Voces de la preparatoria popular (II)
Por Melchor López Hernández.
Caen los recuerdos, como cascada. Nítidos. Uno tras otro. Sin conceder escape para el sentir histórico. Las palabras crean imágenes que empujan al lector a aquél episodio de represión gubernamental contra los estudiantes del movimiento estudiantil de 1971, en la ciudad de México.
Esperanza Lili Aparicio Hoyo, es el nombre de quien coloca una parada para avisar, decir, gritar, que no tenemos que olvidar la historia que se escribe pero no se dice en los medios de comunicación masiva.
La historia, entrecomillada, fue tomada del libro Voces de la preparatoria popular (Plaza y Valdés, 2007), para retomar de viva voz a quien estuvo sufriendo y palpitando y asombrado de la violencia de Los Halcones, grupo paramilitar entrenado para hacer sucumbir expresiones estudiantiles populares; particularmente de las escuelas populares donde se concentraban jóvenes que eran rechazados de otros ámbitos escolares, sociales y familiares.
Educación popular. Educación para la banda. Arte para el conocimiento de los rechazados culturalmente. Educación equitativa. Igualdad, eran las proclamas que Los Halcones querían destazar.
A continuación el trozo de la historia narrada por Lilia Aparicio, protagonista directa de ese hecho histórico que removió, y remueve, posturas anquilosadas de aquellos que no sólo quieren ser curiosos de la historia contemporánea de México.
Aquí la narrativa: "Debo relatar mi experiencia personal en relación a los hechos sangrientos del 10 de junio.... El riesgo ya perfumaba el ambiente desde la planeación de la salida, por eso las recomendaciones de los varones a las mujeres acerca de permanecer en el centro de las filas, y ellos como protegiéndonos a las orillas, mi novio el Pelé, era mucho más alto que yo; desde luego su manos esbeltas me presionaban tan fuerte en el trayecto, pero el acuerdo había sido dictado como sentencia, desde antes de salir de la escuela, y ni modo, era por nuestra seguridad: permanecer enlazados de la manos, esto no impedía ser un diluvio de nuestro recorrido de gritos, lanzados al cielo... por el alto nivel de adrenalina que vivíamos soltando todos, pues teníamos que ser agradecidos por los ya conocidos Halcones, el grupo de choque oficial de gobernación…
“Así seguimos caminando, caminando, cuando de repente se inicia todo una agitación, se escuchan gritos: ‘Ahí vienen güey...'
—Corran, dicen algunos.
—No, esperen, dicen otros.
“Se desbaratan las filas, todo mundo corre hacia todos lados, surge el caos. El miedo se apodera de todos. Las manos se separan. Es posible continuar. Estamos rodeados.
“Cómo actuar sin pánico si todos son golpes, sangran los compañeros, corren, todo mundo trata de ponerse a salvo. No sabemos qué hacer, he perdido a mi compañero. Juramos no separarnos, pero el terror y el pánico nos sorprendieron. No sé donde está, no se dónde ir, ¿Qué hago? Cerca de mi veo como le dan un tubazo a alguien, se trata de poner a salvo…, quiero que no me vean a mi, quiero desaparecer, una luz de juicio entra en mi cerebro, no me puedo mover y no puedo tomar una maldita decisión de hacía dónde, todos corren para todos lados, gritan, se oyen maldiciones, entretejidas de gritos de dolor, estoy estupefacta, sufro terriblemente por lo que estoy viendo, pero debo ponerme a salvo, una puerta distingo a pesar de mi miopía, está abierta, es una zaguán o mejor dicho una reja, la veo entreabierta, corro hacia allá a la velocidad que mis doloridas piernas me lo permiten, empujamos a otras chavas y chavos ensangrentados y yo, somos alrededor de 20, no los reconozco, nadie dice quién es ni de qué escuela viene.
“Es un inmueble escolar, pero no sé en esos momento cuál es, está empezando a oscurecer, decidimos irnos todos a un solo salón que no da a la calle, pero desde allí se escuchan detonaciones muy cercanas, el griterío sigue afuera, algunos compañeros nos gritan en voz baja, ¡agáchense! Estamos casi a pecho tierra, otros más desafiantes o incrédulos están sólo en cuclillas. Después de escuchar más lejos lo que sucede afuera ya estamos las mujeres tratando de detener las hemorragias de los compañeros, principalmente en las cabezas, no se quejan, sólo podemos limpiar las heridas y darnos cuenta de la saña y el odio utilizado y descargado sobre estudiantes que no estaban armados ni siquiera con resorteras. Sabemos que no tenemos elementos de curación, quién iba a prever una fregadera así, de esta naturaleza, así es que dada la juventud y el instinto de supervivencia, a la hora que pensamos podíamos salir es que empezamos a movernos. Antes de que recorrieran las escuelas buscando más víctimas decidimos salir de dos en dos para alcanzar la avenida principal, que era San Cosme.
“No recuerdo cuántas horas pasamos ahí, no sé a qué hora alcancé el metro, no recuerdo qué vi a mi paso antes de llegar a la vía de circulación, que presuponíamos nos pondría definitivamente a salvo, sólo tengo sensaciones de mucho frío, de oscuridad, de silencio y de un gran miedo que tenía que vencer”
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