Wim Dierckxsens
Comenzó el colapso de la economía norteamericana
Aunque advertida desde hace tiempo por muchos especialistas, la depresión global es oficial desde el pasado mes de junio: Robert Samuelson y Steven Pearlstein lo anunciaron el 13 de junio de 2007 en las páginas del Washington Post, uno de los medios más destacados de la elite monetaria estadounidense: "El colapso de la economía norteamericana ha comenzado".
Circunstancia económica facilitada por la burbuja inmobiliaria (pieza maestra de la desastrosa estrategia económica de la actual administración de los Estados Unidos), la avalancha de gastos militares, al tiempo que las reducciones fiscales autorizados por esta misma administración. Triada económica que en una primera instancia empujaron hacia delante su economía, inflando al mismo tiempo un consumo respaldado no en su desarrollo productivo sino en las importaciones. Su resultado final: una deuda externa cada vez más gigantesca.
Las cifras son asombrosas: las deudas con el exterior de la mayor economía del mundo, trepaban en 2007 a 10 millones de millones de dólares. Pero hay más. A este endeudamiento se suma el proveniente de créditos fáciles, en especial los destinados a bienes y raíces. Los precios pagados por las compañías y la deuda entablada por las empresas para adquisiciones son fabulosas, de manera que para finales de 2006 la deuda total estadounidense (pública, empresarial y personal) llegaba a los 48 millones de millones de dólares: más de tres veces el PBI norteamericano y superior al Producto Bruto Mundial (PBM). (1)
En los últimos tiempos, las deudas privadas y públicas ascendieron sin cesar no solo en EE.UU. sino en todo el mundo. La deuda pública y privada mundial, sumaba en 2001 unos 60 millones de millones de dólares, o sea el 150 por ciento del PBM, y no ha dejado de crecer. EEUU, sin embargo, debía más de la mitad de ese dinero. A su vez, la mitad de la deuda pública norteamericana es a favor de extranjeros. Acreencias en dólares, como reservas internacionales. Este escenario implica una insostenible hipoteca sobre el futuro, a la par que una amenaza de una nueva depresión a escala mundial. La ola de pánico, por el imprevisible efecto que pueda tener la crisis hipotecaria, constructora e inmobiliaria en marcha en los Estados Unidos sobre la economía nacional, europea y global, alcanzó en este agosto los mercados financieros mundiales. Así lo evidencian las importantes caídas en las bolsas.
Los bonos del Tesoro, considerados en otro tiempo como garantía de seguridad, se encuentran bajo creciente presión. La reacción a la crisis, por parte de los bancos centrales de todos los países, fue común: ofrecer fuertes inyecciones de dinero para insuflar mayor liquidez a bancos y mercados monetarios. Es cierto que los bancos centrales pueden intervenir para superar crisis económicas, y así lo han hecho en el pasado, pero no pueden evitar las crisis ni soslayar un agotamiento en la propia racionalidad económica vigente. Hoy en día ni los bancos, ni aún los bancos centrales, parecen contar con una visión clara de qué institución crediticia u otro servicio financiero será el próximo en descubrir pérdidas en bonos de alto riesgo. Ya nadie confía en nadie. La rueda de rumores en Wall Street, y en los mercados financieros internacionales, cobra víctimas cada día.
Los temores en todo el mundo no son gratuitos. Una nueva recesión mundial, en una era de globalización caracterizada por el predominio del capital especulativo al debe, sería tan profunda que generaría una crisis sistémica. En Estados Unidos hay cerca de 10.000 millones de dólares en créditos hipotecarios, de los cuales alrededor de un tercio tienen una calidad de solvencia mala o insuficiente. El mercado de la construcción y todas las ramas asociadas representan casi un cuarto de toda su economía. Los consumidores locales, cuyo gasto soporta casi dos terceras partes de la economía de su país, se tornan conscientemente retraídos.
Esta situación se refleja no sólo en la brutal caída de los precios inmobiliarios (vea gráfico abajo) y en la peor contracción en la historia del mercado de la construcción, sino también en las cifras de facturación del comercio minorista y los malos resultados de la industria automotriz. En otras palabras, la economía productiva ya se encuentra hace rato en recesión. La venta al detalle cayó al 1% al mes a mediados de 2007 en tanto que la venta de repuestos de automóviles cayó en un 3%. La venta de autos en el último año cayó drásticamente en EEUU. General Motors vió caer sus ventas en un 19%, Ford en 17%. Incluso las marcas extranjeras perdieron terreno en EEUU. Las ventas de Toyota bajaron en un 3.5% y las de Honda en un 3% (3). No es casual que se asegure, por tanto, que nos encontramos ad portas de una recesión de la economía de Estados Unidos y ante el punto de inflexión de la fase de impacto de la crisis sistémica.
En el gráfico abajo, el precio de las viviendas está adelantado 12 meses con el objetivo de predecir la futura evolución del índice bursátil más representativo en EEUU: S&P 500.
Nota: El índice NAHB superior a 50 significa que las respuestas de empresas constructoras son en su mayoría positivas; un índice igual a 50 significa que hay tantas respuestas positivas como negativas y un índice inferior a 50 significa que el número de respuestas negativas supera las positivas. Hacia fines de 2005, el índice alcanzaba valores superando los 70 puntos, en enero de 2006 ya había regresado a 57, en junio de 2006 a 42, en enero de 2007 a 35 para alcanzar en agosto de 2007 solo 22 puntos.
Fuente: NAHB Builders Economic Council, Monthly Surveys
De hacerse realidad esta crisis, las consecuencias directas que convergerán en Estados Unidos no se dejarían esperar: aceleración del ritmo e importancia de las quiebras de las sociedades financieras, pasando de una por semana a una por día; alza espectacular de embargos inmobiliarios, con la consecuencia de diez millones de estadounidenses arrojados a la calle; desplome acelerado del precio de los bienes raíces; recesión de la economía; caída precipitada de las tasas de interés; conflicto comercial con China. La respuesta de este país no se haría esperar: pone en venta los cientos de millones de bonos del Tesoro norteamericano, propiciando una brutal caída del dólar frente al euro, el yuan y el yen. (4)
El impacto y la escala de una crisis de estas proporciones serían hoy mucho mayores que las conocidas en 1929. Es inédito el desequilibrio entre la deuda acumulada versus la economía real. Es inédito el nivel de hipertrofia financiera. Es inédito el grado de interdependencia entre todas las grandes economías. Es inédito también la mezcla peligrosa de una crisis de sobreproducción de artículos de lujo con una subproducción de productos decisivos para la supervivencia del sistema. De algo debemos estar seguros: esta crisis no se parece a ninguna de las ya acaecidas: sería una depresión global que amenaza con desembocar en una crisis sistémica. (5)
La mega estafa para salvar el dólar
Hay un temor creciente y cada vez más generalizado de un colapso del dólar. La pregunta por la capacidad de los EEUU para cancelar su deuda exterior, cada vez más gigante, se incrementa sin cesar. Ante ese temor, muchos bancos centrales quieren deshacerse de sus dólares para adquirir otras monedas menos inseguras. Los países productores de petróleo también buscan negociar su recurso energético en moneda más segura que el dólar. A partir del 13 de julio de 2007 Irán, por ejemplo, ha obligado a Japón a pagar sus compras de petróleo en yenes. Inmediatamente, el dólar cayó frente a las monedas fuertes como el euro y el yen. El euro llegó al máximo histórico de $1.38. Con un tipo de cambio ascendente entre euro y dólar, hay motivos para considerar que la desconfianza que despierta el billete verde asciende día tras día, incrementándose la evidencia de que ya entramos en la fase de una crisis financiera a nivel global.
Ante estas circunstancias, el dólar podría colapsar de la noche a la mañana. Los bancos centrales del mundo y, en primer lugar China, tiende a ofrecer masivamente sus reservas internacionales representadas en Bonos del Tesoro para obtener dinero líquido y refugiarse en otra moneda más segura. También se aseguran adquiriendo valores reales como oro, plata o incluso toda clase de materias primas. Una oferta masiva de Bonos del Estado Federal de EEUU debería provocar una caída libre del dólar toda vez que nadie apetecería esos papeles, a menos que fuera por un valor muy inferior al impreso en su cara principal.
Pese a la zozobra que hay en todo el mundo, esta caída del dólar no se presentó. Entonces, ¿quiénes han comprado miles de millones de esos bonos? La Reserva Federal identificaba como compradores supuestos a los así llamados "Bancos del Caribe". La prensa financiera mencionaba los "Off shore hedge funds" como los principales acreedores de los Bonos. Sin embargo, hay cada vez más evidencia que el mismo Estado norteamericano suele comprar sus propios bonos. La pregunta obvia es, ¿de dónde saca el Estado ese dinero? La respuesta más plausible sugiere que es con dinero recién impreso, es decir, dinero sin respaldo, dinero sin valor real alguno. (6)
La impresión descontrolada de dinero causa inflación, lo que constituye la principal preocupación del actual presidente de la Reserva Federal, Bernanke. Inflación que se produciría dentro de los propios EEUU a menos que este país logre que esos papeles sin respaldo salgan de su territorio. Es por ello que es política expresa de EEUU promover la demanda externa de su moneda, no así la demanda interna. Para ello bloquea que otros países inviertan en grande, con sus reservas, en la economía real del país. La adquisición de riqueza real implicaría la entrada masiva de dólares (sin respaldo) para adquirir grandes empresas, complejos portuarios, u otra forma de riqueza real. En 2005, por ejemplo, China intentó adquirir con sus reservas en dólares la compañía petrolera estadounidense UNOCAL, pero la oferta fue desestimada por el Congreso. Recientemente Dubai hizo una oferta de invertir en el manejo portuario de EEUU, y recibieron la misma negativa del Congreso. El mensaje es claro: EEUU estimula la demanda de dólares sin respaldo en el exterior pero no así su oferta dentro del país.
En otras palabras, EEUU exporta el efecto inflacionario de la impresión cada vez más descontrolada de su divisa, llevándola sobre todo hacia sus principales rivales comerciales, como China. A su vez, el país oriental se prepara contra esta mega estafa mundial: transfiere muchos dólares sin respaldo hacia terceras naciones, para transformarlos en inversiones reales. China está comprando empresas y materias primas en África y América Latina. De esta manera logra que el efecto inflacionario emigre hacia terceras naciones. Es por la devaluación del billete verde que la economía de América Latina, en términos de dólares, atraviesa una fase expansiva como no lo había gozado desde la Guerra de Corea. Los países del Cono Sur y de la Comunidad Andina son los que más crecen. Encabezan el crecimiento Venezuela, (9%), Argentina (8,6%), Uruguay (6%), Chile (6%), Perú (6%) y Panamá (6%),(7).
La devaluación del dólar, derivada del déficit fiscal y externo de EEUU, sin embargo, tiene un impacto adverso sobre las referencias de precios internacionales medidos usualmente en dólares. Es obvio que si esta moneda se devalúa, por ejemplo, un 20 por ciento con relación al resto del mundo, los medidores en dólares, para ponerlos en términos reales, deben ser ajustados en igual porcentaje. Tenemos, así, que el precio del cobre en auge en divisa norteamericana está relativamente estable en euros y otro tanto pasa con el índice de la Bolsa de Nueva York. En otras palabras, el reciente crecimiento económico en dólares de los países latinoamericanos revela más la devaluación de esta divisa que una nueva era de prosperidad. (8)
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