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02 noviembre 2007

Los enredos de la izquierda

Por: Gerardo Fernández Casanova

“Que el fraude electoral jamás se olvide”

Cuando la circunstancia por la que atraviesa el país reclama cordura y compromiso, particularmente en la lucha para detener el creciente deterioro y emprender la reconstrucción, la izquierda electoral mexicana hace gala de sus enredos y pleitos de vecindad, con la consiguiente magnificación por la prensa de la derecha y sus levantacejas televisivos. Incapaces para debatir y enriquecer las ideas y el programa o la estrategia de acción política, las sesudas reuniones de comités y consejos se convierten en maratones de dimes y diretes de orden personal, reclamos de expulsión (cual anatemas episcopales) y demás minucias. La moda actual estriba en el tema de la relación de los gobernadores y legisladores perredistas con el régimen de gobierno fraudulentamente impuesto, materia que obliga al trazado de una estrategia de acción política importante, pero que en el debate se reduce a simples acusaciones entre las tribus, unas por colaboracionistas y otras por aislacionistas. Por este camino lo único seguro es que cada grupo va a acabar haciendo lo que se le pegue su gana, perdiéndose la oportunidad de establecer un modus operandi que, ejerciendo la fuerza legislativa y ejecutiva logradas, empuje hacia las necesarias transformaciones y frene las reformas regresivas impulsadas por la derecha.

El 16 de septiembre de 2006 la Asamblea de la Convención Nacional Democrática tomó decisiones sustantivas: a) No reconocer a Felipe Calderón como Presidente de la República, por razón del proceso fraudulento por el que fue impuesto; b) Otorgar a Andrés Manuel López Obrador el título de Presidente Legítimo de la República para, con tal carácter, impulsar el Proyecto Alternativo de Nación y luchar por la renovación de las instituciones nacionales; en este punto se rechazó la figura del gabinete de sombra (al estilo de las oposiciones parlamentarias europeas) puesto que implicaría el reconocimiento tácito al régimen espurio; c) Tomar posesión de los cargos legislativos ganados en las urnas y reconocidos por la autoridad electoral, al efecto de ejercer desde el legislativo la fuerza de la representación como segunda fuerza electoral; d) Consolidar el Frente Amplio Progresista con los partidos de la Alianza por el Bien de Todos, entre otras definiciones. Sin que haya sido explícito, se reconoció que los gobernadores del PRD tendrían que interactuar con el Poder Ejecutivo Federal para gestionar los recursos necesarios para gobernar, generalmente sujetos a la decisión discrecional del Presidente. Las decisiones así adoptadas no fueron producto de un capricho o de una terca ambición de poder; en el sustrato son el resultado de la convicción de que el 2 de julio de ese año se registró un perverso fraude electoral, imposible de desconocer y, mucho menos, de aceptar; aceptarlo sería tanto como destruir y echar por la borda toda la lucha realizada para instaurar la democracia en México.

Es claro que el diseño adoptado responde a una circunstancia excepcional y, por lo tanto, es en sí mismo excepcional; la normalidad no es aplicable. En muchos casos el sapo pudiera andar como pato y parecer pato, pero no dejar de exclamar un sonoro croac, para usar la argumentación de Ruth Zavaleta, perredista que preside la Cámara de Diputados Federal. En efecto Calderón habita la residencia presidencial, funge como presidente interna y externamente, lo cual no quita que, el muy sapo, sea la expresión de un sonoro fraude. Es en el tramo de excepción donde se tiene que dar la interacción y la escrupulosa negociación, en la que el juego de fuerzas no siempre funciona igual; es obvio que los gobernadores de Zacatecas y Michoacán, que dependen abrumadoramente del presupuesto federal, tiene que tragar sapos y sonreír al espurio, lo que no sucede con el del Distrito Federal, que dispone de recursos propios y puede hacer frente a la brutal embestida que pretende forzar el reconocimiento y la foto.

Es también en la excepción en donde opera la relación legislativa, en la que la negociación es entre partidos, incluido el del fraudulento Calderón. El asunto es impulsar, aunque sea para construir historia, los cambios que el país mayoritario reclama y para oponer la mayor contundencia posible para rechazar los que lo dañan; ese es el fondo del asunto; la forma deberá responder muy claramente a la expectativa del electorado, sin importar la opinión de los levantacejas; en los casos de la Ley del ISSSTE y del famoso “gasolinazo” la bancada del FAP votó en contra, pero faltó contundencia al rechazo, no necesariamente para cambiar el sentido de la votación, sino para hacerlo explícito ante la gente, sin importar el tilde de rijosos con que, de todos modos, los presenta la TV. La derecha tiene la ventaja numérica para imponer decisiones contrarias al interés popular; la izquierda tiene el deber y la oportunidad de exhibirlo con estridencia, sólo de esta manera podrá el pueblo discernir entre los malos y los buenos (o menos malos).

Abro aquí un paréntesis para expresar al pueblo de México mis condolencias por la muerte de una importante figura histórica; después de un penoso proceso de autodestrucción, la figura señera del Hijo del Tata, se desdibujó finalmente. Cuauhtemoc Cárdenas se autoinmoló con el veneno de la soberbia. Quedan atrás su enorme aportación a la democracia y al patriotismo; hoy, al aceptar y reconocer públicamente a Calderón como presidente, destruye al dirigente que le ganó a Salinas la elección del 88, como si entonces tampoco hubiese habido el fraude electoral. Lástima.

Concluyo insistiendo en que, en tanto que la Nación está siendo desmantelada y entregada al extraño enemigo, los mezquinos enredos de la izquierda partidista constituyen delito de alta traición.

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