Rosario Ibarra
La conocí hace tiempo. Me la presentaron unos amigos de la cuarta Internacional. Fuimos a un sitio en donde ella daría una conferencia y no he olvidado la calidez de sus palabras, ni su rostro de sonrisa tierna, ni su mirada vivaz, ni la imposición naturalmente fuerte de su presencia. Se llamaba Celia Hart Santamaría.
No la había vuelto a ver; sólo sabía de ella y la recordaba con admiración y cariño y anhelaba encontrarla de nuevo.... El día llegó.
Hace apenas unos meses fui invitada a Cuba, y en La Habana, en el vestíbulo de un enorme auditorio, se acercó con los brazos abiertos a saludar a Edgard Sánchez Ramírez, que me acompañaba, amigo y compañero de tantos años y de tantas luchas por la libertad de los presos y los desaparecidos en México.
Después del efusivo saludo al viejo camarada, me tocó el turno: me alzó en vilo al tiempo que gritaba “¡Rosario, Rosario!”, y en un remolino de efusividad, me puso al tanto de su vida desde nuestro anterior encuentro y siguió después la inagotable lista de preguntas sobre mi vida y lo que había hecho y hacía. Hablaba de prisa, reía de recuerdos con Edgard y de anécdotas de nuestras vidas y luchas, de afanes y desvelos, de dichas y de fracasos...
Pero... hado terrible, siniestro mandato del destino, Celia Hart, ese “huracán militante”, murió en un accidente. el pasado día 7 de este mes en calles de La Habana, junto a su hermano Abel. Al conocer la infausta noticia, brotó en mi mente la imagen de su tío materno, de nombre Abel, que fue torturado y asesinado en 1953 por las hordas de Batista.
Recordé también la figura esplendorosa de su madre, Haydé Santamaría, quien murió en 1980, y a su padre, el revolucionario como todos ellos, que aún vive y a quien tuve el privilegio de saludar en esa mi reciente visita a la admirada isla. ¡Cuánto dolor ha de sentir el viejo y heroico luchador!... ¡Cuánta falta le va a hacer su hija a la que no sólo quería, sino admiraba!...
Vaya para él, desde este modesto espacio, un abrazo fuerte, como creo que quieren dárselo millones de ciudadanos del mundo que admiran su revolución y aman a Celia, por las cataratas de ideas que derramaba, por su fina ironía, por su ternura y su bondad, por su perenne rebeldía, por su amor a los niños de su patria, por su internacionalismo inclaudicable y por muchísimas cosas más que harán que siga encendida esa su amorosa llama.
Dirigente del comité ¡Eureka!
La conocí hace tiempo. Me la presentaron unos amigos de la cuarta Internacional. Fuimos a un sitio en donde ella daría una conferencia y no he olvidado la calidez de sus palabras, ni su rostro de sonrisa tierna, ni su mirada vivaz, ni la imposición naturalmente fuerte de su presencia. Se llamaba Celia Hart Santamaría.
No la había vuelto a ver; sólo sabía de ella y la recordaba con admiración y cariño y anhelaba encontrarla de nuevo.... El día llegó.
Hace apenas unos meses fui invitada a Cuba, y en La Habana, en el vestíbulo de un enorme auditorio, se acercó con los brazos abiertos a saludar a Edgard Sánchez Ramírez, que me acompañaba, amigo y compañero de tantos años y de tantas luchas por la libertad de los presos y los desaparecidos en México.
Después del efusivo saludo al viejo camarada, me tocó el turno: me alzó en vilo al tiempo que gritaba “¡Rosario, Rosario!”, y en un remolino de efusividad, me puso al tanto de su vida desde nuestro anterior encuentro y siguió después la inagotable lista de preguntas sobre mi vida y lo que había hecho y hacía. Hablaba de prisa, reía de recuerdos con Edgard y de anécdotas de nuestras vidas y luchas, de afanes y desvelos, de dichas y de fracasos...
Pero... hado terrible, siniestro mandato del destino, Celia Hart, ese “huracán militante”, murió en un accidente. el pasado día 7 de este mes en calles de La Habana, junto a su hermano Abel. Al conocer la infausta noticia, brotó en mi mente la imagen de su tío materno, de nombre Abel, que fue torturado y asesinado en 1953 por las hordas de Batista.
Recordé también la figura esplendorosa de su madre, Haydé Santamaría, quien murió en 1980, y a su padre, el revolucionario como todos ellos, que aún vive y a quien tuve el privilegio de saludar en esa mi reciente visita a la admirada isla. ¡Cuánto dolor ha de sentir el viejo y heroico luchador!... ¡Cuánta falta le va a hacer su hija a la que no sólo quería, sino admiraba!...
Vaya para él, desde este modesto espacio, un abrazo fuerte, como creo que quieren dárselo millones de ciudadanos del mundo que admiran su revolución y aman a Celia, por las cataratas de ideas que derramaba, por su fina ironía, por su ternura y su bondad, por su perenne rebeldía, por su amor a los niños de su patria, por su internacionalismo inclaudicable y por muchísimas cosas más que harán que siga encendida esa su amorosa llama.
Dirigente del comité ¡Eureka!
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