Por: Gerardo Fernández Casanova
Con toda franqueza y humildad me pregunto ¿Hasta cuánto sufrimiento hace falta acumular para que se convenzan de la perversidad del neoliberalismo? ¿Cuánta miseria y cuánta hambre se necesitan para que los privilegiados del dinero se percaten de que están paleando su propia tumba? ¿Es que, acaso, suponen que la liga se puede estirar indefinidamente? ¿Serán tan estúpidos que se toman en serio sus mentiras? Me parece que la respuesta muestra una explosiva combinación de perversidad y estupidez. Perversidad por la definición dogmática de que los pobres son prescindibles y que, por tanto, deben desaparecer, sea por hambre o por guerra. Estupidez, por la suposición de que los pobres van a seguir soportando indefinidamente la miseria y el sufrimiento.
El pasado lunes, con lujo de cinismo y en cadena nacional, el que usurpó la presidencia de México presentó su plan emergente para hacer frente a la crisis alimentaria, brillantemente sustentada en la eliminación total de aranceles a la importación de maíz, arroz, trigo, sorgo y pasta de soya, para que sea la competencia en el mercado la que se haga cargo de que los precios se reduzcan. ¡Qué ignorancia! La más elemental lección de economía dice que, en condiciones de escasez, el mercado es dominado por la oferta y no se registra competencia entre oferentes, en tanto que ésta se da entre los demandantes para asegurarse el suministro; entonces, abrir la importación de alimentos caros sólo consolida la carestía. Para mayor gravedad del error, las únicas empresas con capacidad para realizar importaciones masivas de granos son, ni más ni menos, que los grandes consorcios internacionales a quienes se les entregó la capacidad de almacenamiento y distribución que anteriormente operaba la CONASUPO, de manera que el fuego se pretende apagar con gasolina. A renglón seguido, la estrategia gubernamental insiste en fincar la reducción de precios en los acuerdos que se establecen con las cadenas de grandes tiendas de autoservicio, indicando que todas ellas ofrecerán canastas de artículos de primera necesidad con descuentos, con lo cual se le hace el caldo gordo a ese sistema comercial que, por cierto, es uno de los culpables del desmantelamiento del sistema productivo y comercial; dicho en otras palabras: el mercado de alimentos es para los monopolios: el dueño de MASECA estará compitiendo con Slim en el campeonato de millonarios.
Para lavar la cara y darse baños de caridad cristiana, pero sobre todo para asegurar su clientela electoral, se anuncia un aumento de $180 mensuales en la dotación a los 5 millones de familias en pobreza extrema del programa Oportunidades, que ahora se llama Para Vivir Mejor (¿?¿?) con lo que podrán absorber el impacto de los incrementos y mantener su condición de jodidos. ¡Qué burla! Los otros 10 millones de familias pobres tendrán que rascarse con sus uñas o acelerar su caída a la pobreza extrema para acceder a las limosnas del régimen, más aún cuando las remesas de los parientes migrantes se están viendo reducidas por la crisis. Hay que recordar que estos programas, inaugurados por la Solidaridad salinista y diseñados por el Banco Mundial para desalentar la protesta ante los agravios del modelo neoliberal, nunca podrán convertirse en una solución eficaz al problema de la pobreza.
El plan emergente incluye algunas medidas de apoyo al campo en materia de irrigación, crédito, importación de fertilizantes y agroquímicos, los que podrán ser aprovechados por las empresas del agronegocio, pero no se atiende, ni remotamente, a la producción campesina, que es la más afectada y la que representa la alternativa de la producción de alimentos para el consumo interno. Habrá que reconocer un acierto en la decisión de constituir una reserva de medio millón de toneladas de maíz, dentro del esquema de los centros comunitarios de abasto de DICONSA. Por lo demás, el estridente plan de emergencia no es más que pura demagogia destinada a engañar a quien se deje.
La crisis alimentaria es de veras seria y reclama decisiones de fondo, que atiendan a la solución de sus causas. El origen de la crisis está en la pérdida de la soberanía alimentaria de las naciones, México en primerísimo lugar, impuesta por la globalización y el libre mercado. Es un clamor mundial el rechazo a la mercantilización perversa del sustento vital. La solución está en la ya añeja propuesta de la Vía Campesina, por la que se privilegia la relación directa entre la tierra y el hombre o mujer que la trabaja, con la comprometida intervención del estado para adecuar la oferta campesina con la demanda urbana, mediante un esquema justo de subsidio en protección de ambas puntas de la cadena alimentaria. Es indispensable recuperar la iniciativa histórica del campesino y, con ello, la suficiencia de la producción y la seguridad alimentaria. La opción mercantilista, con la severa crisis que hoy se vive, ya demostró su ineficacia y su perversidad; es preciso abandonarla ya.
Parafraseando a Bill Clinton: ¡Es el neoliberalismo, estúpido!
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Con toda franqueza y humildad me pregunto ¿Hasta cuánto sufrimiento hace falta acumular para que se convenzan de la perversidad del neoliberalismo? ¿Cuánta miseria y cuánta hambre se necesitan para que los privilegiados del dinero se percaten de que están paleando su propia tumba? ¿Es que, acaso, suponen que la liga se puede estirar indefinidamente? ¿Serán tan estúpidos que se toman en serio sus mentiras? Me parece que la respuesta muestra una explosiva combinación de perversidad y estupidez. Perversidad por la definición dogmática de que los pobres son prescindibles y que, por tanto, deben desaparecer, sea por hambre o por guerra. Estupidez, por la suposición de que los pobres van a seguir soportando indefinidamente la miseria y el sufrimiento.
El pasado lunes, con lujo de cinismo y en cadena nacional, el que usurpó la presidencia de México presentó su plan emergente para hacer frente a la crisis alimentaria, brillantemente sustentada en la eliminación total de aranceles a la importación de maíz, arroz, trigo, sorgo y pasta de soya, para que sea la competencia en el mercado la que se haga cargo de que los precios se reduzcan. ¡Qué ignorancia! La más elemental lección de economía dice que, en condiciones de escasez, el mercado es dominado por la oferta y no se registra competencia entre oferentes, en tanto que ésta se da entre los demandantes para asegurarse el suministro; entonces, abrir la importación de alimentos caros sólo consolida la carestía. Para mayor gravedad del error, las únicas empresas con capacidad para realizar importaciones masivas de granos son, ni más ni menos, que los grandes consorcios internacionales a quienes se les entregó la capacidad de almacenamiento y distribución que anteriormente operaba la CONASUPO, de manera que el fuego se pretende apagar con gasolina. A renglón seguido, la estrategia gubernamental insiste en fincar la reducción de precios en los acuerdos que se establecen con las cadenas de grandes tiendas de autoservicio, indicando que todas ellas ofrecerán canastas de artículos de primera necesidad con descuentos, con lo cual se le hace el caldo gordo a ese sistema comercial que, por cierto, es uno de los culpables del desmantelamiento del sistema productivo y comercial; dicho en otras palabras: el mercado de alimentos es para los monopolios: el dueño de MASECA estará compitiendo con Slim en el campeonato de millonarios.
Para lavar la cara y darse baños de caridad cristiana, pero sobre todo para asegurar su clientela electoral, se anuncia un aumento de $180 mensuales en la dotación a los 5 millones de familias en pobreza extrema del programa Oportunidades, que ahora se llama Para Vivir Mejor (¿?¿?) con lo que podrán absorber el impacto de los incrementos y mantener su condición de jodidos. ¡Qué burla! Los otros 10 millones de familias pobres tendrán que rascarse con sus uñas o acelerar su caída a la pobreza extrema para acceder a las limosnas del régimen, más aún cuando las remesas de los parientes migrantes se están viendo reducidas por la crisis. Hay que recordar que estos programas, inaugurados por la Solidaridad salinista y diseñados por el Banco Mundial para desalentar la protesta ante los agravios del modelo neoliberal, nunca podrán convertirse en una solución eficaz al problema de la pobreza.
El plan emergente incluye algunas medidas de apoyo al campo en materia de irrigación, crédito, importación de fertilizantes y agroquímicos, los que podrán ser aprovechados por las empresas del agronegocio, pero no se atiende, ni remotamente, a la producción campesina, que es la más afectada y la que representa la alternativa de la producción de alimentos para el consumo interno. Habrá que reconocer un acierto en la decisión de constituir una reserva de medio millón de toneladas de maíz, dentro del esquema de los centros comunitarios de abasto de DICONSA. Por lo demás, el estridente plan de emergencia no es más que pura demagogia destinada a engañar a quien se deje.
La crisis alimentaria es de veras seria y reclama decisiones de fondo, que atiendan a la solución de sus causas. El origen de la crisis está en la pérdida de la soberanía alimentaria de las naciones, México en primerísimo lugar, impuesta por la globalización y el libre mercado. Es un clamor mundial el rechazo a la mercantilización perversa del sustento vital. La solución está en la ya añeja propuesta de la Vía Campesina, por la que se privilegia la relación directa entre la tierra y el hombre o mujer que la trabaja, con la comprometida intervención del estado para adecuar la oferta campesina con la demanda urbana, mediante un esquema justo de subsidio en protección de ambas puntas de la cadena alimentaria. Es indispensable recuperar la iniciativa histórica del campesino y, con ello, la suficiencia de la producción y la seguridad alimentaria. La opción mercantilista, con la severa crisis que hoy se vive, ya demostró su ineficacia y su perversidad; es preciso abandonarla ya.
Parafraseando a Bill Clinton: ¡Es el neoliberalismo, estúpido!
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