Carlos Monsiváis
El spot es, desde siempre, el instrumento del diálogo de los gobernantes con el pueblo. Por ejemplo, el emperador Agustín de Iturbide, antes de verse ungido con la corona que resultó chafa, lanzó una campaña por ese antecedente de la radio que eran los compadres (15 de septiembre de 1821). Un spot de entonces: “Sólo los adictos al pulque light votan por la República, los verdaderos catadores del neutle votan por un general buen mozo y triunfal al que se le conoce en palacios y rancherías como el próximo emperador”.
—Hay que distinguir entre fines y objetivos. Los fines se logran por completo en el momento en que se llega al poder; los objetivos son la parte ínfima de los fines que uno exalta en público y que no estaría mal que alguna vez se lograran.
—La seguridad pública es un bien tan escaso que no hay que desperdiciarlo ejerciéndolo.
—Ganar la batalla no significa cambiar positivamente la situación. Esto último es una meta ridícula. Ganar la batalla sólo quiere decir que independientemente del resultado, el gobierno siempre gana la batalla.
—Yo desde niño conocí la pobreza, porque para llegar a mi colegio debíamos pasar por tres o cuatro escuelas públicas.
—Como yo leo para distraerme, me distraigo si leo (por eso, mi secretario me hace resúmenes de los resúmenes de los libros de moda).
—Lo que dificulta la integración con Estados Unidos es el pésimo inglés que hablan muchos norteamericanos.
—Un verdadero narcisista no se fija en sus rasgos, azar de la genética, sino en la calidad del espejo, gracia del gusto personal y familiar.
—El tipo ese mal vestido me quiso abordar a la salida de la secretaría y lo atajé con brusquedad: “Búsqueme mañana en el club”. Y quien no sabe a qué club voy no tiene derecho a hablar conmigo.
—Un día me llamó mi padre a su fábrica y luego de explicarme algún ínfimo trabajo de oficina me dijo: “Merécete la herencia”. Le contesté: “Merécete al heredero”. Desde ese día fuimos socios.
—No sé si aún procede llamarle a México “nación”. ¿No sería mejor decirle empresa? Así, por ley, al obsoleto civismo lo sustituiría la productividad.
—Falso que los de la clase gobernante seamos racistas. Los racistas son los indios y los nacos y la plebe y el infelizaje, que prefieren fracasar con tal de no tratarnos.
—Los pobres nunca serán modernos. Se comunican por anécdotas, no por estadísticas.
—El único inconveniente de la familia es que ya no se le puede privatizar.
—Para que una idea funcione, debe ir a remolque de las cifras.
—No hay duda respecto a qué fue primero. Fue el huevo; la gallina es sólo el dispositivo técnico dentro del huevo que produce más huevos.
—Sencillez no es tratar a los demás de igual a igual. Sencillez es darle a los demás la oportunidad de que te traten... eso sí, con reverencia.
—Un secretario de Estado con menos de mil asesores es como una pelea de campeonato sin público.
—Mi definición de fracasado: aquel que confía en sus propios méritos para hacerla.
—En mi familia hay un lema: “Resígnate al éxito. Va con el apellido”.
El spot es, desde siempre, el instrumento del diálogo de los gobernantes con el pueblo. Por ejemplo, el emperador Agustín de Iturbide, antes de verse ungido con la corona que resultó chafa, lanzó una campaña por ese antecedente de la radio que eran los compadres (15 de septiembre de 1821). Un spot de entonces: “Sólo los adictos al pulque light votan por la República, los verdaderos catadores del neutle votan por un general buen mozo y triunfal al que se le conoce en palacios y rancherías como el próximo emperador”.
—Hay que distinguir entre fines y objetivos. Los fines se logran por completo en el momento en que se llega al poder; los objetivos son la parte ínfima de los fines que uno exalta en público y que no estaría mal que alguna vez se lograran.
—La seguridad pública es un bien tan escaso que no hay que desperdiciarlo ejerciéndolo.
—Ganar la batalla no significa cambiar positivamente la situación. Esto último es una meta ridícula. Ganar la batalla sólo quiere decir que independientemente del resultado, el gobierno siempre gana la batalla.
—Yo desde niño conocí la pobreza, porque para llegar a mi colegio debíamos pasar por tres o cuatro escuelas públicas.
—Como yo leo para distraerme, me distraigo si leo (por eso, mi secretario me hace resúmenes de los resúmenes de los libros de moda).
—Lo que dificulta la integración con Estados Unidos es el pésimo inglés que hablan muchos norteamericanos.
—Un verdadero narcisista no se fija en sus rasgos, azar de la genética, sino en la calidad del espejo, gracia del gusto personal y familiar.
—El tipo ese mal vestido me quiso abordar a la salida de la secretaría y lo atajé con brusquedad: “Búsqueme mañana en el club”. Y quien no sabe a qué club voy no tiene derecho a hablar conmigo.
—Un día me llamó mi padre a su fábrica y luego de explicarme algún ínfimo trabajo de oficina me dijo: “Merécete la herencia”. Le contesté: “Merécete al heredero”. Desde ese día fuimos socios.
—No sé si aún procede llamarle a México “nación”. ¿No sería mejor decirle empresa? Así, por ley, al obsoleto civismo lo sustituiría la productividad.
—Falso que los de la clase gobernante seamos racistas. Los racistas son los indios y los nacos y la plebe y el infelizaje, que prefieren fracasar con tal de no tratarnos.
—Los pobres nunca serán modernos. Se comunican por anécdotas, no por estadísticas.
—El único inconveniente de la familia es que ya no se le puede privatizar.
—Para que una idea funcione, debe ir a remolque de las cifras.
—No hay duda respecto a qué fue primero. Fue el huevo; la gallina es sólo el dispositivo técnico dentro del huevo que produce más huevos.
—Sencillez no es tratar a los demás de igual a igual. Sencillez es darle a los demás la oportunidad de que te traten... eso sí, con reverencia.
—Un secretario de Estado con menos de mil asesores es como una pelea de campeonato sin público.
—Mi definición de fracasado: aquel que confía en sus propios méritos para hacerla.
—En mi familia hay un lema: “Resígnate al éxito. Va con el apellido”.
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