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10 diciembre 2006

Cruzar la Frontera, imaginar lo otro, reflexionar lo propio - Primera parte -

Por F. F. Cuautle

Con estas notas pretendo reflexionar sobre mi experiencia como mexicano que realiza sus estudios de postgrado en el país del, según yo, cada vez más imposible sueño americano. Menciono lo anterior porque estoy consciente de que las experiencias que tiene cada mexicano en los Estados Unidos están sujetas a las circunstancias en que llega, al contexto al que llega, y a la visión y madurez con que, ese mexicano, enfrenta la problemática de vivir en un país diferente al propio. Paso a narrar mi propia experiencia.

Llegué a estudiar mi maestría en Literatura Hispanoamericana a los Estados Unidos, a la Universidad de Arkansas, hace tres años, y actualmente me encuentro estudiando el doctorado en la misma área, en la Universidad de vanderbilt.

Aquélla, era la primera vez que iba a estar en los Estados Unidos. Debo decir con franqueza que, el hecho de imaginar al otro país, sin conocerlo de primera mano, representaba ya un juego en el que mi imaginación construía un espacio muy diferente al que realmente encontré. Me explico.

Antes de llegar a los Estados Unidos, yo tenía una idea muy diferente de este país a la que tengo ahora. Pensaba, como la mayoría de los mexicanos que no conocen al país vecino, que esta nación estaba compuesta, en su mayoría, por las ciudades que vemos representadas en las películas que Hollywood promociona: grandes urbes en las que la gente se arremolina en las calles, tecnología y comodidad por doquier. Un primer mundo, en suma. Sin embargo, de lo primero que me di cuenta es que la mayoría de las ciudades que componen este país no son las grandes ciudades de los rascacielos, sino pequeños pueblos en los que el transporte público es malísimo, y en las que la gente jamás camina. Es más, en estas ciudades, las banquetas casi no existen y el espacio del automóvil es casi el único existente, además de que las distancias son muy grandes y el centro de la ciudad es tan o más pequeño que el de algunos pueblos de México.

Claro, este mundo tiene su organización propia, sus espacios de orden que representan el orgullo de los estadounidenses: las ciudades están limpias y uno puede beber agua de la llave, además de que, todas las universidades, públicas o privadas cuentan con una muy buena infraestructura.

Sin embargo, a final de cuentas me quedé con la idea de que este Estados Unidos, el que poco a poco iba conociendo, no era el que nos venden a través de los medios de comunicación. Más bien, advertí con claridad que ciudades como Nueva York o San Francisco no conforman la generalidad sino la excepción, ya que esta nación está conformada, no por ciudades monumentales sino, por una cantidad innumerable de pueblos pequeños y de muchas ciudades medianas, nada impresionantes(…) Continuará.

Hasta Pronto.


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