Buscar este blog

09 septiembre 2008

El cuento: un punto de acción

Por Guadalupe Hernández Orduña

Una labor que hago como estudiante de creación literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México es la de plasmar vivencias en palabras. Este cuento es el resultado de una.

Adiós, García Márquez

Hace tiempo que no veía llover. Hay ocasiones en que la vida de una persona se vuelve tan monótona, tan rápida y tan vacía que se llega a perder la sensibilidad ante lo que le rodea. Precisamente eso pienso mientras veo la lluvia descender sobre las calles de la ciudad de México; calles que he transitado más de una vez, pero que adquieren otro aspecto cuando la lluvia baña los grandes edificios, alimenta a la naturaleza y al ser humano libera de sus penas.

La gente corre de un lado a otro queriendo evitar a toda costa que la lluvia los toque. Ellos no entienden el poder vivificador de esta agua del cielo, pareciera que no comprenden que muy pocas veces alguien deja abierta la llave del espacio cerrado, permitiendo que toda la tierra se llene de pequeñas gotas transparentes poseedoras de un gran poder.

La lluvia trae consigo recuerdos y se lleva otros tantos. Permite que una persona, un escritor, cree y recree historias que ha dado a luz bajo la lluvia; y contrariamente, ver morir también otras, que pese a todo intento terminan por correr a las coladeras, en donde se unen con otros cientos de narraciones; pues no tuvieron un comienzo, un desarrollo y ni por supuesto un final. Allí, en ese lugar, hay muchas historias mías.

¿Qué puedo estar haciendo en el centro de mi ciudad, con esta lluvia que en vez de aligerarse se hace más densa? Estoy buscando un libro, uno de esos libros que no descubres qué tan bueno es sino hasta cuando te dejan de presionar para que lo leas. Ese que odias un semestre completo porque te robó el sueño y al cual le haces anotaciones o marcas con el fin de darte cuenta en unos cuantos años qué tan limitadas eran tus ideas comparadas con las del autor del libro: Gabriel García Márquez, autor recomendado por todos y a quien todos dicen conocer por su excelente literatura. Yo apenas si he leído algo de él, y no porque no me guste, es porque estoy en una etapa de leer versos, poesía y uno que otro cuento.

Al fin llego. A diferencia de lo que yo creía, la librería no se encuentra tan vacía. Hay gente por todos lados, unos examinando los libros por un lado y por el otro, como si en sus manos nunca hubiesen tenido uno, aunque fuera por accidente. Otros y otras simulan ser intelectuales acercándose a los que ven los libros para recomendárselos; terminaran por pedir el número de su celular o su correo electrónico para intercambiar algunos títulos. Yo sólo vine a comprar un libro.

Entre la gente descubro que al final hay un joven de espaldas. Si éste logra ganar mi atención es porque se encuentra inmóvil a diferencia del resto; supongo hojea un libro. Su aspecto físico me es conocido: delgado, alto, pantalón de mezclilla, playera azul fuerte y gorra del mismo color.

Mis manos comienzan a sudar y mis pies a temblar. Sin embargo, no hago nada por acercarme y decido darle la espalda para iniciar con la búsqueda del libro de García Márquez. Me distraigo con otro libro y otro más, me apasiona tanto estar en una librería, tomar los libros en mis manos y sentir que son míos. Me pongo en cuclillas para leer los títulos que se encuentran en la parte baja del estante. Mis manos han vuelto a su estado normal y mis pies han dejado de moverse de un lado a otro. Ahora sólo puedo escuchar mi corazón latir más fuerte, como si presintiera que hoy será mi encuentro con la mejor historia.

Pero no es así. Sólo encuentro títulos que llamaron mi atención pero que no son más que nombres de libros que anoto en una larga lista de compras de espera. García Márquez viene de nuevo a mi mente y el recuerdo del joven de espaldas que ya no está.

Comienzo a moverme por la librería pidiendo ayuda; pues entre tantos libros podría pasarme horas enteras buscando sin encontrar. Sin embargo, en épocas de lluvia la gente recurre más a las librerías y nadie me presta atención en lo más mínimo. Mi desesperación es tanta que sin percatarme llego al lugar en donde se encontraba el que por momentos creí conocido.

Contemplo los títulos de las obras, donde encuentro el nombre de García Márquez pero no hallo el título que busco. Al fin decido formarme en una fila; no sé para qué es pero si sé que aprovecharé y pediré que me busquen el libro. Al fin llego con la mujer que atiende. Le doy el nombre del libro y sonriendo me dice que el último ejemplar se lo llevó un muchacho, venía de azul con una gorra del mismo color. –Si le urge aún lo alcanza—dice.

Corro para llegar a la puerta ensayando frases convincentes para conseguir el libro. Casi caigo de espaldas. El mundo que ha sido tan grande por años enteros hoy nos coloca en el mismo lugar. Salgo de la librería para verte marchar y perderte entre la caída del agua. Comprendo entonces que una vez más te vas, pero esta vez no sólo con mi vida, sino con Cien años de soledad.

No hay comentarios.: