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01 enero 2007

Lo que ha dejado el 2006

Guillermo Almeyra

La Jornada

El Viejo Topo sigue trabajando. En el mundo, George W. Bush es un "pato malherido" y la aventura medioriental de Estados Unidos ha terminado en un fracaso estruendoso, con la consiguiente repercusión en la relación de fuerzas con el resto del mundo (o sea, con China, Rusia y Europa pero también con países como Cuba, Venezuela, los del Mercosur o Bolivia, que adquirieron mayores márgenes de maniobra en la misma medida en que Washington los perdía). Además, Berlusconi es una sombra grotesca del pasado, al igual que Tony Blair. En América Latina, el gobierno antimperialista de Venezuela se ha reforzado y la oposición ha sufrido duras derrotas, Lula, pese a los agoreros e infantiles de todo tipo, también cuenta con mayor apoyo popular que nunca, y Evo Morales enfrenta con dignidad las presiones hostiles de una oposición secesionista y golpista, pero a la defensiva. En América Latina también ha perdido terreno el dominio imperialista: la derecha en Colombia se debate entre los escándalos y el desarrollo de una izquierda legal reformista, y en México Felipe Calderón y la clásica derecha mexicana, clerical, racista y aliada de Estados Unidos sólo ha podido llegar al gobierno mediante un fraude gigantesco y no ofrece al capital, que lo apoya y lo maneja, ninguna garantía de estabilidad.

En México, en un año muy intenso, se pusieron a prueba, en el campo popular, tres mitos, tres esperanzas: AMLO, el PRD, la otra campaña-EZLN. El primero contaba con los deseos de cambio social de capas mucho más vastas de las que apoyan al PRD, pero subordinó a éste (y a todo) a su triunfo electoral, con el resultado de construir una dirección partidaria y una bancada parlamentaria conformada por restos del clásico PRI, e incapaces de hacer algo diferente de lo que el PRI ha hecho siempre: es decir, conseguir cuotas de poder político y personal dentro del sistema y al servicio del mismo y negociar con el gobierno central amenazando con movimientos de masa, pero ignorando los movimientos sociales reales, las revindicaciones y necesidades de los mismos y tratando de evitar su independencia o la construcción en ellos de direcciones dependientes de sus bases y no del poder estatal, dentro del cual están los partidos. El PRD, por su parte, ganó puestos parlamentarios (y dinero para su burocracia) pero está dando pruebas evidentes ­como siempre, desde su fundación­ de que no es un partido alternativo sino uno de oposición dentro del sistema que lucha por la alternancia esperando ganar posiciones para el año 2012. Votó el presupuesto de Calderón, no presentó ninguna propuesta alternativa y negocia con el gobierno federal, con el PRI y con el PAN, en vez de actuar como minoría rebelde en un terreno ajeno y hostil. El tercio del electorado que buscaba cambiar algo mediante un triunfo del PRD y de AMLO y el 10 o 15 por ciento del mismo que realizó esfuerzos a veces heroicos para asegurar esa victoria probablemente, como en 1988, estarán haciendo un balance de sus ilusiones sobre una dirección política construida para mantener ­y como mucho­ reformar un poco este país, pero que no está preparada para cambiarlo ni tiene la intención de hacerlo, ni tiene confianza en la capacidad, la inteligencia y la movilización de las personas de carne y huso, que cotidianamente luchan en todos los campos, pero a los que sólo ven como votantes una vez cada tantos años. AMLO se desinfló y lo mismo hizo el globo de colores perredista. Los seguirán en el tran-tran político de todos los días e incluso ganarán elecciones parciales, ya que la gente sabe que hay que votar y que otros pueden ser peores. Pero el cheque de la esperanza ­el de las movilizaciones y el de la construcción de la autoconfianza en quienes quieren ser ciudadanos aunque les roben hasta aquélla­ lo despilfarraron, lo quemaron. Otro tanto hicieron el EZLN y la otra campaña, por infantilismo sectario. No comprendieron que una cosa son los millones de personas que esperaban de AMLO y del PRD y otra el caudillo con ínfulas de salvador y su burocracia incapaz y/o corrupta y no fueron capaces de estar con la gente pero separados de AMLO. Quedaron solos, sin poder hacer lo que decían querer y, además, perdiendo fuerzas y dividiéndose ya que a su primitivismo político se unió el verticalismo decisionista de Marcos. Si AMLO no fue a Oaxaca porque esa lucha "desviaba la atención" de su campaña, Marcos tampoco fue en su momento y dijo que no había que mirar hacia Bolivia (o sea, hacia un gobierno indígena y una Asamblea Constituyente impuestos por las movilizaciones populares que posibilitaron el triunfo popular en las elecciones y en las instituciones). El gran legado de 2006 es, en cambio, la experiencia de la comuna de Oaxaca, de la asamblea de asambleas que dio forma a la APPO a partir de una lucha gremial y votando abrumadoramente por el PRD, sin quedarse pegada en el gremialismo ni en el electoralismo. El pluralismo, la horizontalidad, el asambleismo, el carácter indígena y popular del movimiento y las experiencias de construcción de doble poder ­cuerpo de topiles, policía magisterial, bandos de gobierno, ocupación de los medios de comunicación hostiles y envenenadores de la opinión pública­ son adquisiciones imborrables. La represión y el temor reinan hoy en Oaxaca. Pero los cientos de miles mujeres y hombres que se movilizaron y decidieron, y los pueblos indígenas que adquirieron directamente protagonismo, practicaron la autonomía, tomaron municipios y carreteras, discutieron todo y con todos, sin seguir a otros salvadores como AMLO, pero con uniforme de guerrillero, ahí están y seguirán estando y luchando. Ellos son la sal de la tierra, los que pasarán la antorcha testimonio a un movimiento obrero que balbuceó con el diálogo nacional y el programa de Querétaro, pero luego se puso en parte a la sombra de AMLO y ahora deberá enfrentar directamente la política del gobierno federal (y de la Cámara, donde no se sabe qué hará la mayoría del PRD). Hay razones para el optimismo.

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