« LA LUCHA POR EL DERECHO »
El Derecho público no nació en Roma de abstracciones, sino que fué una extensión natural del Derecho privado; la guerra obligó a formar el ejército, la institución militar la creó el Estado político, que no era más que la reunión de GENTES IN PROCINCTU; de los CASTRA, nacieron COMITIA; y el Estado, que empezó siendo de GENTES armadas para la guerra, subsistió en la paz, se hizo el Estado civil, pero sin que perdiese jamás su rigor familiar y gentilicio. Así, nunca desapareció en aquel derecho publico el sentido de la realidad en su fondo debe existir, siempre se creyó en a solidaridad de los intereses, de los derechos, sin recurrir a las teorías abstractas y poéticas de patriotismo; se supo por la tradición y por experiencia que todos eran del Estado, y el Estado de todos… de todos los que hubieran asistido a su creación paulatina, o en adelante conquistaran este derecho de ciudadanía con todas sus prerrogativas. Los plebeyos lo conquistaron. Y como allí todo había nacido de la misma realidad, de la carne viva de las GENTES, derecho público y derecho privado, la plebe en sus conquistas sucesivas, modelo eterno del valor, arte y constancia, no aspiraba a derechos o garantías del orden político tan sólo, sino que atendía al propio tiempo al derecho privado; se hacía el plebeyo
tribuno, censor, cónsul, pontífice; pero además pedía el CONNUMIUM con los patricios, quería igualdad en el derecho familiar como el derecho de los honores. Todos sabemos la eficacia de aquellos procedimientos de la plebe romana: tenían conciencia de valer, de que eran necesarios en Roma, y tenían conciencia de la importancia de lo que pedían, porque allí en derecho se miraba como lo que es, como una condición indispensable para la felicidad que cabe alcanzar en esta vida. Si hoy el derecho parece al vulgo algo que está en papel sellado, para el plebeyo de Roma el derecho era algo con que se hacía el pan, tan necesario como la harina. Eran allí las luchas jurídicas guerras de vecindad, tan feroces y sangrientas a veces como éstas suelen serlo; pero había la ventaja de que el romano sabía siempre bien lo que le importaba el defender su causa: esta conciencia de su valer le daba mucho aliento para combatir por ella. Un día se reclamaba la tierra para labrar; otro el perdón de las cuentas contraídas por bien de la República; otro una dignidad, un oficio público; otro un código de leyes para todos iguales; y ora venía abajo la monarquía por un ataque al honor de un solo romano, ora caía el poder dictatorial de los decenviros sólo por vengar el ultraje de Virginia. Entendían aquellos hombres su derecho porque lo TENÍAN EN CASA, porque Roma, el Estado, empezaba y acababa en Roma. Se luchaba por la CIUDAD como hoy se lucha por la propia vida y por el hogar; el derecho no estaba tan sólo en los libros ni en las Tablas de Edictos; andaba por las calles, al aire libre, se movía, se le veía ir y venir de la consulta a la asamblea; estaba en el mercado y en los comicios, en lo privado y en lo público… El rumor que a lo lejos se oía llegar a Roma era la voz del derecho, era la ESTIPULATIO, era el testamento, en los comicios, era la fórmula solemne de la MANCIPATIO, coro majestuoso, era el monólogo de la IN JURE CESSIO; era el elegante hablar del sabio PRUDENS, conciso y severo; era la gárrula retórica del hábil y fogoso ORATOR. Pero el rumor crecía, el tribuno arengaba a los suyos, estallaba la tempestad, el estrépito se hacía horrísono, la plebe se marchaba; no se oía su justa pretensión y se iba…, se iba para volver con la justicia. ¡Y también aquellos ruidos formidables del motín y de la revolución eran la voz del derecho!
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