PUES A LEER SE HA DICHO MIS ESTIMADOS LECTORES, DESTACARÍA QUE EL PEJE SOLITO NADA VA A PODER HACER, A DIFENRECIA DEL MARCOS, ESE FEO QUE DE SEGURO POR ESO SE TAPA LA FACE, EL PEJE SÍ TIENE EL APOYO DEL PUEBLO Y UN CH$%&!@ DE GENTE LO APOYAMOS. ES ESTA LA META: TRANSFORMAR MÉXICO, ASÍ NO MAS.
López Obrador y Marcos
Por José Gil Olmos
Con una diferencia de 12 años, Andrés Manuel López Obrador parece repetir la posibilidad que tuvo en 1994 el subcomandante Marcos, de iniciar la transformación del país, a través de un gran movimiento social. Pero al igual que el líder guerrillero, López Obrador está ante el riesgo de repetir el mismo error: incurrir en un protagonismo excesivo, dejando a un lado la corriente social que acompaña las transformaciones.
En 1994, Marcos sintetizó en la frase famosa “mandar obedeciendo” la idea de que las decisiones del movimiento zapatista y, las propuestas que posteriormente se hicieran como fue la Convención Nacional Democrática (CND) y el Movimiento para la Liberación Nacional, serían colectivas. Algo que no ocurrió así.
El 11 de noviembre de ese año, en el 11 aniversario del surgimiento del EZLN, el propio jefe zapatista intentó hacer un ejercicio de autocrítica, señalando que su protagonismo había afectado de alguna manera el movimiento indígena y que en adelante se repararía esta falla.
Pero no fue así. La naturaleza protagónica de Marcos fue creciendo hasta llegar el momento en que su figura se sobrepuso al movimiento indígena y sus decisiones fueron tomadas al pie de la letra por sus seguidores como dogmas y no como propuestas.
Marcos mostró, además, niveles de intolerancia que rayaban en el fundamentalismo: si no estas conmigo, estas contra mí. Situación que marginó a algunos de los propios zapatistas que se atrevieron a cuestionarlo y de asesores como Octavio Rodríguez Araujo y Antonio García de León, quienes advirtieron el riesgo del desplazamiento que provocaría en el movimiento indígena zapatista el protagonismo del subcomandante.
Contrario a lo que él mismo decía, cada día Marcos imponía su imagen al zapatismo chiapaneco. Era él quien daba las entrevistas, quien encabezaba las grandes concentraciones como la Convención Nacional del 6 de agosto de 1994 en el anfiteatro “Aguascalientes”, que se construyó en los linderos de la Selva Lacandona; quien establecía los contactos con las grandes personalidades, y quien escribía los comunicados dando la línea organizativa a las demás agrupaciones indígenas del país.
Marcos concentró los reflectores y micrófonos que provenían de distintos medios de todo el mundo y pronto su imagen embozada se transformó en el icono de un movimiento colectivo que se quedaba rezagado ante la opinión pública nacional y extranjera. No era lo mismo entrevistar o acordar con Marcos que con Tacho, Moisés, Zevedeo o David.
El subcomandante Marcos rebasó los límites que tiene todo representante de un movimiento colectivo. No era sólo el líder, sino la encarnación misma del movimiento zapatista. Su voz era la única válida y su opinión la única. El lema “mandar obedeciendo” careció entonces de sentido dentro y fuera de las comunidades indígenas, y eso lesionó de muerte al gran movimiento social que no pudo concretar ni una sola de sus propuestas: la CND, el Movimiento para Liberación Nacional, el Frente Zapatista para la Liberación Nacional y “La otra campaña”.
López Obrador podría caer en la misma tentación del protagonismo y la intolerancia y, con ello, echar a perder la propuesta de consolidar el Frente Amplio Progresista (FAP) que fue anunciado apenas el domingo pasado en el seno de la Convención Nacional Democrática que se realizó en el zócalo capitalino.
La propuesta del FAP como una conjunción de organizaciones políticas, sociales y partidistas, que sirva de canal para las propuestas que buscan redefinir el rumbo del país para alcanzar mejores niveles de bienestar social más amplios y dignos, puede funcionar siempre y cuando no se aleje de su naturaleza colectiva. Es decir, que no se concentre en una sola figura, la de López Obrador.
Las voces y las figuras diversas son importantes en todo movimiento político social que pretende transformar un país. Aunque siempre hay figuras preponderantes, no se puede dejar que el peso del todo recaiga en uno solo. La concentración del poder no es benéfica en ningún proyecto social.
Durante la campaña presidencial pasada, López Obrador dio señales de su protagonismo excesivo y de una grave intolerancia, que derivó en que no se cambiara su estrategia electoral en el momento preciso que se requería; esto es, cuando las encuestas mostraron que Felipe Calderón se estaba imponiendo con la ayuda del presidente Fox, los grandes empresarios, la Iglesia católica y Televisa. “El estratega soy yo”, dijo categórico ante las voces que le pidieron considerar.
Hoy, López Obrador tiene en sus manos la posibilidad de manejar con mayor prudencia el FAP y, con ello, impulsar la transformación del país no sólo desde la izquierda, sino desde un conglomerado de agrupaciones sociales y políticas que tienen un objetivo común. El reto es no repetir los mismos errores en los que incurrió él mismo y no repetir la historia de Marcos, quien dejó escurrir de sus manos la posibilidad de ayudar a transformar al país con la ayuda de otras manos.
López Obrador y Marcos
Por José Gil Olmos
Con una diferencia de 12 años, Andrés Manuel López Obrador parece repetir la posibilidad que tuvo en 1994 el subcomandante Marcos, de iniciar la transformación del país, a través de un gran movimiento social. Pero al igual que el líder guerrillero, López Obrador está ante el riesgo de repetir el mismo error: incurrir en un protagonismo excesivo, dejando a un lado la corriente social que acompaña las transformaciones.
En 1994, Marcos sintetizó en la frase famosa “mandar obedeciendo” la idea de que las decisiones del movimiento zapatista y, las propuestas que posteriormente se hicieran como fue la Convención Nacional Democrática (CND) y el Movimiento para la Liberación Nacional, serían colectivas. Algo que no ocurrió así.
El 11 de noviembre de ese año, en el 11 aniversario del surgimiento del EZLN, el propio jefe zapatista intentó hacer un ejercicio de autocrítica, señalando que su protagonismo había afectado de alguna manera el movimiento indígena y que en adelante se repararía esta falla.
Pero no fue así. La naturaleza protagónica de Marcos fue creciendo hasta llegar el momento en que su figura se sobrepuso al movimiento indígena y sus decisiones fueron tomadas al pie de la letra por sus seguidores como dogmas y no como propuestas.
Marcos mostró, además, niveles de intolerancia que rayaban en el fundamentalismo: si no estas conmigo, estas contra mí. Situación que marginó a algunos de los propios zapatistas que se atrevieron a cuestionarlo y de asesores como Octavio Rodríguez Araujo y Antonio García de León, quienes advirtieron el riesgo del desplazamiento que provocaría en el movimiento indígena zapatista el protagonismo del subcomandante.
Contrario a lo que él mismo decía, cada día Marcos imponía su imagen al zapatismo chiapaneco. Era él quien daba las entrevistas, quien encabezaba las grandes concentraciones como la Convención Nacional del 6 de agosto de 1994 en el anfiteatro “Aguascalientes”, que se construyó en los linderos de la Selva Lacandona; quien establecía los contactos con las grandes personalidades, y quien escribía los comunicados dando la línea organizativa a las demás agrupaciones indígenas del país.
Marcos concentró los reflectores y micrófonos que provenían de distintos medios de todo el mundo y pronto su imagen embozada se transformó en el icono de un movimiento colectivo que se quedaba rezagado ante la opinión pública nacional y extranjera. No era lo mismo entrevistar o acordar con Marcos que con Tacho, Moisés, Zevedeo o David.
El subcomandante Marcos rebasó los límites que tiene todo representante de un movimiento colectivo. No era sólo el líder, sino la encarnación misma del movimiento zapatista. Su voz era la única válida y su opinión la única. El lema “mandar obedeciendo” careció entonces de sentido dentro y fuera de las comunidades indígenas, y eso lesionó de muerte al gran movimiento social que no pudo concretar ni una sola de sus propuestas: la CND, el Movimiento para Liberación Nacional, el Frente Zapatista para la Liberación Nacional y “La otra campaña”.
López Obrador podría caer en la misma tentación del protagonismo y la intolerancia y, con ello, echar a perder la propuesta de consolidar el Frente Amplio Progresista (FAP) que fue anunciado apenas el domingo pasado en el seno de la Convención Nacional Democrática que se realizó en el zócalo capitalino.
La propuesta del FAP como una conjunción de organizaciones políticas, sociales y partidistas, que sirva de canal para las propuestas que buscan redefinir el rumbo del país para alcanzar mejores niveles de bienestar social más amplios y dignos, puede funcionar siempre y cuando no se aleje de su naturaleza colectiva. Es decir, que no se concentre en una sola figura, la de López Obrador.
Las voces y las figuras diversas son importantes en todo movimiento político social que pretende transformar un país. Aunque siempre hay figuras preponderantes, no se puede dejar que el peso del todo recaiga en uno solo. La concentración del poder no es benéfica en ningún proyecto social.
Durante la campaña presidencial pasada, López Obrador dio señales de su protagonismo excesivo y de una grave intolerancia, que derivó en que no se cambiara su estrategia electoral en el momento preciso que se requería; esto es, cuando las encuestas mostraron que Felipe Calderón se estaba imponiendo con la ayuda del presidente Fox, los grandes empresarios, la Iglesia católica y Televisa. “El estratega soy yo”, dijo categórico ante las voces que le pidieron considerar.
Hoy, López Obrador tiene en sus manos la posibilidad de manejar con mayor prudencia el FAP y, con ello, impulsar la transformación del país no sólo desde la izquierda, sino desde un conglomerado de agrupaciones sociales y políticas que tienen un objetivo común. El reto es no repetir los mismos errores en los que incurrió él mismo y no repetir la historia de Marcos, quien dejó escurrir de sus manos la posibilidad de ayudar a transformar al país con la ayuda de otras manos.
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