Por Alfredo Velarde
Ahora que las aspiraciones a favor de una elemental democracia política en México, se encuentran heridas de muerte, disipadas por la crecida vocación protofascista del presidente impuesto Felipe Calderón y compañía, con su lamentabilísimo gabinete de polizontes, milicos y tecnócratas neoliberales , no resulta ocioso reflexionar -en alguna medida- cuáles han sido, en países como el nuestro, los reales propósitos de fondo de ese dogma que ha sido dado en llamársele rimbombantemente como el “paradigma neoliberal”.
La muerte reciente del por desgracia impune dictador chileno, Augusto Pinochet , constituye una inevitable referencia en esa historia de infamias que el capitalismo salvaje de credo neoliberal decidió imponer al mundo. Y en esa trama dramática y extraordinariamente costosa en vidas y recursos para nuestras naciones, América Latina devino en una suerte de laboratorio de pruebas , para posteriormente emplazar al conjunto del globo terráqueo el incorrectamente denominado como “modelo económico neoliberal” que había sido desarrollado en la Universidad de Chicago , al cobijo de posturas extraordinariamente conservadoras, como las del también recientemente fallecido y ex premio Nóbel de Economía, Milton Friedman . Si se sabe leer e interpretar lo que la muerte del dictador chileno significa, no hay duda en que toda una época de la vieja hegemonía política pro norteamericana en el Cono Sur empieza a fenecer y, con ella, también, sus más conspicuos representantes. Ideológicos de un lado, como en el caso de Friedman ; y sus operadores concretos más sanguinarios, como fue el caso rotundo del ya para su deceso nonagenario Pinochet . Y no. No nos da pena su deceso, y acaso sólo tengamos que lamentar que no se le hubiese podido enjuiciar con las leyes de los hombres, que más que llamarlo a cuentas lo cobijó y le permitió abandonar indemne en su compromiso de clase con los poseedores este mundo, en el que tanto daño hizo sin haber sido condenado por la muerte de miles y miles de personas que habían hecho filas en el gobierno de pretensiones socialistas de la Unidad Popular chilena y el ex presidente Salvador Allende que arribara a la presidencia de la conosureña nación en 1970, y que fuera depuesto merced a un golpe militar en 1973.
No hay ni siquiera margen para la duda, en que hoy, toda una época parece languidecer, a favor de gobiernos que, más que de izquierda en América Latina, detentan como un componente decisivo suyo, un nacionalismo que amenaza con modificar la balanza de la correlación de fuerzas a nivel mundial frente a los últimos rescoldos de un imperialismo pasado de moda, pero que todavía golpea, en medio de la puja sistémica por concretar, a favor suyo, una suerte de dinámica constitutiva imperial , en los términos postulados por Antonio Negri .
El neoliberalismo , que surgió de frente y como consecuencia de las recurrentes crisis de legitimación de eso que se ha dado en llamar el “capitalismo tardío” , a las que desde el poder debía respondérseles a favor de capital, y de la creciente ingobernabilidad de la “democracia”, que tanto sirvió para apuntalar el lenguaje autoritario de los privatizadores a ultranza de la economía y su culto irresponsable por la economía de mercado, también se expresó, antes, en las ominosas dictaduras militares que asolaron a América Latina. Chile, Brasil, Argentina, Perú, y muchas otras naciones más, y que fueron, unas antes que las otras, de manera repetida, subsumidas a la égida de regímenes militares que no se detuvieron ante nada para conculcar la soberanía popular. Hoy, cuando vemos los primeros pasos del tristemente célebre gobierno de Felipe Calderón Hinojosa en México, no podemos sino lamentar la profunda amnesia y el enorme riesgo que los mexicanos corremos, si no hacemos algo en serio y ya, para detener una orientación de la economía, la política y la sociedad, que será enormemente costosa para todos nosotros. Es evidente que el neoliberalismo recrudecido que propone Calderón, no resolverá las cosas y sí las complicará mucho más. Y por eso, me inclino por considerar que, en el terreno del debate sobre las ideas económicas, el neoliberalismo económico es, a la vez, una teoría económica y una propaganda que pretende modificar la sociedad global, colocando al individuo como un presunto sujeto “soberano” en su –como diría Friedman- “libertad para elegir”.
Pero para nosotros, sin duda, el neoliberalismo no supone, bajo ninguna circunstancia, una noción de justicia, puesto que las libertades y responsabilidades del individuo se presentan como incompatibles con cualquier esquema de justicia social en tanto justicia distributiva . En las malamente definidas como “sociedades abiertas” (en realidad capitalistas), como las solía denominar Kart Popper , se ha supuesto de parte de la derecha, que el mercado permite guiarnos hacia el logro del bien común, pero no hay nada como eso, y sí ha implicado, por un lado, la despolitización de la economía (para que no se la cuestione cuando funciona a favor sólo de unos cuantos (los ricos y poderosos) y una economización de la sociedad que pretenden resolver en términos de las llamadas expectativas racionales .
Pero esta pura administración de las expectativas ha perdido eficacia, toda vez que no ha proporcionado ninguna forma de verdad, de consenso, o de efectiva realización política a favor de los intereses de la gente, lo que habla de una progresiva sustitución del criterio de “optimalidad” por el de mera “sustentabilidad”: un mero seguir viviendo que no da cabida a mejoras sociales, pero que en esa misma medida, salta de nuevo y de lleno la necesidad de un concepto de justicia para la construcción de una teoría de la sociedad que cubra el hueco de un neoliberalismo, hoy por hoy, en más de un sentido exhausto, como en el México que, de nueva cuenta, empieza a pensar y sentir, sobre la necesidad de la revolución.
Nota original
Ahora que las aspiraciones a favor de una elemental democracia política en México, se encuentran heridas de muerte, disipadas por la crecida vocación protofascista del presidente impuesto Felipe Calderón y compañía, con su lamentabilísimo gabinete de polizontes, milicos y tecnócratas neoliberales , no resulta ocioso reflexionar -en alguna medida- cuáles han sido, en países como el nuestro, los reales propósitos de fondo de ese dogma que ha sido dado en llamársele rimbombantemente como el “paradigma neoliberal”.
La muerte reciente del por desgracia impune dictador chileno, Augusto Pinochet , constituye una inevitable referencia en esa historia de infamias que el capitalismo salvaje de credo neoliberal decidió imponer al mundo. Y en esa trama dramática y extraordinariamente costosa en vidas y recursos para nuestras naciones, América Latina devino en una suerte de laboratorio de pruebas , para posteriormente emplazar al conjunto del globo terráqueo el incorrectamente denominado como “modelo económico neoliberal” que había sido desarrollado en la Universidad de Chicago , al cobijo de posturas extraordinariamente conservadoras, como las del también recientemente fallecido y ex premio Nóbel de Economía, Milton Friedman . Si se sabe leer e interpretar lo que la muerte del dictador chileno significa, no hay duda en que toda una época de la vieja hegemonía política pro norteamericana en el Cono Sur empieza a fenecer y, con ella, también, sus más conspicuos representantes. Ideológicos de un lado, como en el caso de Friedman ; y sus operadores concretos más sanguinarios, como fue el caso rotundo del ya para su deceso nonagenario Pinochet . Y no. No nos da pena su deceso, y acaso sólo tengamos que lamentar que no se le hubiese podido enjuiciar con las leyes de los hombres, que más que llamarlo a cuentas lo cobijó y le permitió abandonar indemne en su compromiso de clase con los poseedores este mundo, en el que tanto daño hizo sin haber sido condenado por la muerte de miles y miles de personas que habían hecho filas en el gobierno de pretensiones socialistas de la Unidad Popular chilena y el ex presidente Salvador Allende que arribara a la presidencia de la conosureña nación en 1970, y que fuera depuesto merced a un golpe militar en 1973.
No hay ni siquiera margen para la duda, en que hoy, toda una época parece languidecer, a favor de gobiernos que, más que de izquierda en América Latina, detentan como un componente decisivo suyo, un nacionalismo que amenaza con modificar la balanza de la correlación de fuerzas a nivel mundial frente a los últimos rescoldos de un imperialismo pasado de moda, pero que todavía golpea, en medio de la puja sistémica por concretar, a favor suyo, una suerte de dinámica constitutiva imperial , en los términos postulados por Antonio Negri .
El neoliberalismo , que surgió de frente y como consecuencia de las recurrentes crisis de legitimación de eso que se ha dado en llamar el “capitalismo tardío” , a las que desde el poder debía respondérseles a favor de capital, y de la creciente ingobernabilidad de la “democracia”, que tanto sirvió para apuntalar el lenguaje autoritario de los privatizadores a ultranza de la economía y su culto irresponsable por la economía de mercado, también se expresó, antes, en las ominosas dictaduras militares que asolaron a América Latina. Chile, Brasil, Argentina, Perú, y muchas otras naciones más, y que fueron, unas antes que las otras, de manera repetida, subsumidas a la égida de regímenes militares que no se detuvieron ante nada para conculcar la soberanía popular. Hoy, cuando vemos los primeros pasos del tristemente célebre gobierno de Felipe Calderón Hinojosa en México, no podemos sino lamentar la profunda amnesia y el enorme riesgo que los mexicanos corremos, si no hacemos algo en serio y ya, para detener una orientación de la economía, la política y la sociedad, que será enormemente costosa para todos nosotros. Es evidente que el neoliberalismo recrudecido que propone Calderón, no resolverá las cosas y sí las complicará mucho más. Y por eso, me inclino por considerar que, en el terreno del debate sobre las ideas económicas, el neoliberalismo económico es, a la vez, una teoría económica y una propaganda que pretende modificar la sociedad global, colocando al individuo como un presunto sujeto “soberano” en su –como diría Friedman- “libertad para elegir”.
Pero para nosotros, sin duda, el neoliberalismo no supone, bajo ninguna circunstancia, una noción de justicia, puesto que las libertades y responsabilidades del individuo se presentan como incompatibles con cualquier esquema de justicia social en tanto justicia distributiva . En las malamente definidas como “sociedades abiertas” (en realidad capitalistas), como las solía denominar Kart Popper , se ha supuesto de parte de la derecha, que el mercado permite guiarnos hacia el logro del bien común, pero no hay nada como eso, y sí ha implicado, por un lado, la despolitización de la economía (para que no se la cuestione cuando funciona a favor sólo de unos cuantos (los ricos y poderosos) y una economización de la sociedad que pretenden resolver en términos de las llamadas expectativas racionales .
Pero esta pura administración de las expectativas ha perdido eficacia, toda vez que no ha proporcionado ninguna forma de verdad, de consenso, o de efectiva realización política a favor de los intereses de la gente, lo que habla de una progresiva sustitución del criterio de “optimalidad” por el de mera “sustentabilidad”: un mero seguir viviendo que no da cabida a mejoras sociales, pero que en esa misma medida, salta de nuevo y de lleno la necesidad de un concepto de justicia para la construcción de una teoría de la sociedad que cubra el hueco de un neoliberalismo, hoy por hoy, en más de un sentido exhausto, como en el México que, de nueva cuenta, empieza a pensar y sentir, sobre la necesidad de la revolución.
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