• Cimientos de la polarización
• Norberto y... el top of mind
Es más fácil enfrentar la mala reputación, mi estimado, que la mala conciencia. Qué lindo de bonito es conocer que los autores del libro La Diferencia (whatever), el ex vocero, guerrillero, intérprete, Rubén Aguilar y el ex canciller Jorge Castañeda decidieron autocensurarse, perdón, cortar las partes sustanciales del capítulo más importante, trascendente y vital en la vida política del país: todo lo relativo al desafuero que fue el peligroso inicio del parteaguas de la polarización que hoy sigue viviendo México.
El empezase del acabóse, my friend, que lleva más de 17 meses en un delicado epicentro, no sólo de un cuestionado régimen emanado de un polémico proceso electoral en 2006, sino cuyas consecuencias sociales y políticas distan aún de estar concluidas. Una de las divertidas preguntas del inquieto respetable es el timing para anunciar la maravillosa diferencia de la radiografía del doctor Aguilar y Castañeda de un sexenio como el foxista. Sobre todo ahora que le graniza en su milpita a su ex jefe. Sobre todo ahora que Felipe Calderón envía titubeantes señales (normal) de quererse deslindar de su antecesor.
El capricho emanado de las entrañas de Marta Sahagún, gracias a las espléndidas encuestas que perfilaban como puntero en la carrera presidencial al entonces jefe de Gobierno capitalino, fue el detonador para venderle la idea a Vicente Fox de darle flit al simpático tabasqueño del mapa electoral. Los protagonistas del desaforado culebrón desarrollado en el rinconcito tenebrosón de la PGR de Macedo de la Concha son por demás conocidos, lo estupendo es que Rubén y Jorge se estrenaron, cual dúo dinámico, develando su propia radiografía al escoger escindir los hechos de su original librito.
He ahí una Gran Diferencia.
Porque lo que México ha vivido en cuanto a crisis de descontento, polarización, inconformidad y agravio social están cimentadas en los inicios de ese execrable capítulo en la vida política nacional. Botones han sobrado en la atiborrada mercería y el último debería ser analizado con cautela. ¿Cuál, preguntará usted seguramente poniendo los ojitos en blanco? (Chill)
Los recientes hechos en la Catedral Metropolitana.
Más allá de las causas, razones y ocurrentes intrigas detrás de las inéditas campanadas el día preciso de la CND en el Zócalo capitalino donde Andrés Manuel López Obrador puso el dedo en la llaga energética, los analistas federales deberían encender sus foquitos rojos sobre el termómetro de los ánimos sociales. ¿Por qué? Sencillo.
México es un pueblo eminentemente católico —aunque el aplausómetro va a la baja en la credibilidad de la Iglesia ante sus recientes escándalos de abuso sexual—, y por más difícil que sea medir los arrojos de una muchedumbre, el gobierno federal debería hacer un simple análisis si tuviera dos neuronas, y éstas no fueran motoras. Si una buena parte de las personas que acudieron a escuchar ese domingo a López Obrador fueron capaces de irrumpir engatusados, enardecidos, convencidos —por las razones que se le ocurran y que hoy no están a discusión— en un recinto como la Catedral con todo lo que esto significa… de Los Pinos, ni hablamos, pues. ¿Me sigue?
Súmele que la figura de Norberto Rivera Carrera, símbolo divino de escándalo, no abona al sosiego sino su efecto es justamente el contrario. Se dice hombre de Dios aunque deguste las mieles del César. Su reputación es, digamos, mala, sobre todo cuando su nombre está en el top of mind ciudadano en casos tan abominables como la pederastia. Su ambición por el reflector mediático lo ha colocado como referente en cuestiones del César y no de Dios.
Es muy probable que la animadversión social por su controvertida figura no contuviera sino abonara al curiosito allanamiento que quizá no hubiera ocurrido si su posición fuera ocupada por otro Príncipe de la Iglesia. Otro cardenal con otra reputación y sobre todo con autoridad moral. Pero ya sabe, mi estimado, que el hubiera vale madres.
Lo que hay es una peligrosa volatilidad en los ánimos sociales. Lo que hay es una escalada en el agravio de una parte importante de la ciudadanía que no se debe menospreciar, subestimar ni minimizar. Lo que hay son conflictos latentes esperando ser detonados. Lo que hay es un futuro incierto ante lo cierto de una crisis. Ésa, my friend, es la peligrosa radiografía de lo que hay de cara al primer aniversario de este gobierno…
• Norberto y... el top of mind
Es más fácil enfrentar la mala reputación, mi estimado, que la mala conciencia. Qué lindo de bonito es conocer que los autores del libro La Diferencia (whatever), el ex vocero, guerrillero, intérprete, Rubén Aguilar y el ex canciller Jorge Castañeda decidieron autocensurarse, perdón, cortar las partes sustanciales del capítulo más importante, trascendente y vital en la vida política del país: todo lo relativo al desafuero que fue el peligroso inicio del parteaguas de la polarización que hoy sigue viviendo México.
El empezase del acabóse, my friend, que lleva más de 17 meses en un delicado epicentro, no sólo de un cuestionado régimen emanado de un polémico proceso electoral en 2006, sino cuyas consecuencias sociales y políticas distan aún de estar concluidas. Una de las divertidas preguntas del inquieto respetable es el timing para anunciar la maravillosa diferencia de la radiografía del doctor Aguilar y Castañeda de un sexenio como el foxista. Sobre todo ahora que le graniza en su milpita a su ex jefe. Sobre todo ahora que Felipe Calderón envía titubeantes señales (normal) de quererse deslindar de su antecesor.
El capricho emanado de las entrañas de Marta Sahagún, gracias a las espléndidas encuestas que perfilaban como puntero en la carrera presidencial al entonces jefe de Gobierno capitalino, fue el detonador para venderle la idea a Vicente Fox de darle flit al simpático tabasqueño del mapa electoral. Los protagonistas del desaforado culebrón desarrollado en el rinconcito tenebrosón de la PGR de Macedo de la Concha son por demás conocidos, lo estupendo es que Rubén y Jorge se estrenaron, cual dúo dinámico, develando su propia radiografía al escoger escindir los hechos de su original librito.
He ahí una Gran Diferencia.
Porque lo que México ha vivido en cuanto a crisis de descontento, polarización, inconformidad y agravio social están cimentadas en los inicios de ese execrable capítulo en la vida política nacional. Botones han sobrado en la atiborrada mercería y el último debería ser analizado con cautela. ¿Cuál, preguntará usted seguramente poniendo los ojitos en blanco? (Chill)
Los recientes hechos en la Catedral Metropolitana.
Más allá de las causas, razones y ocurrentes intrigas detrás de las inéditas campanadas el día preciso de la CND en el Zócalo capitalino donde Andrés Manuel López Obrador puso el dedo en la llaga energética, los analistas federales deberían encender sus foquitos rojos sobre el termómetro de los ánimos sociales. ¿Por qué? Sencillo.
México es un pueblo eminentemente católico —aunque el aplausómetro va a la baja en la credibilidad de la Iglesia ante sus recientes escándalos de abuso sexual—, y por más difícil que sea medir los arrojos de una muchedumbre, el gobierno federal debería hacer un simple análisis si tuviera dos neuronas, y éstas no fueran motoras. Si una buena parte de las personas que acudieron a escuchar ese domingo a López Obrador fueron capaces de irrumpir engatusados, enardecidos, convencidos —por las razones que se le ocurran y que hoy no están a discusión— en un recinto como la Catedral con todo lo que esto significa… de Los Pinos, ni hablamos, pues. ¿Me sigue?
Súmele que la figura de Norberto Rivera Carrera, símbolo divino de escándalo, no abona al sosiego sino su efecto es justamente el contrario. Se dice hombre de Dios aunque deguste las mieles del César. Su reputación es, digamos, mala, sobre todo cuando su nombre está en el top of mind ciudadano en casos tan abominables como la pederastia. Su ambición por el reflector mediático lo ha colocado como referente en cuestiones del César y no de Dios.
Es muy probable que la animadversión social por su controvertida figura no contuviera sino abonara al curiosito allanamiento que quizá no hubiera ocurrido si su posición fuera ocupada por otro Príncipe de la Iglesia. Otro cardenal con otra reputación y sobre todo con autoridad moral. Pero ya sabe, mi estimado, que el hubiera vale madres.
Lo que hay es una peligrosa volatilidad en los ánimos sociales. Lo que hay es una escalada en el agravio de una parte importante de la ciudadanía que no se debe menospreciar, subestimar ni minimizar. Lo que hay son conflictos latentes esperando ser detonados. Lo que hay es un futuro incierto ante lo cierto de una crisis. Ésa, my friend, es la peligrosa radiografía de lo que hay de cara al primer aniversario de este gobierno…
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