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03 octubre 2006

.:: Opinión política ::. de LA JORNADA

Por Marco Rascón

Oaxaca y el 2 de octubre

La memoria larga de la generación del 68 no sólo reclama justicia para los caídos, sino la vigencia de los principios democráticos que movilizaron a los jóvenes, a la intelectualidad, a sectores de clase media, a profesionistas, a maestros, y enseñaron rutas de lucha a los trabajadores del campo y la ciudad que repercutirían y resonarían a lo largo de los siguientes 40 años.

Memoria contra el viejo régimen priísta que hizo de los conceptos "unidad nacional" y "nacionalismo" la justificación para la represión y desplegó el anticomunismo contra toda oposición que consideraba conspiración y complot subversivo "contra nuestra idiosincrasia". Memoria contra el viejo régimen, dueño de los héroes de la Independencia, la reforma y la Revolución, en una historia oficial hecha para ejercer la intolerancia, el autoritarismo y la persecución contra toda oposición. Memoria contra el viejo régimen centralista que ponía y quitaba gobernadores y que condenaba tanto a la derecha como a la izquierda a la marginación y únicamente permitía la "oposición leal" al sistema.

El 2 de octubre fue el día en que el Ejército Mexicano fue usado no para que sus armas se cubrieran de gloria, sino de oprobio, en el momento mismo que aceptó el papel de gendarme contra la población civil y acabar de un golpe con la dirección del movimiento estudiantil reunida en Tlatelolco.

Treinta y ocho años después, aquel viejo régimen que reprimía con el arma del nacionalismo sobrevivió pactando con los intereses del exterior, izó la bandera de la globalización y puso fin a la soberanía. Es el mismo que ahora impone su filosofía modernizadora desde todos los partidos políticos registrados, haciendo de la continuidad el único mundo posible y del determinismo económico la base de una democracia de maqueta con izquierda, centro y derecha, donde todos andan por un camino único y van hacia el mismo destino.

En este contexto Oaxaca es hoy una espina en el corazón de México. Marca, más que el 2 de julio, el punto de inflexión entre la decadencia del viejo régimen y las fuerzas emergentes de la sociedad contenidas por más de un siglo; entre la ilustración de los pueblos ancestrales y el despotismo ilustrado de la clase política. Como reserva cultural Oaxaca expresa el vínculo entre el maestro y sus comunidades; es la sociedad que desde la marginación de sus nacionalidades se conectó por cuenta propia al mundo global e hizo de la condena impuesta por el liberalismo y la república restaurada un poderoso movimiento migratorio hacia las metrópolis y Estados Unidos.

Oaxaca es el punto crítico de la alianza PRI-PAN. Es el movimiento que se sostiene porque cuenta con estructura propia y no es de un líder, sino de cientos que representan al comercio, a los maestros, a los jóvenes, a las comunidades y municipios. Tras la demanda de que salga Ulises Ruiz se forjan muchos movimientos ante la tardanza de su caída, pero también juegos políticos entre las fuerzas nacionales: se forja un movimiento municipalista contra los cacicazgos tradicionales, articulados por el priísmo, ahora en alianza con el panismo; se hace el movimiento del comercio, de una nueva identidad regional frente a la república que el Senado no entiende y cree que aún maneja. Es un movimiento de fuerzas reales que ha creado jerarquías, mandos, estructura.

Si el cálculo priísta consiste en sostener a Ulises Ruiz hasta que cumpla dos años para conservar Oaxaca como territorio controlado a través de un interino, su apuesta es pésima, mientras la del panismo es cínica, resultado del 0.56 por ciento que Felipe Calderón debe a los gobernadores priístas, dispuestos a cogobernar protegiendo sus territorios en la versión PRI-PAN de la transición pactada.

Por tratarse de un movimiento verdadero, con estrategia propia e independencia frente a la fuerzas políticas formales, Oaxaca no ha merecido sino el silencio del lopezobradorismo, que, tras haber declarado "presidente legítimo" a Andrés Manuel López Obrador, sigue en campaña electoral por Chiapas y Tabasco.

En estos días, las columnas de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca que se acercan a la ciudad de México hacen temblar, en primera instancia, al lopezobradorismo de la capital ante lo que será un verdadero plantón en las calles, no de mantas y carpas vacías.

Si el lopezobradorismo jugaba con los tiempos de la sucesión y las ceremonias oficiales, los oaxaqueños no están apostando sólo a la caída de Ulises Ruiz, sino al futuro, ya que la inserción regional frente a los grupos de poder y la república marcará la ruta de muchos movimientos en el sexenio ante el vacío que ha dejado el lopezobradorismo en su afán e incapacidad para ser una fuerza de transformación. Lo que en el lopezobradorismo ha sido contrainsurgencia exitosa, en el caso de Oaxaca se vislumbra insurgencia para los pueblos y municipios abandonados por la clase política y la república decadente.

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