03 de Junio de 2007
ÍNDICE POLÍTICO, FRANCISCO RODRÍGUEZ
La más tonta de las mujeres puede manejar a un hombre inteligente, pero es necesario que una mujer sea muy hábil para manejar a un imbécil.
Rudyard Kipling
LA PRIMERA ABRIÓ la serie de conferencias que, en Vancouver, Canadá, organizó una agencia australiana de entretenimiento. La segunda cerró el ciclo.
En esa serie de conferencias, a Margaret Trudeau la presentaron (www.uniquelives.com) como "la más joven Primera Dama en el mundo", toda vez que casó con el Primer Ministro canadiense Pierre Elliot Trudeau a los 22 años. De la segunda, por supuesto, no podrían haber dicho lo mismo. Ya llegó bastante crecidita a la presencia de un oficial del Registro Civil. Y tal ya era la segunda ocasión que ante una autoridad así comparecía.
Trudeau se divorció cuando el premier canadiense estaba aún en funciones. Sahagún se casó cuando el entonces Presidente mexicano iniciaba su mandato. Cuestión de oportunidades, claro.
A la ex esposa de Trudeau le disgustaban y hasta sacaban de quicio las rígidas reglas del protocolo. A Sahagún le encandilan las hileras de tenedores y cuchillos a los lados del plato.
Margaret, a quien los canadienses adoran, se dedicó tras su divorcio a la fotografía, a la actuación, a la escritura y a ser anfitriona de un programa de televisión, al tiempo que se dedicaba a su familia y a realizar discreto trabajo voluntario en escuelas y en su comunidad.
Sahagún, quien acumula repudios cada vez más generalizados, se ha dedicado más a la farándula del asistencialismo publicitario –recién apenas entregó ¡200 litros de leche!, que sin mala leche se descubrió no eran leche, y apareció fotografiada en no pocos medios--, descuidó a su familia que cayó fácil en las garras de todo tipo de corrupciones, y desde su "cabañita" se dedicó a manejar –dinero de por medio, concesiones, "decretazos" ha confesado— noticieros de radio, televisión, ciertas primeras planas y variadas columnas políticas.
Con frescura, encanto y, sobre todo, con naturalidad, Margaret Trudeau conquistó a todos los habitantes de Canadá.
Con dobles discursos, sonrisas fingidas, maquillajes abundantes y vestimentas juveniles, Marta Sahagún está a la espera de que sus hijos, quizá ella misma, sean llevados a juicio por incontables casos de prevaricación, tráfico de influencias y otras linduras tipificadas en, cuando menos, medio Código Penal de la Federación.
Ante la tragedia personal, la muerte de su hijo Michael, y aún por la reciente desaparición física de su ex esposo Pierre Elliot Trudeau, los canadienses son conminados a escribir a Margaret correos para brindarle ánimo, para apoyarla.
Acá los mexicanos, también reciben conminaciones. Aunque son de otro tipo. Ya paren a Sahagún. Enjuicien ya y encarcelen a su parentela. Ya. Ya. Ya.
En la presentación de Trudeau se lee al final: "A través de toda su vida, ha mantenido la dignidad y conservado su sentido de familia".
No dice lo mismo de Sahagún. Claro está.
Ces’t la différence!, dirían los canadienses francófonos, ¿o no?
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