Por Encendiendo Conciencias
Cuarenta años han pasado desde la desaparición física de Ernesto Guevara De la Serna, nuestro queridísimo Che. Desde aquel 8 de Octubre de 1967, cuando fue capturado en Bolivia y asesinado al día siguiente en la Higuera, el imperio ha querido matarlo, desparecerlo para siempre de la memoria de los explotados, de los excluidos, de quienes han sufrido y sufren en carne propia las consecuencias de un sistema que ya no sirve. Sin embargo hay algo en Ernesto Guevara que se resiste a desaparecer, que persiste para estar entre quienes siempre quiso estar.
Los dueños del dinero proclamaron su derrota, mostraron al implacable guerrillero vencido, aniquilado, y con él, el sueño de la libertad para este maltratado continente. No se han cansado de difundir esa idea: la del Che muerto, la del idealista frustrado, la del pobre utópico que se topó con la realidad; la idea del Che desaparecido, calcinado, asesinado.
Incluso han ido más lejos: ahora muestran aquella imagen mítica del comandante, cuando el sabotaje al Lacoubre, en una conocida marca de ropa como una estampa más del consumismo, del negocio. El Che a la moda, el Che mediatizado, el Che que no es el Che.
Pero esa tozudez, ese coraje, ese ímpetu que siempre le caracterizó, se queda con nosotros. Se niega a abandonarnos. Sus ideas, su compromiso, su lucha, su espíritu liberador, nos persigue y renace en cada instante de Nuestra América. Quizá por eso Eduardo Galeano lo calificaría como "el más nacedor" de todos, y es que Ernesto Guevara era un guerrillero osado, retador de la mentira y de la muerte.
Pero era mucho más. Era el hombre de la igualdad, el del sufrimiento parejo, el que nunca pidió privilegio alguno, ni siquiera en las etapas más complicadas de la guerra revolucionaria en Cuba, pese al asma que lo acompañó hasta la muerte. Era quien no pedía a otros lo que él no estaba dispuesto a hacer, pero exigía a todos lo que sabía que se podía hacer.
Era el Che el hombre del pundonor, el primero en el sacrificio, en las labores cotidianas. El impulsor entusiasta del trabajo voluntario sin descuidar ninguna actividad. Nos quedan fotos memorables en sus jornadas de zafra, en la construcción, en las fábricas. Ese era el Che, el del dorso desnudo, lleno de lodo, maltratado todo él por el asma y los esfuerzos. Era el hombre del trabajo y del ejemplo.
Nuestro comandante era el férreo constructor del socialismo. Constructor en el amplio sentido de la palabra mediante su trabajo, sí, pero también mediante la teoría. Tesatarudo y pensador, era el hombre siempre en vela. En vela porque había que estudiar, había que comprender, analizar y sólo quedaban las horas de la madrugada para hacerlo. Testimonios existen de sobra acerca de su terquedad al respecto.
El Che, como nadie, llevaba hasta las últimas consecuencias sus planteamientos. Cuando hablaba del internacionalismo en la tribuna de la ONU o en cualquier otro lugar, no lo hacía sólo para adornar su discurso, lo decía porque lo sentía, porque él era, como afirmó: "de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades".
Tal vez lo más importante del Che no se deba a lo que fue, sino a lo que es y, especialmente, a lo que será.
Porque a pesar de todos los intentos por arrebatárnoslo, por estigmatizarlo, por difamarlo, su imagen sigue dando la vuelta al mundo, y no como una camiseta, sino como la bandera de las resistencias emprendidas contra quienes se sienten los dueños de todo y de todos. En Palestina, Irak, en Bolivia, Venezuela, en Cuba, en México, su nombre será siempre sinónimo del amor por lo más puro de la humanidad, por la justicia, por la libertad.
Ejemplo imborrable de la fuerza del espíritu humano, del valor, de la dignidad. Ejemplo del que hay que aprender, al que hay que estudiar y criticar, no para ser como él, sino para llegar a ser, sencillamente, mejores humanos.
Un día en un homenaje a José Martí dijo lo siguiente: "A los héroes del pueblo, no se les puede separar del pueblo, no se les puede convertir en estatuas, en algo que está fuera de la vida de ese pueblo para el cual dieron la suya. El héroe popular debe ser una cosa viva y presente en cada momento de la historia de un pueblo." Para nosotros, por sus cualidades, por sus errores, por su idea de que el hombre aún puede ser mejor, Ernesto Guevara de la Serna, lo decimos sin rubor, sin cortapisa alguna, es y será un héroe, nuestro héroe. Y será siempre, contra el miedo y la muerte, contra la sangre y el fuego, la imagen viva de que un mundo mejor es posible. De que el socialismo no yace en un féretro, de que Nuestra América ha de levantarse para forjar, con sus propias manos, su destino.
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