Por: Eduardo Ibarra Aguirre
Le platicaba a usted el viernes 24, en una nota que no concluí porque la técnica de la computación y el horario de entrega me ganaron la partida, que Gustavo Díaz Ordaz dio muestras de sensibilidad política -aunque ésta brilló por su ausencia a partir del 26 de julio de 1968 y lo convirtió en celebérrimo genocida-, como lo rescata el veterano periodista Juan Chávez Rebollar:
“En los 60, cuando Tampico y Chetumal -lejos estaba de existir Cancún- fueron destruidos por el ciclón Janet, el presidente Díaz Ordaz no fue a las zonas dañadas. ‘No voy, respondió a la inquietud periodística, porque las autoridades locales y federales que deben atender de inmediato a la población damnificada, se dedicarían a rendir pleitesía al jefe del Ejecutivo y se distraerían en las tareas de auxilio y reconstrucción que tienen prioridad’” (Forum 170, IX-07, pp. 18-19).
Para Felipe de Jesús Calderón Hinojosa era indispensable visitar las poblaciones que sufrieron la tragedia provocada por la naturaleza y por los hombres que dirigen o son propietarios de esa eficiente e inmensa fábrica de hacer pobres. Tan insoslayable que incluso se retiró de la cumbre de los gobernantes de Norteamérica sin que mostrara la menor preocupación por informar sobre los acuerdos que tomó con George Walker Bush y Stephen Joseph Harper, en nombre de los mexicanos que dice representar.
La secrecía con la que se conduce el michoacano en temas tan caros para la soberanía y la seguridad nacionales, provoca la interpretación de que el fervoroso agradecimiento a Dios, no fue tanto por los daños presuntamente no tan desastrosos que provocó Dean, sino porque su agresiva aparición en costas y territorio mexicanos fue ocasión irrepetible para que la opinión pública y publicada no exigieran revelar los acuerdos de la cumbre de Norteamérica, como bien sostiene el columnista Julio Pomar.
Instalado en el tour de la tragedia para decenas de miles de damnificados -con 450 mil hectáreas dañadas y 10 muertos o desaparecidos-, Calderón mostró su dimensión al sobreactuar para darse los “baños de pueblo” que por seguridad no le ha permitido el Estado Mayor Presidencial, y regañar en público a Beatriz Zavala Peniche, secretaria de Desarrollo Social:
'Beatriz, ahí van en bola, dije que es casa por casa', ordenó a la funcionaria y luego pidió una despensa para entregarla él, personalmente. Y todo México se conmovió. Resulta grotesco y ofensivo que el primer empleado de los mexicanos ocupe toda la infraestructura y recursos de Los Pinos para operar como simple repartidor de despensas y catres.
Pero la hambruna de legitimidad que padece el de Morelia no alcanzó para que en Los Migueles, Barra de Cazones, Veracruz, todos recibieran una simple despensa. La disputa entre Fidel Herrera Beltrán y el abogado y economista para ver quién sirve más y mejor a su partido, con vistas a los comicios veracruzanos, se puso a la orden del día.
El activismo febril de Felipe de Jesús Calderón para ganar terreno entre la tercera parte de los electores que aún estiman que su mandato es producto del fraude electoral -y no la mitad, como erróneamente se ha escrito aquí un par de veces-, contempla iniciativas políticas impensables en tiempos recientes, como realizar un debate -previa reforma legislativa- en el Congreso de la Unión el 1 de septiembre.
La obsesión por legitimarse más y mejor, hace perder de vista al marido de la cada día más influyente Margarita Zavala Gómez del Campo que otras tormentas, huracanes y ciclones se avecinan y que sus daños sociales y económicos pueden ser catastróficos sino se procede a asumirlas con programas de emergencia frente al virtual estancamiento de la producción industrial, el peligroso repunte del desempleo y los efectos de la crisis hipotecaria en Estados Unidos que hasta el Banco de México ya los prevé.
Le platicaba a usted el viernes 24, en una nota que no concluí porque la técnica de la computación y el horario de entrega me ganaron la partida, que Gustavo Díaz Ordaz dio muestras de sensibilidad política -aunque ésta brilló por su ausencia a partir del 26 de julio de 1968 y lo convirtió en celebérrimo genocida-, como lo rescata el veterano periodista Juan Chávez Rebollar:
“En los 60, cuando Tampico y Chetumal -lejos estaba de existir Cancún- fueron destruidos por el ciclón Janet, el presidente Díaz Ordaz no fue a las zonas dañadas. ‘No voy, respondió a la inquietud periodística, porque las autoridades locales y federales que deben atender de inmediato a la población damnificada, se dedicarían a rendir pleitesía al jefe del Ejecutivo y se distraerían en las tareas de auxilio y reconstrucción que tienen prioridad’” (Forum 170, IX-07, pp. 18-19).
Para Felipe de Jesús Calderón Hinojosa era indispensable visitar las poblaciones que sufrieron la tragedia provocada por la naturaleza y por los hombres que dirigen o son propietarios de esa eficiente e inmensa fábrica de hacer pobres. Tan insoslayable que incluso se retiró de la cumbre de los gobernantes de Norteamérica sin que mostrara la menor preocupación por informar sobre los acuerdos que tomó con George Walker Bush y Stephen Joseph Harper, en nombre de los mexicanos que dice representar.
La secrecía con la que se conduce el michoacano en temas tan caros para la soberanía y la seguridad nacionales, provoca la interpretación de que el fervoroso agradecimiento a Dios, no fue tanto por los daños presuntamente no tan desastrosos que provocó Dean, sino porque su agresiva aparición en costas y territorio mexicanos fue ocasión irrepetible para que la opinión pública y publicada no exigieran revelar los acuerdos de la cumbre de Norteamérica, como bien sostiene el columnista Julio Pomar.
Instalado en el tour de la tragedia para decenas de miles de damnificados -con 450 mil hectáreas dañadas y 10 muertos o desaparecidos-, Calderón mostró su dimensión al sobreactuar para darse los “baños de pueblo” que por seguridad no le ha permitido el Estado Mayor Presidencial, y regañar en público a Beatriz Zavala Peniche, secretaria de Desarrollo Social:
'Beatriz, ahí van en bola, dije que es casa por casa', ordenó a la funcionaria y luego pidió una despensa para entregarla él, personalmente. Y todo México se conmovió. Resulta grotesco y ofensivo que el primer empleado de los mexicanos ocupe toda la infraestructura y recursos de Los Pinos para operar como simple repartidor de despensas y catres.
Pero la hambruna de legitimidad que padece el de Morelia no alcanzó para que en Los Migueles, Barra de Cazones, Veracruz, todos recibieran una simple despensa. La disputa entre Fidel Herrera Beltrán y el abogado y economista para ver quién sirve más y mejor a su partido, con vistas a los comicios veracruzanos, se puso a la orden del día.
El activismo febril de Felipe de Jesús Calderón para ganar terreno entre la tercera parte de los electores que aún estiman que su mandato es producto del fraude electoral -y no la mitad, como erróneamente se ha escrito aquí un par de veces-, contempla iniciativas políticas impensables en tiempos recientes, como realizar un debate -previa reforma legislativa- en el Congreso de la Unión el 1 de septiembre.
La obsesión por legitimarse más y mejor, hace perder de vista al marido de la cada día más influyente Margarita Zavala Gómez del Campo que otras tormentas, huracanes y ciclones se avecinan y que sus daños sociales y económicos pueden ser catastróficos sino se procede a asumirlas con programas de emergencia frente al virtual estancamiento de la producción industrial, el peligroso repunte del desempleo y los efectos de la crisis hipotecaria en Estados Unidos que hasta el Banco de México ya los prevé.
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