Julio Pomar
“Es peor que un crimen, es un error”. Esto dicen que dijo el personaje de la fama más negra de la Revolución Francesa, Joseph Fouché, “el genio tenebroso”, quien fue uno de los pocos, sino es que el único, de los grandes protagonistas de ese movimiento humano que murió en la cama por viejo y enfermo, no ajusticiado ni guillotinado ni asesinado, como sí lo fueron los otros importantes líderes revolucionarios Marat, Dantón, Robespierre, Murat, Saint Just.
Fue Fouché el típico acomodaticio, el clásico “veleta” que se movió según el viento soplara, el que no tuvo escrúpulo de conciencia para pasar de un bando al otro con tal de conservarse en el poder. El símbolo de la eficacia y el pragmatismo político absolutos y despiadados, el cual murió como duque de Otranto en su palacio de Trieste.
De esos personajes pulula la historia universal de la política. No es el caso ocuparnos de ellos, ya que los tenemos a la mano en México y en América Latina sin necesidad de ir a otras partes del mundo. Aquella frase, proferida por Fouché según la célebre biografía de Stefan Zweig, la pronunció en uno de tantos ajusticiamientos revolucionarios entre ellos mismos. Lo que Fouché criticaba no era el crimen en sí, sino el error político que con dicho crimen se cometía, lo cual abría el camino a la interpretación de que el crimen no era desechable siempre que no constituyese un error político.
Otro francés, tres siglos después, Dominique de Villepin, vino a México a decirle a Felipe Calderón y a los panistas que lo que están haciendo en su lucha contra el crimen organizado se dirige directamente al fracaso. Y lo dijo invitado a hablar por los panistas en el propio local del PAN, el miércoles 22. De Villepin fue primer ministro de Francia en el gobierno derechista de Jacques Chirac, de 2005 a 2007, o sea, no se trata de un crítico izquierdista, sino uno de la misma camada internacional de la derecha. Quizá los panistas lo trajeron a México para que les diese unas lecciones en el manejo de la seguridad y la lucha contra el crimen organizado, para decir algo que los panistas no tienen la altura ni la capacidad ni los arriates para decírselo a Felipe Calderón, a quien rodean los lambiscones de nueva hornada.
Poco más o menos les dijo De Villepin a los panistas: en la lucha contra el crimen organizado y el terrorismo, cualquier país democrático está condenado al fracaso si antepone la intervención del Ejército y las policías al uso de sistemas de inteligencia y de la plena identificación de los circuitos financieros que alimentan a estos grupos de delincuentes, “porque sin dinero no pueden existir”. Es necesaria una estrategia distinta, remarcó, a la de enfrentarlos únicamente con la fuerza. Antes que nada es necesario “un gobierno fuerte” que pueda convocar primero a la cohesión social y luego, empujar junto con todas las fuerzas políticas, los cambios que se requieren para hacer frente a este fenómeno, separando los debates de carácter social, económico o político, para actuar de manera conjunta, porque un gobierno solo no puede hacer nada.
También les expresó a los panistas -que lo oiga bien Felipe- que el crimen organizado y la inseguridad son, en parte, consecuencia de la corrupción en todos los niveles gubernamentales, así como de la frustración de grupos sociales frente al proceso de globalización económica. Además De Villepin llamó a renunciar a ventilar esta lucha en la sociedad del espectáculo, donde se manejan los problemas frente a las cámaras de televisión, ya que la anticipación y la sorpresa, cierta capacidad de secreto, son importantes para hacer frente a las bandas criminales, que actúan desde las sombras.
Nada de lo que dijo el político francés se ha dejado de decir en México en estos tiempos, pero Calderón y los panistas han puesto oídos sordos, como en tantas cosas, y han estado empecinados en su línea de combate sin estrategia política. A ver si ahora, cuando se los dice un correligionario extranjero de su propia derecha, ya le hacen caso. Es un error desde el principio haber metido al Ejército en la lucha antinarco, sin haber consensuado políticamente la lucha contra el crimen organizado, y sin haber llegado a alianzas en otros frentes, como el energético y el social (campesinos, mineros, maestros, etc.), en vez de atragantarse con tantas imposibles “reformas” como las que pretende este dizque gobierno de derecha. Lo que han hecho es más que un crimen, es un pavoroso error. Y nos quedamos cortos en esta calificación.
“Es peor que un crimen, es un error”. Esto dicen que dijo el personaje de la fama más negra de la Revolución Francesa, Joseph Fouché, “el genio tenebroso”, quien fue uno de los pocos, sino es que el único, de los grandes protagonistas de ese movimiento humano que murió en la cama por viejo y enfermo, no ajusticiado ni guillotinado ni asesinado, como sí lo fueron los otros importantes líderes revolucionarios Marat, Dantón, Robespierre, Murat, Saint Just.
Fue Fouché el típico acomodaticio, el clásico “veleta” que se movió según el viento soplara, el que no tuvo escrúpulo de conciencia para pasar de un bando al otro con tal de conservarse en el poder. El símbolo de la eficacia y el pragmatismo político absolutos y despiadados, el cual murió como duque de Otranto en su palacio de Trieste.
De esos personajes pulula la historia universal de la política. No es el caso ocuparnos de ellos, ya que los tenemos a la mano en México y en América Latina sin necesidad de ir a otras partes del mundo. Aquella frase, proferida por Fouché según la célebre biografía de Stefan Zweig, la pronunció en uno de tantos ajusticiamientos revolucionarios entre ellos mismos. Lo que Fouché criticaba no era el crimen en sí, sino el error político que con dicho crimen se cometía, lo cual abría el camino a la interpretación de que el crimen no era desechable siempre que no constituyese un error político.
Otro francés, tres siglos después, Dominique de Villepin, vino a México a decirle a Felipe Calderón y a los panistas que lo que están haciendo en su lucha contra el crimen organizado se dirige directamente al fracaso. Y lo dijo invitado a hablar por los panistas en el propio local del PAN, el miércoles 22. De Villepin fue primer ministro de Francia en el gobierno derechista de Jacques Chirac, de 2005 a 2007, o sea, no se trata de un crítico izquierdista, sino uno de la misma camada internacional de la derecha. Quizá los panistas lo trajeron a México para que les diese unas lecciones en el manejo de la seguridad y la lucha contra el crimen organizado, para decir algo que los panistas no tienen la altura ni la capacidad ni los arriates para decírselo a Felipe Calderón, a quien rodean los lambiscones de nueva hornada.
Poco más o menos les dijo De Villepin a los panistas: en la lucha contra el crimen organizado y el terrorismo, cualquier país democrático está condenado al fracaso si antepone la intervención del Ejército y las policías al uso de sistemas de inteligencia y de la plena identificación de los circuitos financieros que alimentan a estos grupos de delincuentes, “porque sin dinero no pueden existir”. Es necesaria una estrategia distinta, remarcó, a la de enfrentarlos únicamente con la fuerza. Antes que nada es necesario “un gobierno fuerte” que pueda convocar primero a la cohesión social y luego, empujar junto con todas las fuerzas políticas, los cambios que se requieren para hacer frente a este fenómeno, separando los debates de carácter social, económico o político, para actuar de manera conjunta, porque un gobierno solo no puede hacer nada.
También les expresó a los panistas -que lo oiga bien Felipe- que el crimen organizado y la inseguridad son, en parte, consecuencia de la corrupción en todos los niveles gubernamentales, así como de la frustración de grupos sociales frente al proceso de globalización económica. Además De Villepin llamó a renunciar a ventilar esta lucha en la sociedad del espectáculo, donde se manejan los problemas frente a las cámaras de televisión, ya que la anticipación y la sorpresa, cierta capacidad de secreto, son importantes para hacer frente a las bandas criminales, que actúan desde las sombras.
Nada de lo que dijo el político francés se ha dejado de decir en México en estos tiempos, pero Calderón y los panistas han puesto oídos sordos, como en tantas cosas, y han estado empecinados en su línea de combate sin estrategia política. A ver si ahora, cuando se los dice un correligionario extranjero de su propia derecha, ya le hacen caso. Es un error desde el principio haber metido al Ejército en la lucha antinarco, sin haber consensuado políticamente la lucha contra el crimen organizado, y sin haber llegado a alianzas en otros frentes, como el energético y el social (campesinos, mineros, maestros, etc.), en vez de atragantarse con tantas imposibles “reformas” como las que pretende este dizque gobierno de derecha. Lo que han hecho es más que un crimen, es un pavoroso error. Y nos quedamos cortos en esta calificación.
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