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04 septiembre 2008

Costa Rica: Un gobierno neoliberal

Luis Paulino Vargas Solís (especial para ARGENPRESS.info)

Sin duda este es un gobierno neoliberal. Y ello se demuestra fácil, muy a pesar de los oficiales escribidores al servicio de los Arias.

1. ¿Qué entendemos por neoliberalismo?

Dice Hinkelammert que el neoliberalismo implica una totalización del mercado o, dicho de otra forma, es una ideología del mercado total. Por su parte, Polanyi lo ponía en términos de una exteriorización del mercado respecto de la sociedad, es decir, es una ideología que propone la total autonomía del mercado. Éste deviene válido de por sí, sujeto tan solo a sus propias reglas.

Esa significación tan fuerte que el neoliberalismo concede al mercado capitalista ha llevado a un error usual: creer que el neoliberalismo lo que propone es un libre mercado irrestricto. O sea, un mercado sin intervención ni regulación alguna por parte del Estado y los poderes públicos. Eso es básicamente incorrecto.

Cierto que el discurso neoliberal usualmente expresa una adhesión entusiasta, y con frecuencia dogmática, a favor del libre mercado. En algunas de sus variantes –es el caso de los mal llamados partidos libertarios- el ardor fundamentalista se vuelve rabioso e histérico. Pero, en realidad, el neoliberalismo no es una ideología del libre mercado sino de la ganancia y el egoísmo. Ese es el centro de toda su diatriba.

2. El absolutismo de la ganancia

En lo esencial, el neoliberalismo expresa una exaltación del individualismo egoísta, la acumulación de riqueza, el dinero y el poder. Ello se evidencia, por ejemplo, en la glorificación del “éxito”. Los winners y los losers son hoy mucho más que frases cliché en el lenguaje de chicos fresa. Resumen la visión de mundo dominante en los sectores más privilegiados de la sociedad. No por casualidad, los magnates archimillonarios son mucho más populares que el más brillante de los científicos, y las estrellas del cine o el deporte se valoran por el monto de sus ganancias antes que por el brillo de su talento.

El mercado es el espacio donde las mercancías realizan su valor. Sea el mercado al nivel de un país o, cada vez más, el mercado mundial. Pero también va siendo, en grado creciente, un mercado virtual que fluye por las redes más que mediante formas y en lugares físicos. Los intercambios en el mercado son mecanismos de enriquecimiento a favor de unos poquitos. Ello es así porque antes que espacio de compra y venta el mercado es una relación de poder. Los que ganan tienen efectivamente el poder que les garantiza su ganancia. En contrapartida, quienes pierden –que son la enorme mayoría- carecen de ese poder.

Lo anterior permite entender la confusión frecuente según la cual el neoliberalismo propone el reinado del libre mercado. En realidad, el neoliberalismo exalta el mercado porque éste es el espacio social que hace posible la realización y apropiación efectiva de la ganancia. Ésta es la que realmente interesa, y de ahí se alimenta la mitología del éxito y la competitividad. Que el mercado sea libre o no, resulta, a estos efectos, asunto secundario.

3. ¿Libre mercado? Depende

La práctica histórica demuestra que la liberalización o no de los mercados es asunto que generalmente está en función de una cosa: las conveniencias de quienes más poder tienen. La pequeña Costa Rica ofrece evidencia abundante en este sentido. Las políticas de fomento y subsidio que, en distintos momentos a lo largo del último cuarto de siglo, han llovido a favor de las exportaciones no tradicionales, la banca privada, las transnacionales de zona franca o las del turismo, demuestran que, por encima del libre mercado, interesa propiciar el enriquecimiento de sectores especialmente poderosos e influyentes. Lo mismo se hace ahora con las telecomunicaciones, al ponerse la infraestructura del ICE –creada con el esfuerzo de todo el pueblo- a disposición de las transnacionales que eventualmente quieran invertir aquí. En ninguno de estos casos se respetó el tal libre mercado. En todos predomina un inequívoco criterio de peculio a favor de unos poquitos.

En contrapartida observamos que, en perjuicio de los agricultores, se liberalizó ampliamente el mercado de los productos agrícolas alimenticios. Y en perjuicio de los pobres, lo mismo se hizo con los precios de la casi totalidad de los bienes más esenciales. Las relaciones laborales han sido liberalizadas de facto, aún si con ello se violentan leyes nacionales y convenios internacionales. La furiosa represión sindical o la inobservancia de los derechos de trabajadoras embarazadas o que están lactando son ejemplo de ello. Resulta aberrante que se quiera legitimar tal violación transfiriendo la responsabilidad a la Caja del Seguro Social, pero ello tan solo ratifica el dramático predominio que ejerce el criterio de ganancia.

Tales son los tiempos que vivimos: predomina el egoísmo y la ganancia ha devenido obsesión y patología. Es la atmósfera ideológica del neoliberalismo pero ello no entraña, ni mucho menos, que sean tiempos de libre mercado. Éste último, como vemos, es detalle que se acomoda según conveniencias.

4. Un gobierno neoliberal

Vea usted la forma sistemática como este gobierno debilita la normativa y los mecanismos institucionales destinados a proteger el ambiente. Relacione tal cosa con el desastre provocado por la hipertrofia inmobiliaria y turística en las zonas costeras o las nefastas consecuencias asociadas al cultivo de la piña. La conclusión resulta obvia: este es un gobierno para el cual la ganancia es tótem sagrado.

Ése es, por excelencia, su signo distintivo. Incluso en el ámbito personal de quienes gobiernan y de la corte de incondicionales que pululan a su alrededor. Es un mundo invadido de avaricia y lujuria de poder.

En ese contexto, las llamadas políticas sociales son, a lo sumo, un muy débil paliativo. El sistema está concebido y está siendo gestionado a la medida y en función del egoísmo de unos cuantos. Es un enorme aparato de concentración de la riqueza y una poderosa fuerza que excluye a la gran mayoría. Las tales políticas sociales funcionan entonces según dos criterios igualmente estrechos y egoístas: “calmar” a la gente a fin de, en lo posible, prevenir el estallido de disgusto y, segundo, hacer de las personas, un instrumento útil a favor del enriquecimiento de los privilegiados. Los énfasis actuales de la educación pública –centrada en la formación de operarios disciplinados que hablen inglés- dan buen ejemplo de esto último.

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