Porfirio Muñoz Ledo
21 de diciembre de 2007
He vuelto a Lisboa para cumplir un grato compromiso diferido durante los últimos años. Mi anfitrión: Mario Soares, joven político de 83 octubres, símbolo por excelencia de la transición democrática mediterránea y amigo entrañable desde mediados de los setenta, cuando fuimos encargados por la Internacional Socialista de anudar vínculos orgánicos entre partidos políticos afines de Europa y América Latina.
Hace tiempo sabía del empeño por convertir su propia biografía en fuente de reflexión, debate político y aprendizaje para las nuevas generaciones. Mostrar un tiempo definitorio desde el prisma de una vida pública que condujo la incorporación de Portugal a la modernidad y conjuró los monstruos irreconciliables de la guerra fría en favor de un desarrollo tolerante, justo y autónomo para toda la región.
Jamás imaginé las proporciones de la empresa. La Fundación Mario Soares se inspira en ambiciones casi alejandrinas. Recoge archivos personales, documentos oficiales y referencias bibliográficas que abarcan más de sesenta años de actividad multifacética. Más de un millón 200 mil testimonios escritos y cerca de medio millón de imágenes gráficas. Todos ellos digitalizados y puestos a disposición de investigadores y estudiantes. Lejos del culto a la personalidad, el respeto a la historia como espacio vivo.
En el prólogo a la entrevista titulada Historia Viva, su fraternal compañero Raúl Morodo lo define así: “singular combinación de hombre de reflexión —lector incansable, autor de libros y periodista combativo— y hombre de acción. Utopía y pragmatismo se conjugan con naturalidad y coherencia y son determinantes para su radicalidad en la defensa de los principios democráticos y su flexibilidad para la convivencia”. “Descolonizar y asentar relaciones cívicas pluralistas fueron los objetivos que como hombre de Estado y como ciudadano consiguió con éxito”.
Surgido de los combates estudiantiles contra el régimen salazarista, evolucionó de su original militancia comunista hacia su definición insobornable de socialista democrático. Joven abogado, periodista clandestino bajo el seudónimo de Carlos Fontes —por mera coincidencia con el nombre del escritor mexicano— y defensor de los derechos humanos, colaboró en todos los intentos de aglutinación contra la dictadura y fue repetidamente sometido a la prisión o condenado al fructífero exilio.
Ocurrida la revolución de los capitanes en 1974 se integra, en tanto “garantía de las libertades” a los primeros gobiernos de cambio y funge en tres ocasiones consecutivas como Ministro de Relaciones exteriores. Promueve drásticamente la independencia de las antiguas colonias, cuyos principales dirigentes —como se complace en recordar— habían sido sus aliados efectivos en la lucha contra la opresión.
Secretario general del Partido socialista —que organiza desde sus cimientos— es designado Primer Ministro en 1976 y en 1983. Ocupa posteriormente la Presidencia de la República de 1986 a 1991 y es reelegido para un segundo mandato de 1991 a 1996. A diferencia de otros gobernantes precipitados, fue el único que se abstuvo de enviar un mensaje de reconocimiento cuando el fraude electoral de México en 1988, a resultas de una conversación que sostuvimos en Quito, en la toma de posesión de Rodrigo Borja, por la que me ofreció que no avalaría “elecciones suspectas”.
Compañero desde entonces en innumerables conferencias internacionales, convivimos con particular intensidad durante su estadía en el Parlamento Europeo y sufrí las desventuras de su intento frustrado por volver a la Presidencia en el 2006. Intacto hoy su entusiasmo y afinada su curiosidad intelectual, se desempeña en un activismo patriarcal propio de quien lleva la política en los huesos y carga la historia como parte de sí.
Cada nueva conversación actualiza nuestras preocupaciones de siempre: las posibilidades y los límites del socialismo democrático, la esencia de las transiciones, los procesos de integración regional y los márgenes escasos de la solidaridad internacional. Ahora: el resurgimiento de las izquierdas latinoamericanas —tema sobre el que versó mi conferencia— y nuestra convicción compartida de que la causa de la igualdad humana está globalizada, por lo que carece de sentido librarla solamente en el plano nacional.
Su reacción respecto del pantano político y el estancamiento económico que vive nuestro país fue de franca desazón. Al conocer los detalles y adentrarse en el carácter “fraudulento” de los intentos por reformar el Estado, comentó sabiamente que en los cambios históricos verdaderos no hay lugar para los “malandros”. Palabra que en portugués significa “pillo, pícaro, tunante”, hermana de la expresión castellana “malandrín”, que además quiere decir “bellaco y astuto”.
Observé que ésa es la denominación que he dado a los roedores de la transición mexicana, que manipulan sus oquedades en beneficio de ganancias menores y efímeras celebridades de papel. De todo lo hablado quedó la distancia abismal entre la gran política y la pequeña maniobra, que por desgracia deciden el futuro inmediato de los pueblos.
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