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27 junio 2007

Así ¿qué chiste tiene entonces el libro de Obrador?


No se ustedes pero he escuchado varias veces los audios 16 y 17 de Revoluciones, donde Sam expone claramente que la burguesía ha impedido cambios rotundos en México y antepone sus intéreses, piensa en el dinero y pertenencias y no en el bien que como humanos los mexicanos necesitan suplir. No se si sea la misma historia pero me suena parecido porque AMLO defiende más a "perredistas" que a su persona y los millones de votantes que votaron por él y les robaron el voto, pero bueno si se da una vuelta el domingo en la Pejemarcha juzgue lo cierto o falso que es esto que expone Rivapalacio, yo al menos los domingos trabajo y no podré ir, pero si llama AMLO a una acción más concreta para tumbar al espurio me avisan para salirme del trabajo, mientras siga repitiendo lo mismo, no tiene caso oirlo.


El libro que rasuró Andrés Manuel

El nuevo libro de López Obrador prometía traer revelaciones explosivas, pero al eliminarlas le quita impacto, espectacularidad y futuro

Desde este martes, discretamente comenzó a ser repartido en las librerías del centro de la ciudad de México el esperado libro de Andrés Manuel López Obrador. Originalmente llevaba el título de Apuntes de campaña , que finalmente se convirtió en La mafia nos robó la Presidencia , que entregó hace dos fines de semana para que la editorial se apresurara a sacarlo en vísperas del primer aniversario de su derrota en la elección presidencial. El nuevo título no es lo único que cambió. Por razones no explicadas, López Obrador decidió rasurar la única parte novedosa de una obra que sin ella es una mera repetición de denuncias pasadas.

En efecto, lo más interesante del libro de López Obrador fue eliminado entre el último borrador y las galeras de la editorial. En el borrador final, de acuerdo con sus cercanos que lo leyeron, hacía un análisis de los spots no facturados que dio a conocer recientemente el IFE y argumentaba que en Guanajuato, Jalisco y Yucatán se maquinó el fraude que le arrebató la Presidencia, con la colusión total de Elba Esther Gordillo y el sindicato de maestros. López Obrador revelaba que el operador de la maestra fue su yerno, Fernando González, actual subsecretario de Educación.

Pero esto no aparece. López Obrador le quitó la carne más suculenta a su libro al eliminar también la descripción de cómo en Guanajuato, Jalisco y Yucatán se movió el magisterio con el PAN para hacerle un fraude a la antigüita, y que el día de la elección reemplazaron a los funcionarios de casilla del PRD con maestros, suplantando hasta en 30% a los representantes del PRD en Guanajuato y Yucatán, y en 25% en Jalisco. López Obrador optó por simplemente acusar "una manipulación orquestada" por funcionarios electorales en más de 100 distritos, que afectaron 8% del listado de la coalición que lo llevó de candidato, en el norte y centro-occidente del país. O sea, una acusación mermada.

La argumentación que López Obrador excluyó del libro se apoyaba en un paquete de pruebas que iba a aparecer como anexo, que a la vez de que eran el fuerte de su alegato político también lo eran de su debilidad.

Esas partes sustanciales habían sido preparadas por sus lugartenientes: Octavio Romero Oropeza, responsable de la operación, y sus subalternos, también de la plena confianza de López Obrador desde hace dos décadas, Alberto Pérez Miranda, que supervisó la promoción del voto, y Francisco Yee, quien se encargó de la estructura de representantes de casilla. El primero preparó el tema de los spots que denunció el IFE, y los otros dos la parte de los representantes de casilla, al final eliminadas. De alguna manera se pueden encontrar las razones, si no por boca de López Obrador, sí por la dinámica de confrontación que existe hoy en día dentro del PRD. Oropeza, Pérez Miranda y Yee integraron en la campaña una estructura electoral al margen de los operadores electorales del PRD, provocando no sólo una dualidad de poder, sino resentimiento del aparato del partido al que López Obrador les quitó la responsabilidad estratégica de la operación. Los tres, que hicieron su carrera política de la mano del protector desde Tabasco, propiciaron el Waterloo de su amigo.

La creación de una operación electoral naufragó de principio a fin, al grado de que al terminar la contienda se habían quedado con 300 millones de pesos que nunca pudieron aplicar adecuadamente durante la campaña. Les sobraron recursos, pero les faltaron cuadros. En el Distrito Federal, el bastión del PRD, tuvieron una cobertura inferior a la del PAN y el PRI al no reclutar adecuadamente a los funcionarios de casilla, o porque, como sucedió en algunos distritos el mismo 2 de julio, abandonaron sus puestos al no recibir la paga prometida. Su trabajo fue tan pobre que cuando buscaron las actas de cómputo para documentar la impugnación de fraude, sólo tenían 25%. Pudieron completar 75% tras suplicar a varios partidos que les facilitaran sus copias.

Durante la campaña, Pérez Miranda y Yee, depositarios de las principales críticas por sus malos manejos electorales, eran intocables. Nunca logró nadie persuadir a López Obrador de que revisara la información que le daban, que no cuadraba con el resto de la información que tenía el partido. El coordinador de la campaña, Jesús Ortega, llevaba un mapa muy detallado de los avances de la operación electoral, y Pérez Miranda y Yee jamás pudieron documentar tener más de 40% de los representantes de casilla. Aunque siempre se sospechó que no estuvieran informando a Ortega, la conclusión después de ver los resultados y la precariedad documental fue que su trabajo había sido un rotundo fracaso.

Intentos para pedirles explicaciones tras la jornada electoral, como parte de un proceso de evaluación autocrítica, fueron rechazados por López Obrador con el argumento de que ello daría armas a sus enemigos. Esa confianza ciega de López Obrador en sus operadores se mantiene hoy en día, donde vuelve a asegurar en su libro que tenían 95% de los representantes de casilla, sin aportar nada fuera de su dicho. Sin embargo, hay un dato tan subliminal como significativo que responde a la pregunta de por qué dejó fuera del libro tan explosivo material. ¿Acaso fue para evitar el escrutinio masivo que podría no resistir las pruebas de ácido? Pérez Miranda y Yee lo iban a llevar nuevamente al despeñadero? Es posible.

De haber incluido esos anexos, mucho tendría que haber explicado y, quizás, López Obrador hubiera sido derrotado con sus propias armas documentales. Por ejemplo, el haber tenido que explicar la inconsistencia de que si los maestros actuaron a favor de Calderón, cómo fue que López Obrador ganó en tres circunscripciones electorales y su adversario en dos. O sobre el papel electoral real de los maestros, dado que su partido, Nueva Alianza, tuvo tantas dificultades para completar a sus representantes de casilla, que el 2 de julio apenas llegó a cubrir 70% del total.

Es cierto que González pactó con el operador del entonces candidato Felipe Calderón y actual subsecretario de Gobernación, Florencio Salazar, que les prestaran maestros en los estados donde tenía el PAN déficit de representantes, pero no fue en Guanajuato, Jalisco o Yucatán, sino en entidades como San Luis Potosí.

Dentro del PRD hay quienes piensan que Pérez Miranda y Yee trataban de justificar sus errores de operación electoral, y aunque López Obrador cree otra cosa, al final, deliberadamente o no, hizo un control de daños preventivo. Existía un alto riesgo, por los antecedentes de sus operadores electorales, que el alegato de fraude que iba a exponer López Obrador se convirtiera inopinadamente en un fraude para todos, incluido a él mismo, que podría terminar de empujarlo al barranco por la fe ciega que depositó en los tres tabasqueños que algún día pagarán por ser uno de los factores centrales de su derrota presidencial. Si al final una duda razonable se le metió en la cabeza, la exclusión de esos capítulos es una medida inteligente, aunque el libro deje de tener verdaderas revelaciones.

Nota desde Estrictamente personal de Raymundo Riva Palacio

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