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24 octubre 2007

De nuevo Los Pinos toma el PAN

Miguel Ángel Granados Chapa

Es fácil equivocarse respecto del poder de Manuel Espino en el Partido Acción Nacional. En marzo de 2005 era unánime el vaticinio de que Carlos Medina Plascencia, arropado por los principales barones panistas, derrotaría la audacia del secretario general del partido, que desde ese cargo pretendía ascender a la conducción partidaria. Pero lo consiguió, contra todo augurio, porque sus contendientes supieron demasiado tarde de una realidad ya inmodificable: que Espino había asegurado, por un lado, la adhesión de los consejeros nacionales a cuya elección había contribuido desde su posición, a cargo de la estructura del PAN; y, por otro, la de la pareja presidencial.

Desde Los Pinos, entonces y ahora, se resolvió la sucesión en el liderazgo panista. Al parecer el triunfador de aquel momento es el perdedor de ahora. Él mismo estaría consciente de que los signos adversos se acumulan y no quiso prolongar su agonía. Por eso propuso anticipar la elección de presidente del comité nacional y que su propio mandato se acortara: concluirá no en marzo del próximo año, sino en diciembre de este, en fecha que mañana lunes 15 dará a conocer la secretaría general del partido.

Podría ser también, dada la habilidad de Espino para la maniobra, que propusiera una campaña electoral brevísima para contrarrestar la operación que en sentido contrario inició Germán Martínez, que dejó su cargo en el gabinete y se disponía a persuadir a los 360 consejeros de votar por él, conversando con ellos uno a uno a lo largo de cinco meses, que se redujeron a dos, con su aquiescencia. No le estorbó para aceptar el lance planteado por Espino la posibilidad, por remota que sea, de que esa abreviación del lapso de campaña fuera en realidad una trampa en que se enredara. En cambio, lo afianzó en la aceptación del desafío la certidumbre de que el poder presidencial, como hace dos años y medio, determinará la decisión de los consejeros nacional, no de modo mecánico, es claro, pero sí con fuerza difícil de resistir.

El destino de Espino comenzó a escribirse inequívocamente en la XX asamblea nacional, celebrada los primeros días de junio pasado en León. Una coalición de fuerzas antagónicas a su liderazgo, formada principalmente por los delegados cercanos a Calderón, consiguió la mayor parte de los 150 lugares a elegirse entonces, en la misma tendencia que se había evidenciado en la elección local, estado por estado, de otro tanto número de bancas del Consejo Nacional. Un mes después, la elección de líder juvenil refrendó esa inclinación de los militantes a favor de un calderonista por encima del candidato de Espino. Y si bien la voluntad de los jóvenes que escogieron a Juan Carlos Martínez Terrazas fue reforzada, según sus antagonistas, por el apoyo del aparato gubernamental, la baza fue a la postre perdida por Espino, que anuló el resultado de esa elección, que lo disminuía, pero tuvo que atenerse a la confirmación de aquella jornada por la justicia electoral.

El propósito de Espino de hacerse reelegir flaqueó con esos acontecimientos, y entonces parece haber lanzado el globo sonda que fue la inesperada proclamación del diputado Gerardo Priego, miembro del comité nacional, cercano al líder, como eventual candidato, previo recorrido exploratorio por el país. De no prosperar la aspiración del legislador tabasqueño, quizá a partir de su ejemplo podría gestarse una candidatura tercerista, de conciliación entre los extremos, encarnada en un personaje con mayor presencia que Priego (que apenas hace sus primeras armas en el PAN, lo que atenuaría y aun disimularía la derrota de Espino, porque no equivaldría a la victoria de sus adversarios). La salida de Priego al campo, por lo demás, aceleró la del secretario de la Función Pública, por el cual se inclinó su amigo y jefe Calderón, que prefirió mantener cerca de sí a su secretario particular César Nava, igualmente volcado a encabezar el PAN.

Sea de ello lo que fuere, el caso es que habrá período corto en la presidencia panista. No es la primera vez que ocurre. Durante los primeros 10 años de la vida del PAN, los períodos que cumplió su fundador Manuel Gómez Morín comenzaron y concluyeron tersamente. Lo mismo ocurrió con los de sus sucesores a partir de 1949: Juan Gutiérrez Lascuráin, Alfonso Ituarte Servín y José González Torres fueron elegidos puntualmente cada tres años (el primero de ellos por dos períodos consecutivos).

El primer período de Adolfo Christlieb Ibarrola siguió la misma ruta, pero no ocurrió así con el segundo. Una combinación de padecimientos físicos y malestar político hicieron que Christlieb renunciara anticipadamente a su cargo, en 1968. Su acción dentro del partido era estorbada por “una conspiración de la mochería”, grupo formado por “miadores de agua bendita”, expresiones que denotaban su propósito de secularizar cuanto fuera posible un partido que había nacido con intensa presencia católica. Por unos meses lo sustituyó el secretario general Ignacio Limón Maurer. Al ser elegido en 1969 Manuel González Hinojosa, tres años después José Ángel Conchello, y en 1975 Efraín González Morfín, pareció restaurado el ritmo institucional.

Pero el hijo del primer candidato presidencial panista, candidato él mismo en 1970, percibió a poco de su elección que ya no la mochería, sino empresarios resueltos a tener el PAN como un instrumento determinaban cada día en mayor medida su rumbo. Por eso a meses de su elección renunció al liderazgo en que por una semana lo sustituyó Raúl González Schmal, apenas para dar lugar a la elección de nuevo de González Hinojosa, que concluiría el trienio trunco de González Morfín, quien con algunos seguidores se marchó del PAN tras la crisis que impidió a Acción Nacional presentar candidato presidencial frente a López Portillo.

Abel Vicencio Tovar cumplió sin prisas pero sin pausas dos períodos al frente del partido. Lo reemplazó Pablo Emilio Madero, y a éste, Luis H. Álvarez, elegido en 1987 y confirmado tres años después. Lo siguieron durante los lapsos ordinarios Carlos Castillo Peraza y Felipe Calderón. Después de que éste abrió la puerta de nuevo al conservadurismo doctrinal, Luis Felipe Bravo Mena permaneció seis años en el cargo. Y con los dos y medio de Espino, suman casi 20 años de estabilidad, tocada ahora con la renuncia prematura de Espino, que a eso equivale la anticipación de la elección de quien lo suceda.

No es que Calderón quiera ahora, desde la casa presidencial, enmendar el yerro de haber propiciado la elección y la reelección de Bravo Mena y después la llegada de Espino, situados ambos en posiciones diversas de las del ahora presidente. Es que Calderón es menos doctrinario de lo que parece, y más pragmático de lo que su cultivada imagen de ideólogo autoriza. Así lo muestra el que sus dos cartas para embatir a Espino sean más diversas entre sí que frente a su adversario común. Espino y Nava son miembros del agrupamiento discreto, o secreto, conocido como El Yunque. De modo que el actual líder no cesará en su cargo en una maniobra depuradora, para devolver al PAN a su prístina condición originaria. Sino porque desde Los Pinos, como en la era priista, se domina al partido.

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