Por: Laura M. López Murillo
En algún lugar de la Enciclopedia Política, entre la demagogia y la intolerancia, aparece el populismo como el concepto más evasivo y maleable, enarbolado por todas las causas, invocado con fines diversos, aludido con resultados esquivos…
Hoy por hoy, el populismo se ha configurado como un estilo declinable y adaptable a las más diversas circunstancias, y por eso, el concepto “pueblo” aparece con la misma frecuencia e intensidad en todos los discursos políticos; lo invocan por igual en la derecha conservadora, en la izquierda radicalizada y en la tibieza moderada del centro.
El exceso y el abuso provocaron la connotación peyorativa, y ahora el populismo implica a las medidas de gobierno para atraer y conservar la simpatía del electorado; el populismo se ha transformado en el instrumento idóneo para preservar el poder y la hegemonía política mediante la popularidad entre la ciudadanía.
Y más allá del discurso, trascendiendo los límites de la demagogia, el populismo ya no alude a una ideología y se concreta en obras públicas, cuya finalidad es justificar la actuación de la clase gobernante y la aplicación de los recursos del erario. Actualmente, esta es una táctica de uso ilimitado y aplicación permanente para hacer política.
En los tres niveles, la eficiencia del gobierno suele ponderarse con el índice de la obra pública; por eso, la lucha por alcanzar y mantener un índice aceptable de popularidad se ha traducido en la lucha por el presupuesto para realizar obras que magnifiquen la imagen del mandatario. Y la asignación de los recursos del erario no es proporcional a las necesidades ni a los proyectos, porque obedece a los intereses de la partidocracia.
La ecuación gobierno - obra pública es en realidad una falacia de primer grado porque es la expresión material de la visión del grupo en el poder, la manifestación de su existencia y la ostentación de su influencia en la vida de una ciudad.
Cuando la eficiencia de un gobierno se califique por la calidad de vida de su población, por las soluciones a las necesidades apremiantes, por los índices en salud y educación, habremos ascendido a la escala superior de la política, donde el bienestar común es la prioridad de un gobierno inmune al populismo, ese el vicio político… evasivo y maleable, enarbolado por todas las causas, invocado con fines diversos, aludido con resultados esquivos…
En algún lugar de la Enciclopedia Política, entre la demagogia y la intolerancia, aparece el populismo como el concepto más evasivo y maleable, enarbolado por todas las causas, invocado con fines diversos, aludido con resultados esquivos…
Hoy por hoy, el populismo se ha configurado como un estilo declinable y adaptable a las más diversas circunstancias, y por eso, el concepto “pueblo” aparece con la misma frecuencia e intensidad en todos los discursos políticos; lo invocan por igual en la derecha conservadora, en la izquierda radicalizada y en la tibieza moderada del centro.
El exceso y el abuso provocaron la connotación peyorativa, y ahora el populismo implica a las medidas de gobierno para atraer y conservar la simpatía del electorado; el populismo se ha transformado en el instrumento idóneo para preservar el poder y la hegemonía política mediante la popularidad entre la ciudadanía.
Y más allá del discurso, trascendiendo los límites de la demagogia, el populismo ya no alude a una ideología y se concreta en obras públicas, cuya finalidad es justificar la actuación de la clase gobernante y la aplicación de los recursos del erario. Actualmente, esta es una táctica de uso ilimitado y aplicación permanente para hacer política.
En los tres niveles, la eficiencia del gobierno suele ponderarse con el índice de la obra pública; por eso, la lucha por alcanzar y mantener un índice aceptable de popularidad se ha traducido en la lucha por el presupuesto para realizar obras que magnifiquen la imagen del mandatario. Y la asignación de los recursos del erario no es proporcional a las necesidades ni a los proyectos, porque obedece a los intereses de la partidocracia.
La ecuación gobierno - obra pública es en realidad una falacia de primer grado porque es la expresión material de la visión del grupo en el poder, la manifestación de su existencia y la ostentación de su influencia en la vida de una ciudad.
Cuando la eficiencia de un gobierno se califique por la calidad de vida de su población, por las soluciones a las necesidades apremiantes, por los índices en salud y educación, habremos ascendido a la escala superior de la política, donde el bienestar común es la prioridad de un gobierno inmune al populismo, ese el vicio político… evasivo y maleable, enarbolado por todas las causas, invocado con fines diversos, aludido con resultados esquivos…
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