Julio Pomar (especial para ARGENPRESS.info)
El debate energético lo están ganando holgadamente los nacionalistas que se oponen a la privatización de Pemex, los que también propugnan la modernización racional de la gran empresa del petróleo mexicano. Lo han estado logrando durante las varias sesiones realizadas, con verdadera enjundia argumental, rigor conceptual y nacionalismo realista. No ha habido una sola aportación realmente importante de los cipayos que plantean que industria y renta petrolera pasen a manos privadas, que inevitablemente tendrían que ser extranjeras, y también inevitablemente, de las rapiñosas trasnacionales del ramo. Además, como que en el ambiente senatorial, donde se realiza el debate, los privatizantes se inhiben y no se abren de capa: saben que su postura es antinacional y antipopular. Dan toda la apariencia de privatizadores “de closet”.
Pero eso no les hace cantar victoria a los defensores de la mexicanidad y la estatalidad de Pemex. Saben que Calderón Hinojosa hace cuentas alegres del “triunfo” de su tirada privatizante para poder quedar bien con sus amos nativos y extranjeros, o sea, los 39 ricos-muy-ricos-muy-ricos mexicanos y las trasnacionales petroleras, muchísimo más ricas que los cresos nativos. Y que eso para Calderón es un compromiso cerrado desde antes que fuera secretario de Energía del desastrado Fox, en el sexenio pasado. Saben que el panista tiene en las cámaras legislativas un cierto margen de maniobra para alcanzar la mayoría una vez que el asunto llegara a pasar a las manos de diputados y senadores, y se pueda operar la privatización, que ya no podrá ser abierta y explícita, esto es, mediante reforma constitucional, sino también “de closet” pero al fin privatización.
Saben que Calderón cuenta con los legisladores panistas que lo apoyan hasta para ir al baño, que son la fracción mayor, pero no mayoritaria, de las bancadas legislativas, y no se advierten excepciones en este campo, pero también que cuenta con renegados priístas que hace tiempo han renunciado a seguir siendo militantes reales del partido histórico que gobernó nacionalistamente a México, mal que bien, durante décadas, y pretenden que esta rancia agrupación sea, cada vez más, una cola deleznable del derechismo vernáculo. A los privatizantes, por añadidura, les ha caído del cielo de la supuesta “modernidad” un aliado más, en los “chuchos” del PRD, quienes so capa de esa modernidad trasiegan en el anquilosado, vetusto y obsoleto fraude electoral pero ahora aplicado al interior del partido negro-amarillo, y se han convertido en la alegría vociferante y majadera de la derecha, que ha dejado atrás aquella “íntima tristeza reaccionaria”, elegante, que cantara el vate nacional cuando la revolución estaba en ebullición y auge. ¡En lo que vinieron a parar los nomenklaturistas y burócratas del PRD por el solo oponerse a la jefatura moral y popular indiscutible y democráticamente explosiva de López Obrador, obnubilados con una visión aldeana o de campanario, y de su sacrosanto y mediocre “derecho a la sopa”!
Lo que venga después del debate está sometido a análisis, ya que el resultado del encuentro de opiniones, hasta hoy ampliamente a favor de los enfoques nacionalistas, no es “vinculante”, diría un jurista, no supone obligatoriedad. Ya se apuran a señalar, entonces, que la solución del diferendo deberá darse en las cámaras. Pero si ese no es el camino para los intereses de México y si no ha de resolverse en los acuerdos “en lo oscurito” de las bancadas, analizan algunos, deberá hacerse mediante una “consulta popular” (en México no existe el referéndum para el sí o el no privatizar, ni el plebiscito para escoger entre varias opciones) que está prevista en la Constitución como predicado general, pero que no está, como otros preceptos de la Ley Mayor, organizada para hacerla viable, en lo concreto. Es este el camino que debía seguirse, dicen, y añaden (oh, sueños mariguanos) que Calderón se cubriría de gloria histórica si aplazara su ambición privatizante y enviara a las cámaras una reforma que, o aterrizara la Consulta Popular, o creara las figuras del referéndum y el plebiscito, para que se manifestara de manera clara la voluntad general y se fortaleciera la soberanía que radica en el pueblo según el artículo 39 constitucional.
Hasta hoy no parece sino que el camino de oponerse a la privatización petrolera está en las calles, en la convocatoria de las brigadas populares en defensa del petróleo, en una suerte de super alzamiento cívico mayor a favor de la Nación. No parece, hasta hoy, que haya otra opción. Pues este camino es el que dio por resultado el actual debate en el Senado. A golpes de convocatoria popular el debate se hizo posible, y se derrotó al albazo legislativo, con la frustración y la rabia de los urgidos cipayos. Toda la derecha y muchos débiles de carácter, autotitulados “demócratas modernos”, ignoramus causa, se escandalizaron hasta la histeria ante la toma de las tribunas legislativas por diputados y senadores defensores de la soberanía, pero este acto intrépido, no preceptuado en la ley procesal, fue el que impidió el letal “fast track” que intentaba el calderonismo para realizarse a fines del abril pasado. Como si se tratara de un asunto menor, lo quisieron pasar de contrabando en la complicidad entre cúpulas de las bancadas, tal como lo hicieron con el Fobaproa de Zedillo, que tiene endeudadas a más de diez generaciones de mexicanos desde 1994. Con la agravante que esta ya no sería una deuda a pagar, sino una confiscación brutal de la riqueza de todos los mexicanos, un despojo tan descomunal, o más, que el robo en 1847-48 por Estados Unidos de la mitad del territorio mexicano de ese tiempo. Despojo petrolero que dejaría a México en la indigencia más vil como país.
No está claro aún el camino a seguir. Las vociferaciones mediáticas del duopolio televisivo y de la prensa y radio dóciles al poder derechista, necean tercamente en que es populismo total el pretender que siga siendo nacional la riqueza nacional. Pues si esto es así, es evidente que habremos muchos, en catarata incontenible, que nos declaremos populistas irredentos, sin más, con tal de vencer en la más grande puja histórica que haya tenido México en todo su trayecto como nación.
El debate energético lo están ganando holgadamente los nacionalistas que se oponen a la privatización de Pemex, los que también propugnan la modernización racional de la gran empresa del petróleo mexicano. Lo han estado logrando durante las varias sesiones realizadas, con verdadera enjundia argumental, rigor conceptual y nacionalismo realista. No ha habido una sola aportación realmente importante de los cipayos que plantean que industria y renta petrolera pasen a manos privadas, que inevitablemente tendrían que ser extranjeras, y también inevitablemente, de las rapiñosas trasnacionales del ramo. Además, como que en el ambiente senatorial, donde se realiza el debate, los privatizantes se inhiben y no se abren de capa: saben que su postura es antinacional y antipopular. Dan toda la apariencia de privatizadores “de closet”.
Pero eso no les hace cantar victoria a los defensores de la mexicanidad y la estatalidad de Pemex. Saben que Calderón Hinojosa hace cuentas alegres del “triunfo” de su tirada privatizante para poder quedar bien con sus amos nativos y extranjeros, o sea, los 39 ricos-muy-ricos-muy-ricos mexicanos y las trasnacionales petroleras, muchísimo más ricas que los cresos nativos. Y que eso para Calderón es un compromiso cerrado desde antes que fuera secretario de Energía del desastrado Fox, en el sexenio pasado. Saben que el panista tiene en las cámaras legislativas un cierto margen de maniobra para alcanzar la mayoría una vez que el asunto llegara a pasar a las manos de diputados y senadores, y se pueda operar la privatización, que ya no podrá ser abierta y explícita, esto es, mediante reforma constitucional, sino también “de closet” pero al fin privatización.
Saben que Calderón cuenta con los legisladores panistas que lo apoyan hasta para ir al baño, que son la fracción mayor, pero no mayoritaria, de las bancadas legislativas, y no se advierten excepciones en este campo, pero también que cuenta con renegados priístas que hace tiempo han renunciado a seguir siendo militantes reales del partido histórico que gobernó nacionalistamente a México, mal que bien, durante décadas, y pretenden que esta rancia agrupación sea, cada vez más, una cola deleznable del derechismo vernáculo. A los privatizantes, por añadidura, les ha caído del cielo de la supuesta “modernidad” un aliado más, en los “chuchos” del PRD, quienes so capa de esa modernidad trasiegan en el anquilosado, vetusto y obsoleto fraude electoral pero ahora aplicado al interior del partido negro-amarillo, y se han convertido en la alegría vociferante y majadera de la derecha, que ha dejado atrás aquella “íntima tristeza reaccionaria”, elegante, que cantara el vate nacional cuando la revolución estaba en ebullición y auge. ¡En lo que vinieron a parar los nomenklaturistas y burócratas del PRD por el solo oponerse a la jefatura moral y popular indiscutible y democráticamente explosiva de López Obrador, obnubilados con una visión aldeana o de campanario, y de su sacrosanto y mediocre “derecho a la sopa”!
Lo que venga después del debate está sometido a análisis, ya que el resultado del encuentro de opiniones, hasta hoy ampliamente a favor de los enfoques nacionalistas, no es “vinculante”, diría un jurista, no supone obligatoriedad. Ya se apuran a señalar, entonces, que la solución del diferendo deberá darse en las cámaras. Pero si ese no es el camino para los intereses de México y si no ha de resolverse en los acuerdos “en lo oscurito” de las bancadas, analizan algunos, deberá hacerse mediante una “consulta popular” (en México no existe el referéndum para el sí o el no privatizar, ni el plebiscito para escoger entre varias opciones) que está prevista en la Constitución como predicado general, pero que no está, como otros preceptos de la Ley Mayor, organizada para hacerla viable, en lo concreto. Es este el camino que debía seguirse, dicen, y añaden (oh, sueños mariguanos) que Calderón se cubriría de gloria histórica si aplazara su ambición privatizante y enviara a las cámaras una reforma que, o aterrizara la Consulta Popular, o creara las figuras del referéndum y el plebiscito, para que se manifestara de manera clara la voluntad general y se fortaleciera la soberanía que radica en el pueblo según el artículo 39 constitucional.
Hasta hoy no parece sino que el camino de oponerse a la privatización petrolera está en las calles, en la convocatoria de las brigadas populares en defensa del petróleo, en una suerte de super alzamiento cívico mayor a favor de la Nación. No parece, hasta hoy, que haya otra opción. Pues este camino es el que dio por resultado el actual debate en el Senado. A golpes de convocatoria popular el debate se hizo posible, y se derrotó al albazo legislativo, con la frustración y la rabia de los urgidos cipayos. Toda la derecha y muchos débiles de carácter, autotitulados “demócratas modernos”, ignoramus causa, se escandalizaron hasta la histeria ante la toma de las tribunas legislativas por diputados y senadores defensores de la soberanía, pero este acto intrépido, no preceptuado en la ley procesal, fue el que impidió el letal “fast track” que intentaba el calderonismo para realizarse a fines del abril pasado. Como si se tratara de un asunto menor, lo quisieron pasar de contrabando en la complicidad entre cúpulas de las bancadas, tal como lo hicieron con el Fobaproa de Zedillo, que tiene endeudadas a más de diez generaciones de mexicanos desde 1994. Con la agravante que esta ya no sería una deuda a pagar, sino una confiscación brutal de la riqueza de todos los mexicanos, un despojo tan descomunal, o más, que el robo en 1847-48 por Estados Unidos de la mitad del territorio mexicano de ese tiempo. Despojo petrolero que dejaría a México en la indigencia más vil como país.
No está claro aún el camino a seguir. Las vociferaciones mediáticas del duopolio televisivo y de la prensa y radio dóciles al poder derechista, necean tercamente en que es populismo total el pretender que siga siendo nacional la riqueza nacional. Pues si esto es así, es evidente que habremos muchos, en catarata incontenible, que nos declaremos populistas irredentos, sin más, con tal de vencer en la más grande puja histórica que haya tenido México en todo su trayecto como nación.
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