni modo, las mujeres, como aún no tienen entrenamiento de género suelen ser o solícitas o francamente desdeñosas con los inferiores… es un chiste, y de eso no se trata, hay que hacerles ver a los que no están a la altura que se les aprecia pero no de cerquita, porque la jerarquía es distancia sicológica… Es la hora de otro whisky, no porque el trago sirva de algo sino porque siempre hay que entonar las neuronas.

* * *

¿En qué íbamos? ¡Ah sí! En el semblante de preocupación de un grupo de la nueva clase política, y en cuánto les preocupa que se les note la preocupación. Hablan de él o le pasa a uno de ellos, el mejor situado en el organigrama del triunfo, está en problemas, o algo similar. Sí, ya lo dijo el Quijote: “Ladran Sánchez, señal que ya la hicimos”, y claro que tenía razón, pero cómo ladran los del infelizaje. Que no se puede ser funcionario y contratista a la vez, que declare si es o no suya la firma, que ya se vaya porque pone en riesgo a su jefe. ¡Ah, qué pinches indios!... Es un chiste.

A Juan Camilo no deben investigarlo porque es de los nuestros. Vas a ir el sábado a la fiesta. Chance que sí, chance que quién sabe. Va a estar cool, bien cool… Es un chiste, nosotros no hablamos así como si fuéramos de la buena sociedad, sí somos pero no hablamos así, a lo mejor de tarde en tarde o de madrugada en madrugada, pero somos CEO’s, Chief Executive Officers, y estamos luchando por sacar a este país del hoyo, o por vender el hoyo y dejar el país en otra parte… Es un chiste, somos mexicanísimos, y eso con qué se grita. Bueno, se entona la voz y se canta: “Ay, Jalisco, don’t be a chicken”…. Es un chiste.

* * *

¿Cuáles son los requisitos de la nueva clase política? Bueno, aquí van los nombres como alucinaciones o profecías cumplidas desde la cuna: belleza eterna de los hoteles a que acuden (en moteles de la calzada de Tlalpan no los verán ni muertos), unique and distinctive homes, mente virtual (que ya ajustó su pensamiento a los oficios de un celular), condominios en otra parte (un CEO vive todo el tiempo en otra parte, nunca aquí o allá), choteo de la cultura del esfuerzo, aspecto feliz de grupo (aunque estén solos) ante la cámara del reportaje de sociales, universidad privada (precaución adecuada porque el fracaso en la vida se pega), práctica del reventón con catego, catego suficiente para ya no usar la palabra catego, que es como de pobres a la entrada del Metro… es un chiste, Club Med, Ermenegildo Zegna, Scappino, fly me to the moon en un abrir y cerrar de aspiraciones… es un chiste.

* * *

¿En dónde íbamos? Sensación de habitar una cumbre dinástica (“si no hablo de mi abuelo es porque todos sus recuerdos valían queso”), religiosidad a sus horas, frases aprendidas con astucia (“ser mujer es ser sexy”), automóviles de lujo (sin que el auto a la disposición no es de marca en el top ten de la industria automovilística, el lugar en la sociedad se oscurece), viajar lo cambia todo (travel changes everything, el monolingüe se ahogó en sus emisiones nocturnas)… es un chiste, think young, thing beauty, Prada aunque vista al chamuco.

¿Qué más? Mucho más. La nueva clase política salva al país renunciando cada uno de ellos a dirigir sus 80 empresas (cifra conservadora), y salva la imagen de México renovando su apariencia personal cada 15 días, si no tienes tiempo de ir a Los Ángeles vete a comprarte tus trapitos a Polanco, anteojos oscuros sólo si no hay sol… es un chiste, Ralph Lauren…

* * *

Si declaran los de la nueva clase política extraen de su diccionario particular los términos que a ellos mismos estremecen: humano, humanidad, compromiso, responsabilidad, al servicio de la nación, los mejores esfuerzos, no tengo idea del tiempo porque el trabajo es mi pasión, nunca he entendido por qué los pobres no se esfuerzan por ser ricos, organización, ITAM, Universidad Anáhuac, Universidad Lasalle, Tec de Monterrey campus Palacio Nacional… es un chiste.

Hay —los verbos son actas de nacimiento de la nueva clase política— que evaluar, motivar y motivarse, es un privilegio trabajar cerca del Presidente, los retos me impulsan, agenda mediática…

Y sigue y sigue y sigue el diluvio que envuelve y eleva a la nueva clase política: de nuevo religiosidad (profunda y, sobra decirlo, católica a la antigua usanza)… este no es un chiste, asesorías (el mismo Jesucristo tuvo 12 asesores), entorno, privatización, arquitectos de imagen, orgasmos de transición… es un chiste, buena onda, indícame a un fracasado y yo te enseñaré Ciudad Neza… ¿es un chiste?

* * *

La nueva clase política abandona sus rasgos de preocupación. En este país no pasa nada y en 2011 Juan Camilo, nuestro Iván, será candidato a la Presidencia de la República con todas las posibilidades del éxito.


18 febrero 2008

De ‘narcocorridos’ y otros funerales


Carlos Monsiváis

¿Hay en los ‘narcocorridos’ apología del delito y la delincuencia? Lo más conocido no es estrictamente ditirámbico, sino la evocación funeraria de aquellos que con tal de subrayar su mínima o máxima importancia, desafían la ley y no se inmutan a la hora de disminuir brutalmente la demografía. En Jefe de jefes. Corridos y narcocultura en México, de Juan Manuel Valenzuela, se cita un corrido de Los Rojos, “Mi último contrabando”, que describe la metamorfosis: ha vivido pobre, muere en la respetabilidad del derroche:

Quiero cuando muera,

escuchen ustedes.

Así es mi gusto y mi modo,

mi caja más fina y yo bien vestido,

y con mis alhajas de oro

mi mano derecha un cuerno de chivo

en la otra un kilo de polvo.

Mi bota tejana y botas de avestruz,

y mi cinturón piteado todo bien vaquero,

y con gran alipús

un chaleco de venado

para que san Pedro le diga a san Juan:

“Ahí viene un toro pesado”...

Adornen mi tumba entera

con goma y ramas de mota

y quiero, si se pudiera,

que me entierren con mi troca

para que vean que la tierra

no se tragó cualquier cosa...

Los autores de los corridos de la Revolución se formaron en la rima y la acústica del romanticismo, y poseían cierto don metafórico; los compositores y letristas de los narcocorridos no suelen disponer de los mínimos requerimientos técnicos, no pretenden la rima y —más o menos— las metáforas les tienen sin cuidado. Lo sepan o no, su perspectiva es sociológica, nada de “Despedida no les doy,/ porque no la traigo aquí,/ se la dejé al Santo Niño/ y al Señor de Mapimí/ Se la dejé al Santo Niño/ pa’ que te acuerdes de mí”. En los narcocorridos, la despedidera, tan esencial en el género, es un lugar común que rastrea en la poesía popular el sitio de los epitafios vanidosos. El narco quiere un lugar en el infierno.

Cuando me muera no quiero

llevarme un puño de tierra,

échenme un puño de polvo

y una caja de botellas,

pero que sean de Buchanan’s

y el polvito que sea de reina...

Cuando esté en el más allá

procuraré a mis amigos,

para invitarles a todos

un agradable suspiro,

y haremos una pachanga

pa’ que nos cante Chalino.

Más vale impune y rico que pobre y encajuelado

Si eres pobre

te humilla la gente.

Si eres rico

te tratan muy bien.

Un amigo se metió a la mafia

porque pobre ya no quiso ser.

Ahora tiene costales de sobra,

por costales le pagaban al mes.

Todos le dicen El Centenario

por la joya que brilla en su pecho.

Ahora todos lo ven diferente,

se acabaron todos sus desprecios.

¿Es la antiépica un género? En el narcocorrido no se insinúan siquiera los sentimientos de la epopeya, ni juego literario que permita hablar de lírica. Ningún narco es capaz de hazañas y lo suyo es la disminución salvaje del valor de la vida humana, completada con la exhibición del mayor dispendio a su alcance como última voluntad del condenado. Y es frecuente que los narcos encarguen corridos en su honor para llorar anticipadamente su deceso. No hay en este subgénero la retirada de los Diez Mil o la Toma de Torreón o la burla de la Expedición Punitiva del ejército norteamericano contra Pancho Villa (“¿Qué se creían esos americanos?/ Que combatir era un baile de carquís/ Con la cara abierta de vergüenza/ se regresaron corriendo a su país”). No se registra tampoco el “porque matar un compadre/ es ofender al Eterno”. Lo que otorga el tono de gran chisme de velorio al narcocorrido es su sinceridad autobiográfica, la de los testigos participantes que les dan la información básica a los rápsodas de sus vidas y muertes inminentes. Cantan Los Rayos el corrido “Negocios prohibidos”:

Me gusta la vida recia,

si así ya soy,

es herencia de mi padre

que estos business me enseñó.

Te sobran billetes verdes

también viejas de a montón.

Más que celebración del delito, los narcocorridos difunden la ilusión de las sociedades donde los pobres tienen derecho a las oportunidades delincuenciales de los de arriba. En la leyenda ahora tradicional, los pobres, que en otras circunstancias no pasarían de aparceros o de manejar un elevador, desafían la ley de modo incesante. El sentido profundo de los corridos es dar cuenta de aquellos que, por vías delictivas, alcanzan las alturas del presidente de un banco, de un dirigente industrial, de un gobernador, de un cacique regional felicitado por el presidente de la República. Al ya no inventar personajes de todos llorados, los narcocorridos relatan de modo escueto la suerte de compadres, hermanos o primos. Para ellos, ya fenecidos o que al rato bien pueden morirse, aquí les va la despedida. ¡Qué joda! Ni en el delito dejan de existir las clases sociales. La impunidad es el manto de los que, al frente de sus atropellos y designios delincuenciales, todavía exigen prestigio y honores.

17 diciembre 2007

¿Quién le teme a la autoridad moral?

Carlos Monsiváis

El triste y patético “triunfo” del gobernador de Puebla, Mario Marín, en la Suprema Corte de Justicia (de aquí en adelante la Suprema), además de las consecuencias que, por ahora, favorecen levemente (o ni eso) la impunidad del góber precioso y su red de instituciones —y en cuanto a repercusiones éticas y políticas muy negativas para la Suprema y Marín— posee una virtud: ilumina a fondo la definición del desprestigio en la clase gobernante. En estos círculos consideran la mala fama política y jurídica un hecho a fin de cuentas intrascendente al depender de una entelequia, la memoria de los pueblos, y de un imposible: la retención de los hechos muy notorios más allá de un tiempo mínimo. En el futuro —ésta es la moraleja— todos los escándalos tendrán derecho a hospedarse en la memoria durante 15 minutos, no más.

* * *

El acervo de autoridad moral de un político nunca ha sido un tema en verdad significativo. A lo largo de la era del PRI (1929-2000) sólo un escándalo mayúsculo precipita la caída de un gobernador, un líder sindical, un senador o diputado, un magistrado. En tanto técnica, el cinismo es la risa que se burla a un tiempo de las pretensiones de la impunidad (la metamorfosis: “Esa mañana el gobernador Gregorio X despertó y se vio convertido en una persona irreprochable”) y de la protesta en nombre de la justicia, algo sintetizable por la burla con el nombre de una pulquería: “El triunfo de me estoy riendo”. El corolario está a la vista; en rigor, la ética o la moral, son alucinaciones de la debilidad de los opositores, la única moral que se percibe es concedida por el sistema, así de abstracto el tema y si se quiere que se le atienda necesita del sello presidencial.

De hecho, en la era del PRI el término autoridad moral no se toma en cuenta, ¿para qué? El poder no requiere de adjetivos. En el filme La Zandunga, una y otra vez el alcalde de Tehuantepec (el magnífico Joaquín Pardavé) blande el bastón de mando y grita: “A callar, yo soy la autoridad”. ¿Se requieren imágenes más justas?

Sólo la derrota del PRI le abre espacio al concepto autoridad moral, al principio una intrusión de la retórica en los terrenos de la real politik, y luego, la idea que cobra fuerza y sentido ante el atropello múltiple de la clase gobernante y el saqueo desconsiderado uno de cuyos nombres es Vicente Fox, hoy malamente defendido por un puñado de sus guardaespaldas verbales, que ven inocencia y chismes donde hay perfidia cerril. El deseo de impunidad de seres tan portentosamente elementales como Fox, Marta Sahagún y los empresarios y políticos de este tiempo, impulsa la fortuna y la necesidad del término autoridad moral.

* * *

¿Qué es a fin de cuentas la autoridad moral si no la aspiración de reglas de un gobierno alterno, así sean las normas ideales de la sociedad civil? Sin que se precise, porque el asunto es abstracto y concreto a la vez, la autoridad moral es el sello de garantía de la opinión pública, la expresión que habla de la realidad opuesta a las decisiones de la clase gobernante que califica a la realidad de rumor no verificado.

A lo más que se llega en la era del PRI es al juicio virtual: “Fulano tiene fama de corrupto” es decir, “Fulano tiene fama que sus acciones delincuenciales no le quitan lo exitoso y lo intocable”. Sin más, hablar de “tiene fama de...” es lamentar la impunidad. La exhibición de las fortunas certificaba el éxito, y esto desvanecía “los pecados del mundo”. El ex presidente Emilio Portes Gil lanza en la década de 1940 la frase: “Cada gobierno arroja su tamalada de millonarios”, y esto más que una sentencia en la pared equivale a la corona de laureles: “A mí que no me den, pónganme donde hay”, es decir, “ustedes sostengan la impunidad que yo voy y cobro mi quincena”.

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La salida —muy a medias, como se ha visto— del PRI de Los Pinos, antiguo sinónimo del presidencialismo, intensifica la exigencia de autoridad moral ante el conjunto de hechos, situaciones, casos y revelaciones de la ilegalidad, que parecen no concluir ni aminorar jamás y que hoy sostienen numerosas oportunidades por el PRI y el PAN, vueltos una sola entidad de acciones de ocultamiento.

Revísese una lista parcial de victorias de lo impune: Fobaproa, IPAB, El Divino Isidoro Rodríguez, Carlos Cabal Peniche, Mario Marín, Ulises Ruiz, los gobernadores acusados de su colusión con el narcotráfico, los funcionarios panistas acusados de actos corruptos que reaparecen en la siguiente administración (Dios protege a los suyos), etcétera, etcétera. Y el cinismo si no la desvergüenza (ese cinismo que no pretende el sentido del humor), formula en los hechos una pregunta: “¿Cómo quieren seguir en política los que en verdad posean autoridad moral?”.

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Véase el “expediente” de la Suprema Corte de Justicia. En el siglo XX es sinónimo de la comparsa del poder presidencial. Todo a la orden:

El presidente de la Suprema acepta de inmediato acompañar en todos sus viajes internacionales al Presidente de la República y, si se requiere, canta sus alabanzas, y si no se requiere también.

Sin tregua, la Suprema deja que se acumule el polvo de los siglos (casi literalmente) sobre los expedientes de las denuncias de, digamos, ejidatarios y pequeños propietarios despojados, y sus fallos se producen siempre en contra de los demandantes, no sólo por la corrupción de los ministros (Dios me libre de eliminar la sospecha), sino porque esa es la función de la Corte, acrecentar el infortunio de los débiles.

En los regímenes de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, la Suprema alcanza el cielo de su desfachatez y protege y bendice las represiones y los “juicios” que transforman la inocencia probada en prisión a mediano o largo plazo. Por ejemplo, a los dirigentes ferrocarrileros, acusados en 1959 de “disolución social”, se les encarcela durante 11 años y medio.

Las sentencias ignominiosas de la Suprema se suceden ritualmente, y nada acontece porque: a) los artículos en la prensa marginal y las protestas de la izquierda ni se ven ni oyen, y b) porque las instituciones no están allí para aplaudir (si algo no levita es el prestigio de la Suprema), sino para convertir la mediocridad, la corrupción y la estulticia en monumentos virtuales. No hay autoridad moral pero esta República no la necesita. ¡Ah, el Poder Judicial!

Sin embargo, en el caso de Mario Marín, cuatro ministros se oponen a la impunidad, y este precedente importa sobremanera.

Escritor