Tal es la cabeza del reportaje, hoy tan actual, que apareció en The Economist de mayo del 2005, y que provocó la réplica melcochosa de la por aquel entonces senadora panista Cecilia Romero:
- El papel de Martita es importante porque hay que romper el paradigma de las primeras damas que sólo eran acompañantes del Presidente o que se dedicaban a promover obras de beneficencia
Y nosotros a apechugar con los fraudes de la “pareja presidencial” y todos los hijos de su reverenda Marta, y a aguantar topetazos al Estado laico con campañas como la Guia de Padres (que exhibían la marca de la sotana y la capa pluvial), y el arribismo y derroches de la nueva rica, su protagonismo atroz, su exhibicionismo desaforado. ¡Vamos, México!
Marta Sahagún, genio y figura. Ella, la trepadora que “molestaba a México” (no lo ha dejado de molestar); ella, que mantenía una compulsiva agenda de actividades que a matacaballo perpetraba (sé lo que digo) desde la cresta de Chapultepec. Porque era el suyo un cotidiano programa de acciones cuyos resultados parecían dar al dicharajo:
“La que mucho abarca ya muy poco aprieta…” (Por ahí va.)
Pero no, que según don Tintoreto, vecino de Cádiz, “esa mucho abarca, pero
mucho aprieta también. Hasta la asfixia…”
- Piensen, sino, dijo el maestro, en acciones que van desde ese Vamos México, su monumento personal, hasta la directa agresión al Articulo 3. Constitucional que se agazapa en las páginas de su Guía de Padres, pasando por un alocado proseli-tismo político y medidas de gobierno que corresponden a la estricta responsabilidad de un titular del Ejecutivo agachón, mandilón. Y ay de quien atente contra su protagonismo desbozalado, que índice en alto amenazado Fox; “¡todos aquellos que quieren ver caer a la pareja presidencial (¡sic!) van a beber una sopa (¡resic!) de su propio chocolate..!” (Bueno. Nomás me quedé pensando…)
México, 2005. ¿Recuerdan ustedes, mis valedores, a la Marta aquella apoderarse de todos los titulares, y parchar con su vera efigie, en vivo y a todo color, las primeras planas, y tomar por su cuenta el cinescopio y atragantarse con las revistas de modas, las de sociales, las de los corazones solitarios, en papel couché, lo mismo que ahora asaltó la revista Quién (pompó)? Gárrula, expresiva, extrovertida, enferma de la más desaforada compulsión por las candilejas, ella que ya se miraba posando sus reales en el sillón que el marido le había calentado durante seis años justos, lo más injustos de que se tenga memoria..?
¡Dios! Congestionada mi mente con la imagen de una Marta con el motor hoy como ayer acelerado al máximo, pegué rudo amamantón a mi gordolobo, y a modo de oración, de conjuro contra las trapacerías que a estas horas y en San Cristóbal y anexas perpetre la “primera dama”, como aún la denomina su segundo marido, musité los versitos de la fábula inmortal:
“Tantas idas y venidas - tantas vueltas y revueltas - quiero, amiga, qué me digas -¿son de alguna utilidad..?”
Las idas y venidas de su Vamos México; las vueltas y revueltas de su Guia de Padres, sus apariciones en el cinescopio, su pepena de toda la morralla que corresponde al “redondeo” en los servicios que le prestaron bancos y supermercados. Marta Sahagún el ama de casa hoy acalambrada de protagonismo, la hiperkinética que lo mismo encabezaba una ceremonia cívica que se presentaba ante sus aliadas de ayer y hoy, Televisa y TV Azteca, para más tarde encabezar un mitin político. En la tertulia habló don Tintoreto:
- Pero hay que estar conscientes de que la culpa no es toda de Marta. El culpable principal de la plaguita que nos vino a caer en Los Pinos es, bien mirado, ese tal Manuel Bribiesca, primer marido de la “primera dama”. Ese fue el individuo que, con criterio y acciones de macho cerril, no quiso o no supo conservar a “Martita” como honesta consorte y oscura y anónima ayudante de boticario allá en Guanajuato. Por culpa de ese Bribiesca miren nomás hasta qué alturas se nos fue a encaramar una que apenas ayer fue una discreta mujer de su casa para que hoy, de un día para el siguiente, válgame: el clásico chivo en cristalería. Mal rayo parta al Bribiesca. ¿O no, contertulios..?
Alguno asintió con la testa. Algún otro suspiró. Uno más miró al techo, y yo dije esto que dos años más tarde repito a todos ustedes: muy cierto, mis valedores, mudanzas que se le ocurren a la muy caprichosa fortuna, que así le gusta probar al humano para ver si en la repentina bonanza, más que en la adversidad, se mantiene ecuánime o pierde cabeza y estribos y se despeña en la vorágine del ridículo personal y el perjuicio colectivo. De esto mucho sabían Dostoievski, Balzac, Shakespeare. (Léanlos.)
El Valedor
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