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05 mayo 2008

De la promesa como el don de gobierno

Carlos Monsiváis

¿Quién confía en los discursos, las promesas, los diagnósticos de los gobiernos? En las respuestas intervienen la incredu-lidad, el rechazo sarcástico, la crítica detallada, y, en el menos desvalido de los casos, la incertidumbre, la que, digamos, circunda el caudal de promesas del gobierno de Felipe Calderón, por ejemplo en torno de la reforma energética. Casi de inmediato, al declararse el régimen “no es una privatización”, el sistema de ecos descifra: “Se trata de la privatización”, y esto al margen de las intenciones estrictas. Tanto tiempo de hablar y no ser creído da como resultado la anulación de las palabras. “El discurso del emperador”.

¿Qué se hace cuando, por ejemplo, en el artículo cuarto de la iniciativa de reforma a la Ley Reglamentaria del artículo 27 constitucional se “deslizan” cambios de “aguas profundas”: “Las personas que pretendan realizar las actividades o prestar los servicios a que se refieren los párrafos anteriores (transporte, almacenamiento y distribución de gas, así como servicios de refinación de petróleo), podrán construir, operar y ser propietarios de ductos, instalaciones y equipos en los términos de las disposiciones reglamentarias, técnicas y de regulación que se expidan”. Tienen razón los que dicen que si se aprueban las reformas, los empresarios beneficiados con contratos “se ganarán la lotería”.

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El presidente Calderón no se detiene en materia de promesas. Si entra el dinero de las compras, el Estado, que no lo ha hecho hasta ahora por las tonterías de la tesis de la soberanía, “podrá garantizar plenamente el acceso a la educación de calidad y a la plena cobertura de salud de todos los mexicanos […] más escuelas, más medicinas, clínicas, hospitales, caminos, carreteras, puentes, agua potable, drenaje, electricidad, vivienda […], tendríamos recursos necesarios para crear preparatorias y universidades, a fin de que ningún joven mexicano se quede sin estudiar una carrera técnica o profesional por falta de oportunidades.

Sí es posible que el petróleo siga siendo una palanca de prosperidad que nos permita superar definitivamente la pobreza y garantizar la educación y la salud de todos los mexicanos” (ver el excelente resumen de esta etapa discursiva en “Reforma de Pemex: ¿debate somero en aguas profundas”, Carta Política Mexicana, 25 de abril de 2008).

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Jauja. La Tierra de Oz. El Shangri-La donde los hidrocarburos nunca envejecen, la Fantasyland donde los cocodrilos persiguen a las metáforas, la nación que tanto había esperado la nación, la prosperidad a la vuelta de la esquina. “¿Quién, se argumenta en Carta de Política Mexicana, que no sea un enemigo declarado de la prosperidad nacional, podría objetar un paquete de reformas que socializan las ganancias de Pemex a través de los bonos de a 100 pesitos?” Y concluye la Carta: “A pesar del despliegue mass mediático del gobierno —o gracias a él— y de la insistencia que de pertinaz se ha vuelto sospechoso, de que Pemex no se privatiza, Felipe Calderón y sus creativos no han conseguido que la opinión pública deje de leer —casi en forma automática— privatización donde dice flexibilidad o apertura”.

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Fábula de la Mula Arisca. ¿De cuántas promesas está hecha la sordera colectiva? Le fío al azar de la memoria algunas promesas inolvidables: el presidente Salinas de Gortari elogia los milagros de su programa de Solidaridad y lanza el desafío: “Nadie podrá decir, de ahora en delante, que hay un solo mexicano olvidado en México”; el presidente José López Portillo sentencia: “Preparémonos para administrar la abundancia”; el presidente Luis Echeverría inaugura su “apertura democrática” en lo más exhaustivo de su “guerra sucia”; el presidente Miguel de la Madrid anuncia el debut de la renovación moral; el presidente Ernesto Zedillo, a lo largo de su sexenio, le pide sacrificios al pueblo garantizándole que gracias a ello sus hijos vivirán mejor.

Vicente Fox extiende la síntesis y la vuelve profecía: “El siglo XX fue un siglo perdido para México. Ahora con nosotros comienza la democracia y la prosperidad”. Así será aunque nunca así fue. La promesa de los políticos no es sólo una táctica dilatoria o una gana de ganar tiempo haciéndoselo perder a los oyentes y televidentes (nadie lee nunca los discursos); las promesas son el gobierno auténtico, que se verifica y crece en las palabras, el verdadero suelo del crecimiento, allí en las palabras se plantan 250 millones de arbolitos, se recupera el empleo a cheque agigantado, se reforesta y descontamina al planeta, se hace justicia en los casos (mínimos) en que todavía no se ha hecho. Las promesas, el dique contra la polarización, el nacimiento del Génesis.

“Poder que no se comparte, emociona”

Exhumación de algunos aforismos a modo de promesas:

—En el futuro, todo presidente de la República tendrá derecho a 15 minutos de fama.

—Un buen gobernante es aquel que no da en qué pensar y de allí la gratitud de sus conciudadanos que prefieren ocupar su tiempo en cosas placenteras.

—A los gobernantes les toca ser la línea más corta entre un problema y su eternización.

—Se llama “carisma” al conjunto de cualidades desplegadas durante una campaña electoral, y “desencanto” a las consecuencias del carisma ya en funciones de gobierno.

—Su mirada traspasaba las conciencias, pero no le remitía la información obtenida al cerebro.

—¿Cómo se distingue con rapidez a un candidato sin recursos mercadotécnicos ni altos presupuestos de campaña? En que conoce a cada uno de sus votantes posibles por su nombre. Vaya que no es difícil memorizar los datos de seis personas. Ahora que si es un candidato populista sus votantes carecen de toda identidad.

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