Carlos Acosta
Con la adjudicación a Banamex de Aeroméxico se cumplió una operación financiera que satisfizo los deseos e intereses del gobierno federal. Se trató de una compleja negociación que desde el principio estuvo amañada para que la filial del conglomerado Citigroup y un conjunto de inversionistas se quedara con la aerolínea. Moisés Saba, el postor derrotado, dice con frustración a Proceso: “Al subsecretario (Alejandro Werner) le dije hasta de lo que se iba a morir, pero me paró en seco: ‘¡Así quedamos, así es el juego!’”
Poco antes de que concluyera la puja por Aeroméxico, y cuando ya era inocultable el interés del gobierno por dejar en manos de Banamex la principal aerolínea del país, Moisés Saba Masri le espetó, por teléfono, al subsecretario de Hacienda, Alejandro Werner, el encargado gubernamental de todo el proceso de venta:
–¡Si quieres que Banamex se la lleve, mejor dime y me salgo, para qué me haces perder el tiempo. No puedes venderla así. No estamos jugando baraja!
Y Werner:
–Así es el juego. Si quieres jugar, juega, si no, no juegues. ¡Hoy la voy a vender!
Y se la vendieron a Banamex, aun cuando Saba, al final, ofreció un precio más alto. El banco, filial del estadunidense Citigroup, más 15 empresarios mexicanos, ofrecieron 2.7159 pesos por acción, que multiplicados por los 992 millones 410 mil 436 millones de acciones hacen un total de 2 mil 695 millones 287 mil 503.13 pesos, equivalentes a 249 millones 102 mil 357.04 dólares. Moisés Saba y su padre Alberto Saba Raffoul, ofrecieron un precio por acción de 2.72 pesos, que hacen 2 mil 699 millones 356 mil 385.92 pesos, equivalentes a 249 millones 478 mil 409.05 dólares. La diferencia: 376 mil 052 dólares o 4 millones 68 mil 882. 79 pesos, a un tipo de cambio de 10.82 pesos por dólar.
El problema fue que Banamex impuso, y las autoridades aceptaron sin reparo, la hora límite –las 16:00 del miércoles 17– para aceptar ofertas, y la última de los Saba quedó registrada en el sistema electrónico de la bolsa 2 minutos y 42 segundos después de ese plazo.
El Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB), hasta entonces accionista mayoritario de Aeroméxico, con el 46% de los títulos –Hacienda tenía poco más del 10% de las acciones, Nacional Financiera el 7% y el resto estaba en el mercado bursátil–, ya no quiso aceptar la oferta, no obstante que la Ley del Mercado de Valores (artículo 97, fracción III) lo obligaba a detener el proceso toda vez que la última oferta de Banamex rebasaba en más de 20% su oferta inmediata anterior.
De acuerdo con ese ordenamiento, cualquier modificación en el precio de las ofertas públicas por un porcentaje igual o superior al 5% del precio vigente para cada oferta se considera “relevante” y, por tanto, deberá ampliarse el plazo de la oferta “por un período que no podrá ser inferior a cinco días hábiles”.
La última oferta de Banamex, la que finalmente ganó, fue de 2.7159 pesos por acción, a las 15:59:33 horas del miércoles –27 segundos antes del límite–, y la anterior fue de 2.2508 pesos, a las 12:00:53 del martes, ambas dentro del mismo plazo de vigencia. La última superaba a la anterior con .4651 centavos, el 20.6%.
Discrecionalidad
Pero ninguna autoridad quiso aplicar la ley, como sí se la aplicaron a los Saba el 25 de septiembre, cuando hizo una oferta de 1.7569 pesos por acción, que superaba en .6569 centavos –casi un 60%–, a su oferta inicial de 1.10 pesos, del 22 de agosto. La oferta vencía el 30 de septiembre, pero los obligaron a darle a Banamex cinco días más para que revirara.
Peor aún: si a los Saba no les aceptaron su última oferta porque entró fuera de tiempo, a Banamex, cuando incurrió en lo mismo, sí se la aceptaron. Ocurrió el martes 16. El plazo vencía a las 12 del día, ni un segundo más. A las 11:33:25 Banamex ofreció 1.8686 pesos por acción, mientras que los Saba ofrecieron 1.90 a las 11:59:27, faltando 33 segundos para el límite. Banamex reviró: 2.2508 pesos por acción, pero la oferta quedó registrada a las 12:00:53, con el agravante de que hizo una “modificación relevante” al precio, de 20.45%, por lo que debió ampliarse el plazo de la oferta.
Si se hubiera aplicado el mismo criterio del miércoles17 de no permitir ninguna oferta después del límite, los Saba debieron ser declarados vencedores desde el martes. Pero la ley aplicó para unos y no para otros. El IPAB argumentó que la oferta de 1.90 de los Saba era inferior a la de Banamex, por 1.8686, porque ésta incluía una opción de cobro a futuro que incrementaría el precio ofrecido. Pero aun cuando era mayor, según la autoridad, minutos después Banamex ofreció 2.2508 pesos la acción; sin embargo, la postura llegó 53 segundos después del límite. Y se la aceptaron.
El último día, miércoles 17, Banamex empleó una estrategia no exenta de marrullería. Si los Saba hicieron su primera propuesta 16 minutos y 10 segundos antes de la hora límite –por 2.50 pesos la acción–, Banamex estuvo lejos de mostrar esa generosidad para el revire. Aguantó al máximo, hasta los últimos segundos, para no dejarle espacio a los otros. Presentó a las 15:59:33 horas su última oferta, es decir, apenas 27 segundos antes de que concluyera el plazo, por 2.7159 la acción.
Los Saba, ya contra el tiempo, y sin conocer la postura de aquéllos, reviraron, cinco segundos después, con una oferta de 2.52 pesos por acción, en la creencia de que en el juego especulativo Banamex sólo se subiría un peso. Pero ya cuando apareció en el sistema electrónico de la bolsa el último precio de aquellos, por 2.7159, los Saba, en el vértigo, contraofertaron con 2.72 pesos la acción, pero en lo que teclearon el formato y enviaron la propuesta, el tiempo se agotó. Ellos aseguran que dieron “enter” en la computadora faltando un segundo para las cuatro de la tarde. Pero en el sistema de la bolsa apareció su última oferta dos minutos y 42 segundos después de esa hora.
Dice a Proceso un irritado y decepcionado Moisés Saba: “Estaba claro que el gobierno optó por Banamex. A mí me obligaron a darles tiempo, más plazo, días; y ellos en segundos me acabaron. No fue parejo el trato. No podemos hacer negocios sin reglas claras. Ellos suben sus precios más de 20% y los dejan pasar. A mí me acotan a cinco segundos y no me dan los cinco días que dicta la ley. Hay que estar locos para operar de esa manera. Por más que machaquen todos los funcionarios con que hubo transparencia, no la hubo nunca”.
–¿Reclamó formalmente?
–No. Al subsecretario (Alejandro Werner) le dije hasta de lo que se iba a morir, pero me paró en seco: ¡Así quedamos. Así es el juego! Ya sólo le dije: “Oye, no tienes derecho de venderla así. Estás mal.”
Saba considera que en tribunales podría ganar, en caso de impugnar, pero desde un principio desistió. “Tengo todos los elementos para darles en la torre. No lo voy a hacer, porque no voy a pelearme con el gobierno cinco años, qué gano: cinco años de abogados, de ir a los juzgados. Ya vimos lo que pasó en el caso de TV Azteca y Canal 40, o en el de Gutiérrez Vivó con los Aguirre. Qué gano. No se acaban jamás los litigios, los juicios son interminables. Mejor busco hacer otros negocios”.
Participación encubierta
Los directivos de Banamex juran y perjuran que Roberto Hernández Ramírez, el célebre magnate exdueño del banco, reconocido por su habilidad para hacer negocios al amparo del poder público, nunca estuvo detrás del proceso de venta de Aeroméxico. Pocos lo creen, pues Hernández siempre ha manifestado interés por las aerolíneas, desde aquellas tempranas jornadas de febril venta de paraestatales, en el gobierno de Miguel de la Madrid.
En 1988 fue uno de los principales postores por Mexicana de Aviación. No se le hizo. Más adelante, en 2004, cuando el gobierno puso a la venta Mexicana de Aviación –que ganó Gastón Azcárraga, del Grupo Posadas–, Hernández quiso participar, pero fue vetado, porque la Ley del IPAB señala que no pueden participar en procesos de licitación de ese tipo personas que hayan sido parte del quebranto bancario. Y Banamex, cuyo Consejo de Administración presidía, fue apoyado indebidamente por el Fobaproa (antecedente del IPAB), al comprarle cartera –chatarra en su mayor parte– por más de 34 mil millones de pesos en 1997, monto que para el año 2000, con los intereses que devengaba el pagaré con que se respaldó el pago, ya rondaba los 60 mil millones de pesos.
Esta vez las formas fueron diferentes. Desde el Citigroup, donde Roberto Hernández tiene un asiento en el Consejo de Administración –tras la venta de Banamex al más grande grupo financiero del mundo–, se estableció una estrategia que hacía imposible perder la apuesta por Aeroméxico. De hecho, fue una maniobra con dos propósitos: uno, para ayudar al conglomerado internacional, que atraviesa por uno de sus peores momentos, y otro, para hacer realidad viejos anhelos de Roberto Hernández de participar en una aerolínea.
Con la compra de Aeroméxico, Citigroup-Banamex será propietario del 49% del capital, que a la postre equivale a ser el socio mayoritario, pues el restante 51% quedará distribuido entre 15 empresarios –ninguno con más del 5%– e inversionistas bursátiles.
En efecto, el banco estadunidense pasa por una inédita mala racha: en el tercer trimestre reportó una caída de 57% en sus utilidades, resultado –según el Wall Street Journal– de lo mal parado que estaba frente a las turbulencias de los mercados financieros derivadas de la crisis hipotecaria en Estados Unidos.
Y ahora con Aeroméxico, su futuro luce promisorio, por las sinergias con Banamex. El propio José Luis Barraza, quien encabezó al grupo de empresarios para la compra de la aerolínea y preside el Consejo de Administración de la misma, ha hecho referencia a los múltiples negocios que se generarán: se fortalecerá la división de banca patrimonial, así como la venta de seguros y diversos productos financieros para la clientela de Aeroméxico; también habrá facilidades para el arrendamiento de aviones; estrategias más lucrativas para la venta de boletos… en fin.
Fue justo desde el Citi, donde Roberto Hernandez impulsó el proyecto de comprar Aeroméxico. La idea no partió de ninguno de los 15 empresarios que acompañaron a Banamex en el proceso. Desde hace un año –dicho por el propio Barraza– especialistas de alto nivel en transporte aéreo, contratados por el banco estadunidense, empezaron a estudiar y analizar, hasta el tuétano, la aerolínea. Estrecho fue el trabajo conjunto con la directiva, encabezada por Andrés Conesa Labastida, quien lleva más de 10 años al frente de aquélla.
Barraza reveló que apenas hace cinco meses se incorporó al grupo de inversionistas. No es difícil suponer que el cabildeo para formar un grupo fuerte de hombres y mujeres de negocios lo inició Roberto Hernández y su gente en Banamex, pues Barraza, pese a que fue presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), no tiene la estatura –en términos de poderío económico– de los empresarios a quienes encabezó para la adquisición de la aerolínea.
Pero elegirlo a él como cabeza del grupo fue una jugada magistral. Es mucho lo que le debe el gobierno de Felipe Calderón. Como presidente del organismo cúpula de los empresarios mexicanos, se destacó por la notoria campaña mediática en contra de Andrés Manuel López Obrador. Fue artífice de la guerra de spots que llamaban a votar por la “continuidad”, es decir, por el PAN. Hacerlo por AMLO, sugerían los promocionales en radio y televisión, era votar por el pasado, por el populismo, con el riesgo de que la gente podría perder no sólo su empleo, sino hasta su casa.
Fue tan efectiva la campaña del CCE a favor de Calderón –y decisiva en los resultados de la elección presidencial–, que el propio Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación reconoció que el organismo violó el principio de igualdad en las contiendas electorales.
Con la adjudicación a Banamex de Aeroméxico se cumplió una operación financiera que satisfizo los deseos e intereses del gobierno federal. Se trató de una compleja negociación que desde el principio estuvo amañada para que la filial del conglomerado Citigroup y un conjunto de inversionistas se quedara con la aerolínea. Moisés Saba, el postor derrotado, dice con frustración a Proceso: “Al subsecretario (Alejandro Werner) le dije hasta de lo que se iba a morir, pero me paró en seco: ‘¡Así quedamos, así es el juego!’”
Poco antes de que concluyera la puja por Aeroméxico, y cuando ya era inocultable el interés del gobierno por dejar en manos de Banamex la principal aerolínea del país, Moisés Saba Masri le espetó, por teléfono, al subsecretario de Hacienda, Alejandro Werner, el encargado gubernamental de todo el proceso de venta:
–¡Si quieres que Banamex se la lleve, mejor dime y me salgo, para qué me haces perder el tiempo. No puedes venderla así. No estamos jugando baraja!
Y Werner:
–Así es el juego. Si quieres jugar, juega, si no, no juegues. ¡Hoy la voy a vender!
Y se la vendieron a Banamex, aun cuando Saba, al final, ofreció un precio más alto. El banco, filial del estadunidense Citigroup, más 15 empresarios mexicanos, ofrecieron 2.7159 pesos por acción, que multiplicados por los 992 millones 410 mil 436 millones de acciones hacen un total de 2 mil 695 millones 287 mil 503.13 pesos, equivalentes a 249 millones 102 mil 357.04 dólares. Moisés Saba y su padre Alberto Saba Raffoul, ofrecieron un precio por acción de 2.72 pesos, que hacen 2 mil 699 millones 356 mil 385.92 pesos, equivalentes a 249 millones 478 mil 409.05 dólares. La diferencia: 376 mil 052 dólares o 4 millones 68 mil 882. 79 pesos, a un tipo de cambio de 10.82 pesos por dólar.
El problema fue que Banamex impuso, y las autoridades aceptaron sin reparo, la hora límite –las 16:00 del miércoles 17– para aceptar ofertas, y la última de los Saba quedó registrada en el sistema electrónico de la bolsa 2 minutos y 42 segundos después de ese plazo.
El Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB), hasta entonces accionista mayoritario de Aeroméxico, con el 46% de los títulos –Hacienda tenía poco más del 10% de las acciones, Nacional Financiera el 7% y el resto estaba en el mercado bursátil–, ya no quiso aceptar la oferta, no obstante que la Ley del Mercado de Valores (artículo 97, fracción III) lo obligaba a detener el proceso toda vez que la última oferta de Banamex rebasaba en más de 20% su oferta inmediata anterior.
De acuerdo con ese ordenamiento, cualquier modificación en el precio de las ofertas públicas por un porcentaje igual o superior al 5% del precio vigente para cada oferta se considera “relevante” y, por tanto, deberá ampliarse el plazo de la oferta “por un período que no podrá ser inferior a cinco días hábiles”.
La última oferta de Banamex, la que finalmente ganó, fue de 2.7159 pesos por acción, a las 15:59:33 horas del miércoles –27 segundos antes del límite–, y la anterior fue de 2.2508 pesos, a las 12:00:53 del martes, ambas dentro del mismo plazo de vigencia. La última superaba a la anterior con .4651 centavos, el 20.6%.
Discrecionalidad
Pero ninguna autoridad quiso aplicar la ley, como sí se la aplicaron a los Saba el 25 de septiembre, cuando hizo una oferta de 1.7569 pesos por acción, que superaba en .6569 centavos –casi un 60%–, a su oferta inicial de 1.10 pesos, del 22 de agosto. La oferta vencía el 30 de septiembre, pero los obligaron a darle a Banamex cinco días más para que revirara.
Peor aún: si a los Saba no les aceptaron su última oferta porque entró fuera de tiempo, a Banamex, cuando incurrió en lo mismo, sí se la aceptaron. Ocurrió el martes 16. El plazo vencía a las 12 del día, ni un segundo más. A las 11:33:25 Banamex ofreció 1.8686 pesos por acción, mientras que los Saba ofrecieron 1.90 a las 11:59:27, faltando 33 segundos para el límite. Banamex reviró: 2.2508 pesos por acción, pero la oferta quedó registrada a las 12:00:53, con el agravante de que hizo una “modificación relevante” al precio, de 20.45%, por lo que debió ampliarse el plazo de la oferta.
Si se hubiera aplicado el mismo criterio del miércoles17 de no permitir ninguna oferta después del límite, los Saba debieron ser declarados vencedores desde el martes. Pero la ley aplicó para unos y no para otros. El IPAB argumentó que la oferta de 1.90 de los Saba era inferior a la de Banamex, por 1.8686, porque ésta incluía una opción de cobro a futuro que incrementaría el precio ofrecido. Pero aun cuando era mayor, según la autoridad, minutos después Banamex ofreció 2.2508 pesos la acción; sin embargo, la postura llegó 53 segundos después del límite. Y se la aceptaron.
El último día, miércoles 17, Banamex empleó una estrategia no exenta de marrullería. Si los Saba hicieron su primera propuesta 16 minutos y 10 segundos antes de la hora límite –por 2.50 pesos la acción–, Banamex estuvo lejos de mostrar esa generosidad para el revire. Aguantó al máximo, hasta los últimos segundos, para no dejarle espacio a los otros. Presentó a las 15:59:33 horas su última oferta, es decir, apenas 27 segundos antes de que concluyera el plazo, por 2.7159 la acción.
Los Saba, ya contra el tiempo, y sin conocer la postura de aquéllos, reviraron, cinco segundos después, con una oferta de 2.52 pesos por acción, en la creencia de que en el juego especulativo Banamex sólo se subiría un peso. Pero ya cuando apareció en el sistema electrónico de la bolsa el último precio de aquellos, por 2.7159, los Saba, en el vértigo, contraofertaron con 2.72 pesos la acción, pero en lo que teclearon el formato y enviaron la propuesta, el tiempo se agotó. Ellos aseguran que dieron “enter” en la computadora faltando un segundo para las cuatro de la tarde. Pero en el sistema de la bolsa apareció su última oferta dos minutos y 42 segundos después de esa hora.
Dice a Proceso un irritado y decepcionado Moisés Saba: “Estaba claro que el gobierno optó por Banamex. A mí me obligaron a darles tiempo, más plazo, días; y ellos en segundos me acabaron. No fue parejo el trato. No podemos hacer negocios sin reglas claras. Ellos suben sus precios más de 20% y los dejan pasar. A mí me acotan a cinco segundos y no me dan los cinco días que dicta la ley. Hay que estar locos para operar de esa manera. Por más que machaquen todos los funcionarios con que hubo transparencia, no la hubo nunca”.
–¿Reclamó formalmente?
–No. Al subsecretario (Alejandro Werner) le dije hasta de lo que se iba a morir, pero me paró en seco: ¡Así quedamos. Así es el juego! Ya sólo le dije: “Oye, no tienes derecho de venderla así. Estás mal.”
Saba considera que en tribunales podría ganar, en caso de impugnar, pero desde un principio desistió. “Tengo todos los elementos para darles en la torre. No lo voy a hacer, porque no voy a pelearme con el gobierno cinco años, qué gano: cinco años de abogados, de ir a los juzgados. Ya vimos lo que pasó en el caso de TV Azteca y Canal 40, o en el de Gutiérrez Vivó con los Aguirre. Qué gano. No se acaban jamás los litigios, los juicios son interminables. Mejor busco hacer otros negocios”.
Participación encubierta
Los directivos de Banamex juran y perjuran que Roberto Hernández Ramírez, el célebre magnate exdueño del banco, reconocido por su habilidad para hacer negocios al amparo del poder público, nunca estuvo detrás del proceso de venta de Aeroméxico. Pocos lo creen, pues Hernández siempre ha manifestado interés por las aerolíneas, desde aquellas tempranas jornadas de febril venta de paraestatales, en el gobierno de Miguel de la Madrid.
En 1988 fue uno de los principales postores por Mexicana de Aviación. No se le hizo. Más adelante, en 2004, cuando el gobierno puso a la venta Mexicana de Aviación –que ganó Gastón Azcárraga, del Grupo Posadas–, Hernández quiso participar, pero fue vetado, porque la Ley del IPAB señala que no pueden participar en procesos de licitación de ese tipo personas que hayan sido parte del quebranto bancario. Y Banamex, cuyo Consejo de Administración presidía, fue apoyado indebidamente por el Fobaproa (antecedente del IPAB), al comprarle cartera –chatarra en su mayor parte– por más de 34 mil millones de pesos en 1997, monto que para el año 2000, con los intereses que devengaba el pagaré con que se respaldó el pago, ya rondaba los 60 mil millones de pesos.
Esta vez las formas fueron diferentes. Desde el Citigroup, donde Roberto Hernández tiene un asiento en el Consejo de Administración –tras la venta de Banamex al más grande grupo financiero del mundo–, se estableció una estrategia que hacía imposible perder la apuesta por Aeroméxico. De hecho, fue una maniobra con dos propósitos: uno, para ayudar al conglomerado internacional, que atraviesa por uno de sus peores momentos, y otro, para hacer realidad viejos anhelos de Roberto Hernández de participar en una aerolínea.
Con la compra de Aeroméxico, Citigroup-Banamex será propietario del 49% del capital, que a la postre equivale a ser el socio mayoritario, pues el restante 51% quedará distribuido entre 15 empresarios –ninguno con más del 5%– e inversionistas bursátiles.
En efecto, el banco estadunidense pasa por una inédita mala racha: en el tercer trimestre reportó una caída de 57% en sus utilidades, resultado –según el Wall Street Journal– de lo mal parado que estaba frente a las turbulencias de los mercados financieros derivadas de la crisis hipotecaria en Estados Unidos.
Y ahora con Aeroméxico, su futuro luce promisorio, por las sinergias con Banamex. El propio José Luis Barraza, quien encabezó al grupo de empresarios para la compra de la aerolínea y preside el Consejo de Administración de la misma, ha hecho referencia a los múltiples negocios que se generarán: se fortalecerá la división de banca patrimonial, así como la venta de seguros y diversos productos financieros para la clientela de Aeroméxico; también habrá facilidades para el arrendamiento de aviones; estrategias más lucrativas para la venta de boletos… en fin.
Fue justo desde el Citi, donde Roberto Hernandez impulsó el proyecto de comprar Aeroméxico. La idea no partió de ninguno de los 15 empresarios que acompañaron a Banamex en el proceso. Desde hace un año –dicho por el propio Barraza– especialistas de alto nivel en transporte aéreo, contratados por el banco estadunidense, empezaron a estudiar y analizar, hasta el tuétano, la aerolínea. Estrecho fue el trabajo conjunto con la directiva, encabezada por Andrés Conesa Labastida, quien lleva más de 10 años al frente de aquélla.
Barraza reveló que apenas hace cinco meses se incorporó al grupo de inversionistas. No es difícil suponer que el cabildeo para formar un grupo fuerte de hombres y mujeres de negocios lo inició Roberto Hernández y su gente en Banamex, pues Barraza, pese a que fue presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), no tiene la estatura –en términos de poderío económico– de los empresarios a quienes encabezó para la adquisición de la aerolínea.
Pero elegirlo a él como cabeza del grupo fue una jugada magistral. Es mucho lo que le debe el gobierno de Felipe Calderón. Como presidente del organismo cúpula de los empresarios mexicanos, se destacó por la notoria campaña mediática en contra de Andrés Manuel López Obrador. Fue artífice de la guerra de spots que llamaban a votar por la “continuidad”, es decir, por el PAN. Hacerlo por AMLO, sugerían los promocionales en radio y televisión, era votar por el pasado, por el populismo, con el riesgo de que la gente podría perder no sólo su empleo, sino hasta su casa.
Fue tan efectiva la campaña del CCE a favor de Calderón –y decisiva en los resultados de la elección presidencial–, que el propio Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación reconoció que el organismo violó el principio de igualdad en las contiendas electorales.
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