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03 junio 2007

El PAN aprende del PRI

En León, tierras panistas por excelencia, se está celebrando la Asamblea Nacional del PAN. Llegaron al histórico bastión miles de militantes cuando el humo de la disputa interna no se disipa del todo, y Manuel Espino, el líder del PAN, escuchó ya las primeras advertencias de su salida del partido.

Había habido necesidad de llevar a cabo un acuerdo de paz y para ello se reunieron en la Ciudad de México, a tiro de piedra de Los Pinos, como mandan los cánones del presidencialismo inagotado, dos de los barones de las partes en pugna.

Don Carlos Abascal representando a un especie de neopanismo duro, por una parte, y por la otra, el de nombre gallego, Juan Camilo Mouriño, quien ostentó en el encuentro la camiseta de la Presidencia de la República, donde debe vivirse con incordio la paradoja de que, siendo Felipe Calderón un militante de toda la vida, se le reclame a él, desde su partido, que mantenga las manos afuera.

Pues ellos, Abascal y Mouriño, resolvieron la logística y los protocolos de la llegada y la salida de los principales protagonistas a la asamblea —Felipe Calderón, Vicente Fox y Manuel Espino, con el fin de evitar los aplausos encendidos para unos o los chiflidos agresivos para otros. No fue posible: los abucheos fueron para el líder panista.

Como sea, entre el ex titular de Gobernación y el jefe actual de la oficina de la Presidencia, nada se produjo de fondo porque en realidad el único fondo que se puede encontrar es que en el PAN se está produciendo una lucha encarnizada por el poder.

Se trataba de encontrar, por eso mismo, una forma de amortiguar la obviedad de lo que cada uno representa y que hoy se expresa en el desencuentro del partido con el gobierno.

Al margen de las diferencias históricas que puedan hacerse notar —pero no tanto como se lo imaginan—, en las biografías del PRI y del PAN se encuentran las coincidencias propias de quienes ejercen el poder: el mismo tipo de ambiciones y actitudes que no hacen exigibles las marcas de herrar que deja el talento, la experiencia o los genes partidistas.

Los jóvenes salinistas, por ejemplo, tenían el diablo en el cuerpo y con pedigrí partidista o no, les bastaba la adrenalina del poder y no un título doctoral en el extranjero para disponer sin miramientos de los espacios políticos que formalmente le pertenecían a la Secretaría de Gobernación, cuyo titular era un hombre del sistema como Fernando Gutiérrez Barrios, a quien nadie podría acusar de ser una persona dócil.

Algo parecido es lo que hacen ahora los calderonistas encabezados por Mouriño. Sin rivales de consideración en el gabinete y con el antecedente de que durante la campaña presidencial no contaron plenamente con el partido, hoy quieren todo el poder: el del partido y del gobierno. Quieren fuera a Manuel Espino dentro de nueve meses y como su relevo, al actual secretario particular del Presidente, César Nava o a Germán Martínez, secretario de la Función Pública. De ahí el descaro de don Juan Camilo de querer todo el consejo y ese objetivo tomó fuerza hoy en León.

Se puede decir mucho al respecto, pero en un momento dado, los presidentes de los partidos, incluso los nacidos del útero presidencial como lo fueron los del PRI, tienen que resistirse y hasta oponerse a las decisiones de Los Pinos. Luis Donaldo Colosio se vio obligado a negociar candidaturas, a defender a sus amigos (entre otros a Ernesto Zedillo) contra la opinión que podía llegar a manifestarle el Presidente. Un hombre de la cercanía y la lealtad a Salinas como Colosio lo tuvo que hacer.

Siendo Santiago Oñate Laborde presidente del partido y Ernesto Zedillo de la República, la asamblea priista del puerto de Veracruz rechazó la propuesta de abrir al partido a las candidaturas externas. Con esta derrota de Zedillo y Oñate, los sectores más atrasados del PRI se catapultaron a los puestos de dirección de ese partido. Para un sector de priistas, aquella asamblea de Veracruz, fue una de las rupturas silenciosas que llevaron al PRI a su derrota en 2000.

Nunca será lo mismo ni enfrentarán las mismas condiciones. Pero es obvio que un partido y el Presidente no pueden caminar por rumbos distintos; pero al mismo tiempo, también es cierto que si lo hacen, deben hacerlo sin que uno subordine al otro.

Lo que Espino se teme, es que en el gabinete de Calderón hay quienes tienen propósito de convertir al PAN en un partido de Estado. Y citó a Mouriño como al principal promotor de ese proyecto. Espino asegura que él controla y amenaza a la prensa; que él dispone de los mecanismos de control político del gobierno federal. Lo cree el cilindrero de sus penurias en los medios. ¿Dirá que fue Mouriño quien cilindreó a los delegados que lo abuchearon en León? ¿Será, entonces, el principio del priismo panista? ¿Será ésta, la de Mouriño y compañía, la primera generación de priistas en el PAN?

Fuente de la info: j. medina, milenio.

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