El Valedor
Ya voy de alivio, mis valedores. Galones de cuasia con gordolobo me hicieron sobrevivir. Sudoroso, acalambrado, el sistema nervioso hecho garras, pero sobreviví a los bombazos. Trémulo aún, sudoroso, pergeño la crónica:
Madrugada de ayer. El músculo duerme, la ambición descansa De repente rájale, el estallido. Me di el zafón de los brazos de Galilea y brinque desde el sueño a la explosiva realidad. ¡El tanque de gas! Pero no, que a la primera explosión sucedieron muchos más: una a una, dos a dos, en manada. Pistojejé, miré al techo. Por el estrépito de la pólvora, la nitroglicerina o el material utilizado para volar los ductos de PEMEX, logré ubicar la fuente de las explosiones: el templo de aquí a la vuelta La santa de mi barrio, que a deshoras de la madrugada alborotaba el fervor de unos penitentes en brama religiosa ¡Bum, burrum! El mastique de los vidrios comenzó a chisparse. En la azotea El Rosco y su runfla de gatos, unos aullidos espantables: como en medio del trance amoroso, como orgía sexual. Allá, afuera supe más tarde por los vecinos, los perracos se soltaban de la panza, y al espanto corrían desparramando desechos. (”¿Qué cree? Yo ando igual”, me confesaría más tarde la Tía Conchis, y agregaba hojas de azhar a la infusión. Eso más tarde, porque ahora, en la madrugada..)
En la madrugada y a los estallidos se activaron las alarmas de todos los coches del vecindario. A mil decibeles. Tembloroso bajé a la cocina y me preparé la primera vasija de infusión del día Más tarde se reunirían conmigo los vecinos de la tertulia, y daban su versión del estrépito generado por un rito religioso que ahora a media mañana se resolvía en música de banda de tambgora de mariachis. Los bandazos de viento traían fragmentos de la melodía que se ejecutaba en el atrio del templo católico: “¡Le puso el doctor- la mano en la cintura- y ella le contestó - ay, doctor, que sabrosura..!”
Habló don Tlntoreto: “Cada bombazo alborota el follaje de los pirules”. La Maconda (la. señora viuda de Vélez, Ovado, le agrega El Síquiri): “¿Lo pasarán a creer? A cada explosión las hornillas encendidas en mi estufa se apagan, y las apagadas se encienden”. Y las lámparas: histéricas, neuróticas, menopáusicas, se pusieron a arrojar luces altas, bajas, amarillas y rojizas. “No, y luego yo, que desahogaba una necesidad menor (la desahogaba El Síquiri) Menos mal que fue menor, porque regué todo el tepache, que hasta me tuve que cambiar de pantalón”. Milagros de la santita virgen y mártir…
Levemente exageradas ciertas versiones: “Dos rod-wailer tiene mi vecino en su azotea Dos fieras. Al estrépito los oyó quejarse y subió a la azotea y lo que allí vio: ellos, atejonados en un rincón, se cimbraban de escalofríos, y el extraño aquel, sobándoles el espinazo: Ya, ya chiquitos, ya.” Un ratero de buen corazón. Doña Cuca lo invitó a almorzar”. Habló la hermana de mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins., esa Tencha chica (hija de mi tía Tencha grande) que ficha en El Burro de Oro bajo nombre artístico de La Princesa Tamal: “A los primeros estallidos La Pingüica entró en trance. Ni ella misma sabía que estaba preñada”.
La Jana Chantal, travestí: “No, y yo. A dos que tres de mis clientes se les cortó la brigada, pero la cruda los atacó con furor. Varios de ellos se me quedaron en la suerte, sin poder entrar a matar”.
Mediodía de bombazos. Los vecinos se retiran a comer. Yo, solo y mi alma nomás me quedé pensando. Semejante ritual de la Iglesia Católica, con su indispensable estallido de pólvora no sería tan grave, de no ser el de todos los templos de la ciudad (del país), porque a cada capillita le llega su fiestecita, y yo me pregunto, mis valedores: ¿esos derroches de pólvora qué quieren dar a entender? ¿Un alarde de religiosidad? ¿Armar alboroto, y friéguense el vecindario, sus nervios, su sueño, su tranquilidad? ¿En nombre de qué, de quién o de quiénes? ¿Qué ley los ampara contra el que supuestamente nos protege a nosotros, ese Bando de Policía y Buen Gobierno que, con su nuevo título, prohibe ruidajos que afecten a los vecinos? ¿Estado de derecho? Yo hubiese querido que a la hora de las explosiones estuviesen aquí esos peritos del embuste que se llenan la boca con su “estado de derecho”. ¡Bum, bummm! El padrecito, ancho, orondo y protagónico, se sentiría reina por un día por una noche y una madrugada que fue cuando el vecindario aguantó a pie firme, que no a pierna suelta la agresión de la pólvora cuya venta “está prohibida en México”. El padrecito: “aquí nomás mis chicharrones truenan”. Sí, cargados de pólvora El barrio, entre tanto, la taquicardia
Noche cerrada Nublazón de humo. Partículas de pólvora suspendidas en el aire. Pestilencia por los flatos que ventoseó el templo. Yo, al intento de dormir, me encomiendo al Cristo de mi cabecera ¿Pero y esas lagrimillas? “Ya, ya, mi señor, cálmese”, y mirándolo yo, todo un bigotón, aquellos pucheros. (Dios.)
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