ÍNDICE POLÍTICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
Para mi hermano Miguel Moreno. Con un abrazo
CUARENTA AÑOS DESPUÉS, la Historia nos pasa la factura. Tras las manifestaciones juveniles de 1968 en Praga, Berkeley, París, la ciudad de México y otros puntos del globo terráqueo, llegó el boom de las drogas con las que se mediatizaron y hasta anularon los ímpetus de inconformidad y rebeldía que debieran caracterizar a quienes se resisten a llegar a las responsabilidades de una adultez donde escasean las oportunidades.
El planeta entero se llenó de estupefacientes para adormilar a los jóvenes. Los psicotrópicos los han llevado a olvidar su mísera malvivencia, les transportan a un mundo irreal, ficticio, falso e inexistente, pero tramposo al principio y luego, mortal.
Como actúan las drogas sobre el individuo, también lo hacen sobre la sociedad. La enseñanza llega demasiado tarde, justo cuando ya pagamos las consecuencias.
Porque, amén de conseguir su propósito inicial –que no se repitieran las algaradas juveniles que ponen en riesgo al establishment--, las drogas se convirtieron en un lucrativo negocio que, mantenido en la sombra de la ilegalidad, lo hizo aún más redituable. Corrompió estructuras políticas, económicas y policiales.
Y esa corrupción, el fraude, el engaño, el soborno, la trampa, el timo, fueron los primeros pasos a otros más productivos como el robo, el saqueo, el secuestro, la piratería, el asalto, la guerra, la invasión. Y lo que en unos años es un crimen o una virtud, deviene en un infame vicio o en un excelso derecho en otros años: todo depende del beneficio. Y en este caso, los beneficios son múltiples: control social, ganancias económicas ilimitadas, influencia política…
Esta suerte de economía criminal tiene asimismo varios componentes. Tráfico de armas, de patentes y de seres humanos. Pero el de las drogas es el principal.
Cada rama o sector de la economía criminal tiene sus propias características, y exige sus mecanismos organizativos ilegales o paralegales específicos, pero existe una especie de regla por la que la corrupción necesaria para el rendimiento de la economía criminal está en directa relación con la corrupción e implicación de los aparatos estatales y de sistemas paralelos de las grandes finanzas.
El tráfico de drogas, vale subrayar, sería imposible sin la corrupción de amplios sectores administrativos, empresariales y financieros.
Pero lo peor es que el grueso, la casi totalidad de los productos psicoactivos, están ya integrados legalmente en las economías de todos los países, gracias a la influencia de la muy poderosa industria farmacéutica transnacional.
Legalizar la droga es otra trampa. Como ya sucede con el alcohol –único psicotrópico legalizado a la fecha--, porque aunque en un principio significaría una merma en las ganancias de los que ahora son complejos financiero-político-delincuenciales, al final les rendiría beneficios mayores: Que no se repitan escenarios como el de 1968.
Vale preguntarse ahora: ¿para qué, entonces, hay una "guerra contra las drogas"? ¿Para controlar y encauzar el mercado? ¿Nada más?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario