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11 diciembre 2007

La quiebra moral

Por: Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Crisis y derrotas militares aparte, dudo que la economía y la hacienda norteamericana colapsen y que ello de lugar a cambios políticos y, en cualquier caso, tardara mucho tiempo. Si bien lo que puede pasar con el imperio americano es un enigma, lo que ya sucedió está escrito.

En 60 años, casi veinte menos que los que vive un norteamericano promedio, las administraciones republicanas de Nixon, Reagan y los Bush dilapidaron el capital político acumulado por los Estados Unidos en la Primera y Segunda Guerra Mundial, en las dos reconstrucciones de Europa y en la Guerra Fría.

Por la huella de Woodrow Wilson, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, negoció los Tratados de Versalles y creó la Sociedad de Naciones, Franklin D. Roosevelt resolvió el trauma de la Gran Depresión, confrontó a los monopolios, reorientó funciones del Estado y aplicó políticas sociales de corte socialistas, colocando a Estados Unidos en ruta a una posición de liderazgo internacional.

Desencadenada la II Guerra Mundial, Roosevelt maniobró para, a pesar de la vigencia de las leyes de neutralidad, confrontar el fascismo que había desencadenado la II Guerra Mundial, ocupando Europa, donde era combatido por la Unión Soviética.

Prefiriendo elaborar un consenso internacional, en lugar de imponer o actuar unilateralmente, como gusta hacer Bush, en 1941 Roosevelt, el único norteamericano electo cuatro veces como presidente, suscribió con Churchill la Carta del Atlántico e hizo aprobar la ley de Préstamos y Arriendos, que lo calificaron para asistir económica y militarmente a la Unión Soviética y Gran Bretaña, que resistían la embestida hitleriana.

Con fineza diplomática, el 32º presidente norteamericano formó la alianza anti fascista y negociando de buena fe con Stalin, que resultó un interlocutor calificado y responsable, fraguó con la Unión Soviética una alianza que fue decisiva para el destino de la humanidad y que sobrevivió hasta la victoria.

El ataque japonés a Pearl Harbor emplazó a Estados Unidos que entró en la guerra, asumiendo las campañas en el océano Pacifico, hasta que en junio de 1944, con el desembarco en Normandía y la apertura del II frente, se involucró en la guerra en Europa, sumándose a los esfuerzos de la Unión Soviética, Gran Bretaña, Canadá y la Francia liberada, que culminaron con la rendición de Italia, Alemania y Japón.

Con el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa y la rehabilitación de Alemania y Japón convertidas en la segunda y tercera economías capitalistas, Estados Unidos que emergió con una economía súper desarrollada y como único Estado poseedor de armas nucleares, se convirtió en un país más respetado que temido. Eisenhower realizó su aporte al frenar a McCarthy cuando la histeria anticomunista rebasó los límites.

Todavía Kennedy, con la determinación de poner fin a la segregación racial, la Alianza para el Progreso, los cuerpos de paz y la lección de cordura ofrecida cuando frenó a los halcones de su administración durante la crisis de los misiles de 1962, sostuvo el esfuerzo.

Aprovechando aquellas coyunturas históricas, a pesar de sus inconsecuencias en América Latina donde miraba para otro lado y dejaban hacer a dictadores, oligarcas y terroristas que actuaban contra Cuba, Estados Unidos acumuló capital moral para estructurar un liderazgo que reforzó durante la Guerra Fría y pudo haber magnificado cuando el politburó soviético, encabezado por Gorbachov y Yeltsin, le sirvieron en bandeja los despojos de la Unión Soviética, proporcionándole la más importante de todas sus victorias estratégicas.

El enigma radica en saber por qué, partir de la administración de Nixon, a pesar de las advertencias de Eisenhower, comenzó un viraje en virtud del cual a Estados Unidos dejó de buscar un liderazgo para establecer burdos esquemas de dominación y, en lugar de usar las simpatías y la admiración que, merecidas o no, detentaban para forjar alianzas y cultivar lealtades, optaron por la fuerza, la bravuconería, las imposiciones y las actitudes egoístas y arrogantes.

Con la muerte de Kennedy asumieron el poder administraciones primitivas como la de Nixon y ultra conservadoras como la de Reagan y los Bush, bajo las cuales Estados Unidos resbaló por un plano inclinado deteriorando su imagen a ojos vista.

Vietnam y Watergate fueron asignaturas reprobadas que consumieron parte del capital político acumulado; proceso acentuado por Reagan y Bush, hasta llegar al fatídico 11/S cuando, perplejos, los estadounidenses volvieron los ojos hacía ellos mismo; lo que vieron no les gustó y se preguntaron: ¿Por qué nos odian tanto?

Las monumentales mentiras contadas al pueblo norteamericano para justificar las invasiones de Afganistán e Irak, la conculcación de libertades, el carácter sucio de una ocupación genocida en la que se tortura y se encarcela ilegalmente, la ineficaz conducción de la guerra, la corrupción y las inmoralidades de todo tipo al amparo de leyes extraordinarias, han acentuado el clima de crisis moral que de muchas manera acompaña a las dificultades económicas.

Está por ver si la élite norteamericana o algunos de sus representantes que luchan por la presidencia, se han percatado de tales realidades y logran encontrar la voluntad y los recursos para lavar la imagen de los Estados Unidos.

En cualquier caso, Estados Unidos deberá rectificar o disponerse a pagar las consecuencias. La afirmación de que las bayonetas no sirven para gobernar sobre ellas, es válida también en el plano mundial. Los pueblos pueden aceptar un liderazgo, otra dictadura no.

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