No contenta con la mayor masacre de los últimos 50 años
Hugo Moldiz
La arremetida fascistas, prevista para esta semana por la ultraderecha y sus grupos paramilitares, armados con armas automáticas, FAL y AK, pondrán a prueba la conciencia y el nivel de organización del pueblo, la lealtad del Alto Mando de las Fuerzas Armadas, de los que algunos tienen estrechas relaciones con el Pentágono, y la fortaleza de la revolución.
Las lágrimas y la rabia brotan por miles. Pando ha sido escenario de la mayor masacre que Bolivia ha vivido en los últimos 50 años y el estado de sitio, declarado por el presidente Evo Morales el viernes pasado, es la oportunidad, quizá la única, si los militares no se dan la vuelta, para salvar la unidad de la Patria y la revolución, y sobre todo para evitar que una masacre aún de mayores proporciones se registre en los siguientes días.
Bolivia está contra el tiempo. Los comités cívicos, que es la forma de organización política de las clases dominantes a falta de partido, y los grupos paramilitares organizados durante casi dos años, están ultimando detalles para el “enfrentamiento final” que a manera de advertencia hizo el prefecto de Tarija, Mario Cossio, pocos minutos antes de entrar a una reunión con el gobierno en la tarde del viernes en representación del bloque opositor.
Toda la información disponible, que obviamente es callada por los grandes medios de comunicación, conduce a pensar que entre el lunes y el miércoles, aunque no hay que descartar que sea antes, estos grupos paramilitares, armados como se los ha visto con Fal e incluso ametralladoras AK, se lanzarán contra las zonas de presencia militante del MAS y los movimientos sociales.
Los dirigentes y los movimientos sociales saben que los plazos se acaban cada día. Ganas no les faltan y decisión tampoco. Lo que si está claro es que esos hombres y mujeres no tienen armamento para enfrentar a los paramilitares, como con impotencia decía en la mañana de este domingo un campesino de Pando que logró milagrosamente escapar de la redada que los paramilitares les hicieron y en la que hasta ahora se han identificado 35 asesinados.
La relativa calma de este domingo es aquella que precede a los grandes días de tormenta. El presidente Evo Morales, quien en persona encabeza los preparativos de la resistencia contra lo que ha definido como el “golpe de estado civil-prefectural”, está profundamente conciente de lo que se viene y ante miles de campesinos en Cochabamba, el sábado, ha reiterado que es preferible morir por la patria antes que traicionar la lucha de los pueblos. Las palabras del líder indígena, revolucionario y jefe de Estado no eran una arenga para cosechar aplausos, sino una interpelación a la conciencia y al corazón en momentos en la batalla final de aproxima y de la que dependerá el futuro de la revolución boliviana y en parte el curso de la revolución latinoamericana.
Golberg ha sido expulsado, pero los planes del imperialismo continúan. En la semana que culmina, varios de sus operadores se han dedicado a tocar las puertas del Alto Mando Militar para cobrarles lealtades pasadas. El máximo comandante de las Fuerzas Armadas, Luis Trigo, pidió autorización para trabajar como copiloto de Jorge Tuto Quiroga en la campaña electoral de diciembre pasado, mantiene relaciones directas con la burguesía del departamento de Santa Cruz y tiene algunos negocios en los Estados Unidos. De Macay ni hablar, siempre fue hombre del Pentágono en las Fuerzas Armadas, su hermano trabaja en la oficina encargada de temas de seguridad de la embajada de Estados Unidos en La Paz y su sobrina de igual manera.
La VIII División del Ejército en Santa Cruz, conducida por el general Bracamonte, será estratégica para los planes conspirativos y golpistas del imperialismo y la derecha. La información hasta ahora disponible no es alentadora para el gobierno. A principios de semana una reunión reservada entre ese militar y los sediciosos Rubén Costas y Branko Marinkovic, en el que participó además Gary Prado (el militar que capturó al Che), habría concluido con el compromiso del general de no actuar contra la población o lo que es lo mismo: no hacer nada contra los grupos paramilitares que actúan con impunidad en ese departamento, el epicentro de la contrarrevolución.
Lo único que ha evitado que esa suerte de “huelga de brazos caídos de las Fuerzas Armadas bolivianas”, denunciadas por el presidente venezolano Hugo Chávez, se profundice con medidas abiertamente golpistas contra el gobierno, es la posición patriota de otros militares de alto rango y el apoyo del que goza el presidente Morales en los suboficiales, clases y tropa.
Los plazos se acortan. La esperanza de que la presión internacional coadyuve a cesar la violencia de la que es víctima el pueblo es mínima. Unasur, la ONU y la OEA pueden pronunciarse por el diálogo, pero es poco probable que la ultraderecha desactive sus planes, como de igual manera no lo hizo en la organización de sus referéndum por los estatutos autonómicos que la Corte Nacional Electoral los declaró ilegales. Hoy el panorama es peor y los muertos y heridos dan señales de que no están decididos a retroceder.
No es la falta de financiamiento lo que impulsa a la ultraderecha para mantener el estado de convulsión, ya que un fondo no menor a los 12 millones de dólares se habría constituido con apoyo de los Estados Unidos y el ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, hoy refugiado en el país del norte, sino la certeza de que cuanto más tiempo, mayor reacción nacional e internacional se activará en su contra.
Y ahí está la clave. Lo único que queda es la confianza de que no hay arma más poderosa que la conciencia y la organización del pueblo, y que ese 67 por ciento de apoyo al gobierno se convierta en una mayoría activa y no pasiva como hasta ahora.
Hugo Moldiz
La arremetida fascistas, prevista para esta semana por la ultraderecha y sus grupos paramilitares, armados con armas automáticas, FAL y AK, pondrán a prueba la conciencia y el nivel de organización del pueblo, la lealtad del Alto Mando de las Fuerzas Armadas, de los que algunos tienen estrechas relaciones con el Pentágono, y la fortaleza de la revolución.
Las lágrimas y la rabia brotan por miles. Pando ha sido escenario de la mayor masacre que Bolivia ha vivido en los últimos 50 años y el estado de sitio, declarado por el presidente Evo Morales el viernes pasado, es la oportunidad, quizá la única, si los militares no se dan la vuelta, para salvar la unidad de la Patria y la revolución, y sobre todo para evitar que una masacre aún de mayores proporciones se registre en los siguientes días.
Bolivia está contra el tiempo. Los comités cívicos, que es la forma de organización política de las clases dominantes a falta de partido, y los grupos paramilitares organizados durante casi dos años, están ultimando detalles para el “enfrentamiento final” que a manera de advertencia hizo el prefecto de Tarija, Mario Cossio, pocos minutos antes de entrar a una reunión con el gobierno en la tarde del viernes en representación del bloque opositor.
Toda la información disponible, que obviamente es callada por los grandes medios de comunicación, conduce a pensar que entre el lunes y el miércoles, aunque no hay que descartar que sea antes, estos grupos paramilitares, armados como se los ha visto con Fal e incluso ametralladoras AK, se lanzarán contra las zonas de presencia militante del MAS y los movimientos sociales.
Los dirigentes y los movimientos sociales saben que los plazos se acaban cada día. Ganas no les faltan y decisión tampoco. Lo que si está claro es que esos hombres y mujeres no tienen armamento para enfrentar a los paramilitares, como con impotencia decía en la mañana de este domingo un campesino de Pando que logró milagrosamente escapar de la redada que los paramilitares les hicieron y en la que hasta ahora se han identificado 35 asesinados.
La relativa calma de este domingo es aquella que precede a los grandes días de tormenta. El presidente Evo Morales, quien en persona encabeza los preparativos de la resistencia contra lo que ha definido como el “golpe de estado civil-prefectural”, está profundamente conciente de lo que se viene y ante miles de campesinos en Cochabamba, el sábado, ha reiterado que es preferible morir por la patria antes que traicionar la lucha de los pueblos. Las palabras del líder indígena, revolucionario y jefe de Estado no eran una arenga para cosechar aplausos, sino una interpelación a la conciencia y al corazón en momentos en la batalla final de aproxima y de la que dependerá el futuro de la revolución boliviana y en parte el curso de la revolución latinoamericana.
Golberg ha sido expulsado, pero los planes del imperialismo continúan. En la semana que culmina, varios de sus operadores se han dedicado a tocar las puertas del Alto Mando Militar para cobrarles lealtades pasadas. El máximo comandante de las Fuerzas Armadas, Luis Trigo, pidió autorización para trabajar como copiloto de Jorge Tuto Quiroga en la campaña electoral de diciembre pasado, mantiene relaciones directas con la burguesía del departamento de Santa Cruz y tiene algunos negocios en los Estados Unidos. De Macay ni hablar, siempre fue hombre del Pentágono en las Fuerzas Armadas, su hermano trabaja en la oficina encargada de temas de seguridad de la embajada de Estados Unidos en La Paz y su sobrina de igual manera.
La VIII División del Ejército en Santa Cruz, conducida por el general Bracamonte, será estratégica para los planes conspirativos y golpistas del imperialismo y la derecha. La información hasta ahora disponible no es alentadora para el gobierno. A principios de semana una reunión reservada entre ese militar y los sediciosos Rubén Costas y Branko Marinkovic, en el que participó además Gary Prado (el militar que capturó al Che), habría concluido con el compromiso del general de no actuar contra la población o lo que es lo mismo: no hacer nada contra los grupos paramilitares que actúan con impunidad en ese departamento, el epicentro de la contrarrevolución.
Lo único que ha evitado que esa suerte de “huelga de brazos caídos de las Fuerzas Armadas bolivianas”, denunciadas por el presidente venezolano Hugo Chávez, se profundice con medidas abiertamente golpistas contra el gobierno, es la posición patriota de otros militares de alto rango y el apoyo del que goza el presidente Morales en los suboficiales, clases y tropa.
Los plazos se acortan. La esperanza de que la presión internacional coadyuve a cesar la violencia de la que es víctima el pueblo es mínima. Unasur, la ONU y la OEA pueden pronunciarse por el diálogo, pero es poco probable que la ultraderecha desactive sus planes, como de igual manera no lo hizo en la organización de sus referéndum por los estatutos autonómicos que la Corte Nacional Electoral los declaró ilegales. Hoy el panorama es peor y los muertos y heridos dan señales de que no están decididos a retroceder.
No es la falta de financiamiento lo que impulsa a la ultraderecha para mantener el estado de convulsión, ya que un fondo no menor a los 12 millones de dólares se habría constituido con apoyo de los Estados Unidos y el ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, hoy refugiado en el país del norte, sino la certeza de que cuanto más tiempo, mayor reacción nacional e internacional se activará en su contra.
Y ahí está la clave. Lo único que queda es la confianza de que no hay arma más poderosa que la conciencia y la organización del pueblo, y que ese 67 por ciento de apoyo al gobierno se convierta en una mayoría activa y no pasiva como hasta ahora.
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