Rogelio Ramírez de la O
Con altos ingresos petroleros, el gobierno sigue aumentando el gasto corriente y lo pone en una trayectoria que será una pesadilla corregir en el futuro. A su vez, los altos ingresos aprecian el tipo de cambio sin apoyo de los fundamentos económicos, con lo cual habrá menor crecimiento de la economía. Y ante presiones inflacionarias, lo más probable es que el gobierno aumente los subsidios y con ello el desperdicio del gasto.
Las presiones inflacionarias ya dieron lugar a crecientes subsidios no sólo a la gasolina, sino también al gas natural, las tarifas eléctricas (ante los altos costos originados en malas decisiones del gobierno) y los alimentos. Los subsidios presupuestales saltaron de 96 mil millones de pesos en 2000 a 223 mil millones en 2006. Y este año están creciendo en 17% en términos reales, simplemente insostenible.
La presión sobre precios de alimentos se origina en el exterior, principalmente por la creciente demanda de China. En ese país, la inflación de alimentos es hoy de 6.5%, cuando hace un año era 1.3%.
En México, ante alzas de tortilla, leche y pan, el gobierno respondió con más subsidios a precios mediante acuerdos con productores y apoyos presupuestales. Esto no es necesariamente una respuesta equivocada cuando hay un proyecto detrás del mayor gasto, como aumentar la producción nacional y mejorar la competitividad de los insumos. Pero sí es un problema si se trata, como hasta ahora, como un mal temporal que por razones políticas conviene aliviar con subsidios.
El caso de la gasolina ilustra bien la respuesta gubernamental típica de evadir decisiones estratégicas para en su lugar gastar más. Desde 2006 el precio doméstico dejó de subir en línea con el precio estadounidense y por lo tanto se subsidió en la medida en que es gasolina importada. Pero al mismo tiempo, en la lógica del gobierno Pemex no tiene por qué producir más gasolina. Esto es porque la tasa de retorno de las inversiones en refinación es muy baja si se compara con la tasa de las inversiones en extracción de petróleo crudo.
Por ese razonamiento México importa cada vez más gasolina. Para empeorar la situación, se puso de moda en la clase media alta, y se lo contagió la clase media, comprar vehículos monstruosos que ni siquiera caben en las calles de la ciudad por estar diseñados para calles y carreteras de Estados Unidos, de gran peso y gran volumen. La demanda de gasolina crece 5% a 6% por año, cuando la producción está estancada. Las importaciones crecen 10% a 11% por año y este año acabarán en 350 mil barriles diarios, 11 mil millones de dólares. Con esta cantidad se construirían entre dos y tres refinerías y se dejaría de importar.
En cambio, importamos 40% de la gasolina que consumimos. El subsidio reside en que el costo en Estados Unidos este año llegará a 3.50 dólares por galón, cuando en México el precio de la misma gasolina se estará vendiendo 25% por debajo. La decisión estratégica debiera ser producir más gasolina aquí, sabiendo que el costo de producción sería mucho menor que el de Estados Unidos.
Pero en lugar de enfrentar esta decisión estratégica, el gobierno sigue opuesto a que Pemex tenga nuevas refinerías. Por supuesto que al abrir la refinación a la inversión privada, como se plantea en el proyecto oficial de apertura, ningún inversionista privado va a aceptar vender su gasolina a un menor precio menor que el de Estados Unidos. Los precios domésticos subirían así mucho y quedarían para siempre ligados a los de Estados Unidos, en donde los salarios son ocho veces el salario de México. Pocas cosas pueden ser más inflacionarias.
Como el gobierno no tolera encuestas de aprobación presidencial a la baja, recurre a los subsidios o congela aumentos proyectados de precios. Con la refinación privada tendría entonces que dar el subsidio a productores privados, o bien compensaciones de alguna manera disfrazadas.
Esto sugiere que los abundantes ingresos petroleros van a seguirse malgastando, tal como ocurrió con los ingresos petroleros recibidos por Fox, que de 2000 a 2006 aumentaron en 470 mil millones de pesos. Esta petrolización de la economía es aún más nefasta porque ocurre en una economía sin rumbo y sin tomadores de decisiones estratégicas. El país acabará con lo peor de varios mundos: muchos ingresos petroleros, apreciación del tipo de cambio, pérdida de dinamismo de la economía y crecientes subsidios y desperdicio de recursos públicos.
Con altos ingresos petroleros, el gobierno sigue aumentando el gasto corriente y lo pone en una trayectoria que será una pesadilla corregir en el futuro. A su vez, los altos ingresos aprecian el tipo de cambio sin apoyo de los fundamentos económicos, con lo cual habrá menor crecimiento de la economía. Y ante presiones inflacionarias, lo más probable es que el gobierno aumente los subsidios y con ello el desperdicio del gasto.
Las presiones inflacionarias ya dieron lugar a crecientes subsidios no sólo a la gasolina, sino también al gas natural, las tarifas eléctricas (ante los altos costos originados en malas decisiones del gobierno) y los alimentos. Los subsidios presupuestales saltaron de 96 mil millones de pesos en 2000 a 223 mil millones en 2006. Y este año están creciendo en 17% en términos reales, simplemente insostenible.
La presión sobre precios de alimentos se origina en el exterior, principalmente por la creciente demanda de China. En ese país, la inflación de alimentos es hoy de 6.5%, cuando hace un año era 1.3%.
En México, ante alzas de tortilla, leche y pan, el gobierno respondió con más subsidios a precios mediante acuerdos con productores y apoyos presupuestales. Esto no es necesariamente una respuesta equivocada cuando hay un proyecto detrás del mayor gasto, como aumentar la producción nacional y mejorar la competitividad de los insumos. Pero sí es un problema si se trata, como hasta ahora, como un mal temporal que por razones políticas conviene aliviar con subsidios.
El caso de la gasolina ilustra bien la respuesta gubernamental típica de evadir decisiones estratégicas para en su lugar gastar más. Desde 2006 el precio doméstico dejó de subir en línea con el precio estadounidense y por lo tanto se subsidió en la medida en que es gasolina importada. Pero al mismo tiempo, en la lógica del gobierno Pemex no tiene por qué producir más gasolina. Esto es porque la tasa de retorno de las inversiones en refinación es muy baja si se compara con la tasa de las inversiones en extracción de petróleo crudo.
Por ese razonamiento México importa cada vez más gasolina. Para empeorar la situación, se puso de moda en la clase media alta, y se lo contagió la clase media, comprar vehículos monstruosos que ni siquiera caben en las calles de la ciudad por estar diseñados para calles y carreteras de Estados Unidos, de gran peso y gran volumen. La demanda de gasolina crece 5% a 6% por año, cuando la producción está estancada. Las importaciones crecen 10% a 11% por año y este año acabarán en 350 mil barriles diarios, 11 mil millones de dólares. Con esta cantidad se construirían entre dos y tres refinerías y se dejaría de importar.
En cambio, importamos 40% de la gasolina que consumimos. El subsidio reside en que el costo en Estados Unidos este año llegará a 3.50 dólares por galón, cuando en México el precio de la misma gasolina se estará vendiendo 25% por debajo. La decisión estratégica debiera ser producir más gasolina aquí, sabiendo que el costo de producción sería mucho menor que el de Estados Unidos.
Pero en lugar de enfrentar esta decisión estratégica, el gobierno sigue opuesto a que Pemex tenga nuevas refinerías. Por supuesto que al abrir la refinación a la inversión privada, como se plantea en el proyecto oficial de apertura, ningún inversionista privado va a aceptar vender su gasolina a un menor precio menor que el de Estados Unidos. Los precios domésticos subirían así mucho y quedarían para siempre ligados a los de Estados Unidos, en donde los salarios son ocho veces el salario de México. Pocas cosas pueden ser más inflacionarias.
Como el gobierno no tolera encuestas de aprobación presidencial a la baja, recurre a los subsidios o congela aumentos proyectados de precios. Con la refinación privada tendría entonces que dar el subsidio a productores privados, o bien compensaciones de alguna manera disfrazadas.
Esto sugiere que los abundantes ingresos petroleros van a seguirse malgastando, tal como ocurrió con los ingresos petroleros recibidos por Fox, que de 2000 a 2006 aumentaron en 470 mil millones de pesos. Esta petrolización de la economía es aún más nefasta porque ocurre en una economía sin rumbo y sin tomadores de decisiones estratégicas. El país acabará con lo peor de varios mundos: muchos ingresos petroleros, apreciación del tipo de cambio, pérdida de dinamismo de la economía y crecientes subsidios y desperdicio de recursos públicos.
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