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02 noviembre 2006

Para que lean un ratito, colaboración de la maestra


DOS MUNDOS.

En una entrevista realizada por Luis Mandoki, José María Pérez Gay pronunció una frase sabia para explicar las expresiones erráticas de Vicente Fox. Dijo: “Los límites del lenguaje de una persona son los límites de su mundo”. Nos queda claro que Jorge Luís Borges no forma parte de su mundo; le son ajenos también conceptos como democracia, honestidad, respeto, legalidad, obligación, derecho, diplomacia, república y justicia social, entre otros. Repite palabras desconociendo el concepto que encierran, como los niños cuando empiezan a hablar. La frivolidad de su lenguaje nos revela el mundo limitado al que pertenece.

En su estudio sobre la génesis del pensamiento y el lenguaje Vigotsky aclara que los símbolos verbales sólo representan o expresan un pensamiento cuando el intelecto es capaz de asociar significado y significante, por lo tanto, hablar no siempre implica que se tenga idea de lo que se está diciendo. Los conceptos encierran el significado total, las palabras, simplemente, el significante. Un niño menor puede asociar la palabra madre a una mujer, pero no podrá comprender lo que significa “la madre patria” hasta que no tenga una noción de la historia. Así, de manera paulatina, los significados van ampliándose hasta llegar al concepto, que aproximadamente se alcanza al término de la adolescencia y ante un crecimiento cultural progresivo. Otro factor decisivo en la comprensión del lenguaje es la implicación afectiva. Comprendemos asociando emociones a los significados. El concepto de pobreza, por ejemplo, tiene un significado más amplio en quien la padece que en quien la imagina.

Leer un discurso elaborado por otro no puede despertar la emoción que se imprime a una idea propia. Vicente Fox leyó infinidad de discursos bien estructurados que no comprendió y, por lo tanto, no hizo suyos. Le sirvieron para mostrarse ante el pueblo como mandatario, pero al momento de hablar espontáneamente reveló su verdadera esencia y su inmadurez emocional. Él es realmente el de las botas de charol, el del comes y te vas, el del ¿yo por qué?, el de la reunión de poca en un lugar de poca.

Fox dice que su gobierno fue austero, y verdaderamente lo cree porque no sabe lo que es la austeridad; él pudo intrometerse en el proceso electoral derrochando dinero en spots de televisión y al mismo tiempo declararse demócrata, pero no sólo por su afán de mentir sino porque no comprende el concepto de democracia. Su corta visión y su falta de cultura no le permitieron servirle al país, sólo le alcanzaron para quedar bien con los suyos. No por maldad ni por ciega ambición se concretó a unos cuantos, lo hizo así porque su mundo es muy estrecho. Lo mismo sucede ahora con Felipe Calderón, su discurso nos revela su mundo. El candidato que prometió empleos declaró: -no importa que nos pongan bardas más altas en la frontera con Estados Unidos porque nos las vamos a seguir brincando- la guerra sucia fue idea del partido no mía, la adopté para llegar a la presidencia, si lo logro, como dicen en mi pueblo, haiga sido como haiga sido- Hay que reconocer que es maquiavélico. Sí, a diferencia de Fox, Calderón tiene una perversidad que intenta ocultar, pero que podemos descubrir precisamente en su lenguaje. El odio que siente por Andrés Manuel no es porque sea su adversario, en el fondo encierra sus incapacidades y sus complejos. Frente a él se ve pequeñito, ignorante, malquerido, traidor, inmoral, deshonesto, en fin, como si se mirara en un espejo. Su verdadera propuesta fue destruir al contrincante a cualquier precio, sin anteponer principios y valores humanos de los que se jacta. Sembró miedo y odio entre los mexicanos que ahora pretende conciliar. Decir que México puede ser competitivo sin resolver problemas apremiantes como la desigualdad, la injusticia, la corrupción y la ignorancia nos revela su corta visión. Negar su complicidad en actos ilícitos, y hablar de honestidad y respeto a la ley es más grave de lo que imagina porque la verdad sale a la luz tarde o temprano. No hay nada en sus palabras que inspire confianza, ni emotividad en su discurso; es repetitivo, plano, falso. Por su lenguaje y volviendo a la frase de Pérez Gay, ¿qué tan limitado es el mundo de Felipe Calderón y de sus correligionarios? Escucho con gran decepción los fundamentos de sus alegatos, que se reducen a la repetición de mentiras que pretenden convertir en realidad ayudados por los bombardeos mediáticos. El mundo de algunos panistas se reduce a ellos mismos y a los que se parecen a ellos, no han podido entender lo que significa el “otro”.

En una sencilla definición de diccionario, “otro” significa: distinto de aquello de que se habla. Para esta clase social perpetrada en el poder el otro no existe, ni duele, ni aflige, ni quita el sueño. Son los renegados, los violentos, los nacos, los flojos, los pobres. Que se pudran en su mugre. El país avanzará con o sin ellos. Los grandes inversionistas seguirán comprando pedacitos del territorio nacional para seguirlos explotando. He llegado a escuchar a algunas personas decir que los pobres son pobres porque quieren, porque desprecian el trabajo y pretenden vivir de dádivas. Eso refleja su visión y su mundo, su insensibilidad y su racismo. Después de la elección Felipe Calderón incluyó en su discurso la preocupación por los pobres, a quienes hirió profundamente durante la campaña electoral, y por los que nada podrá hacer pues está comprometido con los grandes intereses del capital. Al eliminar de su proyecto la construcción de refinerías nos está anunciando que está dispuesto a privatizar el petróleo. Y justo ese punto es el que ha generado la gran disputa. Mientras Andrés Manuel ocupó el cargo de Jefe de Gobierno del Distrito Federal recibió ofertas de empresarios, banqueros y otras personalidades de la cúpula del poder para negociar su llegada a la presidencia, mismas que rechazó por su convicción de no vivir atado de pies y manos como se encuentra hoy Calderón. Entre esas ofertas estuvo la privatización de PEMEX y de la CFE; la lectura obligada es la debilidad de nuestras “Instituciones”. Las reformas que no logró Fox pasarán ahora con la mayoría conformada por el PRIAN en el congreso. Los que apostaron al triunfo de Calderón y apoyaron su sucia campaña pasarán las facturas, pero quien tendrá que pagarlas será el pueblo, como siempre, recordemos lo que fue el rescate bancario. La corta visión del mundo de Calderón, revelado por su lenguaje y su doble moral, no le permitirá estabilizar al país ni resolver la crisis social que se empeñó en desatar. Apenas podrá cumplir con los compromisos adquiridos, en los que no están incluidos los olvidados de siempre. Del lado opuesto queda la imagen de un hombre auténtico y honesto. Andrés Manuel López Obrador, el señalado con adjetivos peyorativos por sus contrincantes; el populista, el mesiánico, el irrespetuoso de la ley dibuja con sus palabras la realidad. No es la promesa de un mundo mejor lo que lleva a millones de mexicanos a seguir luchando junto a él, sino la sensibilidad que posee para incluir al “otro”.

Si su meta fuera simplemente llegar al poder, hubiera aceptado los arreglos ofrecidos. Pero no lo hizo y por eso creemos en su integridad.

Ahí donde duerme el “otro”, en la fría calle de un campamento improvisado, ahí estuvo él resistiendo. Caminando entre la gente y mirándola a los ojos, escuchándola, poniendo atención a sus demandas. Su mundo es grande porque en él está insertado el “otro”. No es verdad que desprecia a los poderosos por ser poderosos, sólo señala sus abusos y sus terribles contradicciones.

Decía Caeiro: “…porque yo soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura (haciendo referencia al tamaño de su aldea)…Desde allí, por ser pequeña, puede verse más del mundo que desde la ciudad, y por eso una aldea es más grande que una ciudad”.

La grandeza de México es su gente y sus pueblos, por eso Andrés Manuel se propone rescatarlos del abandono en el que se encuentran. Su campaña, a ras de suelo, le permitió constatar esa pobreza que duele y que espanta, esa que no comprenden los que pertenecen al mundo pequeñito que sólo abarca lo que ven sus ojos, sin referentes históricos ni culturales; esa pobreza que no se abatirá con estabilidad macroeconómica ni con inversionistas extranjeros triplicando sus fortunas. El meollo de la globalización es la cancelación de expectativas para los que no entran en el modelo, algo así como la extinción de la diversidad. Podría entonces afirmar que hay dos mundos. No el de los pobres y el de los ricos, no el del norte y el del sur, no el del PRIAN y el del PRD. Los mundos a los que me refiero son: uno, estrecho y pequeño en el que sólo caben los iguales, y otro muy amplio en donde cohabita el “otro”. Para descubrir a cuál de ellos pertenecen las personas que conocemos: nuestros amigos, nuestros parientes, nuestros vecinos, nuestros maestros, nuestros políticos, nuestros jefes, nuestros empleados, nuestros artistas, nuestros intelectuales, nuestros “comunicadores” es necesario escucharlos y descubrir en qué medida logran integrar al “otro”, no en el discurso, por supuesto, sino en su vida diaria.

Patricia R. Bárcena.


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