Miguel Matos s.j
No son hechos aislados y desconectados, episodios como los pronunciamientos de la Conferencia Episcopal, la militancia oposicionista en la educación católica, el posesionamiento de las organizaciones católicas en la estrategia antibolivariana. Estamos ante esa obligada e inevitable operación de discernimiento cultural que le impone a la fe cristiana la dinámica viva y cambiante del pensamiento y actuar humanos.
Ante cada transformación social y política que vive la humanidad, o un sector generacional o geográfico de la misma, el cristianismo asume, o una actitud de aculturación, o un esfuerzo de inculturación. Se produce una aculturación del Evangelio cuando en ese encuentro cultural se pierde la capacidad para detectar lo que tiene de antievangélico esa cultura en la que se ha “acomodado” el mensaje de Jesús. “A esa domesticación, llamamos aculturación… hasta el grado en que lo cristiano se reduce a mero producto cultural sin verdadera trascendencia sobre lo establecido” (Luís Ugalde, sj. “La Inculturación camino a la catolicidad”, material multigrafiado). Basta tener los ojos medianamente abiertos para constatar cómo nuestro catolicismo está viviendo uno de los momentos más dramáticos de aculturación, de acomodo y posesionamiento en el orden establecido.
La única posibilidad para el camino de la evangelización es el esfuerzo de inculturación que consiste en asumir una nueva cultura, relativizarla, juzgarla, liberarla y trascenderla.
En Venezuela en los últimos sesenta años se ha venido dando un “segundo mestizaje”. Se ha venido operado una síntesis apasionante entre la cultura adveniente primermundista y un remanente nativo entre mantuano y rural. Donde esta síntesis ha sido más vigorosa, creativa y repotenciadora de lo más valioso de la idiosincrasia venezolana, ha sido en el contexto urbano barrial marginal. Simultáneamente, hay sectores de nuestra sociedad más directamente afectados por la avalancha globalizadora primermundista que se ha autoexcluído de este mestizaje y se han encandilado absolutamente por la cultura adveniente. Este sector, que percibe como fácilmente conquistables todos los logros de la abundancia primermundista, con su ideología neoliberal va distanciándose afectiva y efectivamente de los intereses de las mayorías para las que estas conquistas son infinitamente menos asequibles.
El conflicto de intereses entre estos dos mundos era apenas perceptible y parecía inexistente hasta el momento en el que esas mayorías comenzaron a ser estimuladas a niveles de conciencia más sinceros, justos y exigentes.
Este momento de irrupción de una conciencia más agresiva y urgente de los más desfavorecidos, ha sorprendido a la institucionalidad católica en un momento de una dolorosa hibernación y congelación del profetismo.
Los sectores más militantes y organizados que defienden los intereses de las porciones minoritarias pero más poderosas del neoliberalismo, han encontrado en la Iglesia Institucional un instrumento de muy fácil manipulación.
El sector de la Iglesia conocido como la “vida religiosa”, a la vez que se han ido debilitando sus anhelos y actuaciones más proféticas, ha ido regresando a sus cuarteles tradicionales entre los cuales tienen mucho peso la educación formal de las clases privilegiadas.
Todo este cuadro nos permite explicarnos cómo hoy en día el optar por la postura oposicionista neoliberal es una de las actitudes que requieren menos inversión neuronal, menos ruptura en los ambientes católicos institucionales, incluyendo a los y las religiosos. Ser oposicionista en un presbiterado, en una casa de formación religiosa es cuestión de inercia, de “evitarse problemas”, una mera aplicación de la ley de gravedad.
Por si no lo saben nuestros pastores, superiores, directores, etc., sepan que el pueblo cristiano se siente cada vez más alarmado por los niveles de conservadurismo, aburguesamiento y elementalidad intelectual, humana y cristiana de los neosacerdotes, neoreligiosos, seminaristas, etc.
Sin ánimo de culpar a nadie ni de descalificar sino simplemente de iluminarnos, podemos preguntarnos cuál puede ser el derrotero ideológico de cara a las posibilidades de un proceso de inculturación, aculturación o transculturación del evangelio de Jesús, de un joven o una joven procedente de ambiente popular, que ingresa a un seminario o a una casa de formación, se le lleva a estudiar a una Universidad empapada de pensamiento neoliberal, se le hace compartir los intereses, las inquietudes y los imaginarios de un estudiantado clases media arribista o clase alta, con un profesorado mayoritariamente agnóstico, se le facilitan temporadas de inmersión total en ambientes culturales extranjeros del primer mundo, se les protege de todas las eventualidades de inseguridad y riesgo, etc. Una señal digna de ser reflexionada es que mientras la mayoría de los familiares de estos jóvenes que siguen viviendo en sus barrios, simpatizan con el proceso bolivariano, sus hijos e hijas van emigrando paulatinamente hacia una militancia oposicionista. Se produce un verdadero “blanqueo”
Como podemos ver, el problema tiene unas claras aristas culturales si nos referimos a este fenómeno, tomando en cuenta la opción que está haciendo el catolicismo, entre reafirmar la aculturación, convirtiéndose en aguerrido defensor de la propuesta neoliberal, u optar por un esfuerzo de inculturación del evangelio que la impulsaría hacia una ubicación social e ideológica bastante diferente de la ubicación que actualmente están defendiendo.
Ojala esto sirva para iluminarnos un poco el camino.
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