Por Iván H.
Preservación, conservación y rescate de las costumbres que nos dan identidad y nos hacen revivir la historia, las épocas, las vidas (y las muertes), debe de ser siempre la tarea de todo pueblo que, buscando siempre la raíz que le da origen, pertenencia e idiosincrasia, vive día a día las tradiciones que le han sido heredadas desde hace mucho (pero mucho tiempo).
En el México moderno podemos encontrar una amplia gama de festejos, los cuales, en su mayoría, tienen que ver con celebraciones o conmemoraciones de orden histórico. Batallas, firmas de tratados, invasiones, levantamientos civiles, pero ninguno como nuestro muy mexicano Día de Muertos, una tradición que enaltece el culto a los muertos y lo llevan tan lejos como ninguna otra civilización los ha llevado.
Resulta curioso darse cuenta como la mayoría de los extranjeros se sorprenden al ver una celebración como la nuestra. Los bellos altares en la casas, en los patios, en los cementerios, son siempre una imagen que al extranjero sorprende porque en México no tenemos miedo a la muerte. Por el contrario, aquí la celebramos y la hacemos partícipe de nuestra cultura (y cotidianeidad).
Basta recordar las ofrendas en la isla de Janitzio, o las tumbas decoradas en Mixquic, las ofrendas en la UNAM , o las ofrendas en cada casa de nuestro México. Cada una tiene su propio encanto, su propia luz que guía a los muertos hasta el festín que con vehemencia se ha preparado para celebrar su regreso. El mole, los tamales, los juguetes, los cigarros, las botellas de tequila, el papel picado, las flores de cempasúchil (del náhuatl Cempohualxochitl que significa veinte flores ), las veladoras, los retratos de los fallecidos, las calaveritas de dulce y chocolate, las calaveritas y su hermosa poesía, la celebración del reencuentro aún después de la muerte. Rezos que acompañan a los muertos en su camino de regreso, luces que guían a los altares, caminos de pétalos que los invitan a entrar a los hogares, la sal, el azúcar, todo aquello que fue disfrutado en vida por el difunto, sin olvidar el delicioso pan de muerto.
Las tradiciones que posee nuestro país son, en gran medida, el resultado de un proceso histórico siempre en constante movimiento. Son el pan y agua de una cultura que disfruta de las celebraciones, y que ante la muerte, no siente el miedo a la soledad y al abandono, sino que, por el contrario, la hace suya, se la apropia “a la mexicana” y le da una característica única.
Son buenas las intenciones de preservar tradiciones y costumbres. Desafortunadamente se va al saco roto ante circunstancias que se observan en los medios televisivos y más aún la postura de algunas instalaciones y agrupaciones que a causa del mercantilismo se olvidan de nuestras tradiciones y propagan otra: basta leer los periódicos, escuchar noticias por la radio, "Noche de brujas", "Noche de Halloween ", ¿qué tiene que ver con la tradición mexicana del Día de Muertos? Con esta postura tal parece que en lugar de rescatar tradiciones que se pierden, pretendemos pulverizarlas en lugar de fortalecer esa costumbre, demostrando falta de respeto para los que se han adelantado al viaje eterno al convertirlo en H alloween . Esto no es culto, sino burla a los muertos. Hoy se realizan eventos en diversos lugares donde se celebran "las noches de Halloween", o de "Brujas", para dejar brujos a los vivos a la memoria de los muertos.
Entonces, es nuestra misión preservar las tradiciones que nos han sido heredadas por nuestros padres, abuelos y ancestros. Es indispensable rescatar la vida de la celebración de los muertos y mantenerla con orgullo. Después de todo, a los que conmemoramos son a aquellos que simplemente se nos adelantaron, y que en el día de muertos, son capaces de regresar, aunque sea en esencia (o al menos en el pensamiento) a las mentes de todos aquellos que aún continuamos en este mundo vivo, que sin embargo, disfruta y se regocija con la muerte y se le acerca del modo más mexicano posible: celebrando junto con ella el regreso de los muertos.
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