ÍNDICE POLÍTICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
NO HACE FALTA que el padre de un niño secuestrado y posteriormente asesinado pida que renuncien quienes evidentemente no pueden con la responsabilidad máxima del Estado: la seguridad. Y no hace falta porque todos aquellos a quienes en este Siglo se les ha encomendado –o han usurpado-- "el monopolio de la fuerza legítima", ya han renunciado a ejercer gobierno, entendido éste no como el aparato burocrático, sino como la capacidad de ordenar, regular y, en su caso, reprimir para conseguir el clima propicio para el desarrollo de los habitantes.
Apremiados por pruritos legitimadores, han sido omisos en sus mínimas obligaciones. No gobiernan, nada más aparentan. No ejercen, sólo presumen. Y eso sí, posan para las cámaras, y engolan la voz ante los micrófonos. Nada más.
Por tal es que el país sobrevive hoy a duras penas en la ingobernabilidad absoluta, de la cual se benefician por supuesto los factores reales de poder. Ya no sólo los económicos que rebosan jauja ante la inacción o a veces hasta por la complicidad de los administradores públicos, también, claro, los delincuenciales que se desternillan de risa ante reunioncitas, cumbres borrascosas o encuentros de los que resultan "compromisos" que nadie los obligará a cumplir.
Sin Estado, porque sus responsables ya renunciaron a cumplir sus obligaciones, pareciera que regresamos a aquello que los teóricos denominan "el estado natural del hombre". Nos dirigimos al primitivismo, pues los ciudadanos tenemos planteado a diario esa dura disyuntiva de la violencia desatada en todas sus elaboradas formas, aguardándonos a cada momento, y determinando a cada paso nuestras conductas y formas de vida con toda una gama de estrategias para tratar de impedir sus fatales posibles consecuencias.
Cada quien que se defienda como pueda. Los responsables del Estado mexicano ya renunciaron a sus obligaciones.
A quienes han sufrido en carne propia el asalto, el robo, el saqueo, el maltrato, la violación, e incluso el asesinato a sangre fría de algún familiar próximo --y una gran mayoría de los mexicanos caemos en alguna de esas categorías--, no nos queda otro remedio que buscar las formas y maneras de protestar contra quienes tienen como primer deber el de la seguridad ciudadana.
Mucha gente joven y preparada, desesperados por la inacción gubernamental, en este y otros sentidos, se han lanzado a la aventura de emigrar del país. Lo hacen quienes pueden, y hasta el momento quienes disponen de alguna holgura económica para viajar, sumándose así a los cientos de miles que año con año abandonan el terruño por razones económicas, que también en esto hay violencia.
"Si piensan que la vara es muy alta y no pueden, renuncien. No sigan recibiendo un sueldo sin hacer nada; eso también es corrupción", dijo el padre del niño secuestrado y asesinado.
Demasiado tarde. Felipe Calderón, sus empleados en seguridad pública, procuración y administración de justicia, los gobernadores, senadores, diputados, alcaldes, todos ya renunciaron.
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