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02 junio 2007

“Tentaciones imperiales”: Edwards, Obama y el mito de la benevolencia de EE.UU. después de la II Guerra Mundial

El candidato presidencial demócrata John Edwards es un buen tipo que se autocalifica de “verdadero demócrata, no un ‘demócrata nuevo.’” Consecuentemente con esa auto-descripción, está dispuesto a oponerse a sensibilidades corporativas y a perder contribuciones a la campaña de la elite al abrazar al movimiento sindical, que describe como “el mayor programa contra la pobreza en la historia de EE.UU.”

Habla honestamente sobre y contra el creciente abismo entre ricos y pobres en EE.UU. Tiene la propuesta de atención sanitaria más progresista de los candidatos demócratas más conocidos y dice que está dispuesto a aumentar los impuestos para financiar una cobertura universal.

Llama a reducir algunos de los peores recortes tributarios que George W. Bush otorgó a los ricos y dice que se niega a privilegiar la reducción del déficit por sobre la reducción de la pobreza.

Critica a los demócratas del Congreso por aceptar el financiamiento de la continuación de la guerra de EE.UU. en Iraq sin un itinerario para la retirada. Dice que “es hora de que los estadounidenses sean patrióticos respecto a algo que no sea la guerra” y que “la manera de apoyar a las tropas es terminar la guerra.”

Muy bien. Es el único candidato presidencial de “máximo nivel” por el que yo (personalmente ubicado a la izquierda de Dennis Kucinich) podría verme votando en 2008.

“UN DÍA DE LA IRA”

Y a pesar de ello, al leer ayer el reciente discurso de John Edwards (del 23 de mayo) ante el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés), me recordó por desgracia un interesante argumento presentado por Chris Hedges en su nuevo libro “American Fascists: The Christian Right and the War on America” [Fascistas estadounidenses: la derecha cristiana y la guerra contra EE.UU.] (New York: Free Press, 2006).

No será suficiente, dice Hedges, que “cristianos de la mayoría” alarmados por el uso por la Derecha Cristiana de las Sagradas Escrituras “busquen cuidadosamente en la Biblia a fin de crear a un Jesús y a un Dios que son siempre tiernos y compasivos. Tales cristianos,” argumenta Hedges, “a menudo no reconocen que hay pasajes llenos de odio en la Biblia que otorgan una autoridad sagrada a la cólera, el auto-engrandecimiento y la intolerancia de la Derecha Cristiana” (Hedges, p. 6).

La Biblia está repleta de material semejante. Parte de lo peor está en el Libro de Revelación, que describe una batalla final y sangrienta entre las fuerzas del Bien – dirigidas por un Cristo Guerrero que enorgullecería a George II el Cruzado – y las fuerzas del mal.

Concluyendo con grandes aves de rapiña que se dan un banquete con la carne de
no-cristianos vencidos, es “una historia del poder implacable, aterrador y violento de Dios, desatado sobre los no-creyentes.” (p.5).

Según Hedges, las autoridades religiosas debieran “denunciar los pasajes bíblicos que abogan por una violencia apocalíptica y por creencias políticas llenas de odio... Mientras la Escritura Sagrada, bendecida y aceptada por la iglesia, enseñe que al fin de los tiempos habrá un día de la ira y que los cristianos controlarán los restos destrozados de un mundo limpiado a través de la violencia y la guerra; mientras enseñe que todos los no-creyentes serán atormentados, destruidos y enviados al Infierno,” advierte Hedges, “será difícil combatir el mensaje de predicadores apocalípticos radicales o apaciguar los temores del mundo islámico de que los cristianos están llamando a aniquilarlo.” (p.7)

“RESISTIERON LA TENTACIÓN IMPERIAL”

Cuando se trata de las doctrinas laicas y los antecedentes imperiales en el centro de la historia de las relaciones exteriores de EE.UU., el senador Edwards y la mayoría de los demás candidatos demócratas son como los cristianos mayoritarios que quieren creer que los documentos centrales de su fe son inherentemente pacíficos y justos y que la Derecha Cristiana no se basa en material real y significativo de las Sagradas Escrituras cristianas.

Edwards se indigna con George W. Bush y los neoconservadores por debilitar el poder de EE.UU. al pervertir la bondad básica de la política extranjera de EE.UU. que fuera otrora resumida y propuesta por dirigentes de la Guerra Fría como “el gran Dean Acheson,” “el presidente Harry Truman,” “el general George Marshall,” y George Kennan. Edwards está molesto porque la combinación tóxica de corrupción, arrogancia e imperialismo craso, incompetente, de Bush II ha “arriesgado el despilfarro de nuestro prestigio [de EE.UU.]” y “ha tensado nuestras fuerzas armadas hasta el punto de ruptura.” Edwards dijo al CFR que la política de Bush en Iraq ha comprometido la “estructura de fuerza” global de EE.UU., y “distraído” la nación de las tareas más amplias de administración global, que requiere la dirección que sólo EE.UU. puede asegurar.

Para Edwards, la imprudente invasión de Iraq de Bush (demasiado concentrada “sólo en el poder militar”) y el unilateralismo global han dañado la capacidad de Washington de “difundir el sueño de la libertad por todo el globo.”

Gracias a la mala dirección de Bush y al abuso del poder de EE.UU., piensa Edwards, el próximo presidente tendrá que “diseñar un curso para que EE.UU. recupere la estatura global y la legitimidad que necesitaremos para dirigir y conformar el mundo que nuestros hijos y nietos heredarán.”

El camino hacia una política extranjera justa y efectiva – un mundo en el que EE.UU. gobierne mediante “el liderazgo moral” y “el ejemplo” – ya nos ha sido mostrado, arguye Edwards, por los dirigentes de la “generación más grandiosa” durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Según el relato de Edwards, esas “sabias” elites políticas comprendían que “los militares... deben trabajar junto – y reforzar – al liderazgo moral de EE.UU.” “Resistieron a la tentación imperial de imponer nuestra voluntad mediante nuestra fuerza sin igual. En su lugar, construyeron lazos de confianza basados en la moderación, el gobierno de la ley y la buena fe.” “Vieron la verdad: que requeriría no sólo el poderío militar de EE.UU., sino nuestra inventiva, nuestros aliados y nuestra generosidad para reconstruir Europa y que se mantuviera libre de tiranos que explotarían la pobreza y el resentimiento.”

Mediante este “liderazgo moral,” mezclado con el uso juicioso de la fuerza militar, dijo Edwards al CFR, “EE.UU. disuadió a la Unión Soviética de su busca de la dominación mundial.” Vimos ese liderazgo, dijo Edwards, “cuando establecimos las Naciones Unidas y la OTAN, que han hecho tanto por la paz y los derechos humanos. Después de la Guerra Fría,” agregó Edwards, “lo vimos en Bosnia, donde ayudamos a negociar una paz duradera. Y lo vimos de nuevo en Kosovo, donde nos unimos a nuestros aliados de la OTAN para impedir que un brutal criminal de guerra perpetrara otra campaña de limpieza étnica.”

“Éste,” dijo Edwards al CFR, “es el EE.UU. en el que crecí como niño – una nación fuerte cuya promesa moral parecía llenar los corazones de casi todos los que me rodeaban. Creíamos que EE.UU., como un fanal, alumbraría hasta los rincones más oscuros del mundo.”

Es importante, cree Edwards, que “las fuerzas armadas de EE.UU. [sigan siendo] la más moderna y capaz fuerza combatiente del planeta.” Esto es porque, “como escribiera Robert F. Kennedy: ‘Nuestra respuesta es la esperanza del mundo.’

“Nuestra respuesta es la esperanza del mundo.” Edwards repitió la frase para el CFR, agregando lo que consideró una línea esperanzadora al final de su discurso: “Como un fanal, EE.UU. puede suministrar nuevamente una luz clara para el mundo – disolviendo la niebla de la injusticia, iluminando el camino a un nuevo siglo.” (Discurso de John Edwards, ante el Consejo de Relaciones Exteriores, 23 de mayo de 2007. Léalo en línea en http://www.johnedwards.com/news/speeches/20070523-cfr/).

OBAMA: “HUMILDAD SOBRE LA CAPACIDAD DE EE.UU. PARA CONTROLAR LOS EVENTOS EN EL MUNDO.”

Edwards no está precisamente solo entre los demócratas en el acopio de elogios a los responsables de la política extranjera de EE.UU. en la Guerra Fría y en posicionar negativamente la política extranjera de Bush ante el noble trasfondo de la “Generación más grandiosa.” Frases y formulaciones similares se pueden encontrar en los discursos de política extranjera de Hillary Clinton, Bill Richardson, Chris Dodd y Barack Obama. Todos leen de la misma biblia doctrinaria cuando tiene que ver con el papel glorioso y benévolo de EE.UU. en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial.

Ninguno de ellos besa los retratos de las elites pasadas de política extranjera de EE.UU. con más energía que el senador Obama. En su masivo libro de campaña de adoración del poder “The Audacity of Hope” [La audacia de la esperanza], la obediente reverencia de Obama hacia los grandes amos blancos del pasado llega a su clímax con la llegada de la gloriosa Guerra Fría. “Pondera” con un sentimiento de sobrecogimiento “el trabajo” del arquitecto de la Guerra Fría George Kennan, que contrasta con lo que ve como el repugnante nihilismo de la Nueva Izquierda de los años sesenta. Aplaude [lo que considera como] el maravilloso “liderazgo [posterior a la Segunda Guerra Mundial] del presidente Truman, Dean Acheson, George Marshall y George Kennan” por “construir... un... nuevo... orden que combinó el idealismo de [Woodrow] Wilson con un realismo práctico, una aceptación del poder estadounidense con una humildad respecto a la capacidad de EE.UU. de controlar los eventos en el mundo.” Elogia a los arquitectos de la Guerra Fría por bloquear los diseños nefastos de la Unión Soviética “de diseminar [según Obama] su tipo totalitario de comunismo.”

REALIDADES IMPERIALES SUPRIMIDAS: LA ERA POSTERIOR A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL NO FUE TAN RESPLANDECIENTE

El problema con esta perspectiva demócrata mayoritaria respecto a la política extranjera de EE.UU. posterior a la Segunda Guerra Mundial es el mismo que Hedges encuentra ante la perspectiva de numerosos cristianos respecto a la Biblia. Es un blanqueo. Excluye la verdad íntegra y desagradable. Es orwelliano, sobrepinta hechos terribles que no corresponden a la línea histórica autosatisfecha, de un nacionalismo narcisista.

CRIMINALIDAD ATÓMICA

Hay mucho que borrar. La era posterior a la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría comenzaron, después de todo, con la perpetración por Truman de uno de los mayores crímenes de guerra de la historia. Ordenó el bombardeo monumentalmente asesino en masa de Hiroshima y Nagasaki, mucho después de que las autoridades de EE.UU. supieron que Japón estaba decisivamente derrotado y que trataba de rendirse. Lo hizo sabiendo perfectamente que los japoneses sólo pedían garantías de que la institución del emperador permanecería intacta en el Japón de la posguerra – una condición que Truman aceptó posteriormente pero no antes de lanzar las bombas. Su decisión de utilizar la bomba atómica (que llamó “lo más grande del mundo” después de asesinar con la radioactividad a decenas de miles de civiles japoneses) tuvo que ver con el avance del poder global de EE.UU. frente a Rusia y al resto del mundo en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. No se trató de salvar vidas estadounidenses o japonesas.

La determinación de los gobiernos de la Guerra Fría de Truman, Eisenhower y Kennedy de utilizar armas nucleares como un instrumento de avance imperial unilateral incubó una carrera de armas nucleares que casi se volvió fatal en octubre de 1962. Todavía vivimos con las consecuencias de esa acumulación atómica letal, que podría haber sido evitada si EE.UU. hubiera aceptado colocar el poder atómico bajo un control internacional responsable.

INFLACIÓN DE LA AMENAZA: “METIÉNDOLE UN MIEDO DEL DIABLO AL PUEBLO ESTADOUNIDENSE.”

Los planificadores y responsables políticos de la “Generación más grandiosa” de EE.UU. restauraron estructuras fascistas del poder en la Italia “liberada” e intervinieron a favor del gobierno de clase de la elite y contra la revolución social popular en los Balcanes. Al proclamar la Doctrina Truman militante y globalista de EE.UU., Washington calumnió las luchas democráticas en Grecia como una exportación “comunista” soviética. Lo hizo para “Meterle un miedo del diablo al pueblo estadounidense” (en la maravillosa terminología del senador estadounidense Arthur Vandenburg) para que aceptara la remilitarización imperial permanente de la sociedad y de la política de EE.UU. – ayudando con ello a sostener y expandir el poderoso “complejo militar-industrial” contra el que advirtió Dwight Einsenhower al abandonar la Casa Blanca.

Consecuentemente con ese objetivo, Truman y dos miembros clave de su gabinete, incluyendo al héroe de Edwards, Marshall: “engañaron sistemáticamente al Congreso y al público para que pensaran que la URSS estaba a punto de lanzar la Tercera Guerra Mundial con una invasión de Europa en 1948.” Lo hicieron, como ha mostrado Frank Kofsky, a fin de “imponer su programa de política extranjera, inaugurar un inmenso plan militar y sacar de problemas a la industria aérea cercana a la bancarrota.” (Frank Kofsky, “Harry S. Truman and the War Scare of 1948” [New York, NY: St. Martin’s, 1993]. Fue otro ejemplo anticipado del conocido juego de “inflación de la amenaza” de Washington.

EL “CAMBIO DE RÉGIMEN” EN LA ERA POSTERIOR A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

A partir de la Doctrina Truman, quedó fijado el modelo básico estadounidense para la Guerra Fría: subversión de la democracia y de la independencia en todo el planeta. Algunos de los ejemplos subsiguientes más ilustres sucedieron en Irán (golpe de la CIA en 1953), Guatemala (golpe auspiciado y dirigido por EE.UU. y toma del poder por los militares en 1954), Chile (golpe patrocinado por EE.UU. y toma del poder por los militares, 1973), Indonesia (toma del poder militar patrocinada por EE.UU. en 1965). Son sólo algunos de los ejemplos más espectaculares en una larga lista. Cientos de miles de campesinos, trabajadores, izquierdistas e intelectuales pagaron con sus vidas por la brutal guerra clandestina de EE.UU. contra el desarrollo independiente y la justicia social en el Tercer Mundo. Los conservadores de Bush no inventaron el “cambio de régimen” impuesto por EE.UU.

“LOS INTERESES DE OTRAS NACIONES SON UN INCIDENTE, NO UN OBJETIVO.”

En el caso de Cuba, los esfuerzos de la Guerra Fría de EE.UU. por imponer un cambio de régimen amistoso hacia EE.UU. ayudaron a llevar al mundo cerca de la guerra nuclear en otoño de 1962. El año siguiente, el ya mayor estadista liberal Acheson presentó una interesante justificación para los esfuerzos ilegales de EE.UU. por debilitar al gobierno cubano. Declaró ante la Sociedad Internacional de Derecho Internacional que no emerge ningún “problema legal” cuando el Tío Sam reacciona ante un desafío a su “poder, posición, y prestigio.” (Acheson es citado por Noam Chomsky en: “Hegemonía o supervivencia. La estrategia imperialista de EE.UU.” (Barcelona, Ediciones B, 2005)

No era una posición nueva. Al justificar una sangrienta invasión de EE.UU. en Haití, el secretario de estado de Woodrow Wilson, Robert Lansing, argumentó que el significado efectivo de la Doctrina Monroe era simplemente que “EE.UU. considera sus propios intereses. La integridad de otras naciones americanas es un incidente, no un objetivo”.
(Lansing es citado por Noam Chomsky en: What Uncle Sam Really Wants ("Lo que quiere realmente el tío Sam") [Berkely, CA: 1992], p. 11). Wilson, estuvo de acuerdo, pero consideró que desde el punto de vista político era poco conveniente decirlo en público. Semejantes sentimientos informaron la intervención militar de Wilson contra la Revolución Rusa en 1918 y 1919, parte de un vergonzoso historial imperialista que no impidió a Obana elogiar a Wilson por ver supuestamente que “era de interés para EE.UU. alentar la autodeterminación de todos los pueblos.”

La “nación indispensable” (como describiera una vez a EE.UU. la secretaria de estado de Bill Clinton, Madeleine Albright) ha estado siempre a favor del “derecho internacional” cuando ese derecho apoya el concepto de Washington de los intereses de EE.UU. Cuando ese derecho es considerado un obstáculo para los planes de EE.UU. ha sido tratado consecuentemente como desechable por los responsables políticos estadounidenses.

¿QUIÉN DISUADIÓ A QUIÉN?

Cuando no se dispone de sicarios en el Tercer Mundo o son inadecuados para la tarea de frenar la democracia, fuerzas de EE.UU. intervinieron directamente con ataques imperiales verdaderamente masivos, como en Corea (1950-1954) y en Vietnam (1962-1975). Las víctimas fatales han ascendido a millones.

Cuba se salvó de una intervención directa semejante de EE.UU. en gran parte porque la Unión Soviética estaba presente para disuadir a EE.UU. del lanzamiento de un ataque en gran escala contra la Revolución Cubana.

En la relación entre EE.UU. y la URSS en la Guerra Fría, habría sido más exacto describir a los soviéticos y no a los estadounidenses como la potencia que ejercía la disuasión contra la que tenía ambiciones globales – una verdad básica que es inmencionable si no es en círculos oficialmente marginados de la izquierda.

LA VERDADERA AMENAZA SOVIÉTICA (Y DEL TERCER MUNDO)

Washington justificó consistentemente su historial de criminalidad global posterior a la Segunda Guerra Mundial con un gran mito que Edwards y Obama abrazan previsiblemente: la campaña soviético-comunista por la conquista del mundo. Pero evaluaciones honestas estadounidenses de la época reconocieron que el verdadero peligro soviético era bastante diferente. Era que la URSS constituía un modelo de la posibilidad de desarrollo nacional independiente fuera de los parámetros de la supervisión mundial capitalista dirigida por EE.UU.

La verdadera amenaza soviética no provenía de algún compromiso soviético con la revolución mundial (abandonado desde hace tiempo con la derrota de Trotsky) sino de la determinación “marxista” de Rusia de seguir su propio camino y su negativa concomitante “a complementar las economías industriales de Occidente.”

Esta negativa constituía un terrible ejemplo para el Tercer Mundo, desde el punto de vista de Kennan, Acheson et al. El espectro ilusorio de la busca soviética de la “dominación mundial” y la “teoría del dominó” relacionada con ella fueron siempre coberturas para el verdadero espectro que perseguía a los planificadores de la “Generación más grandiosa”: el peligro de que Estados periféricos siguieran su propio camino de desarrollo, fuera y contra las “necesidades” egoístas del núcleo industrial-democrático inherentemente noble (capitalista de Estado), dirigido por y para EE.UU.

“NUESTRA VERDADERA TAREA”

Para captar parte del “realismo práctico” que subyace tales políticas de la Guerra Fría, supuestamente sensatas y benévolas, como ser el patrocinio de depravadas dictaduras militares en Indonesia, Irán, Grecia y Brasil (para nombrar sólo unos pocos socios del “Mundo Libre”), podemos consultar una formulación interesante del sabio héroe “wilsoniano” de Obama: Kennan. Como explicó Kennan en el Estudio de Planificación Política 23, preparado para el equipo de planificación del Departamento de Estado en 1948:

“Poseemos aproximadamente un 50% de la riqueza del mundo, pero sólo un 6,3% de su población... En esta situación, no podemos dejar de ser objeto de envidia y resentimiento. Nuestra verdadera tarea en el período por venir es diseñar un modelo de relaciones que nos permita mantener esta posición de disparidad... para hacerlo tendremos que dejar de lado todos los sentimentalismos y las fantasías; y nuestra atención tendrá que concentrarse en todas partes en nuestros objetivos nacionales inmediatos... Tenemos que dejar de hablar de objetivos vagos... e irreales como los derechos humanos, el aumento de niveles de vida, y la democratización. No está lejano el día en el que tendremos que obrar en conceptos claros de poder. Mientras menos nos entraben las consignas idealistas, tanto mejor... No deberíamos dudar ante la represión policial del gobierno local.” (Citado por Chomsky en: “Lo que quiere realmente el Tío Sam”).

El Plan Marshall, el proyecto de reconstrucción de EE.UU. para el núcleo europeo arrasado por la guerra, estaba cargado de contenido imperial egoísta. La ayuda de EE.UU. estaba condicionada por reglas para inversiones y compras que favorecían a las corporaciones basadas en EE.UU. y en la marginación política de los partidos de izquierda que habían ganado prestigio en la dirección de la lucha contra las fuerzas fascistas que EE.UU. había apaciguado inicialmente y luego saludado como antagonistas para la izquierda europea. Las fuerzas de EE.UU. estuvieron listas para intervenir directamente en caso de victorias electorales de la izquierda en Europa Occidental.

Durante toda la guerra contra el fascismo – una guerra ganada primordialmente por los trabajadores, soldados y campesinos de la Unión Soviética – planificadores de EE.UU. trabajaron entre bastidores para asegurar que EE.UU. emergería como el hegemono indiscutido en el sistema mundial de inversiones y comercio.

Fuente:Paul Street, Empire and Inequality Report. Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens. Lea nota completa dando click aquí.

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