Por Alfonso Elizondo – Opinion Invitada
Aun cuando el escenario global y los nuevos factores que intervienen en la crisis financiera actual son diferentes a los de la crisis de 1929, existe un elemento en común en ambos casos: el enorme desequilibrio entre el ingreso de los asalariados y la renta total de los Estados Unidos (PIB). Este coeficiente indica que el único objetivo del crecimiento económico ha sido el de dar más ingresos a los grandes capitalistas con el deterioro del poder adquisitivo de los trabajadores.
Es una contradicción cínica que los conservadores pretendan una desregulación total de los mercados financieros para luego pedir que el Estado sólo intervenga cuando hay que sacarlos de la hecatombe que ellos mismos provocaron y se utilice el dinero de los contribuyentes que a través de la historia han sido quienes pagan las consecuencias. Esto significa, según Stiglitz, que el fundamentalismo del mercado no funcionó y ha llegado su fin.
Desde el nacimiento de la sociedad industrial hace 200 años, las ganancias de los especuladores siempre se han privatizado, mientras que sus pérdidas han sido invariablemente socializadas. Los mercados financieros y la economía son actividades muy importantes para dejarlas en las manos de los especuladores, por lo que la normatividad legal y la ética de cualquier sociedad también deben aplicarse a las finanzas y a la economía.
El mundo vive un momento de decisiones políticas y de intervención del Estado contra los fundamentalistas del mercado que causan impactos perversos sobre la vida de millones de personas, aunque en el Consenso de Washington (julio 2008) se haya dicho que todo lo solucionaba el mercado con reacomodos naturales. No obstante, ahora mismo se produce la intervención más grande de la historia, justo en el país que aseguraba que el Estado no solamente no era necesario en la economía, sino que representaba un estorbo.
En el presente, el mundo virtual de la especulación financiera con sus operaciones "derivadas" es siete veces mayor al PIB real de los Estados Unidos. Esto puede conducir a una crisis global que se traslade del campo financiero a la economía real generando desempleo, crisis energética, alimentaria y nuevas guerras en un momento en que el cambio climático multiplica los costos para atender los desastres naturales y los daños a la ecología del planeta.
Esta crisis financiera actual está marcando la hora de cambiar la estructura de la sociedad para construir un nuevo mundo pacífico, unido y solidario, aunque por lo pronto los pobres tengan que esperar, mientras los ricos son rescatados primero. Es obvio que los esperados ajustes naturales de la economía no han aparecido en poco más de un año de espera absurda del Gobierno de Bush y ahora las medidas del rescate financiero tendrán que realizarse con rapidez y sin planeación.
Quienes pensaban que el Estado era un estorbo a la libre actividad de la economía ahora están tratando de detener la debacle con un rescate billonario del sistema financiero que dejará a los Estados Unidos con la mayor deuda de su historia y a los republicanos con un descrédito intelectual y moral que no les permitirá acceder al máximo liderazgo político de su país durante varias décadas.
Por fortuna, esto podría significar el nacimiento de un nuevo mundo multipolar con mayor equilibrio en la distribución de los ingresos, con menos pobreza, con menos egoísmo y con menos violencia. Esta crisis está abriendo la posibilidad a otro mundo mucho mejor que el actual.
Para empezar, este nuevo orden mundial ya no sería construido sobre las ruinas de una sangrienta guerra mundial, como el actual, sino sobre el viejo concepto de que el dinero por sí solo no puede producir más dinero, sin la catálisis del trabajo humano. Sólo se produce una burbuja financiera que tarde o temprano explota.
Aun cuando el escenario global y los nuevos factores que intervienen en la crisis financiera actual son diferentes a los de la crisis de 1929, existe un elemento en común en ambos casos: el enorme desequilibrio entre el ingreso de los asalariados y la renta total de los Estados Unidos (PIB). Este coeficiente indica que el único objetivo del crecimiento económico ha sido el de dar más ingresos a los grandes capitalistas con el deterioro del poder adquisitivo de los trabajadores.
Es una contradicción cínica que los conservadores pretendan una desregulación total de los mercados financieros para luego pedir que el Estado sólo intervenga cuando hay que sacarlos de la hecatombe que ellos mismos provocaron y se utilice el dinero de los contribuyentes que a través de la historia han sido quienes pagan las consecuencias. Esto significa, según Stiglitz, que el fundamentalismo del mercado no funcionó y ha llegado su fin.
Desde el nacimiento de la sociedad industrial hace 200 años, las ganancias de los especuladores siempre se han privatizado, mientras que sus pérdidas han sido invariablemente socializadas. Los mercados financieros y la economía son actividades muy importantes para dejarlas en las manos de los especuladores, por lo que la normatividad legal y la ética de cualquier sociedad también deben aplicarse a las finanzas y a la economía.
El mundo vive un momento de decisiones políticas y de intervención del Estado contra los fundamentalistas del mercado que causan impactos perversos sobre la vida de millones de personas, aunque en el Consenso de Washington (julio 2008) se haya dicho que todo lo solucionaba el mercado con reacomodos naturales. No obstante, ahora mismo se produce la intervención más grande de la historia, justo en el país que aseguraba que el Estado no solamente no era necesario en la economía, sino que representaba un estorbo.
En el presente, el mundo virtual de la especulación financiera con sus operaciones "derivadas" es siete veces mayor al PIB real de los Estados Unidos. Esto puede conducir a una crisis global que se traslade del campo financiero a la economía real generando desempleo, crisis energética, alimentaria y nuevas guerras en un momento en que el cambio climático multiplica los costos para atender los desastres naturales y los daños a la ecología del planeta.
Esta crisis financiera actual está marcando la hora de cambiar la estructura de la sociedad para construir un nuevo mundo pacífico, unido y solidario, aunque por lo pronto los pobres tengan que esperar, mientras los ricos son rescatados primero. Es obvio que los esperados ajustes naturales de la economía no han aparecido en poco más de un año de espera absurda del Gobierno de Bush y ahora las medidas del rescate financiero tendrán que realizarse con rapidez y sin planeación.
Quienes pensaban que el Estado era un estorbo a la libre actividad de la economía ahora están tratando de detener la debacle con un rescate billonario del sistema financiero que dejará a los Estados Unidos con la mayor deuda de su historia y a los republicanos con un descrédito intelectual y moral que no les permitirá acceder al máximo liderazgo político de su país durante varias décadas.
Por fortuna, esto podría significar el nacimiento de un nuevo mundo multipolar con mayor equilibrio en la distribución de los ingresos, con menos pobreza, con menos egoísmo y con menos violencia. Esta crisis está abriendo la posibilidad a otro mundo mucho mejor que el actual.
Para empezar, este nuevo orden mundial ya no sería construido sobre las ruinas de una sangrienta guerra mundial, como el actual, sino sobre el viejo concepto de que el dinero por sí solo no puede producir más dinero, sin la catálisis del trabajo humano. Sólo se produce una burbuja financiera que tarde o temprano explota.
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