SARA OLVERA / MÉXICO, DF, 19 de septiembre (apro-cimac).- El mes de septiembre es considerado como el mes patrio, vocablo que viene de pater, patria, poder y sistema patriarcal.
Se celebra en toda las plazas del país, sin distingo. Hombres y mujeres, por una noche, estamos en unión libertaria hasta para tomarnos un buen pozole y una cerveza fresca.
La independencia de México, esa liberación del grillete español de más de tres siglos es, sin duda, lo que momentáneamente une a mexicanas y mexicanos.
Es la reafirmación de la paz y no de la guerra. Por eso los soldados en el desfile conmemorativo salen de sus cuarteles y muestran sus destrezas acrobáticas y no guerreras.
Para nosotras las figuras emblemáticas de Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario son el precedente histórico de la participación social y política de las mexicanas, con nombre y rostro.
De las indígenas que resistieron durante más de tres siglos a la conquista, sólo nos queda la piel y la sangre, dolorosa y tremenda, ya que el mestizaje se produjo a fuerza de violaciones sexuales masivas y oprobiosas. Se nos enseñó a reconocerlas como la forma, brutal, de la constitución de nuestra identidad.
Muchas crecimos y nos desarrollamos por muchos años reconociendo los días patrios como símbolo de libertad y autonomía. Creímos acríticamente en los héroes de esa guerra y cantamos todos los lunes, en la escuela, frente a la bandera nacional, un himno cuyas coordenadas son esa historia que hoy, vacía y distante, es siempre guerrera.
¡Vaya!, ¿cuántas veces nos hemos emocionado hasta las lágrimas? ¿Cuántas veces nuestros labios han temblado, sinceramente, con esa frase de que Dios le dio a la patria en cada hijo un soldado?
Y luego, nuestro corazón inflamado, sostiene, tiernamente, como en un estallido molecular, "Mexicanos al grito de guerra..."
Este 12 de septiembre de 2008, Felipe Calderón, en una ceremonia en el Colegio Militar llamó a la guerra, no sólo a sus administradores, funcionarios públicos, sino a todos y cada uno de los gobiernos de la Federación.
Llamó a la guerra a todas y todos los ciudadanos de este país, les dijo que era "deber patrio" la "defensa de México", y agregó, con palabras profundas, propias de la tremenda telenovela del momento:
"No habrá tregua ni cuartel, rescataremos uno a uno los espacios públicos y los pueblos y las ciudades... para devolverlos a los niños, a los ciudadanos, a las madres de familia, a los abuelos".
Un verdadero llamado a la violencia, un llamado al enfrentamiento, a la denuncia de los "malvivientes", a "defender a México de sus enemigos".
Calderón abrió hace 20 meses una guerra que los especialistas identifican como inútil militarización y una estrategia equivocada que sólo conducirá a una crisis de violencia, pues empiezan a cerrarse los espacios a la participación civil.
Calderón, cuyo rostro se ha ido poco a poco deformando, anunció, esa misma semana, que aumentará el presupuesto a los cuerpos policiacos y castrenses. Hasta en 49.8% a la Secretaría de Seguridad Pública (SSPF); 29% a la Procuraduría General de la República (PGR), y 16.1% a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
Y en 20 meses, una guerra que él declaro a las sombras que se materializan con ejecuciones sistemáticas, hasta más de 3 mil este año; una guerra que está enviando como misiles mensajes continuados de temor y de horror, una guerra que ya es comparada con los aciagos días de las dictaduras militares en tierras latinoamericanas.
Una guerra a la que le aplicará los recursos que son urgentes en otras áreas, para crear empleos, aplicar en programas de salud y educación, la SEP, la dependencia más castigada en su proyecto de presupuesto para 2009; dinero para cultivar nuestras tierras y producir alimentos. Dinero de los impuestos y los débitos de cada uno y una de quienes trabajamos. Dinero para la investigación y la educación superior.
Es posible, como dijo la diputada Claudia Cruz, pensar que detrás de esta guerra un poco ficticia y mediática, está el enorme negocio de las armas y la industria militar, cuyos gananciosos son grandes capitales internacionales y bancarios.
El fervor patrio que se metió en nuestra corriente cerebral y sanguínea, ese de la independencia, la autonomía y la libertad, en los actos, el discurso guerrero y manipulador, se ha convertido en reguero de muertos, como los que se encontraron a quince kilómetros del Distrito Federal, ese mismo viernes 12, en los terrenos del parque de La Marquesa.
Los especialistas claman por prevención, educación, desarrollo social, reestablecimiento de la paz. Ellos, como Erubiel Tirado, que coordina un diplomado de seguridad nacional en la Universidad Iberoamericana, dicen que la militarización ya está en puerta.
Mientras, los ya antiguos y festivos días de septiembre se van dibujando en 2008 como los más tristes y penosos de nuestra pequeña biografía personal.
Se celebra en toda las plazas del país, sin distingo. Hombres y mujeres, por una noche, estamos en unión libertaria hasta para tomarnos un buen pozole y una cerveza fresca.
La independencia de México, esa liberación del grillete español de más de tres siglos es, sin duda, lo que momentáneamente une a mexicanas y mexicanos.
Es la reafirmación de la paz y no de la guerra. Por eso los soldados en el desfile conmemorativo salen de sus cuarteles y muestran sus destrezas acrobáticas y no guerreras.
Para nosotras las figuras emblemáticas de Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario son el precedente histórico de la participación social y política de las mexicanas, con nombre y rostro.
De las indígenas que resistieron durante más de tres siglos a la conquista, sólo nos queda la piel y la sangre, dolorosa y tremenda, ya que el mestizaje se produjo a fuerza de violaciones sexuales masivas y oprobiosas. Se nos enseñó a reconocerlas como la forma, brutal, de la constitución de nuestra identidad.
Muchas crecimos y nos desarrollamos por muchos años reconociendo los días patrios como símbolo de libertad y autonomía. Creímos acríticamente en los héroes de esa guerra y cantamos todos los lunes, en la escuela, frente a la bandera nacional, un himno cuyas coordenadas son esa historia que hoy, vacía y distante, es siempre guerrera.
¡Vaya!, ¿cuántas veces nos hemos emocionado hasta las lágrimas? ¿Cuántas veces nuestros labios han temblado, sinceramente, con esa frase de que Dios le dio a la patria en cada hijo un soldado?
Y luego, nuestro corazón inflamado, sostiene, tiernamente, como en un estallido molecular, "Mexicanos al grito de guerra..."
Este 12 de septiembre de 2008, Felipe Calderón, en una ceremonia en el Colegio Militar llamó a la guerra, no sólo a sus administradores, funcionarios públicos, sino a todos y cada uno de los gobiernos de la Federación.
Llamó a la guerra a todas y todos los ciudadanos de este país, les dijo que era "deber patrio" la "defensa de México", y agregó, con palabras profundas, propias de la tremenda telenovela del momento:
"No habrá tregua ni cuartel, rescataremos uno a uno los espacios públicos y los pueblos y las ciudades... para devolverlos a los niños, a los ciudadanos, a las madres de familia, a los abuelos".
Un verdadero llamado a la violencia, un llamado al enfrentamiento, a la denuncia de los "malvivientes", a "defender a México de sus enemigos".
Calderón abrió hace 20 meses una guerra que los especialistas identifican como inútil militarización y una estrategia equivocada que sólo conducirá a una crisis de violencia, pues empiezan a cerrarse los espacios a la participación civil.
Calderón, cuyo rostro se ha ido poco a poco deformando, anunció, esa misma semana, que aumentará el presupuesto a los cuerpos policiacos y castrenses. Hasta en 49.8% a la Secretaría de Seguridad Pública (SSPF); 29% a la Procuraduría General de la República (PGR), y 16.1% a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
Y en 20 meses, una guerra que él declaro a las sombras que se materializan con ejecuciones sistemáticas, hasta más de 3 mil este año; una guerra que está enviando como misiles mensajes continuados de temor y de horror, una guerra que ya es comparada con los aciagos días de las dictaduras militares en tierras latinoamericanas.
Una guerra a la que le aplicará los recursos que son urgentes en otras áreas, para crear empleos, aplicar en programas de salud y educación, la SEP, la dependencia más castigada en su proyecto de presupuesto para 2009; dinero para cultivar nuestras tierras y producir alimentos. Dinero de los impuestos y los débitos de cada uno y una de quienes trabajamos. Dinero para la investigación y la educación superior.
Es posible, como dijo la diputada Claudia Cruz, pensar que detrás de esta guerra un poco ficticia y mediática, está el enorme negocio de las armas y la industria militar, cuyos gananciosos son grandes capitales internacionales y bancarios.
El fervor patrio que se metió en nuestra corriente cerebral y sanguínea, ese de la independencia, la autonomía y la libertad, en los actos, el discurso guerrero y manipulador, se ha convertido en reguero de muertos, como los que se encontraron a quince kilómetros del Distrito Federal, ese mismo viernes 12, en los terrenos del parque de La Marquesa.
Los especialistas claman por prevención, educación, desarrollo social, reestablecimiento de la paz. Ellos, como Erubiel Tirado, que coordina un diplomado de seguridad nacional en la Universidad Iberoamericana, dicen que la militarización ya está en puerta.
Mientras, los ya antiguos y festivos días de septiembre se van dibujando en 2008 como los más tristes y penosos de nuestra pequeña biografía personal.
Banner responsabilidad de Revoluciones MX
No hay comentarios.:
Publicar un comentario