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23 noviembre 2007

El Arribo de José Narro a la Rectoría de la UNAM

Alfredo Velarde

Como si se tratara de un prócer , múltiples ámbitos de la economía y la política, el Estado y sus gobiernos, la academia y la cultura, se congratularon de modo reaccionario, autista y convergentemente, del arribo de José Narro Robles a la rectoría de la UNAM. Pocos son los que parecen advertir, salvo el golpeado y persistente movimiento estudiantil, de que nadie gana con tal acontecimiento, salvo claro, el mismo orden disciplinario injusto y antidemocrático que terminó por hacer ostensible el hecho de que la estructura de gobierno de la Universidad Nacional está secuestrada por un pequeño conjunto de mafias y capillas burocráticas que operan su control a favor de la más grosera desnaturalización del proyecto histórico de la UNAM , fenómeno que explica nítidamente muchas de las graves tendencias regresivas que hoy se operan en la docencia, la enseñanza y la investigación, a fin de colocar a la institución educativa en grave sintonía acrítica con el más rampante y conservador globalismo eufórico que amenaza con privatizarla, por debajo de la retórica del nuevo ungido que, no sin demagogia, sostiene que preservará la gratuidad educativa.

Tuvo incontrovertible razón Luís Javier Garrido , en su dignísimo papel como verdadero y alternativo candidato independiente de la comunidad universitaria de abajo y, en los hechos, real “caballo negro de la sucesión”, tras irrumpir por fuera del oficioso y acartonado cartabón auscultador de los aspirantes a ocupar el apetitoso cargo, cuando sostuvo ante estudiantes y profesores reunidos en el auditorio Ho Chi Minh de la Facultad de Economía , apenas unas horas después de haberse conocido la nueva imposición , que si por algo se singularizó el proceso que constató que los dados estaban echados, desde tiempo antes de que incluso iniciara la parte visible del controlado trámite para la transmisión de poderes en la Universidad , fue por la ominosa repetición de las viejas prácticas del tapadismo, la cargada, el carro completo, las campañas negras y el dedazo . Esto no tiene por qué sorprender a nadie, si se advierte que José Narro es un priísta , y como tal actuó, en medio de la anestesiada complacencia de sectores, ámbitos y personalidades que, en otros momentos y situaciones habían conservado, al menos, un aparente aire de respetabilidad, del que ahora, sin falsos pudores, se desembarazaron para mostrarse tal y como son: institucionalistas de la peor calaña y cómplices fatales de la más que virtual, rotundamente real institucionalización del porrismo, como forma de gobierno para la Universidad de la Nación durante los próximos 4 años.

Cualquier conocedor medianamente informado de los entretelones de la política universitaria, por eso, de antemano sabía que José Narro punteaba en las preferencias de los 15 miembros integrantes de la inefable Junta de Gobierno , como el “candidato natural” que habría de garantizar la contraproducente continuidad de la misma política conservadora que había caracterizado al carcelero Juan Ramón De la Fuente . Pero un hecho, en especial, demostró que los otros candidatos oficiales, descontando por supuesto al vetado e incómodo Luís Javier Garrido que se había convertido en un auténtico dolor de cabeza para los manipuladores de la sucesión, eran simple fauna de acompañamiento convalidadora, sin más, del desaseado y autoritario proceso. Este hecho fue, la comida-entrevista que el ahora rector de la casa de estudios, había sostenido con el jefe de la oficina de la presidencia, el imberbe Juan Camilo Mouriño . Algunos de los amarres complementarios que se necesitaban para que la imposición de Narro al frente de la UNAM se concretara y pudiera consumarse, fueron urdidos y se dieron ahí, incluyendo la felicitación que el presidente emanado del fraude electoral, Felipe Calderón , haría tras de la decisión última que llegaría como premio al “arte de la paciencia” que el ahora ex director de la Facultad de Medicina había guardado servilmente durante varios procesos rectorales hasta ver al fin coronados sus esfuerzos y diligentes servicios al principio de autoridad. Para el nuevo y temporal partido de estado blanquiazul, resultó claro que los deseos del régimen neoliberal para hacer de la UNAM una cabeza de playa con un rectorada filopanista estaban vedados, y el matemático De la Peña , acaso el aspirante a rectorar más cercano a Acción Nacional , junto con el también ex rector José Sarukhán , carecían del equipo, el reconocimiento y las relaciones para garantizar un aterciopelado cambio de poderes como el que a juicio del gobierno se requería, y por eso lo descartaron, negociando con Narro su reconocimiento bilateral, a fin de evitar cualquier turbulencia que pusiera en cuestión la transmisión del poder universitario. Y así fue, por mucho que Calderón pontifique reiterativamente su “respeto a la autonomía” que todo universitario sabe la imposibilidad genuina de que ello sea así, cuando la más elemental democracia en la casa de estudios brilla por su ausencia. Y a conservar ese odioso estado de cosas, es a lo que llegó José Narro.

Sólo los universitarios conscientes y críticos, saben muy bien que con la nueva imposición de rector, no se cierra el proceso de resistencia que la afanosa y comprometida Asamblea Universitaria había venido construyendo de cara a la razón histórica que representa, para evitar lo que ahora se perpetró. Lo cierto es que apenas comienza una nueva etapa de lucha creativa y un ciclo persistente de combates a favor de reflotar y ampliar el proyecto histórico de la Universidad de la Nación , que recién comienza para el renuevo del compromiso indeclinable de las funciones sustantivas de la UNAM , con la resolución de los grandes problemas nacionales de los que quienes impusieron a Narro, la quieren desembarazar. No lo permitiremos. Y si no se cree, al tiempo…

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