La última reforma en materia publicitaria abrió la puerta a una comercialización excesiva y abrumadora de la pantalla chica. Ahora no son sólo los cortes, que continúan nutridos de anuncios –en horarios estelares especialmente–, la audiencia tiene que soportar las promociones de objetos, alimentos y servicios dentro de los programas.
Los actores asumen, en sus parlamentos, la oferta de pan, mayonesa, dulces, artículos de tocador o de limpieza. Un ejemplo de telenovela: un diálogo en la cocina entre tres mujeres sirve para que dos de ellas sostengan frente a la cámara un frasco de mayonesa con la etiqueta hacia el frente. La pantalla es invadida, en la parte inferior, por sobreimposiciones anunciando telefonía, un banco, una cuenta para damnificados en Tabasco, mientras en la parte superior transcurre el programa. Logotipos y cintillos se mantienen varios segundos y reaparecen en la siguiente escena.
Las emisiones de revista contienen, quizá, el mayor volumen de alusiones y ofrecimientos. Ventaneando es uno de ellos. El estudio se mira repleto de símbolos comerciales, los cuatro integrantes de la emisión dan a la publicidad mercancías entreveradas con alocuciones acerca de las vicisitudes de protagonistas de series televisivas, mismas que son a la vez publicidad para actores y actrices, quienes producen y los que realizan.
Las últimas estadísticas señalan que los mexicanos vemos, en promedio, cuatro horas y media de televisión por día. Si lo hacemos en la franja horaria de las siete a las 11 de la noche, segmento con mayor número de anuncios por minuto, habremos absorbido alrededor de 90 minutos de comerciales en corte, más la suma de segundos dentro de programa, monto difícil de cuantificar conscientemente pero que el cerebro registra y memoriza.
En materia de programación, el espectador está recibiendo contenidos que han ido descendiendo en la escala hasta el nivel de ínfima calidad. Los analistas españoles denominan a este fenómeno “tele basura”. El objetivo de lucro es el hilo conductor de cualquier programa de entretenimiento, y la presión política el de todo noticiario.
Tv Azteca se asoció en los noventa con Argos, productora de telenovelas, series y programas deportivos. Produjo para la emisora los primeros melodramas mexicanos que incluyeron la política como tema. Nada personal trató el asunto de los asesinatos políticos, justo en los tiempos de la plena descomposición del PRI. Vino luego Mirada de mujer, con alusiones a la realidad política, pero cuyo eje central era una historia de amor diferente, con personajes femeninos autónomos que crecían conforme se iban desarrollando los capítulos. El éxito, medido en rating, superó a cualquier telenovela de Televisa difundida hasta ese momento. Le siguieron otras de menor interés hasta la ruptura del acuerdo entre las dos compañías.
Hoy, Argos regresa a Tv Azteca, con otra telenovela: Mientras haya vida. En ella se desempeñan Margarita Rosa de Francisco, personaje de Café con aroma de mujer, producción colombiana ampliamente aceptada en su país y en México. Ari Telch, el galán de Mirada de mujer, un tanto menos joven galán, aunque en el mismo papel de conquistador de la estrella. Junto a ellos un elenco de calidad actoral desigual, muchos jóvenes hechos en la televisora del Ajusco. La historia no se distingue por sus rasgos originales, se insiste en la temática de las adicciones a drogas, en el divorcio, en la corrupción empresarial. Todo visto superficialmente. Se pueden rescatar ciertas imágenes, las que identifican el programa, las tomas del Metro de la Ciudad de México, de algunos exteriores. La actuación en interiores resulta plana, lo mismo la fotografía. Uno de los elementos que Argos había aportado a la telenovela fue justamente el encuadre y el movimiento audaz de cámaras, apegado a la técnica cinematográfica; eso ha desparecido, queda lo tradicional. Y los productores se ajustan a las exigencias del mercado: dentro de las escenas, hay anuncios.
¿Hasta dónde descenderá la calidad? ¿Hasta cuándo el público seguirá consumiendo la chatarra televisiva?
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