carlos acosta córdova
--El pasado miércoles 19, el expresidente Carlos Salinas de Gortari regresó a Valle de Chalco, cuna del programa estrella de su sexenio, Solidaridad. Fue la segunda visita que hace desde que dejó la residencia oficial de Los Pinos en 1994. Invitado por el exdirector de la Universidad Iberoamericana, Enrique González Torres, Salinas dictó una conferencia en el Tecnológico de Estudios Superiores de Valle de Chalco, donde habló sobre los orígenes de este municipio y de los resultados del Programa Nacional de Solidaridad.
Hace 13 años, antes de dejar la Presidencia, Salinas hizo un recorrido por ese mismo lugar. De lo que ahí sucedió Proceso dio cuenta en el número 994. He aquí el texto:
MÉXICO, D.F., 20 de diciembre (apro).- ¿No hay nostalgia, señor presidente? –le preguntaron reporteros a Carlos Salinas de Gortari, el miércoles 30 poco después del mediodía, al término de su último acto masivo del sexenio, en el valle de Chalco, la “cuna de Solidaridad”. Minutos antes ya se conocía el gabinete de Ernesto Zedillo.
–Nostalgia siempre he tenido... pero del futuro –respondió el presidente, con una carcajada poco convincente.
En ese momento Carlos Salinas ya había entrado al inminente vacío que sucede al ejercicio casi absoluto del poder.
No fue cuando abrazó a Ernesto Zedillo en la explanada frontal del Palacio Legislativo, luego de la ceremonia de transmisión de poderes, el momento en que Carlos Salinas se despidió del poder. Ni antes, cuando entregó la banda presidencial a su sucesor. Tampoco cuando el reloj marcaba las 12 de la noche del miércoles 30 de noviembre, el término formal del mandato presidencial.
Fue 12 horas antes, a punto de llegar al valle de Chalco, cuando a Carlos Salinas se le acabó el sexenio, el gobierno, el poder que disfrutó durante seis años: la radio y la televisión daban a conocer, al mediodía de ese miércoles 30, el gabinete de Zedillo. Los reflectores, la atención nacional, se volcaban en torno suyo.
Salinas era, ya, presidente sólo en la forma.
* * * * *
Cierre intenso y sentimental. Para sus últimos cuatro días al frente del gobierno, el presidente Salinas preparó una apretada agenda. Como al principio, recorrió municipios y entregó obras. Habló de la palabra cumplida y cosechó aplausos y elogios.
El domingo 27 estuvo en Guerrero. Visitó Atlamajalcingo del Monte, donde entregó la plaza cívica, la Presidencia Municipal, un quiosco, el sistema de agua potable, alumbrado, pavimentación, una cancha deportiva, aulas y el templo de la comunidad. Antes, hizo escala en la cabecera municipal de Coacoyula –tierra natal de su jefe de Estado Mayor Presidencial, general Arturo Cardona Marino–, donde también entregó obras de beneficio social.
En Guerrero, el presidente refrendó el ánimo, que nunca abandonó, de equipararse con los grandes nombres de la historia patria. Con las obras inauguradas en Atlamalcingo, dijo, el gobierno cumplió con el compromiso que el general Vicente Guerrero hizo a los habitantes de ese municipio que, hace 170 años, apoyaron al libertador en su lucha de Independencia: le entregaron las campanas de la Iglesia, se fundieron, y con el metal se hicieron armas para apoyar el movimiento revolucionario. A cambio pidieron la construcción de una escuela. Hoy hay dos en el municipio.
En el elogio correspondiente, el gobernador del estado, Rubén Figueroa Alcocer, invocó el “espíritu revolucionario del presidente Carlos Salinas de Gortari” y dijo que, gracias a él, la entidad tiene “el Pronasol más grande de toda la República: casi 800,000 millones de viejos pesos, que van a permitir hacer 6,600 obras en beneficio del pueblo de Guerrero”.
Cumplidas en ese lugar las promesas del héroe nacional, el presidente Salinas inauguró más tarde, en la Ciudad de México, las obras de remodelación y ampliación del Instituto Nacional de Nutrición.
El mismo domingo invitó a su casa, en Tlalpan, a Joaquín López Dóriga y a Fidel Samaniego, sus dos inseparables cronistas, que recogieron durante siete años –incluida la campaña por la Presidencia– los detalles favorables de su vida pública, y aun de la privada.
Entraron “hasta la cocina”, como ellos mismos escribieron al día siguiente, en El Heraldo y El Universal, respectivamente. Recorrieron todo, las habitaciones, los jardines, la biblioteca, el despacho. El presidente les mostró recuerdos de familia y de su paso por el poder: fotos, cartas, regalos, libros...
Tuvo cuidado el presidente, al mostrarles detalles de la casa, en hacer énfasis en su inclinación a la austeridad y su apego a la ley: que no hay canchas de tenis, como se dice; que en lo que era la alberca hoy está la biblioteca; que los obsequios que le han dado no rebasan el precio permitido legalmente; que la casa tiene la misma superficie que siempre ha tenido; que la madera fina con que construyó la biblioteca se consiguió con todos los requisitos de ley, cumpliendo las normas ecológicas...
El lunes 28 la agenda fue apretada. Acudió a lo que fue la refinería “18 de Marzo” en Azcapotzalco. Inauguró la nueva terminal de recibo, almacenamiento y distribución de destilados para el abasto de petrolíferos al Valle de México, así como la primera etapa del parque ecológico “Refinería Azcapotzalco”.
Orador único, el director de Petróleos Mexicanos, Francisco Rojas, informó y elogió. Entre lo primero, que Pemex sigue siendo un pilar fundamental en las finanzas públicas, que es el sexto productor de crudo en el mundo y ocupa el tercer lugar en instalaciones costa-afuera; en lo que toca a producción de gas y productos refinados, tiene decimosegundo y undécimo puesto, respectivamente; que la paraestatal se halla, financieramente, en un momento óptimo: en el sexenio que está terminando, sus activos se han duplicado; el capital contable, triplicado; la deuda de largo plazo se redujo a la mitad.
En cuanto a las reservas probadas, Rojas las estimó, a un precio de 13 dólares por barril, en 850,000 millones de dólares. No comparó, empero, con ninguna otra cifra, para ponderar esos datos. Sin dar cifras, el director apuntó que las utilidades de Pemex, antes de impuestos, la ubican “como la empresa más rentable de América del Norte”.
Luego, el elogio. Lo logrado en Pemex, sugirió, es parte de la obra gubernamental de Carlos Salinas de Gortari, que “consolidó una sociedad plural, diversa; amplió libertades y respetó divergencias; gobernó para todos y se gobernó con seriedad, patriotismo y completa entrega a la responsabilidad que el pueblo le confirió”.
Más tarde, el presidente estuvo en Naucalpan. Inauguró el Hospital General de Zona y, simultáneamente, unidades médicas en Chalco y Ecatepec, y una guardería en Nezahualcóyotl. En Naucalpan, además, entregó 184 ambulancias y 77 vehículos para transporte del IMSS. Luego, en Teotihuacán, inauguró el Museo de la Zona Arqueológica e hizo un recorrido por las obras de remodelación y restauración de ese sitio.
En el acto oficial en Naucalpan, el presidente Salinas hizo el balance de su política social. En su gobierno, dijo, se ejerció el gasto social más alto de la historia: en salud se incrementó en más de 70% en términos reales. Eso, entre otras cosas, se tradujo en que se pudo poner en marcha un nuevo hospital cada dos semanas, una nueva unidad de medicina familiar de todo el sistema de salud, cada día de los seis años de esta administración.
Respecto a los demás rubros sociales, dijo Salinas, los hechos son históricos. En educación, este año será el que más se invierta en lo que va del siglo: Por primera vez se ejerce una proporción mayor al 6% del PIB en educación. En vivienda, “este es el año récord de construcción de viviendas a lo largo del país”. En alimentación, Procampo beneficia a más de tres millones de campesinos. En derechos de propiedad, este año se llegará a la cifra de casi 3 millones de escrituras y certificados entregados, con lo que una de cada cinco familias recibió su título y su certificado.
En este punto, el presidente hizo una comparación internacional. Dijo que este año, en tan sólo once meses se otorgaron en el campo más de un millón de títulos y certificados. Esto, dijo, “no tiene precedente a nivel mundial”: otras naciones, agregó, “intentaron este proceso de titulación, y en quince años llegaron a medio millón, y aquí (en México), en once meses, a más de un millón”.
Lo realizado en el ámbito social, dijo Salinas, es prueba de que “sí se puede armonizar disciplina fiscal con política social. Es decir, que no hay necesidad de recurrir al populismo para responder a las legítimas demandas sociales de la población, porque el populismo imprimía billetes para buscar, de esa manera, corresponder a sus promesas, pero lo que tenía al final como resultado, era más inflación, más aumento de los precios, más baja en el nivel de vida de la población”.
Más tarde, el presidente inauguró los trabajos de la CXVII Asamblea General de la Confederación de Trabajadores de México. A los elogios de Nezahualcóyotl de la Vega, respondió también con elogios para la central dirigida por Fidel Velázquez: “Sólo tengo palabras de agradecimiento para la CTM.”
En las instalaciones de la central, los dirigentes le ofrecieron una comida. Otra vez, discursos elogiosos, ahora con ingredientes sentimentales. La senadora Graciela Larios le dijo que “su obra de gobierno es ya un rico patrimonio político de los mexicanos; el tiempo y la historia darán exacta dimensión a su espíritu transformador, y con justicia se le reconocerá como un gran estadista”.
Al efusivo aplauso, de pie, de sus anfitriones, Salinas respondió con un sentido agradecimiento, con énfasis expreso en Fidel Velázquez y saludos para su esposa:
“La CTM siempre ha sabido ser leal al gobierno de la República; la CTM ha sabido ser leal a los propósitos superiores del país; la CTM siempre ha mantenido su lealtad en la defensa de los mejores propósitos del movimiento organizado del país; la CTM es ejemplo de lealtad institucional.”
Martes 29. Si el emperador romano Julio César dijo veni, vidi, vici, cuando se apoderó de buena parte del territorio persa, Salinas, en Puebla, más de 2,000 años después, parafraseó: “Ahora sí puedo decir que vine, vi... y cumplí”. Estaba en Puebla y ponía en marcha una carretera largamente demandada. “Me comprometí con los mexicanos y cumplí, demostrando que unidos no hay obstáculo que no podamos vencer”, dijo.
Luego de Puebla, viajó a Oaxaca, Tamaulipas y Nuevo León. La historia se repitió: inauguró obras, habló de la palabra cumplida y recogió aplausos; flores a su paso, porras interminables, gente que se arremolinaba para verlo, tocarlo incluso. Y los últimos elogios de los gobernadores. Manuel Cavazos Lerma, de Tamaulipas, dijo que Salinas había roto el maleficio, y que con su obra “realizó el milagro”. Sócrates Rizzo, de Nuevo León, señaló que su estado “es otro a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari”. Y más: “La huella de usted en Nuevo León es clara y será imperecedera”.
Por la noche, en actos privados, el agradecimiento de los empresarios regiomontanos: “Nos regresó la dignidad como país y construyó la plataforma para un desarrollo sano y para poder llevar el bienestar a las familias mexicanas.”
* * * * *
Miércoles 30, último día. Aún no tocaban tierra los helicópteros, y la realidad en Chalco emergió: una impresionante polvareda atenuó los gritos de más de 10,000 personas que, desde horas antes, aguardaban el arribo del presidente Carlos Salinas de Gortari y su comitiva.
El polvo, aun en bocas cerradas, se alojó en gargantas y dentaduras. Minutos después, serenas las hélices, el entusiasmo previamente ensayado se desbordó en un impactante y rítmico “¡Sa-li-nas/Sa-li-nas!”
Era la última concentración masiva, popular, que encabezaría el presidente. Antes, durante y después, los problemas previsibles en concentraciones de esa magnitud: congestionamiento de autobuses que trasladaron a los acarreados de casi todos los municipios del Estado de México, abolladuras, múltiples desmayados, insolados, personas extraviadas, golpes para hallar un mejor lugar, jaloneos entre líderes de las distintas organizaciones...
El acto oficial, ceremonia de nacimiento del municipio número 122 –Valle de Chalco Solidaridad– del Estado de México. Hecha la protesta de ley por el primer presidente municipal, Felipe Medina Santos, el gobernador mexiquense Emilio Chuayffet se refirió de tal modo al presidente, que éste se emocionó, sonrió y aplaudió efusivamente. El gobernador cautivó a su público y a la comitiva presidencial.
Dijo al presidente Salinas: “Su gobierno ha sido dinámico desde el primero hasta el último día”, “ninguno de sus contemporáneos podrá regatearle a Carlos Salinas el mérito de haber cambiado a México”, su obra impidió que la unidad nacional se fracturara, “recordaremos siempre al presidente Salinas por su obra nacional”.
En los años del gobierno de Salinas, la región del Valle de Chalco experimentó “una transformación extraordinaria”.
El presidente Salinas correspondió con la misma emotividad: “Afortunado el Estado de México, cuyo esfuerzo lo conduce Emilio Chuayffet Chemor, para orgullo de los mexiquenses.”
Dio cuenta el presidente de por qué eligió el Valle de Chalco para encabezar su último acto masivo: “Tenía que venir a compartir aquí, con los de Chalco; aquí donde casi medio millón de habitantes hace seis años nada tenían.”
Y el coro repetía: “¡Nada, nada!”.
Y Salinas reiniciaba: aquí donde “no existía una cancha deportiva, no había una calle pavimentada, ni una casa tenía toma de agua potable, ni una familia escritura”. Es más: “Los niños llevaban bajo el brazo un ladrillo que era el mesa banco que los sostenía en la improvisada escuela; tampoco el drenaje, que en la época de lluvia ahogaba a las familias y en época de seca polvo las llenaba.”
Y el aplauso, los gritos, las porras, fueron unánimes.
Afuera, empero, atrás de las vallas, los no invitados, los ahora “vallechalquenses” que se quejaban en pequeñas pancartas de la ausencia de los beneficios pregonados: “Estamos peor”, “Solidaridad nos engañó”, “Gracias Salinas, ahora tenemos más hambre”, eran algunas de las leyendas que se leían en sus carteles.
En el micrófono, Salinas –con voz que al final se le quebraría– remataba: “A Chalco busqué regresarle algo de lo que la patria no había podido cumplirles, y lo hicimos juntos, y ustedes mostraron y le enseñaron a toda la nación el tamaño que tiene la dignidad de un pueblo organizado. ¡Esa es la lección que Chalco le ha dado a nuestro México querido!”
Y el griterío, que parecía entrega desbordada, arreciaba. Y el presidente Salinas entraba en ese momento siempre difícil de la despedida. La voz se le entrecortaba, la mirada vidriosa, el nudo en la garganta:
“Al venir aquí, quise hacerlo con mi gente más querida y entrañable, para que compartieran conmigo el sentimiento con ustedes: Por eso pedí que me acompañaran mis tres hijos: Cecilia, Emiliano y Juan Cristóbal.”
Al final, segundos de expectación, de rostros compungidos, de nudos en las gargantas. El presidente, casi en el llanto, pedía a los vallechalquenses que “siempre recuerden y nunca olviden, que lo mejor de México son ustedes, ¡el pueblo mexicano! La mejor herencia que podemos dejarle a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos, ¡es llamarse mexicanos!”
Voz ahogada: “Mañana regreso a ser uno más del pueblo. Con ustedes me quedo, a ustedes como ciudadano me debo; pero si una expresión tengo para mis compatriotas es precisamente ¡gracias, muchas gracias, me los llevo en la mente y para siempre en el corazón! ¡Viva México, compatriotas!”
El sentimiento afloró. El presidente agachó levemente la cabeza. Apretó la mandíbula. Fue evidente el esfuerzo por no llorar. Le aliviaron el grito, los aplausos, las porras, los vítores. Bajó del templete, saludó de mano a muchos que lograron burlar la vigilancia. No pocos querían abrazarlo, tocarlo. Pero operó la guardia personal. Apuró el paso para abandonar el acto. Subió a la camioneta, que él condujo –en el interior sus hijos y el gobernador Chuayffet– para dejar, con ojos llorosos, el Valle de Chalco, la “cuna de Solidaridad”.
Pero dejó inquietudes entre los reporteros: Tres frases, una en Monterrey, otra a bordo del avión que lo condujo a la Ciudad de México, y otra en Chalco, dejaron entrever la posibilidad de que no dirija la Organización Mundial de Comercio.
Dijo allá, a pregunta sobre si residirá en Nuevo León: “Residiré en el país siempre”. En el avión: la situación está “empantanada”. Y en Chalco: “Mañana regreso a ser uno más del pueblo; con ustedes me quedo”.
Por la tarde inauguró el nuevo Hospital Infantil en el Distrito Federal, y después, en el Palacio de los Deportes entregó 20,000 anteojos para niños con problemas.
Luego, comió en su casa de Tlalpan con Felipe González, el jefe del gobierno español, y después recibió, por separado, al comandante Fidel Castro y al vicepresidente estadunidense Al Gore. Por la noche, en el recién inaugurado Centro Nacional de las Artes, cenó con todos los jefes de Estado, presidentes y primeros ministros invitados a la toma de posesión de Ernesto Zedillo.
La información oficial dijo que el presidente había llegado a su casa después de las 11 de la noche. Elementos de seguridad, al día siguiente, apuntaban que Salinas llegó como a las tres de la mañana.
El jueves 1, el final. Carlos Salinas entregó la banda presidencial a Ernesto Zedillo. Atento escuchó el ya expresidente un discurso con nuevo estilo: llano, directo, sin prolegómenos de una visión internacional.
Pareció quedar lejano el efusivo, emotivo, aplauso con que se le recibió en el salón de sesiones de la Cámara, cuando escuchó a un presidente Zedillo sugerir que el país no anda del todo bien y no está para discursos alegres. “Millones de mexicanos viven en una pobreza que indigna a la nación”, dijo al asumir el mando del país. Y repasó lo que hereda: México vive una criminalidad extendida; es frecuente la violación a las garantías individuales y a los derechos humanos, y hay una grave inseguridad pública.
Al terminar la ceremonia de transmisión de poderes, se despidió, ya en la calle, con un abrazo de Ernesto Zedillo. Abordaron sus autobuses respectivos. El presidente rumbo a Palacio Nacional. El expresidente, a Coyoacán, a visitar la tumba de su madre, y luego a Miguel de la Madrid, con quien estuvo, a solas, unos minutos. Después, a la casa de Tlalpan.
–Me siento muy bien, manejando mi coche –respondió Carlos Salinas de Gortari al volante de un Grand Marquis gris, blindado, a un grupo de reporteros que lo esperaban a las afueras de su casa, a su regreso del Palacio Legislativo.
–¿Qué andan haciendo? –había saludado el expresidente a los periodistas, al iniciarse la conversación.
Minutos más adelante dijo: “Uno, como presidente de la República, sí sabe cuándo entra y cuándo sale, que es muy importante. Yo sabía, porque así lo manda la Constitución, que el 30 de noviembre terminaba y el 1 de diciembre entregaba la banda, y estaba con esa convicción plena.”
Y musitó casi imperceptiblemente: “Por aquello de la reelección...” En la casa, decenas de invitados –entre ellos, sus más cercanos colaboradores– lo esperaban para compartir un prolongado convivio de despedida.
Ahora, a esperar el fallo de “los consensos” sobre la dirigencia de la Organización Mundial de Comercio.
--El pasado miércoles 19, el expresidente Carlos Salinas de Gortari regresó a Valle de Chalco, cuna del programa estrella de su sexenio, Solidaridad. Fue la segunda visita que hace desde que dejó la residencia oficial de Los Pinos en 1994. Invitado por el exdirector de la Universidad Iberoamericana, Enrique González Torres, Salinas dictó una conferencia en el Tecnológico de Estudios Superiores de Valle de Chalco, donde habló sobre los orígenes de este municipio y de los resultados del Programa Nacional de Solidaridad.
Hace 13 años, antes de dejar la Presidencia, Salinas hizo un recorrido por ese mismo lugar. De lo que ahí sucedió Proceso dio cuenta en el número 994. He aquí el texto:
MÉXICO, D.F., 20 de diciembre (apro).- ¿No hay nostalgia, señor presidente? –le preguntaron reporteros a Carlos Salinas de Gortari, el miércoles 30 poco después del mediodía, al término de su último acto masivo del sexenio, en el valle de Chalco, la “cuna de Solidaridad”. Minutos antes ya se conocía el gabinete de Ernesto Zedillo.
–Nostalgia siempre he tenido... pero del futuro –respondió el presidente, con una carcajada poco convincente.
En ese momento Carlos Salinas ya había entrado al inminente vacío que sucede al ejercicio casi absoluto del poder.
No fue cuando abrazó a Ernesto Zedillo en la explanada frontal del Palacio Legislativo, luego de la ceremonia de transmisión de poderes, el momento en que Carlos Salinas se despidió del poder. Ni antes, cuando entregó la banda presidencial a su sucesor. Tampoco cuando el reloj marcaba las 12 de la noche del miércoles 30 de noviembre, el término formal del mandato presidencial.
Fue 12 horas antes, a punto de llegar al valle de Chalco, cuando a Carlos Salinas se le acabó el sexenio, el gobierno, el poder que disfrutó durante seis años: la radio y la televisión daban a conocer, al mediodía de ese miércoles 30, el gabinete de Zedillo. Los reflectores, la atención nacional, se volcaban en torno suyo.
Salinas era, ya, presidente sólo en la forma.
* * * * *
Cierre intenso y sentimental. Para sus últimos cuatro días al frente del gobierno, el presidente Salinas preparó una apretada agenda. Como al principio, recorrió municipios y entregó obras. Habló de la palabra cumplida y cosechó aplausos y elogios.
El domingo 27 estuvo en Guerrero. Visitó Atlamajalcingo del Monte, donde entregó la plaza cívica, la Presidencia Municipal, un quiosco, el sistema de agua potable, alumbrado, pavimentación, una cancha deportiva, aulas y el templo de la comunidad. Antes, hizo escala en la cabecera municipal de Coacoyula –tierra natal de su jefe de Estado Mayor Presidencial, general Arturo Cardona Marino–, donde también entregó obras de beneficio social.
En Guerrero, el presidente refrendó el ánimo, que nunca abandonó, de equipararse con los grandes nombres de la historia patria. Con las obras inauguradas en Atlamalcingo, dijo, el gobierno cumplió con el compromiso que el general Vicente Guerrero hizo a los habitantes de ese municipio que, hace 170 años, apoyaron al libertador en su lucha de Independencia: le entregaron las campanas de la Iglesia, se fundieron, y con el metal se hicieron armas para apoyar el movimiento revolucionario. A cambio pidieron la construcción de una escuela. Hoy hay dos en el municipio.
En el elogio correspondiente, el gobernador del estado, Rubén Figueroa Alcocer, invocó el “espíritu revolucionario del presidente Carlos Salinas de Gortari” y dijo que, gracias a él, la entidad tiene “el Pronasol más grande de toda la República: casi 800,000 millones de viejos pesos, que van a permitir hacer 6,600 obras en beneficio del pueblo de Guerrero”.
Cumplidas en ese lugar las promesas del héroe nacional, el presidente Salinas inauguró más tarde, en la Ciudad de México, las obras de remodelación y ampliación del Instituto Nacional de Nutrición.
El mismo domingo invitó a su casa, en Tlalpan, a Joaquín López Dóriga y a Fidel Samaniego, sus dos inseparables cronistas, que recogieron durante siete años –incluida la campaña por la Presidencia– los detalles favorables de su vida pública, y aun de la privada.
Entraron “hasta la cocina”, como ellos mismos escribieron al día siguiente, en El Heraldo y El Universal, respectivamente. Recorrieron todo, las habitaciones, los jardines, la biblioteca, el despacho. El presidente les mostró recuerdos de familia y de su paso por el poder: fotos, cartas, regalos, libros...
Tuvo cuidado el presidente, al mostrarles detalles de la casa, en hacer énfasis en su inclinación a la austeridad y su apego a la ley: que no hay canchas de tenis, como se dice; que en lo que era la alberca hoy está la biblioteca; que los obsequios que le han dado no rebasan el precio permitido legalmente; que la casa tiene la misma superficie que siempre ha tenido; que la madera fina con que construyó la biblioteca se consiguió con todos los requisitos de ley, cumpliendo las normas ecológicas...
El lunes 28 la agenda fue apretada. Acudió a lo que fue la refinería “18 de Marzo” en Azcapotzalco. Inauguró la nueva terminal de recibo, almacenamiento y distribución de destilados para el abasto de petrolíferos al Valle de México, así como la primera etapa del parque ecológico “Refinería Azcapotzalco”.
Orador único, el director de Petróleos Mexicanos, Francisco Rojas, informó y elogió. Entre lo primero, que Pemex sigue siendo un pilar fundamental en las finanzas públicas, que es el sexto productor de crudo en el mundo y ocupa el tercer lugar en instalaciones costa-afuera; en lo que toca a producción de gas y productos refinados, tiene decimosegundo y undécimo puesto, respectivamente; que la paraestatal se halla, financieramente, en un momento óptimo: en el sexenio que está terminando, sus activos se han duplicado; el capital contable, triplicado; la deuda de largo plazo se redujo a la mitad.
En cuanto a las reservas probadas, Rojas las estimó, a un precio de 13 dólares por barril, en 850,000 millones de dólares. No comparó, empero, con ninguna otra cifra, para ponderar esos datos. Sin dar cifras, el director apuntó que las utilidades de Pemex, antes de impuestos, la ubican “como la empresa más rentable de América del Norte”.
Luego, el elogio. Lo logrado en Pemex, sugirió, es parte de la obra gubernamental de Carlos Salinas de Gortari, que “consolidó una sociedad plural, diversa; amplió libertades y respetó divergencias; gobernó para todos y se gobernó con seriedad, patriotismo y completa entrega a la responsabilidad que el pueblo le confirió”.
Más tarde, el presidente estuvo en Naucalpan. Inauguró el Hospital General de Zona y, simultáneamente, unidades médicas en Chalco y Ecatepec, y una guardería en Nezahualcóyotl. En Naucalpan, además, entregó 184 ambulancias y 77 vehículos para transporte del IMSS. Luego, en Teotihuacán, inauguró el Museo de la Zona Arqueológica e hizo un recorrido por las obras de remodelación y restauración de ese sitio.
En el acto oficial en Naucalpan, el presidente Salinas hizo el balance de su política social. En su gobierno, dijo, se ejerció el gasto social más alto de la historia: en salud se incrementó en más de 70% en términos reales. Eso, entre otras cosas, se tradujo en que se pudo poner en marcha un nuevo hospital cada dos semanas, una nueva unidad de medicina familiar de todo el sistema de salud, cada día de los seis años de esta administración.
Respecto a los demás rubros sociales, dijo Salinas, los hechos son históricos. En educación, este año será el que más se invierta en lo que va del siglo: Por primera vez se ejerce una proporción mayor al 6% del PIB en educación. En vivienda, “este es el año récord de construcción de viviendas a lo largo del país”. En alimentación, Procampo beneficia a más de tres millones de campesinos. En derechos de propiedad, este año se llegará a la cifra de casi 3 millones de escrituras y certificados entregados, con lo que una de cada cinco familias recibió su título y su certificado.
En este punto, el presidente hizo una comparación internacional. Dijo que este año, en tan sólo once meses se otorgaron en el campo más de un millón de títulos y certificados. Esto, dijo, “no tiene precedente a nivel mundial”: otras naciones, agregó, “intentaron este proceso de titulación, y en quince años llegaron a medio millón, y aquí (en México), en once meses, a más de un millón”.
Lo realizado en el ámbito social, dijo Salinas, es prueba de que “sí se puede armonizar disciplina fiscal con política social. Es decir, que no hay necesidad de recurrir al populismo para responder a las legítimas demandas sociales de la población, porque el populismo imprimía billetes para buscar, de esa manera, corresponder a sus promesas, pero lo que tenía al final como resultado, era más inflación, más aumento de los precios, más baja en el nivel de vida de la población”.
Más tarde, el presidente inauguró los trabajos de la CXVII Asamblea General de la Confederación de Trabajadores de México. A los elogios de Nezahualcóyotl de la Vega, respondió también con elogios para la central dirigida por Fidel Velázquez: “Sólo tengo palabras de agradecimiento para la CTM.”
En las instalaciones de la central, los dirigentes le ofrecieron una comida. Otra vez, discursos elogiosos, ahora con ingredientes sentimentales. La senadora Graciela Larios le dijo que “su obra de gobierno es ya un rico patrimonio político de los mexicanos; el tiempo y la historia darán exacta dimensión a su espíritu transformador, y con justicia se le reconocerá como un gran estadista”.
Al efusivo aplauso, de pie, de sus anfitriones, Salinas respondió con un sentido agradecimiento, con énfasis expreso en Fidel Velázquez y saludos para su esposa:
“La CTM siempre ha sabido ser leal al gobierno de la República; la CTM ha sabido ser leal a los propósitos superiores del país; la CTM siempre ha mantenido su lealtad en la defensa de los mejores propósitos del movimiento organizado del país; la CTM es ejemplo de lealtad institucional.”
Martes 29. Si el emperador romano Julio César dijo veni, vidi, vici, cuando se apoderó de buena parte del territorio persa, Salinas, en Puebla, más de 2,000 años después, parafraseó: “Ahora sí puedo decir que vine, vi... y cumplí”. Estaba en Puebla y ponía en marcha una carretera largamente demandada. “Me comprometí con los mexicanos y cumplí, demostrando que unidos no hay obstáculo que no podamos vencer”, dijo.
Luego de Puebla, viajó a Oaxaca, Tamaulipas y Nuevo León. La historia se repitió: inauguró obras, habló de la palabra cumplida y recogió aplausos; flores a su paso, porras interminables, gente que se arremolinaba para verlo, tocarlo incluso. Y los últimos elogios de los gobernadores. Manuel Cavazos Lerma, de Tamaulipas, dijo que Salinas había roto el maleficio, y que con su obra “realizó el milagro”. Sócrates Rizzo, de Nuevo León, señaló que su estado “es otro a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari”. Y más: “La huella de usted en Nuevo León es clara y será imperecedera”.
Por la noche, en actos privados, el agradecimiento de los empresarios regiomontanos: “Nos regresó la dignidad como país y construyó la plataforma para un desarrollo sano y para poder llevar el bienestar a las familias mexicanas.”
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Miércoles 30, último día. Aún no tocaban tierra los helicópteros, y la realidad en Chalco emergió: una impresionante polvareda atenuó los gritos de más de 10,000 personas que, desde horas antes, aguardaban el arribo del presidente Carlos Salinas de Gortari y su comitiva.
El polvo, aun en bocas cerradas, se alojó en gargantas y dentaduras. Minutos después, serenas las hélices, el entusiasmo previamente ensayado se desbordó en un impactante y rítmico “¡Sa-li-nas/Sa-li-nas!”
Era la última concentración masiva, popular, que encabezaría el presidente. Antes, durante y después, los problemas previsibles en concentraciones de esa magnitud: congestionamiento de autobuses que trasladaron a los acarreados de casi todos los municipios del Estado de México, abolladuras, múltiples desmayados, insolados, personas extraviadas, golpes para hallar un mejor lugar, jaloneos entre líderes de las distintas organizaciones...
El acto oficial, ceremonia de nacimiento del municipio número 122 –Valle de Chalco Solidaridad– del Estado de México. Hecha la protesta de ley por el primer presidente municipal, Felipe Medina Santos, el gobernador mexiquense Emilio Chuayffet se refirió de tal modo al presidente, que éste se emocionó, sonrió y aplaudió efusivamente. El gobernador cautivó a su público y a la comitiva presidencial.
Dijo al presidente Salinas: “Su gobierno ha sido dinámico desde el primero hasta el último día”, “ninguno de sus contemporáneos podrá regatearle a Carlos Salinas el mérito de haber cambiado a México”, su obra impidió que la unidad nacional se fracturara, “recordaremos siempre al presidente Salinas por su obra nacional”.
En los años del gobierno de Salinas, la región del Valle de Chalco experimentó “una transformación extraordinaria”.
El presidente Salinas correspondió con la misma emotividad: “Afortunado el Estado de México, cuyo esfuerzo lo conduce Emilio Chuayffet Chemor, para orgullo de los mexiquenses.”
Dio cuenta el presidente de por qué eligió el Valle de Chalco para encabezar su último acto masivo: “Tenía que venir a compartir aquí, con los de Chalco; aquí donde casi medio millón de habitantes hace seis años nada tenían.”
Y el coro repetía: “¡Nada, nada!”.
Y Salinas reiniciaba: aquí donde “no existía una cancha deportiva, no había una calle pavimentada, ni una casa tenía toma de agua potable, ni una familia escritura”. Es más: “Los niños llevaban bajo el brazo un ladrillo que era el mesa banco que los sostenía en la improvisada escuela; tampoco el drenaje, que en la época de lluvia ahogaba a las familias y en época de seca polvo las llenaba.”
Y el aplauso, los gritos, las porras, fueron unánimes.
Afuera, empero, atrás de las vallas, los no invitados, los ahora “vallechalquenses” que se quejaban en pequeñas pancartas de la ausencia de los beneficios pregonados: “Estamos peor”, “Solidaridad nos engañó”, “Gracias Salinas, ahora tenemos más hambre”, eran algunas de las leyendas que se leían en sus carteles.
En el micrófono, Salinas –con voz que al final se le quebraría– remataba: “A Chalco busqué regresarle algo de lo que la patria no había podido cumplirles, y lo hicimos juntos, y ustedes mostraron y le enseñaron a toda la nación el tamaño que tiene la dignidad de un pueblo organizado. ¡Esa es la lección que Chalco le ha dado a nuestro México querido!”
Y el griterío, que parecía entrega desbordada, arreciaba. Y el presidente Salinas entraba en ese momento siempre difícil de la despedida. La voz se le entrecortaba, la mirada vidriosa, el nudo en la garganta:
“Al venir aquí, quise hacerlo con mi gente más querida y entrañable, para que compartieran conmigo el sentimiento con ustedes: Por eso pedí que me acompañaran mis tres hijos: Cecilia, Emiliano y Juan Cristóbal.”
Al final, segundos de expectación, de rostros compungidos, de nudos en las gargantas. El presidente, casi en el llanto, pedía a los vallechalquenses que “siempre recuerden y nunca olviden, que lo mejor de México son ustedes, ¡el pueblo mexicano! La mejor herencia que podemos dejarle a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos, ¡es llamarse mexicanos!”
Voz ahogada: “Mañana regreso a ser uno más del pueblo. Con ustedes me quedo, a ustedes como ciudadano me debo; pero si una expresión tengo para mis compatriotas es precisamente ¡gracias, muchas gracias, me los llevo en la mente y para siempre en el corazón! ¡Viva México, compatriotas!”
El sentimiento afloró. El presidente agachó levemente la cabeza. Apretó la mandíbula. Fue evidente el esfuerzo por no llorar. Le aliviaron el grito, los aplausos, las porras, los vítores. Bajó del templete, saludó de mano a muchos que lograron burlar la vigilancia. No pocos querían abrazarlo, tocarlo. Pero operó la guardia personal. Apuró el paso para abandonar el acto. Subió a la camioneta, que él condujo –en el interior sus hijos y el gobernador Chuayffet– para dejar, con ojos llorosos, el Valle de Chalco, la “cuna de Solidaridad”.
Pero dejó inquietudes entre los reporteros: Tres frases, una en Monterrey, otra a bordo del avión que lo condujo a la Ciudad de México, y otra en Chalco, dejaron entrever la posibilidad de que no dirija la Organización Mundial de Comercio.
Dijo allá, a pregunta sobre si residirá en Nuevo León: “Residiré en el país siempre”. En el avión: la situación está “empantanada”. Y en Chalco: “Mañana regreso a ser uno más del pueblo; con ustedes me quedo”.
Por la tarde inauguró el nuevo Hospital Infantil en el Distrito Federal, y después, en el Palacio de los Deportes entregó 20,000 anteojos para niños con problemas.
Luego, comió en su casa de Tlalpan con Felipe González, el jefe del gobierno español, y después recibió, por separado, al comandante Fidel Castro y al vicepresidente estadunidense Al Gore. Por la noche, en el recién inaugurado Centro Nacional de las Artes, cenó con todos los jefes de Estado, presidentes y primeros ministros invitados a la toma de posesión de Ernesto Zedillo.
La información oficial dijo que el presidente había llegado a su casa después de las 11 de la noche. Elementos de seguridad, al día siguiente, apuntaban que Salinas llegó como a las tres de la mañana.
El jueves 1, el final. Carlos Salinas entregó la banda presidencial a Ernesto Zedillo. Atento escuchó el ya expresidente un discurso con nuevo estilo: llano, directo, sin prolegómenos de una visión internacional.
Pareció quedar lejano el efusivo, emotivo, aplauso con que se le recibió en el salón de sesiones de la Cámara, cuando escuchó a un presidente Zedillo sugerir que el país no anda del todo bien y no está para discursos alegres. “Millones de mexicanos viven en una pobreza que indigna a la nación”, dijo al asumir el mando del país. Y repasó lo que hereda: México vive una criminalidad extendida; es frecuente la violación a las garantías individuales y a los derechos humanos, y hay una grave inseguridad pública.
Al terminar la ceremonia de transmisión de poderes, se despidió, ya en la calle, con un abrazo de Ernesto Zedillo. Abordaron sus autobuses respectivos. El presidente rumbo a Palacio Nacional. El expresidente, a Coyoacán, a visitar la tumba de su madre, y luego a Miguel de la Madrid, con quien estuvo, a solas, unos minutos. Después, a la casa de Tlalpan.
–Me siento muy bien, manejando mi coche –respondió Carlos Salinas de Gortari al volante de un Grand Marquis gris, blindado, a un grupo de reporteros que lo esperaban a las afueras de su casa, a su regreso del Palacio Legislativo.
–¿Qué andan haciendo? –había saludado el expresidente a los periodistas, al iniciarse la conversación.
Minutos más adelante dijo: “Uno, como presidente de la República, sí sabe cuándo entra y cuándo sale, que es muy importante. Yo sabía, porque así lo manda la Constitución, que el 30 de noviembre terminaba y el 1 de diciembre entregaba la banda, y estaba con esa convicción plena.”
Y musitó casi imperceptiblemente: “Por aquello de la reelección...” En la casa, decenas de invitados –entre ellos, sus más cercanos colaboradores– lo esperaban para compartir un prolongado convivio de despedida.
Ahora, a esperar el fallo de “los consensos” sobre la dirigencia de la Organización Mundial de Comercio.
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