Por: Julio Pomar
Desde la asamblea-mitin obradorista del domingo 18, hay una querella pública sobre el campaneo de catedral mientras en el Zócalo hablaba doña Rosario Ibarra de Piedra, como para acallar sus palabras, aunque envuelto, el campaneo, en la formalidad de la convocación a misa. Doña Rosario dijo al micrófono, cuando repicaban las campanas: “Bueno, esperemos que las campanas sean para saludar a esta convención y no para que nos quieran callar”, ante lo cual las campanas curiosamente enmudecieron de inmediato. Los campaneros resultaron campaneados.
Como “efecto colateral” de esta situación, alguna gente reunida comenzó a gritar, en coro: “pe-de-ras-tas, pe-de-ras-tas...”, en referencia a la protección que hace años, según indicios, le dio el cardenal Rivera Carrera a un sacerdote pederasta, y un grupo de supuestos obradoristas se metió a catedral para protestar por el escandaloso campaneo, irrespetuoso del pueblo congregado. Ya después de eso, fuentes clericales le quisieron echar la culpa de la injerencia al recinto religioso del grupo a doña Rosario y al propio López Obrador, pero evidentemente eso era lo que esperaban que ocurriese los campaneros y quienes les ordenaron repicar. O sea, se trató de una burda provocación calculada para causar ese efecto, que enfrentaría a obradoristas con las creencias de la grey religiosa. Y en cierta medida lo lograron, aunque nadie se chupó el dedo de que sólo se tratara de una fortuita coincidencia entre el tañer de campanas y la obstrucción al mítin-asamblea. Lo que pasa es que algunos jerarcas clericales les da mucha comezón, hasta urticaria, de sólo oír hablar de López Obrador. Aunque no a todos, como es bien sabido. Tras el incidente, los jerarcas de catedral decidieron cerrar las puertas al culto, en “protesta” por el supuesto agravio.
La provocación implica que quienes la instrumentaron y ejecutaron no tienen idea, o se hacen como que “la virgen les habla”, de que las masas obradoristas, antes y ahora, son religiosas, y malamente iban a ponerse a crear problemas con la iglesia mayoritaria, aunque ya no tanto, de México. Si, como se informó, ya hay un acuerdo entre el gobierno capitalino y la arquidiócesis metropolitana, para denunciar a quienes resulten responsables por esa irrupción violenta en el recinto religioso, y eso tiende a serenar los ánimos generados por el incidente, no muy alebrestados por cierto, ya estaría de más seguir con este tema que a nadie conforta.
Sin embargo, y sin afán de echar más gasolina al fuego, debe verse que una parte de la jerarquía católica, la capitaneada por el cardenal Rivera, ha estado muy entrometida en cuestiones políticas que no son de su fuero y que violan la separación jurídica de las iglesias y el estado. Se ampara ese sector clerical en el dicho de que no hacen “política de partidos”, pero lo real es que sí la realizan, no a favor de alguien pero sí en contra de algotros. Sobran las evidencias de la actitud electoral que algunos sacerdotes católicos empujan desde los púlpitos en las misas dominicales: Voten -dicen poco más o menos- por quien garantice la libertad religiosa, no hable del aborto legal y no se le ocurra comprometerse con causas no autorizadas por la jerarquía, en clara alusión a los partidos de izquierda u obradoristas.
Una contención de las autoridades eclesiales, que prescinda de intervenir en cuestiones políticas, será más sana que provocar estridentemente con las campanas de catedral o estar haciendo declaraciones a troche y moche sobre eventos políticos o sociales que dividen y no suman. Debido a la actitud verborreica de esa parte de la jerarquía, la que encabeza el cardenal Rivera, es que se han suscitado interpelaciones y protestas populares en el recinto de catedral. Si hubiera esa contención y prudencia orales, Rivera Carrera no tendría que temerle a nada, ni exigir “seguridad” para las misas en catedral. Téngalo por seguro. El pueblo mexicano no es anti religioso, pero tampoco es súbdito de los jerarcas.
Desde la asamblea-mitin obradorista del domingo 18, hay una querella pública sobre el campaneo de catedral mientras en el Zócalo hablaba doña Rosario Ibarra de Piedra, como para acallar sus palabras, aunque envuelto, el campaneo, en la formalidad de la convocación a misa. Doña Rosario dijo al micrófono, cuando repicaban las campanas: “Bueno, esperemos que las campanas sean para saludar a esta convención y no para que nos quieran callar”, ante lo cual las campanas curiosamente enmudecieron de inmediato. Los campaneros resultaron campaneados.
Como “efecto colateral” de esta situación, alguna gente reunida comenzó a gritar, en coro: “pe-de-ras-tas, pe-de-ras-tas...”, en referencia a la protección que hace años, según indicios, le dio el cardenal Rivera Carrera a un sacerdote pederasta, y un grupo de supuestos obradoristas se metió a catedral para protestar por el escandaloso campaneo, irrespetuoso del pueblo congregado. Ya después de eso, fuentes clericales le quisieron echar la culpa de la injerencia al recinto religioso del grupo a doña Rosario y al propio López Obrador, pero evidentemente eso era lo que esperaban que ocurriese los campaneros y quienes les ordenaron repicar. O sea, se trató de una burda provocación calculada para causar ese efecto, que enfrentaría a obradoristas con las creencias de la grey religiosa. Y en cierta medida lo lograron, aunque nadie se chupó el dedo de que sólo se tratara de una fortuita coincidencia entre el tañer de campanas y la obstrucción al mítin-asamblea. Lo que pasa es que algunos jerarcas clericales les da mucha comezón, hasta urticaria, de sólo oír hablar de López Obrador. Aunque no a todos, como es bien sabido. Tras el incidente, los jerarcas de catedral decidieron cerrar las puertas al culto, en “protesta” por el supuesto agravio.
La provocación implica que quienes la instrumentaron y ejecutaron no tienen idea, o se hacen como que “la virgen les habla”, de que las masas obradoristas, antes y ahora, son religiosas, y malamente iban a ponerse a crear problemas con la iglesia mayoritaria, aunque ya no tanto, de México. Si, como se informó, ya hay un acuerdo entre el gobierno capitalino y la arquidiócesis metropolitana, para denunciar a quienes resulten responsables por esa irrupción violenta en el recinto religioso, y eso tiende a serenar los ánimos generados por el incidente, no muy alebrestados por cierto, ya estaría de más seguir con este tema que a nadie conforta.
Sin embargo, y sin afán de echar más gasolina al fuego, debe verse que una parte de la jerarquía católica, la capitaneada por el cardenal Rivera, ha estado muy entrometida en cuestiones políticas que no son de su fuero y que violan la separación jurídica de las iglesias y el estado. Se ampara ese sector clerical en el dicho de que no hacen “política de partidos”, pero lo real es que sí la realizan, no a favor de alguien pero sí en contra de algotros. Sobran las evidencias de la actitud electoral que algunos sacerdotes católicos empujan desde los púlpitos en las misas dominicales: Voten -dicen poco más o menos- por quien garantice la libertad religiosa, no hable del aborto legal y no se le ocurra comprometerse con causas no autorizadas por la jerarquía, en clara alusión a los partidos de izquierda u obradoristas.
Una contención de las autoridades eclesiales, que prescinda de intervenir en cuestiones políticas, será más sana que provocar estridentemente con las campanas de catedral o estar haciendo declaraciones a troche y moche sobre eventos políticos o sociales que dividen y no suman. Debido a la actitud verborreica de esa parte de la jerarquía, la que encabeza el cardenal Rivera, es que se han suscitado interpelaciones y protestas populares en el recinto de catedral. Si hubiera esa contención y prudencia orales, Rivera Carrera no tendría que temerle a nada, ni exigir “seguridad” para las misas en catedral. Téngalo por seguro. El pueblo mexicano no es anti religioso, pero tampoco es súbdito de los jerarcas.
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