Ricardo Raphael
El presidente Felipe Calde-rón anunció su propuesta de revolución educativa. Desde los tiempos en que gobernara el PRI no se había vuelto a escuchar ese término —revolución— en la voz del Poder Ejecutivo.
Era cosa muy de los altos funcionarios priístas contarnos la fábula de las revoluciones hechas desde arriba. Ahora parece que los panistas le han tomado cariño al léxico del viejo régimen.
Sorprende la influencia que Elba Esther Gordillo está teniendo sobre el lenguaje del PAN. Lo que comenzó como una alianza electoral pareciera estarse convirtiendo en un armonioso maridaje de ideas y propósitos.
A finales de la semana pasada, la líder vitalicia del magisterio advirtió públicamente que las líneas de acción estratégica del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, durante su cuarto y clandestino consejo de Tonatico, estaban llamadas a convertirse en las políticas del Estado y del gobierno de Calderón.
¿Qué se puede esperar como resultado de este robustecido conyugio entre el SNTE y el gobierno? Pues abundantes sospechas y ninguna tranquilidad.
Y es que de lo dicho recientemente por ambas partes se desprende una inquietante contradicción: mientras el SNTE aparece como principal promotor de la mentada revolución educativa, la más urgente de todas las reformas habría de ser precisamente expropiarle a ese sindicato el control ilimitado que posee sobre la educación pública básica.
¿Quién puede creerle al SNTE que va a emprender una revolución en contra de sus propios intereses?
O el Estado recupera autonomía con respecto a esta política —la estatiza y por tanto la saca del territorio independiente y soberano del SNTE— o no habrá ninguna reforma que valga la pena; mucho menos una revolución.
Además de la poco inspiradora alianza entre el gobierno y el sindicato, y también del protagonismo que Gordillo está tomando con respecto a esta agenda, supuestamente revolucionaria, hay otros elementos que provocan desconfianza.
Cada vez que en el pasado se hizo un planteamiento de transformación al sistema educativo, ocurrió en simultáneo un llamamiento a expertos e interesados para que hicieran sus aportaciones.
Sucedió así antes de que se echara a andar el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica. Aquel que sirvió para descentralizar administrativamente al sistema educativo.
También fue convocada la sociedad para construir, en el gobierno de Fox, el compromiso que dio origen al Instituto Nacional de Evaluación Educativa.
Más allá de los defectos que hayan podido derivarse de ambos ejercicios, sus virtudes estuvieron todas relacionadas con el proceso de diálogo que en su día se abrió entre el Estado y la sociedad preocupada por la política educativa.
Ahora en cambio, pareciera que tanto el Presidente como Gordillo han tomado la decisión de ahorrarse la consulta. De ser así, esta revolución sólo ocurrirá en las recámaras de la íntima complicidad entre el gobierno y el SNTE.
Y ningún cambio importante puede suceder a partir de esta circunstancia.
Con respeto a la educación, lo que más le importa al gobierno en turno son los votos que el SNTE aportará al PAN en los próximos comicios electorales. Relativo al mismo tema, lo más relevante para la profesora Gordillo Morales es que el Estado le ayude a sostener todos y cada uno de sus atesorados privilegios.
Si los manzanos siguen dando manzanas, los perales, peras y los camellos, camellitos, de dejar solos a estos señores lo más probable es que los mexicanos pronto presenciemos el nacimiento de nuevas jorobas en el sistema educativo.
Para evitar esta profecía se necesitaría que voces responsables de la sociedad arrojaran mucha publicidad sobre toda intención o arreglo mafioso proyectados entre el gobierno y la profesora.
Tengo para mí que un tema principalísimo de observación pública habría de ser el de la independencia de la política educativa con respecto a los intereses de la cúpula del SNTE.
Así como esta fuerza gremial reclama autonomía frente al Estado, el Estado debería asegurarse igual atributo político para conducir su misión educativa.
Con este principio en mente es que habría de diseñarse, por ejemplo, la futura carrera magisterial de los docentes. Y lo mismo habría de ocurrir con respecto a la evaluación o con la reforma pedagógica.
Hoy la entrada de los profesores dentro del sistema educativo y su avance profesional son procesos gestionados por una instancia absolutamente dominada por funcionarios (encubiertos o explícitos) del SNTE: las comisiones mixtas de escalafón.
Es a través de éstas que la cúpula del sindicato promueve o doblega a los docentes mexicanos. El futuro de su carrera profesional, y por tanto de sus ingresos, depende de su arbitrario desempeño. Son ellas también las que solapan la venta de plazas para los maestros a precios que van de los 40 mil a los 300 mil pesos.
Una verdadera revolución del sistema de ingreso y avance en el oficio de los profesores habría de hacerse a través de la instalación de un sistema magisterial de carrera, similar al existente en la mayoría de los países donde el tema educativo verdaderamente importa.
En México ya se cuenta con diversos sistemas para la profesionalización de otros funcionarios. Así ocurre en el IFE o en la Administración Pública centralizada. De estos ejemplos de servicio civil habría de partirse para desterrar el caudillismo en el reparto de cargos docentes.
El otro asunto que debería poseer completa autonomía frente a los intereses sindicales es el de la evaluación. Resulta obvio que el sujeto calificado no puede ser al mismo tiempo el que determina las calificaciones. Si este principio corre para los alumnos, habría también de seguirse con respecto a los profesores.
Sería devastador para el futuro de la educación si el gobierno de Calderón le entregara al SNTE capacidad de veto sobre las evaluaciones y, en particular, sobre las decisiones del INEE.
A la sociedad mexicana le toca ahora inhibir cualquier acto que pretenda entregarle más poder al SNTE. La historia nos ha enseñado a los mexicanos sobre el daño que suele desprenderse de las revoluciones. Sobre todo cuando éstas se manipulan desde las altas esferas.
El presidente Felipe Calde-rón anunció su propuesta de revolución educativa. Desde los tiempos en que gobernara el PRI no se había vuelto a escuchar ese término —revolución— en la voz del Poder Ejecutivo.
Era cosa muy de los altos funcionarios priístas contarnos la fábula de las revoluciones hechas desde arriba. Ahora parece que los panistas le han tomado cariño al léxico del viejo régimen.
Sorprende la influencia que Elba Esther Gordillo está teniendo sobre el lenguaje del PAN. Lo que comenzó como una alianza electoral pareciera estarse convirtiendo en un armonioso maridaje de ideas y propósitos.
A finales de la semana pasada, la líder vitalicia del magisterio advirtió públicamente que las líneas de acción estratégica del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, durante su cuarto y clandestino consejo de Tonatico, estaban llamadas a convertirse en las políticas del Estado y del gobierno de Calderón.
¿Qué se puede esperar como resultado de este robustecido conyugio entre el SNTE y el gobierno? Pues abundantes sospechas y ninguna tranquilidad.
Y es que de lo dicho recientemente por ambas partes se desprende una inquietante contradicción: mientras el SNTE aparece como principal promotor de la mentada revolución educativa, la más urgente de todas las reformas habría de ser precisamente expropiarle a ese sindicato el control ilimitado que posee sobre la educación pública básica.
¿Quién puede creerle al SNTE que va a emprender una revolución en contra de sus propios intereses?
O el Estado recupera autonomía con respecto a esta política —la estatiza y por tanto la saca del territorio independiente y soberano del SNTE— o no habrá ninguna reforma que valga la pena; mucho menos una revolución.
Además de la poco inspiradora alianza entre el gobierno y el sindicato, y también del protagonismo que Gordillo está tomando con respecto a esta agenda, supuestamente revolucionaria, hay otros elementos que provocan desconfianza.
Cada vez que en el pasado se hizo un planteamiento de transformación al sistema educativo, ocurrió en simultáneo un llamamiento a expertos e interesados para que hicieran sus aportaciones.
Sucedió así antes de que se echara a andar el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica. Aquel que sirvió para descentralizar administrativamente al sistema educativo.
También fue convocada la sociedad para construir, en el gobierno de Fox, el compromiso que dio origen al Instituto Nacional de Evaluación Educativa.
Más allá de los defectos que hayan podido derivarse de ambos ejercicios, sus virtudes estuvieron todas relacionadas con el proceso de diálogo que en su día se abrió entre el Estado y la sociedad preocupada por la política educativa.
Ahora en cambio, pareciera que tanto el Presidente como Gordillo han tomado la decisión de ahorrarse la consulta. De ser así, esta revolución sólo ocurrirá en las recámaras de la íntima complicidad entre el gobierno y el SNTE.
Y ningún cambio importante puede suceder a partir de esta circunstancia.
Con respeto a la educación, lo que más le importa al gobierno en turno son los votos que el SNTE aportará al PAN en los próximos comicios electorales. Relativo al mismo tema, lo más relevante para la profesora Gordillo Morales es que el Estado le ayude a sostener todos y cada uno de sus atesorados privilegios.
Si los manzanos siguen dando manzanas, los perales, peras y los camellos, camellitos, de dejar solos a estos señores lo más probable es que los mexicanos pronto presenciemos el nacimiento de nuevas jorobas en el sistema educativo.
Para evitar esta profecía se necesitaría que voces responsables de la sociedad arrojaran mucha publicidad sobre toda intención o arreglo mafioso proyectados entre el gobierno y la profesora.
Tengo para mí que un tema principalísimo de observación pública habría de ser el de la independencia de la política educativa con respecto a los intereses de la cúpula del SNTE.
Así como esta fuerza gremial reclama autonomía frente al Estado, el Estado debería asegurarse igual atributo político para conducir su misión educativa.
Con este principio en mente es que habría de diseñarse, por ejemplo, la futura carrera magisterial de los docentes. Y lo mismo habría de ocurrir con respecto a la evaluación o con la reforma pedagógica.
Hoy la entrada de los profesores dentro del sistema educativo y su avance profesional son procesos gestionados por una instancia absolutamente dominada por funcionarios (encubiertos o explícitos) del SNTE: las comisiones mixtas de escalafón.
Es a través de éstas que la cúpula del sindicato promueve o doblega a los docentes mexicanos. El futuro de su carrera profesional, y por tanto de sus ingresos, depende de su arbitrario desempeño. Son ellas también las que solapan la venta de plazas para los maestros a precios que van de los 40 mil a los 300 mil pesos.
Una verdadera revolución del sistema de ingreso y avance en el oficio de los profesores habría de hacerse a través de la instalación de un sistema magisterial de carrera, similar al existente en la mayoría de los países donde el tema educativo verdaderamente importa.
En México ya se cuenta con diversos sistemas para la profesionalización de otros funcionarios. Así ocurre en el IFE o en la Administración Pública centralizada. De estos ejemplos de servicio civil habría de partirse para desterrar el caudillismo en el reparto de cargos docentes.
El otro asunto que debería poseer completa autonomía frente a los intereses sindicales es el de la evaluación. Resulta obvio que el sujeto calificado no puede ser al mismo tiempo el que determina las calificaciones. Si este principio corre para los alumnos, habría también de seguirse con respecto a los profesores.
Sería devastador para el futuro de la educación si el gobierno de Calderón le entregara al SNTE capacidad de veto sobre las evaluaciones y, en particular, sobre las decisiones del INEE.
A la sociedad mexicana le toca ahora inhibir cualquier acto que pretenda entregarle más poder al SNTE. La historia nos ha enseñado a los mexicanos sobre el daño que suele desprenderse de las revoluciones. Sobre todo cuando éstas se manipulan desde las altas esferas.
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