Los detonantes de una sociedad dividida están tanto en la realidad como en el discurso. Algunos pretenden ocultarlos y otros sacarlos a la luz. Muchos intelectuales y analistas políticos no han querido, o no han podido, descubrir dónde radica la fuerza de Andrés Manuel López Obrador, para ellos lo urgente ha sido atacarlo y conservar así sus nexos con los grandes intereses del poder económico. Minimizar el fenómeno social que ha generado la fuerza de Andrés Manuel, que arrasa como el fuego, constituye un grave error, precisamente, porque al desconocer su origen en vez de apagarlo provocan enormes llamaradas. Cada golpe lanzado a su persona fue a parar entre sus seguidores, a los que poco nos interesa pasar frío, hambre y cansancio en nuestro afán de demostrarle el respeto y el cariño que sentimos por él. Pero estos afectos no surgen de la noche a la mañana ni son producto de una campaña publicitaria, más bien se afianzan por la coincidencia que existe entre su discurso y su forma de actuar. Andrés Manuel emplea las palabras exactas para decir las cosas, y como las cosas que suceden son terribles, su discurso resulta peligroso para aquellos que llevaron al país al estado en el que se encuentra. Pero no sólo la precisión de sus palabras es lo que cautiva a la gente, son las palabras mismas que manejadas de manera extraordinaria logran alimentar una esperanza. Erróneamente sus adversarios ubicaron el peligro en su proyecto de nación y en su persona, cuando lo realmente peligroso, para ellos, es su discurso.
La ideología impuesta por el neoliberalismo se valió de muchos medios para vaciar los cerebros y llenarlos de aspiraciones que poco tienen que ver con el ser, y mucho con el tener. - Cuánto tienes, cuánto vales.- Los desposeídos enfrentaron por muchos años la adversidad convencidos de la impotencia que da el no tener en un mundo materialista, pero también con la parálisis que produce el miedo. Qué mejor recurso para controlar las conciencias que introducir el miedo, y no me refiero al miedo natural que produce la incertidumbre, sino a ese miedo terrible de no tener un empleo, por cierto tan mal remunerados. Los grandes acarreos en épocas electorales, patentados por el PRI, obedecieron a esa dádiva momentánea que sacaba a la gente de un apuro o que le servía para saldar una deuda, más la promesa de que las cosas cambiarían, sexenio tras sexenio. Pero apareció un gobernante honesto que demostró que las cosas sí cambian, y que rompió la barrera entre la autoridad y el pueblo. Un gobernante con una ideología diferente a la impuesta, con una ideología en la que el ser humano es valorado por su quehacer y no por lo que posee. Así las cosas funcionaron de otra manera en el gobierno que encabezó Andrés Manuel. Su prioridad fue la realización de obras y programas sociales apremiantes, y no los negocios jugosos para conseguir adeptos. Ahí empezó todo el problema. - ¿Cómo que este señor no llega a arreglos?, ¿cómo que este señor no tiene precio? - Según la filosofía Hankeana, López Obrador es un pobre político.
Muchas veces me ha tocado estar frente a él y he comprobado el dominio que tiene de la palabra. Además de que en pocas ocasiones lee, estoy segura que no aceptaría jamás leer un discurso pensado por otro. Su autenticidad se refleja en cada frase que pronuncia; posee la magia de transmitir siempre un sentimiento común, como los grandes oradores que dio México al mundo. La única manera de lograr esa transmisión es captar en el ambiente ese sentimiento colectivo y traducirlo en palabras, que por cierto pocos descubren y en vez de preocuparse por buscarlo lo atacan ferozmente por el simple hecho de no conocerlo. No se puede hablar del “otro” si en la vida diaria no lo hemos integrado.
Cuando Andrés Manuel tiene que hacer una pausa, porque lo interrumpen con consignas y gritos, me he fijado que aprovecha el espacio para observar detenidamente a la gente, después retoma la palabra y transmite inmediatamente lo que le dicen millones de miradas cómplices. Son tantos los reclamas y es tan grande la esperanza. Por eso le resulta sencillo transitar de la historia a la situación actual, de la embestida a la respuesta pacífica, de la mentira proclamada a la verdad imperante, de la metáfora a la cruda realidad, de la ironía a la vergüenza, de la ceguera a la luz… Andrés Manuel va siguiendo con sus palabras el camino que le marca la gente que lo respalda.
Del lado opuesto no existe la posibilidad de poner a consideración de nadie las decisiones tomadas, en nombre del pueblo, por una serie de tecnócratas egresados de prestigiadas universidades privadas y del extranjero, donde la palabra “otro” se sustituyó por “éxito”. Pero, no hay más ciego que el que no quiere ver, hay otros ciegos con vendas que pusieron en sus ojos, pero son ciegos temporalmente. Me refiero a los ciegos que por no ver al “otro” les resulta imposible incluirlo en su discurso, como aquellos que saben que se acerca la tormenta y aún así se atreven a gritar a los cuatro vientos que nadie se mueva de su sitio porque no tarda en salir el sol. ¡Por Dios! , cómo se atreven a engañar de esa manera a los que no tienen ni un plástico para cubrir a sus hijos. Así suenan los discursos trillados de Felipe Calderón; falsos, huecos, vacíos, engañosos. La fuerza de Andrés Manuel radica en lo contrario, él intenta prevenir de la catástrofe; si la gente lo sigue es porque dejó de creer en esas promesas incumplidas y prefiere conocer la verdad por dura que sea.
La fuerza de Andrés Manuel está en su discurso, porque no se aparta de lo que millones de mexicanos ven por todo el territorio nacional. ¿A cuánta gente en este país le puede interesar el movimiento de la bolsa de valores si lo que tiene que resolver con urgencia es cómo darle de comer, hoy, a sus hijos? Ya nadie se traga el cuento de que los pobres son pobres porque quieren, por flojos, desobligados y violentos. Los únicos que lo piensan, y no sé si lo crean porque de tanto creer ya no creen nada, son los panistas. A los únicos que les puede interesar un informe del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional o de la Organización Mundial del Comercio son, máximo, a 5 países que, como dijo Eduardo Galeano, se volvieron archipiélagos económicos en contra de los continentes devastados por los efectos de la globalización, porque la globalización es la gran mentira del supuesto progreso producto de la competitividad. La globalización no es otra cosa que islotes ricos y continentes pobres, de cuyos países emigran desesperadamente los invasores invadidos.
Volviendo a ese miedo creado entre la gente para perpetuar el fraude electoral e imponer a un presidente pelele del sistema, siento que el miedo ficticio se volvió real. ¿De qué otra manera nos podemos explicar el cerco de seguridad que rodea día y noche a Felipe Calderón? o ¿qué explicación tienen el nerviosismo y la inseguridad que muestra al leer discursos, refritos, escritos por las manos que mueven los hilos.
No hay nada más poderoso que la palabra, pero para que la palabra tenga poder necesita el respaldo de la verdad. De otra manera es sólo un signo frío y carente de simbolismos. Atrás de las palabras hay historias de vida y de muerte, historias que engrandecen a los hombres, historias que denuncian injusticias, historias que separan, historias que unifican; atrás de las palabras hay tristes historias de odio y largas historias de amor. Para transmitir un sentimiento común no basta revolver las palabras y elegir al azar, ¡no!, para lograr la consistencia del discurso hay que hacer una fina elección y salpicarlas con eso que llamamos sentido común y sentido del humor, sólo entonces las palabras estarán vivas y no se convertirán en letras muertas.
También los significados, determinados por nuestras experiencias personales, pueden provocar confusión. Aquí y ahora los inseguros piensan que la resistencia es sinónimo de violencia. ¡Qué pobres experiencias han acumulado en la vida! A propósito, yo tengo una bellísima. Permítanme transcribirla.
Dijo Ernesto Sábato: “…creo que hay que resistir, ese ha sido mi lema, pero hoy, cuántas veces me he preguntado cómo encarnar esta palabra, cómo vivir la resistencia. En un tiempo el surrealismo fue para mí una manera de la resistencia, como lo había sido el anarquismo y la militancia de la izquierda, pero, ahora la situación ha cambiado tanto que debemos de valorar detenidamente qué entendemos por resistir. No puedo darles una respuesta, si la supiera saldría como esos creyentes delirantes, quizá los únicos que en realidad creen, a proclamarlo en las esquinas con la urgencia que nos han de dar los pocos metros que nos separan de las catástrofes, pero, no. Intuyo que resistir es algo menos formidable, algo más silencioso, algo que corresponde a la noche que vivimos, apenas la luz de una vela; algo como velar”.
Aquí esta un ejemplo de un discurso maravilloso que encierra una larga historia. Velar es cuidar, en la espesura de la noche, aquello que tiene un valor universal. Velar es esperar el amanecer constantemente y es también la certeza de que amanecerá. Velar no es gritar por una pérdida ni salir a golpear lo primero que se encuentre para aliviar la frustración. Velar es lo que estamos haciendo al resistir de manera pacífica ante la infamia, porque estamos cuidando, en la espesura de esta larga noche, la patria que nos pertenece a todos.
La verdadera violencia está del otro lado, en la acción y en el discurso, la verdadera violencia es el arrebato de lo legal para irlo a profanar con el escándalo. A eso se refería Andrés Manuel cuando aseguraba que no dejaría trozos de dignidad en su camino a la presidencia. Por eso cuando cita a Don Benito Juárez no le tiembla la voz ni le faltan razones. Otro acto de violencia es el abuso de los medios de comunicación que difunden escenas montadas para seguir engañando al pueblo. ¿Por qué les preocupa tanto la verdad? ¿No se dieron cuenta que la verdad en labios de Andrés Manuel fue lo que lo llevó al triunfo el 2 de julio? La única forma posible de gobernar a una nación en la democracia es asumir el poder que otorga la voluntad popular. La imposición de un dirigente constituye un acto violento que conduce al dirigente impuesto a recurrir, precisamente, a la violencia en todas sus formas para evitar ser derrocado. Un dirigente impuesto no puede lograr la conciliación, y lo realmente fatídico es que está desprovisto de la verdad, elemento esencial para imprimir sentimientos a su discurso. Dos realidades coexisten en este México mágico y trágico, dos discursos las dibujan ante el pueblo dividido, sólo de un lado está la verdad porque la verdad no puede partirse en dos.
La Romana.
La ideología impuesta por el neoliberalismo se valió de muchos medios para vaciar los cerebros y llenarlos de aspiraciones que poco tienen que ver con el ser, y mucho con el tener. - Cuánto tienes, cuánto vales.- Los desposeídos enfrentaron por muchos años la adversidad convencidos de la impotencia que da el no tener en un mundo materialista, pero también con la parálisis que produce el miedo. Qué mejor recurso para controlar las conciencias que introducir el miedo, y no me refiero al miedo natural que produce la incertidumbre, sino a ese miedo terrible de no tener un empleo, por cierto tan mal remunerados. Los grandes acarreos en épocas electorales, patentados por el PRI, obedecieron a esa dádiva momentánea que sacaba a la gente de un apuro o que le servía para saldar una deuda, más la promesa de que las cosas cambiarían, sexenio tras sexenio. Pero apareció un gobernante honesto que demostró que las cosas sí cambian, y que rompió la barrera entre la autoridad y el pueblo. Un gobernante con una ideología diferente a la impuesta, con una ideología en la que el ser humano es valorado por su quehacer y no por lo que posee. Así las cosas funcionaron de otra manera en el gobierno que encabezó Andrés Manuel. Su prioridad fue la realización de obras y programas sociales apremiantes, y no los negocios jugosos para conseguir adeptos. Ahí empezó todo el problema. - ¿Cómo que este señor no llega a arreglos?, ¿cómo que este señor no tiene precio? - Según la filosofía Hankeana, López Obrador es un pobre político.
Muchas veces me ha tocado estar frente a él y he comprobado el dominio que tiene de la palabra. Además de que en pocas ocasiones lee, estoy segura que no aceptaría jamás leer un discurso pensado por otro. Su autenticidad se refleja en cada frase que pronuncia; posee la magia de transmitir siempre un sentimiento común, como los grandes oradores que dio México al mundo. La única manera de lograr esa transmisión es captar en el ambiente ese sentimiento colectivo y traducirlo en palabras, que por cierto pocos descubren y en vez de preocuparse por buscarlo lo atacan ferozmente por el simple hecho de no conocerlo. No se puede hablar del “otro” si en la vida diaria no lo hemos integrado.
Cuando Andrés Manuel tiene que hacer una pausa, porque lo interrumpen con consignas y gritos, me he fijado que aprovecha el espacio para observar detenidamente a la gente, después retoma la palabra y transmite inmediatamente lo que le dicen millones de miradas cómplices. Son tantos los reclamas y es tan grande la esperanza. Por eso le resulta sencillo transitar de la historia a la situación actual, de la embestida a la respuesta pacífica, de la mentira proclamada a la verdad imperante, de la metáfora a la cruda realidad, de la ironía a la vergüenza, de la ceguera a la luz… Andrés Manuel va siguiendo con sus palabras el camino que le marca la gente que lo respalda.
Del lado opuesto no existe la posibilidad de poner a consideración de nadie las decisiones tomadas, en nombre del pueblo, por una serie de tecnócratas egresados de prestigiadas universidades privadas y del extranjero, donde la palabra “otro” se sustituyó por “éxito”. Pero, no hay más ciego que el que no quiere ver, hay otros ciegos con vendas que pusieron en sus ojos, pero son ciegos temporalmente. Me refiero a los ciegos que por no ver al “otro” les resulta imposible incluirlo en su discurso, como aquellos que saben que se acerca la tormenta y aún así se atreven a gritar a los cuatro vientos que nadie se mueva de su sitio porque no tarda en salir el sol. ¡Por Dios! , cómo se atreven a engañar de esa manera a los que no tienen ni un plástico para cubrir a sus hijos. Así suenan los discursos trillados de Felipe Calderón; falsos, huecos, vacíos, engañosos. La fuerza de Andrés Manuel radica en lo contrario, él intenta prevenir de la catástrofe; si la gente lo sigue es porque dejó de creer en esas promesas incumplidas y prefiere conocer la verdad por dura que sea.
La fuerza de Andrés Manuel está en su discurso, porque no se aparta de lo que millones de mexicanos ven por todo el territorio nacional. ¿A cuánta gente en este país le puede interesar el movimiento de la bolsa de valores si lo que tiene que resolver con urgencia es cómo darle de comer, hoy, a sus hijos? Ya nadie se traga el cuento de que los pobres son pobres porque quieren, por flojos, desobligados y violentos. Los únicos que lo piensan, y no sé si lo crean porque de tanto creer ya no creen nada, son los panistas. A los únicos que les puede interesar un informe del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional o de la Organización Mundial del Comercio son, máximo, a 5 países que, como dijo Eduardo Galeano, se volvieron archipiélagos económicos en contra de los continentes devastados por los efectos de la globalización, porque la globalización es la gran mentira del supuesto progreso producto de la competitividad. La globalización no es otra cosa que islotes ricos y continentes pobres, de cuyos países emigran desesperadamente los invasores invadidos.
Volviendo a ese miedo creado entre la gente para perpetuar el fraude electoral e imponer a un presidente pelele del sistema, siento que el miedo ficticio se volvió real. ¿De qué otra manera nos podemos explicar el cerco de seguridad que rodea día y noche a Felipe Calderón? o ¿qué explicación tienen el nerviosismo y la inseguridad que muestra al leer discursos, refritos, escritos por las manos que mueven los hilos.
No hay nada más poderoso que la palabra, pero para que la palabra tenga poder necesita el respaldo de la verdad. De otra manera es sólo un signo frío y carente de simbolismos. Atrás de las palabras hay historias de vida y de muerte, historias que engrandecen a los hombres, historias que denuncian injusticias, historias que separan, historias que unifican; atrás de las palabras hay tristes historias de odio y largas historias de amor. Para transmitir un sentimiento común no basta revolver las palabras y elegir al azar, ¡no!, para lograr la consistencia del discurso hay que hacer una fina elección y salpicarlas con eso que llamamos sentido común y sentido del humor, sólo entonces las palabras estarán vivas y no se convertirán en letras muertas.
También los significados, determinados por nuestras experiencias personales, pueden provocar confusión. Aquí y ahora los inseguros piensan que la resistencia es sinónimo de violencia. ¡Qué pobres experiencias han acumulado en la vida! A propósito, yo tengo una bellísima. Permítanme transcribirla.
Dijo Ernesto Sábato: “…creo que hay que resistir, ese ha sido mi lema, pero hoy, cuántas veces me he preguntado cómo encarnar esta palabra, cómo vivir la resistencia. En un tiempo el surrealismo fue para mí una manera de la resistencia, como lo había sido el anarquismo y la militancia de la izquierda, pero, ahora la situación ha cambiado tanto que debemos de valorar detenidamente qué entendemos por resistir. No puedo darles una respuesta, si la supiera saldría como esos creyentes delirantes, quizá los únicos que en realidad creen, a proclamarlo en las esquinas con la urgencia que nos han de dar los pocos metros que nos separan de las catástrofes, pero, no. Intuyo que resistir es algo menos formidable, algo más silencioso, algo que corresponde a la noche que vivimos, apenas la luz de una vela; algo como velar”.
Aquí esta un ejemplo de un discurso maravilloso que encierra una larga historia. Velar es cuidar, en la espesura de la noche, aquello que tiene un valor universal. Velar es esperar el amanecer constantemente y es también la certeza de que amanecerá. Velar no es gritar por una pérdida ni salir a golpear lo primero que se encuentre para aliviar la frustración. Velar es lo que estamos haciendo al resistir de manera pacífica ante la infamia, porque estamos cuidando, en la espesura de esta larga noche, la patria que nos pertenece a todos.
La verdadera violencia está del otro lado, en la acción y en el discurso, la verdadera violencia es el arrebato de lo legal para irlo a profanar con el escándalo. A eso se refería Andrés Manuel cuando aseguraba que no dejaría trozos de dignidad en su camino a la presidencia. Por eso cuando cita a Don Benito Juárez no le tiembla la voz ni le faltan razones. Otro acto de violencia es el abuso de los medios de comunicación que difunden escenas montadas para seguir engañando al pueblo. ¿Por qué les preocupa tanto la verdad? ¿No se dieron cuenta que la verdad en labios de Andrés Manuel fue lo que lo llevó al triunfo el 2 de julio? La única forma posible de gobernar a una nación en la democracia es asumir el poder que otorga la voluntad popular. La imposición de un dirigente constituye un acto violento que conduce al dirigente impuesto a recurrir, precisamente, a la violencia en todas sus formas para evitar ser derrocado. Un dirigente impuesto no puede lograr la conciliación, y lo realmente fatídico es que está desprovisto de la verdad, elemento esencial para imprimir sentimientos a su discurso. Dos realidades coexisten en este México mágico y trágico, dos discursos las dibujan ante el pueblo dividido, sólo de un lado está la verdad porque la verdad no puede partirse en dos.
La Romana.
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