Alfredo Jalife-Rahme
El lúcido electorado australiano leyó correctamente el fin de la era unipolar estadunidense y le propinó una humillante derrota al bélico y bushiano John Howard, quien incluso perdió su asiento parlamentario en Sydney. Australia cambia de rumbo y se pronuncia por una agenda universal más humanista: el retiro de sus tropas en Asia central, el apoyo al Protocolo de Kyoto y el estímulo a la justicia social que enarbola el flamante primer ministro laborista Kevin Rudd, quien habla perfectamente chino. Este golpe de timón tendrá profundas repercusiones en al anglosfera y aísla en la Cuenca del Pacífico al unilateralismo bushiano empantanado en Eurasia y que busca más guerras para “huir hacia delante” y mantener rotando la maquinaria de su complejo militar industrial y que, a su juicio, impediría la profundización de su inminente recesión cuando el dólar prosigue su pulverización, mientras que el petróleo y el oro alcanzan niveles históricos.
En este marco dinámico de referencia de la tercera guerra mundial “en proceso” de la tripleta israelí-anglosajona, el régimen torturador bushiano se atascó ante el dilema de a quién bombardear primero: a Irán o a Pakistán.
Como habíamos previsto, Ahmadinejad Superstar sacó dos conejos gigantes de debajo de la manga para posponer el inminente bombardeo de la tripleta israelí-anglosajona: el primero, el resultado satisfactorio de sus negociaciones con la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU, que no encontró ningún arsenal atómico como ha inventado la propaganda sucia israelí-anglosajona; y el segundo, su coqueteo con la “mediación suiza” para el enriquecimiento de uranio en suelo neutral y con la tácita anuencia de las seis petromonarquías árabes del Consejo de Cooperación del Golfo.
Llamó la atención que Ahmadinejad, al unísono con el presidente venezolano Hugo Chávez, haya solicitado, durante la tercera cumbre histórica de jefes de Estado de la OPEP en Viena, la abolición del dólar como la divisa de compraventa del petróleo, mientras hábilmente aceptaba analizar la “mediación suiza”, en una entrevista a la agencia Dow Jones. Aquí cuentan significativamente remitente, mensaje y heraldo.
Es notorio que la opción militar contra Irán ha menguado un tanto cuanto, cuando la desangelada amazona Condi Rice pretende apagar otros fuegos mediorientales en la importante conferencia de Annapolis. Con el fin de apagar los superfuegos mediorientales pareciera que el régimen torturador bushiano necesita en esta coyuntura delicada de la colaboración tanto de Siria, en primera fila, como de Irán, en la retaguardia, para sacar adelante la cumbre de Annapolis, que puede resultar en un soberano fracaso, cuando Baby Bush se encuentra en la fase terminal de su malhadada presidencia, o sorpresivamente podría arrojar algunos resultados puntuales como la creación del Estado Palestino, el retorno de las Alturas del Golán a Siria y el desgravamiento de la parálisis presidencial en Líbano.
Tampoco bombardear a Irán representa un paseo dominical, ya que podría elevar el precio del crudo a más de 200 dólares el barril, lo cual profundizaría la recesión de Estados Unidos en pleno fragor electoral. Steve Clemons, editor del muy leído blog The Washington Note, en su columna histórica “¿Por qué Bush no atacará Irán” (Salon, 19/10/07), que ha resultado la más correcta de todas en medio de la pletórica inmundicia de la propaganda sucia israelí-anglosajona, adujo dos situaciones interesantes: una, que no habría bombardeo contra Irán, y dos, que tal bombardeo beneficiaría a Rusia y a China, quienes festejarían tras bambalinas el suicido estadunidense en Eurasia.
Pues si no es Irán, que categóricamente no cuenta con armas nucleares, ahora resulta que la maquinaria bélica bushiana intentará invadir Pakistán, dotada clandestinamente con más de 100 bombas atómicas que en cualquier momento pueden caer en manos de los supuestos perpetradores del 11/9 de Al Qaeda (para los amigos Al CIA) y/o el grupo fundamentalista islámico talibán, quienes se mueven con sospechosa laxitud en la transfrontera afgano-paquistaní.
Los nuevos planes bushianos para invadir Pakistán son sopesados por el lúcido historiador William Pfaff (“Planes para una intervención directa de EU a Pakistán”, Tribune Media Services, 20/11/07). William Pfaff desmenuza varios escenarios pero se detiene en el más demencial de todos (que no por ser sicóticos significa que dejen de ser realizables), que profieren los neoconservadores Frederick Kagan y Michael O’Hanlon, quienes aducen que “Estados Unidos no puede quedarse sin hacer nada mientras que un Pakistán nuclearmente armado se desliza hacia el abismo”. Kagan y O’Hanlon (“El colapso de Pakistán, nuestro problema”, The New York Times, 18/11/07) exigen la intervención militar de Estados Unidos con un millón de soldados (¡súper-sic!), como si su ejército no se encontrase exageradamente “sobrextendido” tanto en Irak como en Afganistán, ya no se diga en el Golfo Pérsico.
Separan ilusamente a la elite del ejército paquistaní, a la que consideran “moderada” y proccidental, de los nacionalistas servicios secretos “simpatizantes de los talibanes”.
A juicio de ambos halcones neoconservadores, el “mayor peligro consite en un colapso del gobierno paquistaní y un movimiento islámico extremista para llenar el vacío”. El segundo mayor riesgo radicaría en la balcanización étnico-tribal de la frontera afgano-paquistaní. El tercer mayor riesgo se centraría en una guerra civil entre los militares en la que la “minoría simpatizante de los talibanes y Al Qaeda” surja triunfante e “instale un Estado apadrinado por el terrorismo islámico”.
Reconocen que los paliativos son “desalentadores”. En forma ominosa proclaman que la “estabilización de un Pakistán colapsado se encuentra más allá de las posibilidades de EU y sus aliados”, frase que seguramente reverberará con intensidad en las fronteras islámicas del RIC (Rusia, India, China), los rivales geoeconómicos de Estados Unidos.
Elucubran la destrucción de las bombas atómicas de Pakistán mediante un operativo de las fuerzas especiales estadunidenses, lo cual alebrestaría el nacionalismo paquistaní, así como la cooperación con las fuerzas militares “moderadas” para resguardar sus escondites nucleares. Pero sostienen que la más segura opción sería “transportar el material radiactivo a Nuevo Mexico” (¡súper-sic!), que tampoco contaría con la cooperación abierta de los paquistaníes partidarios de Estados Unidos (leáse: la pro británica Benazir Bhutto y el pro saudita Nawaz Sharif).
Abogan por una “muy pequeña coalición internacional” que resguarde las bombas nucleares, al unísono de las tropas de elite paquistaníes. Coinciden con nuestra hipótesis de dos estados a los dos bordes del río Indo, uno de los cuales se desplegaría en la parte occidental en el eje proestadunidense que comprende la capital Islamabad y las regiones de Punjab y el Sindh (ver Bajo La Lupa, 18/11/07).
Con justa razón William Pfaff se burla del plan bélico de intervención en Pakistán sugerido por la dupla Kagan-O’Hanlon como un juego de Nintendo para niños. A propósito, ¿cómo reaccionará al respecto el Grupo de Shanghai, liderado por China y Rusia?
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