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22 abril 2008

La estruendosa crisis del neoliberalismo

Por: Luis Paulino Vargas Solís

El neoliberalismo enfrenta hoy una crisis de grandes proporciones. Más que la crisis de esta ideología y de su proyecto político, es, como mínimo, la crisis de la globalización neoliberal, o sea, de ese capitalismo de los últimos treinta años, de dominante financiera y especulativa, absolutamente descarnado, insensible y despilfarrador.

No sabemos qué pueda salir de esta crisis cuando, de hecho, es posible que sus efectos se prolonguen en el largo, muy largo plazo, y traigan consigo inmensas transformaciones. Ello es así en virtud de sus manifestaciones, las cuales dan muestras de ser las de una crisis sistémica en todo el sentido de la palabra. No solo es la crisis de una versión particularmente decadente y corrupta de capitalismo, ya que esos síntomas de decadencia son de una virulencia tal, que fácilmente dan a entender que hay algo que trasciende al capitalismo neoliberal. Si éste sustituyó al relativamente equilibrado capitalismo fordista e instauró una versión degradada del sistema, ¿Qué habría de seguir una vez que ésta última entró en crisis? ¿Acaso una variante aún más descompuesta? Eso sería sin duda alguna fatal para la humanidad y la naturaleza. Un último resabio de fe en la humanidad misma es necesario para invocar la posibilidad de un cambio que dé lugar a la construcción de una sociedad distinta, capaz de establecer equilibrios sensatos y justos en la convivencia entre seres humanos y sociedades, así como una forma radicalmente renovada de relación con la naturaleza.

Pero con seguridad ese cambio solo se dará en un período muy largo. Pero ello exigirá resolver contradicciones de tremenda magnitud, cuya complejidad abre amplios espacios de incertidumbre y vastas posibilidades de oscilación. De ahí lo que dije más arriba: la humanidad requerirá ser muy sabia -y por lo tanto los Bush y los Arias y los Gates y los Slim no deberían nunca más tener poder- para lograr arribar a soluciones apropiadas.

El caso es que la crisis está planteada y, en su aspecto más evidente, esta es, a lo menos, la crisis del capitalismo neoliberal y su globalización. Es como un enorme edificio, pésimamente diseñado y peor construido, el cual cruje por cada esquina y se desmorona a pedazos, en medio de un rugido ensordecedor. Repasemos brevemente:

- La crisis financiera global, que pone en riesgo al conjunto de la economía mundial y cuya consecuencia más visible, hasta ahora, ha sido sacar a la luz la enorme corrupción que carcome todo el sistema financiero mundial. Ello nos pone frente a una disyuntiva decisiva: o se transforma radicalmente ese sistema o los desastres que éste provoque serán cada vez peores.

- La especulación y el despilfarro se vuelven insostenibles. Esto está directamente relacionado con lo antes indicado, en al menos dos sentidos: el sistema financiero actúa, en primera instancia, como el reducto donde se refugian enormes masas de capitales que no encuentran inversión rentable en la producción y, en segundo lugar, como un enorme aparato que recicla esos capitales mediante gigantescas operaciones de especulación y usura, las cuales inflan las economías, o sectores de éstas, y las empujan hacia sobreexpansiones enteramente ficticias, de imposible sostenibilidad.

- La producción no da ganancias. Solo de esa manera puede entenderse que los capitales una y otra vez huyan masivamente hacia lo financiero y una y otra vez se alimenten de la fantasía especulativa. Y si las cosas funcionan de esa manera, ello probablemente refleja situaciones de generalizada sobreproducción, cosa que a lo sumo podría ser parcialmente aliviada por las recetas keynesianas, puesto que, de todas maneras, y por ya muchos años, el keynesianismo militar ha despilfarrado recursos sin límites, con resultados muy dudosos.

- Desequilibrios globales en proceso de agudización. Estados Unidos, precisamente la potencia más dominante, es paradójicamente el centro de tales desequilibrios. O acaso estos desequilibrios han sido el mecanismo perverso sobre el que se ha sostenido su hegemonía relativa. El problema se visibiliza en los enormes déficits externo y fiscal estadounidense y en la magnitud sideral de su endeudamiento, y se proyecta como una sombra que pende sobre el dólar, insinuando reiteradamente la posibilidad de un derrumbe catastrófico y, en consecuencia, de una depresión económica global. El capitalismo mundial parece maniobrar -hasta ahora con éxito- para evitar ese derrumbe y lograr una gradual degradación del dólar y su paulatino desplazamiento como divisa central del sistema. Aún así, no resulta para nada claro cuál otra divisa tomará el relevo, como tampoco hay certeza en el sentido de si ese relevo resultará sistémicamente satisfactorio.

- La crisis alimentaria global. Hay polémica acerca de las causas detrás de éste, que amenaza ser un genocidio global. Si son los biocombustibles o las políticas agrícolas aplicadas en el mundo rico o las políticas impuestas a países del mundo subdesarrollado. O acaso la especulación financiera que, enfermiza y destructiva, también impacta sobre los mercados de productos agrícolas. El caso es que el problema está ahí y acerca de su gravedad extrema no hay discusión alguna. Pero es muy factible que, además, sea un problema sistémico, es decir, generado por el capitalismo neoliberal. Las diversas causas que se mencionan, cualquiera fuese el peso particular que cada una tenga, así lo indican.

- La crisis energética. El petróleo a $115 el barril y reservas en declinación. Y resulta que los biocombustibles son una medicina peor que la enfermedad ¿Qué salida queda para un sistema cuya única y redundante justificación es el crecimiento?

La crisis ambiental. Claro que esta no apareció en los últimos treinta años. Claro que viene gestándose e hinchándose desde el advenimiento del capitalismo industrial. Pero también es cierto que el capitalismo neoliberal -campeón del despilfarro- tan solo la ha agudizado y acelerado ¿Hay salidas? Posiblemente, pero, en primer lugar, es seguramente imposible que exista ninguna solución dentro del capitalismo neoliberal, pero, además, es muy improbable que pueda haberla dentro del capitalismo, cualquiera sea el apellido que le pongamos. Al fin y al cabo la lógica de este sistema es centralmente una: el crecimiento. Esa es su obsesión y su locura. Por mucho que se le pongan adjetivos de sostenibilidad y se le pinte de verde, y visto cuál es el punto donde ya hemos llegado, cabe preguntarse: ¿Hasta dónde y hasta cuándo podría la naturaleza soportar un crecimiento que se niega a reconocer que el planeta -y el agua y el oxigeno y los bosques- son finitos?

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